Es probable que a la mayoría de la gente el nombre de Edward Bunker no le diga nada en absoluto. Que no le suene a los lectores. Excepto si uno les aconseja que traten de recordar las caras duras de los hombres de traje negro de “Reservoir Dogs”, ese clásico violento de Quentin Tarantino. Si exceptuamos al jefe calvo, había siete hombres, seis de ellos bien vestidos y el séptimo con chándal. Ed Bunker era el único de la panda que apenas mascullaba alguna frase, y el más viejo de todos. El Señor Azul (o Mister Blue). El hombre silencioso del grupo pasaba desapercibido por parecer mudo, y poseía uno de esos rostros pedregosos, torturados y graníticos que tanto le gustan a Tarantino (pensemos en Robert Forster, en David Carradine, o en su idolatrado Charles Bronson). Si escribo hoy de Edward Bunker es porque murió el día diecinueve del pasado mes de julio, y me acabo de enterar leyendo las habituales necrológicas del número de septiembre de la revista Fotogramas, las únicas páginas donde he encontrado la noticia. Quizá los periódicos la dieron, pero no la vi. Dudo que informaran de su desaparición, pues su fallecimiento ha pasado tan desapercibido como su papel en la ópera prima de Tarantino. En memoria de aquel tipo, le dedicaremos unas líneas. Su biografía merece la pena.
Hace años, tras ver por enésima vez “Reservoir Dogs” e indagar en la filmografía de sus actores principales, me pregunté quién era el silencioso Señor Azul, el tipo con menos protagonismo del filme. Me preguntaba por qué demonios lo sacó Tarantino, si su papel era trivial. Respuesta: constituía un homenaje del director. La vida de Bunker es curiosa: fue escritor, actor ocasional y asesor en algunas películas policíacas o carcelarias. También escribió tres guiones. Pero su fama proviene de su pasado en las penitenciarías. Fue delincuente en su juventud y presidiario casi toda su vida. El año pasado compré su autobiografía, “La educación de un ladrón”, publicada por la Alba Editorial. Incluye un prólogo del prestigioso William Styron. El libro recibió el Premio McCallan Golden Dagger a la mejor obra de no ficción de género negro (no me pregunten qué galardón es: no tengo ni idea). Dado que mis pesquisas me habían llevado a sus libros autobiográficos, de los que sólo “Libertad condicional” se había traducido en España, aguardé como agua de mayo esas memorias. Nos sucede con infinidad de libros: vamos aplazando su lectura hasta que creemos llegado el momento oportuno. Hasta hoy no he leído “La educación de un ladrón”. Una lástima, porque el artículo hubiera sido más completo.
Ed Bunker, hijo de una corista y de un tramoyista, entró en la prisión de San Quintín a los diecisiete años. Su trayectoria anterior incluía el paso por orfanatos y reformatorios. En los períodos de libertad se dedicó al robo, al timo callejero, a la venta de marihuana... Fue el recluso más joven de San Quintín; esta experiencia puede verse en “Animal Factory”, de Steve Buscemi, adaptación de la novela homónima. En la cárcel descubrió los libros. Se convirtió en escritor. Luego llegaron la libertad y las películas. Su nombre es sinónimo de culto entre los autores de novela negra. Incluso James Ellroy lo admira. Participó en varias películas de secundario, de asesor, de guionista. Fue colega de cárcel de Danny Trejo, ese actor con la cara hecha un cromo y comida de cicatrices que sale en muchos filmes de Robert Rodríguez. Bunker fue un tipo duro en su vida y dicen que feroz y muy talentoso en la escritura. Él mismo dijo que había jugado mal las cartas que la vida le repartió.