A menudo tenemos delante a buenos escritores y no reparamos en su nombre. Quizá por descuido, olvidamos su identidad y no buscamos sus huellas por ahí. Con el último autor que me ha ocurrido es con el argentino Marcelo Figueras, escritor de la quinta del sesenta y dos. Cuando en El País abrieron su sección de blogs, apunté la dirección en mi lista de favoritos. Se llama “El Boomeran(g). El blog literario latinoamericano”. Reúne el trabajo diario o casi diario de unos siete escritores. Entre ellos está Javier Rioyo, que hace unos días habló muy bien de mi colega Oscar Esquivias, cuya segunda parte de una trilogía sobre Burgos y la guerra civil estoy esperando que aterrice en mi buzón: “La ciudad del Gran Rey”. De todos estos autores del “Boomeran(g)” leo siempre textos aislados, dependiendo del tema o de las ganas que tenga de lectura en pantalla.
Y hace tiempo me enganché a la sección de Marcelo Figueras. No voy a entrar en comparaciones con los otros miembros de la bitácora. Cada cual tiene su estilo. Sólo apuntaré que los textos de Figueras me engancharon porque nuestras inquietudes coinciden y porque cultiva el mismo tipo de artículo que yo trato de hacer a diario (es lo que trato de hacer: ustedes juzgarán si alguna vez lo consigo): artículos en los que se mezclen la memoria, la experiencia cotidiana, los libros, el cine, algunas series de televisión, los viejos héroes de la infancia, la música. Empezó escribiendo entradas en el blog (“posteando” es el término que se utiliza en la blogosfera) en febrero de este año. Lamento haberme enganchado tarde, pero eso tiene un remedio: basta con ir leyendo las entradas anteriores, guardadas en el archivo. En ocasiones no estoy de acuerdo con Figueras en tal o cual opinión sobre determinado libro o determinada película. Pero eso es lo saludable: si todos coincidiéramos en los mismos gustos, esto sería muy aburrido. Procuro practicar lo que otros no hacen: si no coincide mi opinión con la del autor que leo, me digo: “Bueno, es sólo una opinión, la suya”, y no me dedico a apedrearlo con insultos anónimos, como he visto en tantas otras bitácoras. Figueras nos habla un día del corte de luz en su casa, que le impidió trabajar y afeitarse, y otro día de la nueva película de James Bond, o del libro que acaba de comprarse. Ahora estoy leyendo la bitácora desde el principio.
Comentaba en la primera línea que a veces tenemos delante a buenos escritores y no reparamos en ellos. Esto viene a cuento porque una mañana me dio por leer la biografía de este argentino. Quería conocer su currículum, saber qué había publicado y en qué proyectos se involucraba. Y aquí llegó mi sorpresa, pues he estado admirando alguno de sus trabajos sin saberlo, es decir, sin recordar su nombre y apellido, como si su identidad fuera una voluta de humo para mi memoria. Bien: él escribió el guión de “Plata quemada”. Con esto basta para encumbrarlo a los altares, pues “Plata quemada” es una de las mejores películas argentinas que he visto. Escribió los guiones de “Rosario Tijeras” (gran novela de Jorge Franco) y de la célebre “Kamchatka” (basada en su propio libro). Tenía ganas de ver ambas películas y al final me las perdí cuando se estrenaron. La primera, curiosamente, la guardo en casa desde hace tiempo, a la espera de un hueco para verla. Ahora trato de hacerme con una copia de la segunda. El guión de “Peligrosa obsesión” también es de su cosecha. La semana que viene saldré de caza por las librerías, en busca de algún libro suyo. “Kamchatka”, por ejemplo. Lean a Figueras. Su estilo y sus gustos y los temas elegidos valen la pena.