Cinco años después, y sin las trabas, censuras y cortapisas de entonces, se recobra el interés por el once de septiembre. Documentales, ensayos, novelas, películas, telefilmes acerca del tema nos invaden, y es sólo el principio. En “Días que marcaron al mundo”, un documental de la BBC sobre el atentado contra el World Trade Center, analizan con minuciosidad el derrumbamiento de las Torres Gemelas tras chocar contra ellas los dos aviones secuestrados por los terroristas. Se preguntan cómo dos edificios tan altos, sólidos y preparados para soportar los infortunios terminaron desplomándose. Entrevistan al arquitecto que las diseñó y analizan el material con el que estaban construidos los soportes, las columnas, las paredes; explican al espectador, mediante croquis informáticos, lo que el impacto de los aviones hizo añicos. Y la respuesta es que algunos de los materiales eran demasiado frágiles, como el revestimiento de módulos secos, placas de yeso que evitan la propagación del fuego pero resultan endebles como el papel; otra de las respuestas es que el primer avión afectó al núcleo que soporta el peso del edificio, mientras que el segundo afectó a las columnas externas.
Los responsables de dicho documental conservan el sentido común de no ofrecer imágenes de heridos ni de cadáveres. Sólo de los hombres que estuvieron allí dentro y salvaron milagrosamente el gañote, entrevistados en la actualidad: aún traumatizados, relatan su huida de un ascensor atascado, de una oficina derruida, de una escalera quebrada. Una y otra vez se investigan los planos en los que los aviones se estrellan contra los rascacielos, en los que éstos arden y luego se derrumban en medio de las cenizas, el humo y el polvo. Vistas hoy, esas imágenes parecen salidas de una pesadilla, o de una película de ciencia-ficción, se nos antojan fantasmagóricas, irreales. En aquel entonces, cuando sucedió todo, nos costó creérnoslas y asimilarlas. Pero también nos ocurre en la actualidad. Parecen escenas de una superproducción de Hollywood, como “El coloso en llamas” o “La guerra de los mundos”. Lo curioso es que el terror y la locura de los atentados de septiembre terminan contagiándonos de cierta fascinación morbosa. Es terrible, pero no podemos dejar de mirarlas. Además, como no muestran víctimas, resulta más fácil sostener la mirada. En este trabajo de la BBC asistimos a imágenes que yo, al menos, no había visto, lo cual confirma la teoría de que, en estos tiempos, cuanto ocurre es filmado. Siempre hay unas cuantas cámaras de fotos que lo registran para la posteridad.
Pasado este lustro de luto y asimilación, parece que en Occidente vamos comprendiendo, aunque despacio, que los atentados del once de septiembre suponen una mina de oro para ensayar, crear y recrear. Es lógico, pues la concepción del mundo cambió desde entonces, como hábilmente demuestra el escritor británico Ian McEwan en su novela “Sábado”: el hombre soporta el miedo y la incertidumbre, no sabe cuándo ni de dónde vendrán las nuevas amenazas del terror, sólo sospecha que habrá más. Procuro agenciarme los documentales que traten el tema, y he leído ya algunas novelas que conectan con aquel día fatídico y el miedo posterior: la citada “Sábado” y la mágica “Tan fuerte, tan cerca”. Si estos acercamientos se realizan con respeto y sin sombra alguna de amarillismo, como son los casos, el resultado puede beneficiarnos. Las dos novelas que digo nos obligan a reflexionar. También lo hace “United 93”, gran película que muestra objetivamente cuanto sucedió a bordo del último avión siniestrado, aquel en el que los pasajeros se amotinaron.