Hubo un hombre que, primero, soñó con ser presidente y, después, con ser José María Aznar cuando era presidente para, más tarde, soñar con ser el tipo que cae bien a media España. Podemos decir que, por el momento, no ha logrado ninguno de los tres propósitos, no ha cumplido esos sueños. Nos referimos a Mariano Rajoy, político de trayectoria irregular en la oposición. Sospecha uno que la culpa no es suya, sino de sus malos consejeros o de sus asesores (peor aún si uno de ellos es Aznar, docto en anunciar catastrofismos y en hacerse amigos invasores de países lejanos). Porque Rajoy no empezó mal. Y creo que lo escribimos en este rincón, poco después de perder las elecciones. Sabía manejar la cal y la arena, y no trataba de ser un clon de Aznar. Aquello, como todo lo bueno, duró poco: en seguida quiso ser presidente. Lo hemos leído en algunas entrevistas, en las oraciones que él comienza con “Si llego a ser presidente…”, principio que desemboca en un alud de promesas.
No ha tardado este hombre en pasarse al lado oscuro que representa el ex presidente, y en hacer la misma oposición que Aznar hizo antes de tomar el mando del Gobierno: meterse con todo cuanto hagan los socialistas, criticar lo que está bien hecho y lo que está mal hecho, dar guerra tenga o no tenga razón, y sacar las pancartas a la calle, entre otras decisiones que había criticado de Zapatero cuando estaba éste en la oposición. Y ese es el problema: soñar con ser Aznar no puede conducir a nada bueno. Rajoy ha elegido el camino de fustigar, de sacudir duro, en cuanto le ponen un micrófono delante. No es mala opción la de fustigar, sacudir y criticar, pero al final hemos pensado que no tiene criterio. Todo cuanto hagan los otros le parece mal. Es como el clásico tipo a quien le gustan absolutamente todas las mujeres: guapas, feas, altas, bajas, etcétera: de sus gustos estéticos jamás podrá uno fiarse. O como el clásico fulano que se dedica, mirando con lupa a la sociedad, a abominar de todo: ocurre que, al final, nadie cree una palabra de lo que dice. Y así está Rajoy ahora, intentando mutar para convertirse en un pálido clon de Aznar. La diferencia es que a Aznar se le notaba que era duro, pero en Rajoy esa vertiente es impostada, falsa; ha elegido un papel que no le pega.
Quizá porque lo sabe, y porque sospecha que jamás se parecerá a su ídolo (Rajoy sueña con ser Aznar del mismo modo que Aznar soñó con ser Bush o Blair), se ha propuesto suavizar la imagen de cara al espectador. ¿Cómo lo hace? Como nunca lo habían hecho en el Partido Popular, es decir, acudiendo a los eventos donde se codean los famosos, sonriendo ante las cámaras de los reporteros de los programas de humor, dejándose ver lo mismo en un ambiente selecto que en un ambiente casposo. Pensemos en esta faceta, que no deja de tener su interés por cuanto en el PP no supieron explotarla. Señalemos algunos de los saraos en los que el espectro barbado de Rajoy se ha dejado ver: en el preestreno de la tercera parte de “Torrente”, haciéndose la foto con las chavalas que interpretan el papel de jarrones decorativos; en una exposición de fotos de Alejandro Sanz, en la que éste apareció con el pelo teñido a lo Marilyn Monroe, aunque con discutibles resultados; en las presentaciones de libros de Pedro J. Ramírez y Alfonso Ussía, etcétera. Incluso la caída del helicóptero (él lo sabe) le ha dado mucha popularidad. También lo hemos visto contestando a las preguntas de los reporteros de “Caiga Quien Caiga”, haciéndose el simpático y el chistoso, algo que nunca hizo Aznar, y que es, parece, otra diferencia entre el original y su copia.