jueves, julio 12, 2007

Lo malo de la poesía y otros poemas, de Billy Collins

Extraordinario poeta éste, Billy Collins, inédito en España hasta que tradujeron el presente título de Bartleby Editores y los poemas que aparecen en la antología La diferencia entre Pepsi y Coca Cola (que ayer fui a comprar y leeré dentro de unos días).
Collins es un poeta que construye sus paraísos en un entorno próximo, cotidiano. Le basta el silencio de una mañana, la vista que se obtiene a través de una ventana, el pájaro en la rama, el paisaje alrededor de la casa cuando va por el camino de grava y ella no sale a recibirlo, la ducha en la que poder cerrar los ojos e imaginar paisajes exóticos, una clase de dibujo, un coche en la carretera, una vieja fotografía que invite a fabular, el fantasma de un perro, el hábito de la escritura matutina, el bolígrafo en la mano o una canción que mueva a reflexionar.
Collins, a veces, huye de la realidad y decide componer escenas imposibles, pero admirables, como ese cuaderno volador al que imagina batiendo sus alas de papel encima de él, en la noche, mientras duerme. O esa foto de la escuela en la que, dice, allá al fondo se ve a Superman, lo cual desvela que ese fue el héroe de su niñez. El libro está editado en edición bilingüe, y debemos aplaudir la traducción de Juan José Almagro Iglesias. Os dejo con el final del poema Silencio:
Y existe el silencio de esta mañana
que he roto con mi bolígrafo,
un silencio que se había acumulado toda la noche

como la nieve al caer en la oscuridad de la casa –
el silencio de antes de que escribiera una palabra
y el silencio más pobre de ahora.

25

A veces topo con la noticia: tal o cual autor ha ganado un premio literario muy importante, de los que financian las grandes editoriales de este país. Unos días después suelo tropezar con la ficha del volumen ganador en la web de Casa del Libro: y apuntan el precio, el ISBN y el número de páginas. Para que luego digan que no hay tongo.

Allen en Barcelona

El carácter de los políticos de este país en el que vivimos es, probablemente, uno de los culpables de que hagamos el ridículo cuando las estrellas vienen de fuera. Aunque también el carácter de la gente en general: recuerden la última vez que estuvo Leonardo DiCaprio en España, cuando él y el resto del equipo de la película “Diamante de sangre” llegaron tarde a la rueda de prensa por culpa del retraso de su vuelo; hubo abucheos y DiCaprio encaró el asunto sin perder la calma. A consecuencia de ello, la mitad de los periodistas de los medios convocados quedaron como maleducados y DiCaprio quedó como lo que es: un caballero y un profesional. Woody Allen eligió Barcelona para rodar su nueva película, que entra dentro de esa etapa en la que prefiere alejarse de su adorada Nueva York y ambientar historias en otros países. Y allí ya han montado un circo los políticos de un ramo y del otro. La historia de siempre: esta vez, el PP y el PSC volcándose acusaciones. La noticia debería ser que el director rueda ya su primer filme en escenarios españoles, pero los responsables políticos se han encargado de darle la vuelta y convertirse en los protagonistas de la noticia, cuyo titular ha sido el siguiente o parecido: “El rodaje de la película de Woody Allen en Barcelona divide a los grupos municipales”. Uno lee las noticias y, en vez de encontrarse con los pormenores que envuelven a Javier Bardem, Scarlett Johansson, Joel Joan o Penélope Cruz, tiene que tragarse un empacho de acusaciones municipales.
Gente del PP dice que los del PSC han montado un jaleo provinciano, lo cual probablemente sea verdad porque Allen no es una estrella como tal, sino un artista, y en España ante estas visitas nos comportamos como si viniera a vernos Mister Marshall. El PP también ha criticado el viaje del alcalde a Nueva York: se exige que justifique los gastos. Alguien ha comentado, además, que es “la primera vez que Allen rueda una película fuera, en un país no anglófono”. Y ese dato es erróneo. Si uno conoce el cine de Woody Allen y, además, investiga un poco, averiguará que una de sus primeras cintas como director, “La última noche de Boris Grushenko”, fue rodada en Budapest y en París. Y eso por no hablar de otros filmes que requirieron de exteriores distintos a su ciudad, como “What’s Up, Tiger Lily?”, rodado en Japón, o “El dormilón”, con localizaciones en diversas zonas de California. Es un error decir que Allen no ha rodado fuera de Nueva York hasta “Match Point”. Lo que sí es cierto es que, desde “Annie Hall” hasta “Melinda y Melinda”, no quiso filmar en otros rincones.
Allen, ante esta suma de despropósitos, debe estar alucinando. Ojalá refleje ese peculiar carácter de los políticos españoles en su nueva película: siempre puede haber lugar para la improvisación y para deslizar alguna ironía sobre cómo nos portamos en España. En cualquier otro lugar del mundo los gobernantes y la oposición estarían encantados de que un tipo de la calidad artística del gran Woody Allen fuera a rodar a su tierra. Se pondrían a su servicio, pero con elegancia. Aquí lo que se hace es discutir, lanzarse acusaciones, mientras el artista y su unidad contemplan atónitos el espectáculo. Es muy posible que el equipo español de la película esté avergonzado. Por si fuera poco, en algunos diarios se acusa de secretismo al rodaje, dicen que Allen ni siquiera quiere desvelar el título. Si se informaran un poco sabrían que la costumbre del director es elegir el título al final, durante el montaje. En este asunto, tanto los políticos de la derecha como los de la izquierda están haciendo el ridículo.

