Una de las mayores satisfacciones que me depara la red es cuando, mientras viajo por esas galerías virtuales donde se cruzan la veracidad y el rumor, la invención y la noticia, entre otros múltiples archivos de diversa índole, doy por casualidad con alguna página o foro o portal en el que aparecen fotografías de Zamora, de sus calles, riberas, puentes, fachadas y paisajes. Tal vez quienes las cuelgan no son del todo conscientes, pero a los emigrados nos sirven de mucho, y las agradecemos por el poso hogareño que contienen (me refiero a identificar un paraje cercano, por el que hemos caminado miles de veces), y también por el jugo balsámico que procuran al ojo y el resorte que suponen para despertar la memoria y no caer en el olvido. Me refiero a esas imágenes que los aficionados hacen, y que suben a la red para mostrar sus rincones favoritos en su bitácora o en alguna página de denuncia.
Lástima que, al verlas, quienes hemos vivido allí sepamos identificar los perjuicios hechos por la autoridad in(competente) y que, en las fotos, no se perciben: los proyectos que una y otra y otra vez promete el alcalde y va retrasando; los parches y las obras a medio hacer, como esa Santa Clara que, al meternos en la Semana Santa, tenía los adoquines mal colocados, o puestos aprisa y de modo pasajero; la mala señalización que invita a los forasteros a volverse locos buscando una manera de dar con La Catedral y el Parador; los parches y chaperones en algunas calles y el mal estado de ciertas calzadas; el olor corrupto a cloaca en el casco viejo; varios atentados contra el buen gusto y otros despropósitos. Pero hoy no quisiera centrarme en la crítica a los gobernantes de la ciudad, sino en la belleza y la serenidad de dichas imágenes. Las últimas que he visto aparecen, precisamente, en la web del Ayuntamiento. En concreto, en el folleto o cartel de una campaña que yo desconocía o de la que no me enteré, que es uno de los inconvenientes de vivir fuera. Se trata de la campaña Paseos Saludables. La fecha que consigna dicha publicidad es del año pasado, e ignoro si este año también se ha llevado a la práctica. Son, o eran, recorridos con guía por las zonas que a mí me gusta fatigar: los márgenes del Duero, el entorno de la muralla, la ruta de entrepuentes, los Tres Árboles, el Castillo, el bosque de Valorio y algunos edificios emblemáticos de la ciudad. El inconveniente es que sean guiadas y programadas, y no voluntarias, espontáneas y solitarias; pero por algo se empieza. El objetivo, loable, es combatir el sedentarismo y fomentar una práctica tan benéfica para el cuerpo como la caminata. Miro las fotos de las Peñas de Santa Marta o de la orilla del río y siento deseos de colarme en el interior de la imagen.
En Madrid, ciudad que a mí me gusta, no puedo sin embargo propinarme estos paseos. Así que recomiendo, a quienes en Zamora viven, que perpetúen este hábito que yo recupero cada vez que viajo a la provincia. Pero sin pasarse, oiga: no me gustaría que esas zonas se convirtieran en una nueva Santa Clara sin tiendas. Las fotos de la tierra con las que uno se topa llenan de satisfacción, lo cual siempre es agradable para combatir la morriña que algunos sienten. Yo la siento en ocasiones, pero no a menudo: me apartan de ella las chapuzas municipales y el puñado de enemigos que por allí tengo y a quienes sólo conviene ver el careto de vez en cuando, pero sin renunciar a ellos, claro. A propósito de la ciudad y de las fotos: Victoria Prego estuvo hace unos días en Zamora, como relataba este diario, y ha dejado favorable testimonio de su paso por aquellos lares en su blog de El Mundo.