Me metí en la cama, en la madrugada del sábado al domingo, con algo de cansancio físico encima. Acabábamos de dar una caminata nocturna desde la Gran Vía hasta casa. La razón por la que estábamos por allí, en esa calle siempre populosa y contaminada por el ruido: era una de las paradas del BúhoMetro. El sitio más próximo al barrio en el que nos dejaba esa línea de autobuses. Habíamos tomando el búho a la salida de un pub más allá de la estación de Príncipe Pío, en un garito donde varios de mis amigos habían celebrado sus respectivos cumpleaños. En dicha fiesta lograron que nos cobraran sólo cuatro euros por copa, lo cual es un regalo en una ciudad tan cara. Si salir de la fiesta y encontrar un autobús fue coser y cantar, no lo fue tanto encontrar un transporte que antes nos llevara a esa fiesta. Estuvimos veinte minutos, o más, buscando un taxi libre junto a la estación de Príncipe Pío, en uno de cuyos establecimientos (el famoso Cien Montaditos) acababa yo de tomar una cena rápida.
Llegamos a Príncipe Pío después de una larga caminata desde la Sala Riviera, junto al Puente de Segovia que cruza el Manzanares. Nunca antes había pisado la Riviera, una discoteca amplia dotada de varias barras y escenario donde estuvimos viendo el directo de Jet, la banda australiana de rock. A pesar de vender las entradas a un precio asequible, en torno a veinte euros, el local no estaba lleno. Quizá el tema más conocido de Jet, que cuentan con un par de discos, sea “Are You Gonna Be My Girl?”, que sonaba en un anuncio televisivo de Vodafone. La banda hizo un notable trabajo: tocaron con nervio y con influencias de grupos como AC/DC. Sin embargo, la nota media decayó por dos objeciones: la actuación duró alrededor de una hora y media; el sonido de la sala era penoso, la música distorsionaba e incluso el grupo desapareció del escenario a mitad del concierto para que los técnicos comprobasen el equipo, y después de la supervisión mejoró un poco el sonido. Habíamos llegado a la Riviera justo en el momento en el que se iban los teloneros y aparecían los componentes de Jet. La culpa la tuvo el transporte: los innumerables transbordos que nos tocó hacer para llegar hasta allí, y los consabidos retrasos de los trenes del metro.
Pero, antes de meternos en el metro para viajar hasta las orillas del Manzanares, habíamos parado en casa unos minutos, tras un rato de compras en El Corte Inglés de la zona de Goya. Lo de entrar a este edificio fue casualidad, ya que íbamos en dirección a la parada de metro al salir del cine, de ver una película en versión original subtitulada: “La ciencia del sueño”, otra locura onírica y surrealista de ese gran director que es Michel Gondry. Conviene verla así, en V.O., porque en el guión hablan en inglés, en español y en francés. Cuando entramos en la sala de los Renoir Retiro empezaban los créditos de la película, lo cual significa que anduvimos todo el día de cabeza, llegando justo a tiempo a los sitios y hartos de caminatas y de rutas por el metro. Gondry no ha conseguido superar su obra maestra, “Olvídate de mí”, y dudo que lo consiga porque aquella película era perfecta y encantadora. Su nuevo filme es aún más raro, y hacia la mitad de la misma no sabemos cuándo el protagonista está soñando o cuándo está despierto, y llega un momento en el que sueño y realidad se solapan. No es apta para públicos fáciles y conformistas, y de ella destacaría lo que caracteriza a Gondry: que sabe poner en imágenes unas hermosas historias de amor, caracterizadas por el desasosiego y los impulsos del inconsciente. Pero no está a la altura de su anterior obra. Y así comenzó este día, pleno de variedades, transportes y paseos.