Acaba de surgir un grupo de fulanos con intenciones de boicotear al nuevo James Bond. Son, desde luego, fans del personaje, aunque deberíamos llamarlos fanáticos de dar la lata. En internet han colgado una página para que la gente se apunte al boicot a la película que actualmente están rodando, basada en la novela de Ian Fleming “Casino Royale”. Esta fue la primera obra de la saga en la que aparecía dicho personaje, y a finales de los sesenta rodaron una adaptación con traje de parodia: en ella aparecía un extenso repertorio de estrellas (Woody Allen, Belmondo, Orson Welles, Peter Sellers, David Niven, Ursula Andress, William Holden…) Para encabezar el reparto de la nueva versión, seria y acondicionada al personaje que conocemos, eligieron el año pasado a Daniel Craig.
La elección, en principio, nos sorprendió a todos. Daniel Craig es un hombre rubio, de estatura media, de fríos ojos azules, dotado de un rostro algo patibulario y rudo, con facciones que recuerdan a las de los actores duros del cine negro de los años treinta y cuarenta. No soy un fanático admirador de James Bond, pero, sin embargo, cuando supe la noticia me decepcioné. Al agente 007 le han dado vida varios actores: Roger Moore y Timothy Dalton fueron, sin duda, los más flojos. Pierce Brosnan supo dar la talla porque era elegante, apuesto para las mujeres y eficaz si le daban un buen papel (pueden comprobarlo en su interpretación de un cínico en “El sastre de Panamá”). George Lazenby no aportó demasiado. El más grandioso, único e inimitable, fue Sean Connery, no sólo por ser la primera elección, sino porque tiene más talento en un arqueo de cejas que los cuatro hombres que lo fueron sustituyendo. Me decepcioné, digo, por una sencilla razón: de Daniel Craig sólo había visto una película, “Camino a la perdición”, donde encarnaba al hijo vengativo, celoso y cruel del personaje de Paul Newman. Y en ese filme Craig representa todos los valores contrarios a un tío del calibre de Bond, pero además tenía cara de malo, un par de kilos de añadidura con respecto al peso ideal del agente, y poco o ningún glamour. Olvidé entonces que los grandes actores de la historia nos hacen creer siempre que parecen lo contrario de lo que son. Desde el anuncio de su elección hasta ahora he visto varias películas en las que Craig asume el protagonismo o es uno de esos secundarios que roban la película a los demás actores. Y cambié de opinión.
Basta verle en la extraña “The Jacket”, convirtiéndose en un hombre recluido en un hospital psiquiátrico, y en la necesaria y magistral “Munich”, en la que es un agente sin escrúpulos, ávido de derramar sangre, y, sobre todo, en el que posiblemente sea su papel más convincente, y que lo aproxima un poco a Bond: el traficante de cocaína que quiere abandonar sus líos al otro lado de la ley en “Layer Cake (Crimen organizado)”. Lo aproxima porque reúne las cualidades que no incorporaba a su personaje de “Camino a la perdición”: delgadez musculosa, cierta apostura que encandilaba a las mujeres, un toque canallesco y divertido, unas gotas de hombre sentimental, una preparación física muy propia de 007. En una de las escenas coge una pistola al modo Bond, y fue en ese momento cuando supe que los responsables de “Casino Royale” habían dado en el clavo. Craig, un actor con muchísimo talento por explotar, y que estos días ha perdido dos dientes rodando una escena de acción, será un Bond distinto, pero brutal: más duro, peligroso, vulnerable, enigmático. Acorde, sospecho, con el Bond original, y por supuesto con los filmes de género negro de antaño.