La programación televisiva en horario de madrugada combina lo mediocre y lo malo con lo bueno y lo educativo. Predomina lo mediocre. Depara algunos ratos de risa si el programa en cuestión es una de esas basuras que les endiñan a los insomnes, como si por ser insomnes no tuvieran derecho a un poco de calidad. Yo me imagino padeciendo unos insomnios brutales, incurables, y haciendo una pasada por los canales, y deprimiéndome con lo que ponen. Sin embargo, me entusiasma llegar a casa, después de una juerga, y encender la tele, a ver qué echan. La mayor parte de las veces lo que dan es horrendo, y por esa razón me divierto sobremanera. Cuando venden cuchillos de cocina y aparatos de formas ortopédicas o cuando demuestran las maneras de adelgazar aquello se me antoja una comedia. Los doblajes, los caretos, el aspecto cutre de la puesta en escena, la caída en el abismo de actores de segunda fila, lo ridículo de las mercancías que venden... Los llamados infocomerciales hacen reír los primeros minutos de visión, pero inmediatamente nos asiste el bostezo.
También son frecuentes esas brujas de madrugada y esas echadoras de cartas con indumentaria hortera y pedrería falsa y barata, con un fondo de paredes de color pastel y adornos kitsch, excesivos hasta la náusea. Pero nunca hasta ahora me había dado por detenerme unos minutos en esos consultorios telefónicos con la Bruja Fulanita soportando el eterno plano fijo. Una noche me dio por ahí, me puse a ver a una señora mal maquillada, con grandes bolsas en los ojos, papada kilométrica y un peinado horrible, como si en el pelo teñido le hubieran vertido los restos de una fritura de patatas y huevo hilado. Admiré, debo reconocerlo, su capacidad para soportar el plano fijo durante media hora o quizá una hora, o lo que duren esos espacios. El resto fue penoso. Todas las personas que llamaban eran mujeres, de edades diferentes. Se preocupaban, en un alto porcentaje, por el amor, o sea, por su futuro en el amor. Dos o tres se interesaban por el trabajo. La pitonisa, a partir de la irrupción de cada voz en el plató, se las ingeniaba más o menos para sortear las dificultades y devolverle una respuesta a cada pregunta. Las preguntas eran siempre idénticas o de índole parecida: “¿Cuándo encontraré el amor?”, “¿Mi pareja me quiere de verdad?”, “Me gusta un chico, ¿crees que en el futuro me hará caso?” La Bruja Fulanita, por escoger un nombre que no existe, hacía sus preguntas y luego barajaba las cartas, unas cartas de un tamaño aproximado al de un folio. Lo que me reventó es que todas parecían tragarse aquello, la sarta de generalidades y vaguedades que la adivinadora (aunque debería decir estafadora) les enchufaba por todo el morro. Colgaban despidiéndose, agradeciendo mucho el repaso a sus respectivos futuros, contentas de haber aclarado las cosas.
Entiéndaseme bien: la cuestión no es que no crea en las cartas y en sus posibilidades proféticas. Más de una vez he visto hacer esos juegos de baraja entre amigas y a veces acertaban. La cuestión es que estas brujas de madrugada preguntan a quien llama si tiene pareja, y mediante esa respuesta saben el resto. No es difícil: si la chica tiene pareja, la bruja especula sobre su relación; si no la tiene, suele anunciarle que en breve hallará el amor. Si el tono de voz de la chica con pareja es de pesadumbre, la pitonisa le dirá que las relaciones están fatal, pero que ve cambios buenos en el horizonte. Si el tono de la chica con pareja es alegre, la bruja le dice una de dos: o que va a conocer a otro, o que en el trabajo ascenderá. Es así de simple. Se me cayó la cara de vergüenza ajena por esa gente estafada y triste.