Para hoy, en Ribeira (Galicia), han convocado una manifestación de protesta contra el maltrato a los animales. Y para el día uno de octubre se prepara otra manifa similar en el Parque de El Retiro de Madrid. Todo arranca (o, cuando menos, es la gota que ha colmado el vaso) con la emisión, en algunas cadenas de televisión, de la salvaje e inhumana paliza que un fulano le propinó a su perro pastor alemán. He tenido la fortuna de no tropezar con esas imágenes, pero el apaleo al pobre perro es monumental, según cuentan. El vídeo está colgado en YouTube, pero me niego a verlo. Ocurrió hace dos años, y el tipejo tuvo la mala suerte de que un vecino grabara la machada; ya dije que en estos tiempos todo lo registra algún mirón o algún señor que pasaba por allí o las cámaras de vigilancia. Para colmo, al agresor del perro lo ovacionaron los vecinos; celebraron la flagelación con vítores. El hombre es despiadado y cobija dentro demasiada crueldad. La ovación del populacho que se deja llevar por el instinto sangriento y macabro está presente en la historia, también en la ficción y a la vuelta de la esquina: respectivamente, los aplausos del pueblo cuando ahorcaban a los criminales, la muchedumbre rabiosa que perseguía al monstruo creado por Victor Frankenstein y los testigos que se encararon con un amigo mío después de ser éste atropellado por el coche de un individuo cuando mi colega iba en bicicleta, este verano, en Puebla de Sanabria. Cosas así suceden a diario. Resulta penoso.
Un poco antes de escribir estas líneas he encontrado otras dos noticias bastante desagradables: guardan relación con los animales y el trato que a veces reciben de algunos hombres. Esos caballos de Marbella, de pura sangre, flacuchos y escurridos, con las costillas saliéndoseles ya del cuerpo, punzando la poca carne que les queda, unos caballos más entecos que Rocinante. Sufren por falta de cuidados y de alimento. Han tenido que recurrir a la arena y comérsela, para no morir. Y, precisamente por esa dieta, enferman. Varios ejemplares han muerto ya. No salimos de nuestro asombro al leerlo en los periódicos. Y aún es más asombroso el hecho de que cada noticia al respecto la encabeza el valor en el mercado de estos caballos. Lo cual expresa que a ciertos individuos les aterra más la pérdida económica derivada de las muertes de los equinos que su sufrimiento. La otra noticia: una señora arrojó a su perro por la ventana, en un pueblo de la comunidad valenciana. La tía, con cuarenta y cuatro tacos, lanzó a su mascota desde un octavo piso. Cuando la detuvieron, alegó en su defensa que el perro merodeaba entre sus piernas, ocasionándole molestias. Tras lanzarlo desde la ventana, bajó al bar a tomarse un café. La foto del cadáver me la encontré navegando por las noticias de internet: me ha sacudido constatar, además, que el animal pertenecía a la raza beagle; mi perro favorito de entre todos los que tuvimos fue un beagle, y gozaba de un nivel de inteligencia que para sí quisieran muchos hombres. Alguna gente se compra perros y luego los apalea, los arroja por la ventana o los abandona en el arcén de una carretera, camino a Benidorm, como si fueran papeles viejos y arrugados.
Perros torturados y molidos a golpes o entrenados para las peleas clandestinas, asnos a los que propinan palizas (no olvidemos el triste caso ocurrido en Zamora), gatos y otras mascotas, abandonados o heridos, caballos a los que dejan a su suerte y sin comida. España, la España negra de la crueldad y la sangre derramada, continúa siendo feroz con sus animales.