miércoles, julio 11, 2007

Kafka en la orilla, de Haruki Murakami

No resulta fácil resumir el argumento de esta novela. Además, podría estropear las sorpresas que depara su lectura. He leído por ahí alguna crítica oficial, y se dedicaban a destripar la sinopsis. De modo que baste decir que hay numerosos elementos fantásticos o sobrenaturales: lluvias de peces (algo que recuerda a la lluvia de ranas de Magnolia), hombres que hablan con gatos, personajes de la cultura popular que se pasean por los mismos escenarios que los protagonistas, confusión entre las fronteras de la realidad y la ficción y el sueño y la vigilia, etcétera.
Murakami escribe con sencillez, pero su mensaje suele ser profundo: nos obliga a reflexionar, a darle vueltas y vueltas a la trama y sus recovecos. Se le nota la influencia de Salinger al principio: ese adolescente que va a su aire. No sé si ya lo dije alguna vez, pero este autor es muy hábil en su manera de mezclar los iconos occidentales con la filosofía oriental. Aquí hay tragedia griega, música clásica, jazz, rock y pop, Los cuatrocientos golpes de Truffaut, tipos que parecen salidos de un cómic manga, proverbios chinos, bibliotecas, los Cuentos de la lluvia y la luna, pintura, sexo, sueños, Pepsi, bares y cafeterías, mucha comida y gatos y mundos que se solapan y un joven llamado Cuervo.
A pesar de esa sencillez en la prosa, la novela está plagada de símbolos y de metáforas, de reflexiones sobre el olvido, la memoria, el amor y la búsqueda de la identidad. Como en esta declaración de uno de los personajes: Quiero que te acuerdes de mí. Si tú me recuerdas, no me importará que el resto del mundo me olvide.
Sólo cabe lamentar un par de cosas: la insistencia de la traductora en escribir "a la que se dio cuenta" en vez de "cuando se dio cuenta"; y los merodeos finales de dos de los personajes, que acaban resultando algo pesados, pero que dejan en el lector la sensación de angustia propia de los relatos kafkianos.

Próximamente: Libros del Asteroide

La editorial Libros del Asteroide ya tiene previstos sus lanzamientos para el resto del año. Como es habitual, sus novedades son espléndidas. Copio y pego:


Título: La hierba amarga
Autora: Marga Minco
Prólogo: Félix Romeo
Traducción: Julio Grande
Puesta a la venta: 3 de septiembre de 2007
Marga Minco es una de las escritoras holandesas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. De origen judío, logró esconderse durante la ocupación nazi, y fue la única de toda su familia que sobrevivió a la guerra. Su padre, su madre y sus hermanos fueron deportados a los campos de concentración. Ninguno regresó.
En La hierba amarga noveló sus recuerdos evocando con gran sencillez y distanciamiento, los años de la guerra: la noche en que toda la familia se reunió para coser en los abrigos las estrellas de tela que los identificaban como judíos, el día que llegó la orden de reclutamiento para el campo de trabajo o las razzias que vaciaban calles enteras.
La hierba amarga (publicada en 1957) es considerada como su obra más importante y un auténtico clásico de las letras holandesas, que permanecía inédito hasta ahora en español.


