En otros países no sé, supongo que también, pero en España nos pasamos la vida de celebración en celebración. De tal modo que, gracias a las hemerotecas y a las efemérides, cada semana andamos conmemorando algo. Este año: el centenario de los nacimientos de Samuel Beckett y Arturo Uslar Pietri y del fallecimiento de Henrik Ibsen, el cincuentenario de la creación del héroe de Víctor Mora El Capitán Trueno y de la muerte de Pío Baroja y de la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Y muchos otros que no recojo aquí porque los desconozco y porque no me tengo por un almanaque andante. Estas celebraciones sirven a los periódicos para desempolvar las semblanzas y las biografías que guardaban en los cajones o en el disco duro de los ordenadores. Se utilizan en los suplementos culturales y en la sección correspondiente del periódico, justo el día en que tal autor cumple los años de su muerte o de su nacimiento, y luego se vuelven a guardar, hasta que pasen veinte o veinticinco años, o los que sean. Así, de celebración en celebración, de cincuentenario en cincuentenario, estamos todo el día paseando en procesión a los muertos célebres. Acaba cansando tanta recurrencia a las efemérides para llenar páginas. Los diez años desde que murió Fulano, los veinte desde que Mengano publicó tal novela o estrenó tal película, los cincuenta desde que nació Zutano, y en ese plan.
Sin embargo, le veo una ventaja al asunto. Sirve, primero, para que a los autores que el país tenía olvidados se les haga justicia, se saque sus libros de las estanterías, se relean o se lean por primera vez. Y sirve, segundo, o al menos a mí me viene de maravilla, para que las editoriales se acuerden de algunos clásicos contemporáneos, y rescaten su obra, que solía estar descatalogada o se había agotado. Si usted busca un libro de determinado autor, y no lo encuentra ni en las ferias de ocasión, no se preocupe: si es medianamente conocido ya llegará alguna fecha que los medios de comunicación celebren, y entonces las editoriales publicarán toda su obra, en ediciones flamantes, tan lujosas que no parecerán clásicos, sino novedades. A mí me viene bien, repito: así puedo acceder a ciertos títulos difíciles de encontrar en las librerías (no sé dónde he leído que, en la actualidad, cuando un libro cumple dos años se le considera viejo y lo retiran del mercado). Que se conmemoren cien años de Beckett ha hecho que Tusquets reedite sus “Relatos”, en una edición más vistosa o de más calidad que la antigua. Y que, en breve, reúnan toda su producción teatral en un único volumen. También comienzan a reeditar a Baroja en tomos de lujo, y a rescatar sus inéditos. Que se cumplan setenta años de la guerra civil (o incivil, que llaman, con acierto, algunos) ha llenado las librerías de novelas, ensayos, libros de historia y demás estudios, mamotretos y manuales acerca del tema. Con lo cual han reeditado, en edición de bolsillo, los tres tomos de “La forja de un rebelde”, que estaba cansado de buscar por ahí, sin éxito. La reedición es doblemente venturosa, pues el próximo año se cumplen cincuenta años de la muerte de su autor, Arturo Barea.
Está de actualidad, además, un libro conmemorativo sobre El Capitán Trueno, que ya lleva cincuenta años de vida y batallas a sus espaldas, como hemos dicho antes. El Capitán Trueno y El Jabato fueron dos de mis héroes infantiles, y la mayor parte de aquellos tebeos los cogí prestados de la Biblioteca Pública de Zamora. Hace un par de años el escultor José Luis Coomonte me regaló algunos ejemplares de El Cosaco Verde, otro héroe de Víctor Mora que, hasta entonces, no conocía.