¿Qué más te daba dónde hubieras ido a dar con tus huesos una vez muerto? ¿Qué más te daba si era en un sucio sumidero o en una torre de mármol o en la cima de una montaña? Estabas muerto, dormías el sueño eterno y esas cosas no te molestaban ya. Petróleo y agua te daban lo mismo que viento y aire. Dormías sencillamente el sueño eterno sin que te importara la manera cruel que tuviste de morir ni el que cayeras entre desechos. Yo mismo era parte ya de aquellos desechos.
Raymond Chandler, El sueño eterno