Título: La hoja plegada
Autor: William Maxwell
Traducción: Miguel Temprano García
Puesta a la venta: 17 de septiembre de 2007
En los suburbios del Chicago de los años veinte, dos chicos forman una insólita amistad: uno, Lymie Peters, enclenque, un poco patoso, y un estudiante brillante; el otro, Spud Latham, un auténtico atleta y un estudiante mediocre. Spud, acepta la devoción de Lymie sin cuestionarla, pero con el paso del instituto a la universidad, aparecen las primeras tensiones entre ellos. Lymie es el primero en conocer a Sally Forbes, pero ella se enamorará de Spud; este hecho marcará el inicio del distanciamiento entre los dos amigos.
Si en Vinieron como golondrinas Maxwell –el histórico editor del New Yorker y uno de los grandes de la literatura norteamericana del XX– elaboró un conmovedor retrato de la infancia y primera adolescencia, en La hoja plegada demuestra la misma sensibilidad y agudeza en mostrar el paso de la juventud a la edad adulta.



Título: El hombre perro
Autor: Yoram Kaniuk
Prólogo: Gabi Martínez
Traducción: Raquel García Lozano
Puesta a la venta: 8 de octubre de 2007
Adam Stein había sido el payaso más popular de Europa; judío y alemán, logró escapar de la muerte en un campo de concentración nazi a cambio de tranquilizar y entretener a otros miles de prisioneros que eran dirigidos hacia las cámaras de gas. Ahora Adam es el cabecilla de un manicomio para supervivientes del Holocausto situado en el desierto de Negev. El hecho de haber sobrevivido es una carga demasiado pesada para él, pero Adam es a la vez un luchador que insiste en comprender el sentido de un mundo en el que la línea entre la cordura y la locura se ha borrado irreversiblemente. Cuando Adam llega a la institución, desafía la autoridad y ofrece perturbadoras interpretaciones del drama vivido.
El hombre perro es una de las novelas más significativas escritas en hebreo sobre el Holocausto, y la obra maestra de Yoram Kaniuk, uno de los grandes de las letras hebreas actuales.


Título: Lluvia negra
Autor: Masuji Ibuse
Prólogo de Jorge Volpi
Traducción: Pedro Tena
Puesta a la venta: 29 de octubre de 2007
Lluvia negra es, seguramente, la novela japonesa que mejor se ha enfrentado al tema de la bomba de Hiroshima. Una familia que sobrevivió a la explosión intenta, años después, buscar un marido para su hija pero no lo consigue pues en el pueblo se rumorea que está enferma de radiación. Para convencer a los posibles pretendientes, su padre –que estaba en la estación de Hiroshima en el momento en el que explotó la bomba– decide que toda la familia debe transcribir sus diarios de las semanas que siguieron al 6 de agosto de 1945.
Masuji Ibuse se basó para escribir esta obra en documentos históricos sobre la devastación causada por la explosión y en entrevistas y diarios de víctimas de la masacre. Lluvia negra –publicada originalmente en 1967 y un clásico de la literatura japonesa del pasado siglo– retrata con sensibilidad la compleja red de emociones en una comunidad truncada por la bomba atómica, y es una de las mejores aproximaciones a la magnitud del sufrimiento humano causado por este hecho histórico.


