Detuvieron en Portugalete a un hombre que había golpeado e intentado asesinar a una mujer, arrojándola dentro de un contenedor cuando la creía muerta. Se largó de allí, pero la chica estaba viva. Una vez detenido por la policía, salió a flote su historia: llevaba una doble vida. En esa doble vida tuvo relaciones con dos mujeres: salía con ambas. A una de ellas, la española, con quien formaba pareja de hecho, le hizo creer veinte años atrás que trabajaba como profesor universitario. A la otra, brasileña, la engatusó diciendo que era ingeniero de una empresa. Así mantenía una relación doble y, es de suponer, dos empleos ficticios (pues en el periódico en el que leí la noticia no aclaran si trabajaba en algo). Durante un tiempo fue creando una red de mentiras y de excusas: cuando iba con una, a la otra le contaba que debía ausentarse por viajes laborales, y viceversa. Pero una telaraña de mentiras acaba enredándose en los pies, y los agobios de afrontar esa situación por más tiempo le llevaron a intentar asesinar a la brasileña. La mujer cometió el error de confiarle dieciocho mil euros, y esa suma le pareció atractiva, como sucede en las novelas negras de hombres rudos y mujeres fatales, sometidos sus personajes a la atracción por la pasta y el amor.
Leer sobre las dobles vidas siempre nos deja un poco atónitos. A la calidad y cantidad de las coartadas de quienes la soportan se añade la certeza de que incluso el vecino de arriba podría tener una doble vida: por el día, barrendero, y, por la noche, asesino profesional. Por ejemplo. Más personas de las que imaginamos han refugiado sus días en la apariencia. Una cara para la galería y la otra para uno o dos confidentes. Sin ir más lejos, y como acabamos de ver en una gran película sobre dos hombres rudos y enamorados entre ellos: esos hombres que viven una mentira, la de un matrimonio con hijos y un hogar respetable, y, a ratos, una relación con otro macho de su especie. Mi memoria, que es cinematográfica y literaria, me trae algunos casos, inventados y en clave de comedia, o inspirados en hechos reales: en el filme “Mickey y Maude”, Blake Edwards nos mostraba a Dudley Moore en el papel de un bígamo, ahogándose en lo inverosímil de sus argucias y trolas para mantener a dos mujeres, que no saben nada la una de la otra; Claude Chabrol dirigió en los setenta la premiada “Prostituta de día, señorita de noche”, título español que aclara los dos caminos de la doble vida de una chica; Brett Easton Ellis nos dio una novela de ejecutivo diurno y psicópata nocturno en “American Psycho”; o, entre otros muchos ejemplos, esa novela de Emmanuel Carrère, “El adversario”, que recrea una historia real. Pero “El adversario” merece un comentario más extenso, dado que ocurrió de verdad. Un individuo se hizo pasar por doctor de la Organización Mundial de la Salud y brillante financiero durante años, ante los ojos de su familia. Cuando pensaban que estaba en el tajo, el tipo dedicaba la jornada a pasear, ir a los cafés y leerse revistas de medicina para que no le cazaran en un renuncio. Pero Agobiado por las excusas y coartadas, asesinó a su familia e intentó suicidarse, sin lograr esto último. Recordemos los casos de los terroristas que ponen cara de vecinos ejemplares y luego, en la clandestinidad, ponen bombas.
No es casual, dadas estas historias extraídas de los periódicos y de la literatura y del cine, que a menudo nos preguntemos si tal o cual persona, un vecino, un amigo, soportarán los estragos físicos y emocionales de acarrear una doble vida. Porque, a lo que parece, no debe ser muy distinto a la proeza de cargar con el propio ataúd. Al final es uno mismo quien cae por culpa de sus enredos.