Estos días hacen el casting para una nueva versión del musical “Jesucristo Superstar”, que pretenden estrenar en España en marzo del año que viene. Será en el Teatro Nuevo Alcalá. Lo más urgente es encontrar al protagonista, lógicamente la pieza clave de todo el tinglado. Los requisitos iniciales son los siguientes: “Un hombre de unos treinta años, atractivo y con una voz impresionante”. No tengo interés en participar en el teatro ni en el musical ni en el cine ni en ningún espectáculo donde toque asomar la jeta, pero al leer dichos requisitos me he sentido feo y viejo, dado que no cumplo ninguno de ellos: tengo más de treinta años, no soy atractivo y mi voz sólo podría servir para doblar a uno de esos tiparracos que en los western matan a los dos minutos de metraje. Como yo, hay fulanos a patadas. Lo cual no supone que no encuentren al candidato ideal. Al parecer, a la puerta del Teatro Coliseum han asistido muchos aspirantes, aguardando a que suene la flauta y puedan cantar los temas de uno de los mejores musicales (o, si lo prefieren, ópera-rock) que se han escrito. Me temo que la búsqueda del reparto perfecto va a ser costosa.
Hace algo más de treinta años el protagonista de esta ópera-rock en los escenarios españoles fue Camilo Sesto, en los tiempos en los que aún no era un maniquí con exceso de laca en el pelo y el pellejo facial estirado hasta las orejas. No vi el musical. Pero tengo por ahí una grabación del disco y reconozco que Camilo Sesto daba la talla con creces. Sin embargo, me crié con la versión cinematográfica de Norman Jewinson y la banda sonora de la misma, y por ello Jesucristo Superstar siempre hospedará la voz y los rasgos de Ted Neeley. Y por algún armario de casa está guardado el disco en vinilo que encabezaba Ian Gillan, durante un tiempo vocalista de los legendarios Deep Purple. Muy bueno, también. Pero, de entre todos, me quedo con el rostro y la voz de Neeley. Desde aquel estreno, Neeley ha participado como actor secundario en seriales, producciones televisivas y películas no demasiado célebres. Lo mismo ocurre con otra voz privilegiada del “Jesucristo Superstar” de Jewinson, o sea, Carl Anderson, cuyo mérito cinematográfico más notable después de este título es un papelito en “El color púrpura” de Steven Spielberg. Supongo que el maestro le dio el papel para así brindarle un pequeño homenaje, pues creo recordar que ni siquiera le tocó frase. He buscado fotografías actualizadas de ambos, y he visto una de Neeley del año pasado, en la que se le nota prematuramente envejecido, con unos cuantos kilos de más, gafas y arrugas, pero con algo de melena; parece un viejo rockero que acaba de aparcar la Harley. Anderson se conserva mucho mejor: está igual, pero sin la cara de canalla arrepentido que ponía para interpretar a Judas. Llevo escuchando casi treinta años este disco. Me lo ponían cuando aún era un cachorro y todavía sigo pinchándolo. Lo he oído en cinta de casete, en disco de vinilo, en compacto y en mp3.
Pese a lo dicho, me seduce ver este musical en español y, por primera vez para mí, en un escenario. No me gustará tanto como la película, sospecho, y nadie podrá sustituir las voces de Anderson y Neeley y del resto del reparto, pero iré a verlo cuando lo estrenen. Salvo, es obvio, que al final elijan de protagonista a uno de esos paletos de diseño de Operación Triunfo o de bodrios de la misma calaña. En ese caso, me ahorraré la entrada. Espero que los responsables de la selección piensen en la voz y en el registro interpretativo antes que en la venta de carnaza.