Título: El delator
Autor: Liam O'Flaherty
Prólogo: Antonio Rivero Taravillo
Traducción: Gabriela Bustelo
Puesta a la venta: 19 de noviembre de 2007
Publicada en 1925 y considerada una de las mejores novelas de Liam O'Flaherty, El delator propone un viaje al submundo de los años veinte en Dublín. Recién acabada la guerra civil irlandesa, la ciudad es un escondrijo de pistoleros y la policía no duda en recurrir a soplones y confidentes para localizar sus enemigos.
Gypo Nolan, ex-terrorista, delata un compañero de armas y con la recompensa obtenida, inicia un periplo por las pensiones y burdeles de la ciudad, su diversión acaba cuando la Organización Revolucionaria le da caza y lo juzga en secreto.
Terror y traición reinan en este thriller clásico que retrata como pocos han hecho los bajos fondos dublineses y que fue llevado al cine por John Ford en la película del mismo nombre por la que obtuvo, entre otros, el Oscar al mejor director.

Víctimas

Por entonces yo trabajaba de negro literario para un señor de mi tierra que se parecía físicamente a Mariano Rajoy. Al final rompimos la baraja y despojé mis aportaciones del proyecto. Pero, antes de eso, antes de disolver el acuerdo, sufrimos el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Ese día estaba en Zamora. Me llegó la noticia de su muerte cuando estaba inclinado ante las teclas de un ordenador ajeno, en un cuarto casi en penumbra, con las persianas medio bajadas para que no entrara la luz de aquel asfixiante verano, aún más asfixiante por la angustia que supuso el secuestro, el ultimátum y la pena de muerte de los etarras. Aquel remedo de Rajoy entró en la habitación para comunicarme el hallazgo en un bosque: un cuerpo aún con vida, con un tiro en la cabeza. Aún no lo habían identificado, pero todos sospechamos de quién se trataba. Dicen que, cuando nos sacuden las grandes tragedias, no logramos olvidar qué hacíamos en el momento en que tuvimos noticia de dichas tragedias. Yo estaba inclinado, como digo, ante las teclas, casi en penumbra. Detuve el trabajo unos minutos, para comentar el suceso y seguir las noticias, y luego volví al ordenador. Como a todo el mundo, me afectó bastante. Un plazo, una pena de muerte, horas de congoja, un secuestro, un bosque, terroristas, un tiro en la cabeza, las manos atadas, un cuerpo abandonado, perros que lo encuentran… Todos los ingredientes conformaron un caldo negro y amargo que, una vez más, nos tocó beber a la fuerza.
Unos años después acudí durante unos días a la vendimia en Fermoselle. Necesitaba dinero. Trabajé codo a codo junto a otros hombres, hombres mayores que yo, rudos y resistentes, campesinos y agricultores que sabían soportar el sol, la postura mientras se recogen uvas, el calor brutal, las largas horas con los riñones molidos, la sed y el esfuerzo físico. El paraíso, durante esos días, consistía en las pausas para desayunar y comer. Creo que nunca me supieron tan bien un trago de vino fresco, una tortilla de patata, unos pimientos fritos. En una de esas pausas supe del viejo dolor de uno de estos hombres junto a los que recogía uvas, mientras me daban una lección de entereza física, a pesar de su edad, y me miraban como si estuviera loco cuando les dije que lo mío era escribir. El viejo dolor: uno de aquellos hombres había tenido un hijo que fue guardia civil y los etarras lo asesinaron en el País Vasco. Hacía años de aquello. Aún recuerdo el daño, triste e irreparable, en los ojos de ese padre. Me impactó. Tener conocimiento de esa noticia antigua, estar junto a un hombre que había sufrido el zarpazo físico y emocional de los terroristas, también me supuso un caldo negro y amargo. Le habían robado un hijo. Como a tantos ciudadanos de este país.
Estas dos historias confluyen en una: todas las víctimas del terrorismo son iguales. O deberían serlo. Sé que la muerte de Blanco encarnó el llamado “espíritu de Ermua”, y su asesinato fue más duro porque conllevaba un plazo y unas horas de chantaje, y que el país salió a la calle y estos días se rememoran los diez años de la tragedia. Pero, para el caso, todas las víctimas de atentados terroristas son idénticas: las iguala la muerte, igual que iguala al pobre y al rico, al guapo y al feo, cuando quedan bajo tierra. Estos días he visto especiales sobre Blanco en las cadenas de televisión, en los periódicos, en la red. Y está el famoso autobús y el premio de la Fundación a alguien tan poco honorable como el señor Aznar. Y me pregunto: ¿Por qué no se homenajea y recuerda a las demás víctimas? Recordar sólo a uno significa olvidar a los otros. No caigamos en el error. Un error partidista, por cierto.

