Cualquiera que sepa un poquito de inglés es consciente de la vergüenza ajena que provocan en uno las distribuidoras españolas de cine cuando les da por traducir a su manera.
Tomemos la actualidad para servirnos de algunos ejemplos: continúa la manía chabacana de las traducciones bochornosas y cutres de estupendos títulos originales, como “La huella” (por “Dark Water”), “Una pandilla de pelotas” (por “Bad News Bears”), “Amor en juego” (por “Fever Pitch”), “Vuelo nocturno” (por “Red Eye”), “La madre del novio” (por “Monster-in-Law”), “El clan de los rompehuesos” (por “The Longest Yard”), traicionando así no sólo al idioma, sino a nuestra inteligencia y al espíritu de cada película. Y eso sólo ciñéndonos a los estrenos de los últimos meses. Pues no podemos olvidar que hubo un tiempo en que a cada comedia se la traducía en España añadiendo el término “Loco”: “Loca academia de policía” y sus secuelas, “La loca historia de las galaxias”, “Frenos rotos, coches locos”, “Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores”, “Los locos de Cannonball” y su secuela, “Los locos del bisturí” o “Un loco suelto en Hollywood”. Por supuesto, la palabra elegida tan a la ligera para las traducciones nos empujaba a advertir que la locura nada tenía que ver con los motivos y comportamientos de los personajes.
Tomemos la actualidad para servirnos de algunos ejemplos: continúa la manía chabacana de las traducciones bochornosas y cutres de estupendos títulos originales, como “La huella” (por “Dark Water”), “Una pandilla de pelotas” (por “Bad News Bears”), “Amor en juego” (por “Fever Pitch”), “Vuelo nocturno” (por “Red Eye”), “La madre del novio” (por “Monster-in-Law”), “El clan de los rompehuesos” (por “The Longest Yard”), traicionando así no sólo al idioma, sino a nuestra inteligencia y al espíritu de cada película. Y eso sólo ciñéndonos a los estrenos de los últimos meses. Pues no podemos olvidar que hubo un tiempo en que a cada comedia se la traducía en España añadiendo el término “Loco”: “Loca academia de policía” y sus secuelas, “La loca historia de las galaxias”, “Frenos rotos, coches locos”, “Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores”, “Los locos de Cannonball” y su secuela, “Los locos del bisturí” o “Un loco suelto en Hollywood”. Por supuesto, la palabra elegida tan a la ligera para las traducciones nos empujaba a advertir que la locura nada tenía que ver con los motivos y comportamientos de los personajes.
Pero, además de inventarse los títulos y traducirlos con el culo para que las películas sean o parezcan más comerciales, existe otro mal muy extendido: las coletillas en español al título inglés, y los títulos inventados en spanglish. Se me ocurren varios ejemplos de lo primero (“Cinderella Man. El hombre que no se dejó tumbar”, “Stealth: La amenaza invisible”, “Master and Commander: Al otro lado del mundo”, “Ghost Dog: El camino del samurai”) y de lo segundo (“El weekend” por “The Last Weekend”, “Arac Attack” por “Eight Legged Freaks”).
Este mal, tan extendido, tan desagradable para el buen gusto, se está extendiendo a la literatura. Apuntemos las traducciones y los títulos originales de los últimos libros que he comprado: “Caso cerrado” (“A Cold Case”), “Guardianes de la intimidad” (How We Are Hungry: Stories”), “Cuando el río suena” (“The Bottoms”), “¿Quieres ser mi perro?” (“Dogwalker”), “Mi vida en rose” (“Me Talk Pret One Day”). Todos ellos, por cierto, de autores magníficos y en ediciones impecables, eso sí.
Este mal, tan extendido, tan desagradable para el buen gusto, se está extendiendo a la literatura. Apuntemos las traducciones y los títulos originales de los últimos libros que he comprado: “Caso cerrado” (“A Cold Case”), “Guardianes de la intimidad” (How We Are Hungry: Stories”), “Cuando el río suena” (“The Bottoms”), “¿Quieres ser mi perro?” (“Dogwalker”), “Mi vida en rose” (“Me Talk Pret One Day”). Todos ellos, por cierto, de autores magníficos y en ediciones impecables, eso sí.
El caso que mayor trascendencia ha tenido, sin embargo, en los últimos meses (y, como he señalado, no es el único: ni siquiera el más flagrante) en España ha sido el de Haruki Murakami, quien tituló su libro “Norwegian Wood”, como la gran canción de The Beatles con la que al parecer arrancan los recuerdos del protagonista. Aquí, como saben, tradujeron la novela como “Tokio Blues”, que suena a película mala de japoneses, a bodrio de esos que sólo se estrenan en el videoclub, a canción hortera de merengue. Son numerosos los palos que la prensa y la crítica especializada ha repartido a la editorial por tamaña felonía, al traicionar de ese modo el espíritu y el germen de la narración de Murakami. Por eso, en la cuarta edición del libro, hemos visto que al ridículo “Tokio Blues” han incorporado el subtítulo “Norwegian Wood”. Han aprendido la lección. Esperemos que los demás hagan lo mismo.