Según parece, uno de los asuntos que más están dando de qué hablar en Zamora es el inicio de las obras de Santa Clara. No es para menos, si atendemos al hecho de que dicha calle peatonal es, como apunta con cierta sorna un amigo mío, nuestra Gran Vía, aunque modesta y de andar por casa. Santa Clara, nos guste o no, es importante para la ciudad. Por allí se va de compras, y a pegar la hebra, y a que el domingo te vean lo guapo que te has puesto, con tu traje o con tu vestido, estrenados para la ocasión. Por Santa Clara acabamos yendo todos, aunque sea de paso, aunque sea para hacer negocios, para caminar un poco, para ir al banco o para escuchar las melodías de los músicos callejeros. Por Santa Clara, oiga, mire usted, paseó incluso ese dictador con voz de pito que soportaron los españoles durante tantos años. Rescato ahora la foto de esos espléndidos volúmenes de “Historia de Zamora”, que cualquier oriundo de la ciudad debería tener en los estantes de su biblioteca: se le ve alegre, marcial, tripudo y con boina. Fue en el cuarenta y tres. Estoy convencido de que algún nostálgico del Régimen tiene copia de la imagen en su casa, enmarcada y con velas.
Pero a lo que íbamos: Santa Clara. El problema, según se desprende del periódico, reside en si las obras de reurbanización (que los operarios acaban de empezar allí) estarán terminadas para Semana Santa. Supongo que alguna gente, contraria a esas fechas, celebraría que así fuese, que las obras no finalizaran a tiempo y tuviesen que modificar los itinerarios. Grave error. Y, si esto ocurre, a más de uno se le va a caer el pelo. Sospecho que el alcalde y sus muchachos andarán preocupados, pensando que, en las semanas previas a esos días, igual hasta tienen que ponerse el casco y arrimar el hombro. Apuntaba que es un grave error aplaudir la prórroga de las obras, en caso de que se diera. Porque la Semana Santa también es como Santa Clara: le guste o no, amigo, es necesaria. Necesaria por tradición, por cultura, por reputación, por aumento del turismo y del comercio. No decimos que la Pasión no se celebre si llega el Viernes de Dolores y aún hay polvo, máquinas y socavones en la calle. Pero no es lo mismo, dado que algunos de los mejores desfiles (y de los más populares) circulan por Santa Clara. Y en absoluto nos imaginamos esa arteria de la ciudad sin que el personal pueda pasar por ella en los días de fiesta de la Pasión. ¿Dónde meteremos, entonces, a tantos turistas que salen a darse un garbeo?
Huele a alarma, y no es para menos. Si durante esos diez días se amputa la calle más transitada, lucrativa y famosa de la capital, entonces se restringen o se cambian los itinerarios, disminuyen las ventas, se invierten las costumbres, y nos vamos al garete. Y es lo que le faltaba a Zamora: que incluso la Semana Santa ya no se celebrara en condiciones. Que, incluso en eso, saliésemos perdiendo. Porque repito: le guste o no, es necesaria. Igual que esa calle. También lo son otras zonas a las que el cabildo suele dar la espalda: la Plaza de Alemania, la Avenida de Príncipe de Asturias, San Andrés, etcétera. Quizá acaben a tiempo, antes del Domingo de Ramos: asunto distinto será el resultado, que nos atemoriza, dados los antecedentes (léase San Martín, por ejemplo). Por otra parte, me han entrado ganas de ver las obras. Aún recuerdo cuando Santa Clara no era peatonal e hicieron las obras. Conservo sólo una imagen, casi borrosa y casi en blanco y negro, o en sepia, pues así es el pasado en nuestra memoria: una calle atestada de vehículos y con aceras angostas. Las personas más jóvenes que uno no sólo no atesoran esos recuerdos: la mayoría desconoce el dato.