martes, julio 10, 2007

Seraphim Falls


En Santuario, la novela de William Faulkner, no conocemos el pasado del misterioso gángster Popeye hasta el último capítulo. En Hasta que llegó su hora, la película de Sergio Leone, desconocemos el motor de la venganza de Harmonica (Charles Bronson) hasta unos segundos antes del duelo final.
Esa clase de suspense mueve este interesante y muy entretenido western en el que no sabemos qué ocurre entre perseguidor (Liam Neeson) y perseguido (Pierce Brosnan) hasta los últimos minutos. No esperaba mucho de la película y me sorprendió. Fotografía del gran John Toll, música de Harry Gregson-Williams e intervenciones de Anjelica Huston, Michael Wincott y Wes Studi. Dirige el desconocido David Von Ancken, quien ganó varios premios hace años con un cortometraje basado en un relato de Tobias Wolff. Me pregunto por qué Seraphim Falls no se ha estrenado en salas comerciales.

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Leo el reportaje sobre una librería madrileña cuyos dueños iban a cerrar, pero entonces veinte clientes (y lectores) se hicieron socios para impedir el cierre. Es un gesto único, de los que se extinguen. Más abajo, una clienta dice: “Cuando mis hijos me piden dinero para libros nunca les digo que no”. Qué suerte, esos hijos. Cuando, siendo adolescente, le pedía dinero a mi padre para comprarme una novela, me respondía siempre: “Vete a la biblioteca y la coges allí”. Jamás subvencionó un solo libro de los mil seiscientos y pico que cobija mi biblioteca. Jamás.

Humedad

Es muy engorroso sufrir chaperones y visitas de técnicos y de obreros. La vecina de abajo avisa: hay una gotera en su ducha y no sabe si el problema es suyo o nuestro. En efecto: soporta una mancha de humedad que ha socavado el techo, dejándole un agujero del tamaño de un plato. El primer tipo que viene es el del seguro de nuestro piso. Justo el día antes de su visita, en una de las habitaciones junto al cuarto de baño aparece un poco de humedad. El hombre hace pruebas y observa. Mira la ducha y, sin dar tiempo a que uno proteste, se mete dentro con los zapatones. Lo deja todo sucio. Huellas de suela allá donde yo pondré los pies descalzos. Inspecciona. Baja a casa de la vecina, vuelve, me pide que abra el grifo durante unos minutos, se va. Regresa, me pide que abra otro grifo y baja. Vuelve y tira de la cadena. Cree que el problema no está en este piso, sino que lo tiene la vecina u otro inquilino. Días después mandan a un técnico del seguro de la vecina de abajo. Mira, olfatea, toca las paredes, husmea. Estos hombres son como detectives, pero detectives de averías caseras. Incluso toma unas notas. Pero, en vez de gabardina y sombrero, visten mono y gorra. Asegura que el problema no es de este piso ni tampoco de la vecina. Ahora falta por llegar el técnico del seguro de la comunidad, que se dedicará a llamar a todas las puertas de los vecinos que vivan por encima de la señora, hasta descubrir el origen de las goteras. Pasados unos días aparece, en otra de las habitaciones, una mancha de humedad gigante. Quiere decirse que todos vienen, miran y se van y nadie aporta soluciones.
Llegan otros dos hombres a arreglar dos aparatos que deberían funcionar. Han tardado en venir año y medio. Siempre decían lo mismo: “Sí, mañana vamos”. Y nunca venían. Se presentan con sus máquinas, meten algo de ruido, se pasan dos o tres horas o más solucionando el problema. Se van. Ese mismo día, por la tarde, uno de los aparatos empieza a soltar humedad. La humedad es la gran asesina de los edificios: ablanda las paredes y los ladrillos, se come las vigas, pudre la madera, rompe los techos, te deja todo patas arriba. Así es la humedad, como un cáncer de las casas. Tardan unos cuantos días en regresar, después del nuevo aviso. Pasan conmigo media mañana. Poco después de presentarse, uno de ellos me pide permiso para picar y romper un trozo de pared, porque es la única manera de encontrar esa humedad del aparato (no confundir con las otras humedades, que afectan a la vecina de abajo). Golpes, trozos de yeso que caen al suelo y ya tenemos un agujero que deja ver las tripas del aparato de aire. Me explica lo sucedido: cuando cubrieron las paredes, los ñapas rompieron un tubo y lo arreglaron a su manera, o sea, mal. Tiene que ir a buscar una arandela para repararlo. Regresa con la arandela. Pero el agua sigue mojándolo todo. No se lo explica.
Finalmente, tras sus pesquisas de detective de los nudos interiores del edificio, dice: “Quienes instalaron esto colocaron hacia arriba la goma por la que sale el agua. El agua no fluye, no puede subir, así que se atasca, regresa por el tubo y se desborda”. Llama a su superior y éste ordena que haga un apaño provisional. Pero se niega: dice que, de hacerlo así, jamás se arreglará el problema. Que deben abrir la pared y colocar bien el tubo. Por fin un hombre que no es chapucero. También me pide una escoba y un cogedor y recoge los pedazos de pared rota. Se van: ya volverán. Me huelo, a tenor de sus explicaciones, que los subcontratados que hicieron las reparaciones del piso eran los mismísimos Pepe Gotera y Otilio. Esto es una telenovela: no acaba.

