Dado que soy uno de esos viajeros que recorren algunos rincones del mundo gracias a la literatura y el cine, confieso mi debilidad por Nueva Orleáns. Resulta que es uno de esos lugares a los que sueño con ir. A mí Nueva Orleáns, por las influencias literarias y cinematográficas, siempre me ha sonado a vudú, a jazz, a pantanos claustrofóbicos, a bochorno, a misterio, a noches embadurnadas de magia, a vampiros (por “Entrevista con el vampiro”). En ella nacieron John Kennedy Toole, el autor de la divertida “La conjura de los necios”, y el legendario Truman Capote, y Lillian Hellman, novelista y compañera de Dashiell Hammett, y Anne Rice, entre otros famosos. Allí se ambientaron, por ejemplo, “El corazón del ángel”, gran película basada en la muy recomendable novela de William Hjortsberg del mismo título, sólo que aquel libro transcurría en las calles y garitos de Nueva York; y también “Un tranvía llamado deseo”, con ese Kowalski sudoroso al que prestó sus rasgos un Marlon Brando joven, enérgico y delgado; y “Prisioneros del cielo”, que el otro día programaron en algún canal de televisión; y la calurosa y sensual “Querido detective”; y “El cliente”; y “En la cuerda floja”; y algunas escenas de “Corazón salvaje”; y muchas otras.
Ahora Nueva Orleáns, tras ser sometida a las embestidas salvajes de un huracán al que han puesto nombre de femme fatale, Katrina, ve sus calles inundadas por el agua, con gente evacuada antes y después de la catástrofe y gente pobre que no tuvo recursos para escapar, con disturbios en sus barrios, con hambre y sed, con muertos por ahí tirados y en avanzado proceso de putrefacción, con un caos brutal, con mafias haciendo su agosto, con saqueadores e individuos que se guían por la violencia y la desesperación. El alcalde de la ciudad lo ha llamado “situación insostenible”, que es lo que suele ocurrir cuando se desatan el caos y la anarquía por falta de víveres, de agua potable y de combustible. Steven Spielberg nos explicó hace unos meses cómo es este tipo de situaciones mediante su metáfora del peligro, el miedo y la ruina en “La guerra de los mundos”, alegoría de la tierra cuando se resquebraja, ya sea por terrorismos, catástrofes naturales o invasiones alienígenas: el resultado final, agonía, desesperación y muerte, suele ser idéntico.
En la ciudad devastada hay varios españoles, quizá un par de familias. Se han declarado la emergencia sanitaria y la ley marcial. Los refugiados describen los lugares donde los han cobijado como sitios sin agua, luz ni retretes para aliviar sus necesidades. Los periódicos relatan la tensión y el agobio en estos refugios, los padecimientos de los enfermos sin su tratamiento y de los minusválidos. Se rumorea, incluso, que ha habido suicidios y violaciones de niños y niñas, ante los que se ha guardado silencio porque casi nadie se atreve a denunciarlos. En algunos reportajes leemos las quejas de sus habitantes: no se explican cómo su país tiene tantos soldados repartidos en otros lugares del mundo, tras haberlos invadido, y en Nueva Orleáns escasean. No se explican la incapacidad de Bush para resolver el problema, quien va viendo cómo, por fin, su popularidad desciende. Tal vez sea su caída política. De modo que ahí lo tenemos: Nueva Orleáns, esa ciudad que algunos amamos gracias a las evocaciones de la literatura y el cine, gracias al jazz y al humo asociado al mismo, es hoy una gran charca de muertos y heridos, de desorden y pánico. De nada le vale al hombre levantar edificios y erigir grandes ciudades y acostumbrarse a las comodidades: luego la naturaleza levanta la mano y arrasa con todo.