Yo también odié a Avelina Zarzalejos, puesto que la amaba más que nadie.
Tenía flores prendidas en los cabellos, unos ojos verdes y medio rubios y usaba vestidos vaporosos que denunciaban la rosa de sus pezones. Era la hija pequeña de un terrateniente pendenciero y atrabiliario que chuleaba de leontina y antiparras con montura de oro viejo. Nieta de un ameritado general, que murió a cuernos de un morlaco bajo las luminarias de los festejos anuales, Avelina se perfumaba con pieles de durazno, como una heroína literaria, y poseía un caminar lento de pies descalzos o con sandalias muy breves de piso que la emparentaba a una musa mitológica.
(Hace tiempo publicaron este cuento de mi cosecha en El Fungible. Especial Relatos 2003. El libro se regalaba en bibliotecas y centros culturales. Hoy he descubierto que está colgado en la red. Hay cuentos estupendos. Recomiendo leer casi todos. El que nos ocupa está influido por la lectura de Tirano Banderas. Intenté imitar el lenguaje para contar una historia de amor; no sé si conseguí ambos objetivos, pero el relato quedó finalista de un premio).