Todas las mañanas podemos leer muchos de los titulares de los periódicos como si leyéramos una novela negra. La diferencia es que la sangre es real y los muertos son de verdad, no es ninguna invención. Algunos días me digo que no debería recorrer los titulares de tantos diarios, y que parte de la felicidad del hombre moderno reside en darle la espalda a las noticias para no amargarse el desayuno ni comprobar lo mal que funciona el mundo; pero luego lo descarto, porque estoy enganchado a esos mismos titulares. Cada cual tiene sus propias drogas. Los hay que sólo viven para la heroína, y los hay enganchados al fútbol o a la música. Mis drogas son los libros, las películas, los periódicos (ahora, también, las bitácoras); lo único contraproducente de estos saludables vicios es que, como dice mi madre, tengo la cabeza llena de información, de demasiada información, y esa tal vez sea una de las causas de mis frecuentes pesadillas. Estos días, repasando los periódicos, me encuentro con varios argumentos propios de novelas de género negro y de historias de psicópatas. Luego es la ficción la que se alimenta, como un parásito, de esta realidad que asoma cada mañana. La gente vulgar lee una novela o ve una película o una serie de televisión y dice: “Eso no hay quien se lo crea”. Pero lo cotidiano es más crudo, y esas historias suelen inspirarse en la realidad. Quiere decirse que, cuando la ficción va, la realidad ya vuelve; ha tomado la delantera.
Una novela de género negro es lo que le ha ocurrido a un detective madrileño. Encontraron su cadáver en un descampado. Llevaba muerto veinticuatro horas. En las noticias no nos ahorran descripciones: lo hallaron con el torso al desnudo, con las manos atadas con un cable, con la cabeza envuelta en una bolsa de la compra, con los pantalones medio bajados, sin documentación. Le habían dado de golpes en la cabeza, pero murió por asfixia. Estaba trabajando en Feriarte. El sábado no acudió al recinto ferial y sus familiares empezaron a sospechar. Una llamada anónima alertó a la policía del hallazgo del cadáver. Horrible, pero cierto. Aún se desconoce quién lo mató o por qué lo hizo. ¿Y qué me dicen de esa historia ocurrida en el distrito de Tetuán? A un colombiano le asestaron un navajazo en la espalda y luego le pegaron un tiro en la cara. Al ir a cubrirse el rostro con una mano, la bala le voló dos dedos. Exactamente igual a lo que le sucede a uno de los proxenetas de “Taxi Driver”, cuando Travis Bickle se pone a repartir leña en el prostíbulo. El hombre ha sobrevivido. También tirotearon, desde una moto, a un adolescente chino; en Madrid, por supuesto. Y está la historia del camionero que asesinó a varias prostitutas, y cuyos cuerpos van apareciendo.
Pero, sin duda, la historia más fascinante de las últimas semanas también la han contado los periódicos: la del ex espía ruso al que dieron pasaporte. Fascinante y terrible. Novela de espionaje en estado puro. Apuesto lo que sea a que en Hollywood ya andan varios guionistas convirtiendo esa historia en un guión. Tras ser envenenado, hemos asistido atónitos y compungidos a su bajada a los infiernos. A las puertas de la muerte, Alexander Litvinenko no era ni su sombra. En las fotografías que han mostrado de sus últimos días, la vida había huido ya de él, dejando sólo un esqueleto con algo de piel y sin pelo, que mira a la cámara con la misma tristeza y la misma resignación que un hombre en el cadalso. Perseguido por los servicios secretos rusos, vivía en Londres, dedicado a la lucha por los derechos humanos. De esta historia tan perturbadora no tardarán en sacar una novela y un par de películas y algún telefilme. Seguro. Mientras tanto, leemos estas novelas terribles en los periódicos.