El miércoles por la tarde asistimos a la presentación de la última novela de Arturo Pérez-Reverte, “El pintor de batallas”, sobre la que dicen maravillas. Más que una presentación consistía en un coloquio entre el escritor y el científico José Manuel Sánchez Ron. El auditorio gigante del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía tuvo un lleno absoluto. Había sido programado para las ocho de la tarde y a las siete ya éramos parte de una cola kilométrica. Por suerte el Museo me queda a algo menos de diez minutos de casa, andando. Ambos académicos se subieron a un escenario desnudo, salvo por los dos butacones en los que estaban sentados, una mesilla para el agua y los cuadernos, un centro con flores y un atril. Parecía una obra de teatro, un pulso entre dos actores. Hay que tener arrestos para subirse ahí y hablarle a la gente de las gradas. Tal vez sea cosa mía, pero creo que durante los primeros minutos el Capitán estaba un poco nervioso. Lo intuyo porque, tras sentarse, hizo un gesto que hacemos algunos cuando nos acometen los nervios: mantener el pie derecho apoyado sólo en la punta del zapato. Pueden fijarse en las fotos que le hicieron para la prensa. Cuando el coloquio empezó a desplegarse ante nosotros con naturalidad, él bajó el pie, puso la planta sobre la tarima, preparado para el combate, pues la vida está repleta de guerras y batallas, y lo sabe de sobra, que lo ha vivido y lo ha escrito.
Para mí Pérez-Reverte no sólo es un gran escritor y un articulista preciso, un tipo que nada el océano con un cuchillo entre los dientes mientras le rodean los tiburones y le persiguen los piratas. Para mí es el Alexandre Dumas moderno, el hombre que nos entretiene y nos instruye y nos hace soñar contándonos relatos de guerra, de amores, de aventuras, de duelos y de quebrantos. Lo que le ocurrió al principio de su carrera literaria es que alcanzó el éxito en las ventas, que es cosa que los críticos de este país no perdonan. Ahora parece que sí, que le han perdonado y hasta le aplauden y admiran. Pero le ha tocado trabajar a fondo. Sánchez Ron dijo que el editor de un periódico había comparado la carrera literaria y periodística del Capitán con la carrera cinematográfica de Clint Eastwood: los dos han ido creciendo y siempre sorprenden en sus nuevos trabajos. Las primeras filas del salón de actos estaban reservadas para invitados del escritor y para los de Alfaguara, responsable del tinglado. Varios espadas acudieron a arroparle con su presencia: Ray Loriga, Javier Marías y Agustín Díaz-Yanes (acaba de dirigir “Alatriste”, con Viggo Mortensen) aparecieron juntos; luego llegaron Juan Cruz y Víctor García de la Concha, entre otros. A media función entró Carmelo Gómez. Quiero decir que aquello abundaba en artistas a quienes uno admira.
Fue un diálogo entre la experiencia vital (Pérez-Reverte) y la teoría científica (Ron), entre la calentura de quien ha caminado entre escenarios bélicos y la frialdad de quien analiza el universo con lupa. Partían de varios cuadros, mostrados mediante una pantalla para diapositivas. Pinturas de Goya o de Brueghel, desde las que desarrollar y contraponer sus visiones. A veces coincidían. “La tuya es una visión desesperanzadora”, dijo el científico. Me gustaron las reflexiones de los dos, pero me quedo con las del escritor. Para demostrar que no sólo era un hombre sin esperanza, y que siempre lucha, contó esto (y cito de memoria, arriesgándome al error): “Cuando el cosmos te apunta en la cabeza con una pistola, tienes dos opciones: quedarte quieto hasta que te mate o echar a correr. Es una carrera de quince metros, como la de los condenados a muerte, en la que caben el amor, la lealtad, la libertad…”