Cierta tarde, en una visita a la casa de uno de mis amigos de Zamora, mientras me sentaba en el sofá, mi anfitrión desapareció en la cocina para regresar, minutos después, con un pequeño recipiente en forma de pera, como si hubiera vaciado el interior de una de estas frutas. Del recipiente surgía un canuto plateado. Sorbió del mismo y luego me ofreció la bebida. Lo sostuve entre las manos y bebí. El sabor de la infusión no era muy distinto del que uno extrae del palo de regaliz, sólo que más amargo. Se llamaba mate y lo había comprado en un reciente viaje por Argentina. Yo lo conocía de oídas: por dos o tres pasajes de la literatura y por las películas. Pero nunca lo había tomado. Me gustó y pronto comprobé que el sabor era adictivo. En Madrid he estado buscando ese recipiente y ese canuto (luego hablaremos de sus correspondientes nombres), sin éxito. Me proporcionaron la idea las bolsas de mate que venden en el supermercado que hay al lado de casa.
Estas navidades, por fin, me regalaron el equipo completo, por así decirlo, y he ido aprendiendo la terminología. Yerba mate es el nombre de la hierba empleada en las infusiones, que proviene de un árbol llamado “Ilex paraguariensis”; la mascaban los guaraníes, esos indios que salen en “La Misión”, y durante un tiempo estuvo prohibida por los jesuitas, quienes creían que su ingesta continua constituía un vicio y que la había inventado un demonio (pero luego ellos mismos la cultivaron). Mate es el recipiente, o sea una pequeña calabaza ahuecada, con bordes metálicos, y en la que se introducen las hojas (es el más común, pero existen otros tipos: de metal, de madera, de loza, etcétera). Bombilla es el tubo que se emplea para absorber el líquido; su parte inferior consta de diminutos agujeros que evitan el filtrado de las hojas. Curar el mate consiste en llenar la calabaza con hierba y agua caliente, dejarla reposar al menos un día y luego lavarla bien. Cebar es preparar la bebida. Y cebador es el tipo que se dedica a hacer el mate antes de pasarlo a sus invitados. Es decir, la teoría la he aprendido. Otra cosa es la práctica. Me he leído varios manuales de instrucciones para tomar mate y, de momento, sólo he tenido éxito en la curación de la calabaza. Lo que me vendría bien es ver cómo lo hace un cebador, ya sea mediante un vídeo o en persona. La primera vez, me temo, inflé de hierba el recipiente, y de algún modo se atascaron los agujeritos de la bombilla. Los primeros sorbos fueron buenos. Pero no duró demasiado. En algún momento, quizá moví el tubo, algo que bajo ninguna circunstancia debería hacerse. La segunda vez fue un desastre por completo. Olvidé uno de los puntos esenciales para cebar un mate: tras verter la hierba despedazada en el cuenco, se debe colocar la palma de la mano en el agujero del mismo y volcarlo, de modo que las partículas más finas se adhieran a la parte superior y no obstruyan el filtro de la bombilla. Si en el primer intento eché demasiado mate, en el segundo me quedé corto. Sólo me supo a agua caliente. Lo cierto es que no es tan fácil como parece: deben seguirse otras instrucciones que no voy a anotar aquí, para no hastiarles con el tema.
Supongo que a la tercera va la vencida. Si no lo consigo, y no aprendo a cebar para cuando vengan huéspedes a casa y quiera ofrecerles un par de rondas, en mi próximo viaje a Zamora recurriré a una de mis amigas: su madre es argentina y, por tanto, su familia sabe preparar mate. Alrededor del mate ha surgido todo un bagaje literario: leyendas, poemas, artículos, historias. Contiene propiedades medicinales y los guaraníes lo tomaban como alimento, tónico y estimulante.