Por primera vez en siglos no doy abasto con las series de televisión. Es insólito y ni yo mismo me lo creo. Durante años me he negado a ser abducido por los seriales, que te obligan a seguir estrictamente un horario: una cita puntual una vez a la semana o una vez al día, dependiendo de la emisión del programa. De niño pasé de puntillas por muchas series, aquellas que forjaron nuestra infancia y que todos los de mi generación rememoran hoy con nostalgia: “Mazinger Z”, “Starsky y Hutch”, “Verano azul”, “El Quijote”, “V”, “Dinastía”, “Los ángeles de Charlie”, “El gran héroe americano”, “Cuentos del mono de oro”, entre otras. Pero procuraba no engancharme. Hace años me vencieron “The Simpsons” y “Friends” y pensé que era algo pasajero. Me equivocaba, porque las series actuales, sobre todo las que vienen de Estados Unidos, contienen una suma de talentos que las vuelve muy sugestivas.
Y es que algo está cambiando en la televisión. Tal vez deberíamos preguntarnos si no guarda relación con las nuevas tecnologías. Hoy se piratean las películas y los discos antes de que se estrenen y salgan al mercado. Los artistas tienen dificultades para hacer caja cuando sus obras ya se mueven por internet, en las redes de intercambio. Pero en televisión no sucede así: primero tienen que emitir los capítulos, y no parece que nadie (o no me he enterado) los filtre antes de su emisión y los cuelgue en la red. Los cuelgan, sí, pero al día siguiente de que los emitan. Tal vez sea esa la clave de la calidad de las series de televisión de estos tiempos. Y también la falta de papeles buenos para los actores que ya han envejecido. Como la industria de Hollywood suele contratar a los adolescentes con bozo y a los jovencitos guaperas para que encabecen los repartos de sus superproducciones, y deja los papeles secundarios para quienes fueron grandes pero son desconocidos para los chavales de ahora, las viejas glorias se buscan la vida en la tele, igual que ocurre en España, como conté aquí el otro día. Si uno se mete en esa Biblia de datos llamada The Internet Movie Database, comprobará cuanto digo: si uno busca a tal o cual actor, que lleva años sin asomar por las pantallas de los cines, verá que continúa trabajando, pero en series de televisión y telefilmes. Puedo dar algunos ejemplos: Paul Newman, John Savage, Kiefer Sutherland, Hugh Laurie, Michael J. Fox, James Spader, Martin Sheen, Annette Benning, Kenneth Branagh o Geena Davies son algunos de los actores y actrices que suelen participar en series o en telefilmes, a los que habría que añadir casi toda la camada de estrellas de los ochenta.
Algo está cambiando para que un autor tan reputado como Mario Vargas Llosa escriba un artículo en torno a su pasión por “24”, serie a la que está enganchado, y a la que sospecho que yo me engancharé, dado lo bien que todo el mundo habla de ella. Ahora combino los libros y las películas con episodios de muchas series: sigo adorando “House”, de la que ya he visto los últimos capítulos de su segunda temporada; soy adicto a “My Name is Earl”, que estará al caer en La Sexta; poco a poco me trago la primera temporada de “Masters of Horrors”, que dirigen unos cuantos maestros del cine de terror; he vuelto a ver “Padre de familia”, esta vez desde el principio; y “Cuentos asombrosos”. En breve, espero revisar esas series que me han recomendado o de las que he leído magníficas críticas: “Pesadillas y alucinaciones, de Stephen King”, “Los Soprano”, “Carnivale”, “Perdidos” y “Prison Break”. Me gustan estas series. Pero odio su carácter episódico, el modo en que me tienen embrujado, pendiente siempre de cuanto suceda en el próximo capítulo.