lunes, julio 09, 2007

Ya falta menos

En agosto. Más: aquí.

La fonoteca

Me acuerdo, que dirían Joe Brainard y Georges Perec, de ese tiempo en el que escuchaba discos de vinilo en la fonoteca de la Biblioteca Pública de mi ciudad, y acompañaba las audiciones con alguna novela o un cómic. Fue un tiempo sin duda feliz, aunque no tanto como tener dinero para comprarse el disco y escucharlo en casa. El recuerdo no me ha venido porque sí. Por alguna razón lo había olvidado. Pero, leyendo “Kafka en la orilla”, de Haruki Murakami, de la que se pueden extraer muchos razonamientos y conclusiones (aunque aún no he acabado la lectura de este libro), encontré un pasaje donde uno de los protagonistas cuenta que, en las bibliotecas, a veces se levantaba de la silla de la sala de lectura y escogía un disco y escuchaba sus cortes mientras leía. Hoy esa escena nos resulta imposible, como si proviniera de un pasado muy remoto. La gente se presta los discos, se los baja de internet, los escuchan on line en su ordenador, se los graban unos a otros, se los compran por cuatro chavos a un vendedor ambulante chino. Sin embargo, no hace tanto que ocurrió, no hace tanto que practiqué esa costumbre.
Aquello de lo que hablo poseía su encanto, no lo duden. Primero subía uno a la sala de préstamo y se agenciaba un par de cómics, porque tampoco teníamos dinero para comprar todos los tebeos. Cogía prestados dos ejemplares de “Lucky Luke”, o de “Astérix y Obélix”, o de “Las aventuras de Tintín”. Después bajaba a la primera planta, abría los cajones que contenían las fichas, ordenadas y con la signatura de cada disco. Elegía uno de esos discos que siempre había querido tener pero nunca se pudo comprar, anotaba en un papel los datos requeridos y le entregaba ese papel al encargado. En la cabina, aquel buscaba el disco, lo extraía de su funda y le mandaba a uno a cualquiera de los departamentos libres, pequeños cubículos individuales con un parecido excepcional a esos que se ven todavía en ciertas oficinas. A menudo todos los cubículos de la sala de la fonoteca estaban ocupados, y entonces uno debía aguantarse y esperar por allí, a que alguien abandonara la silla y le cediera el turno. En ocasiones iba con algún primo, o con un par de amigos. Quedábamos para luego, sin una hora fija, dependiendo de la duración de cada vinilo.
Se sentaba uno en el pequeño departamento, abría el cómic, se colocaba los cascos y, durante un segundo, para saborear los primeros acordes de la música, cerraba los ojos. La aguja en el surco, con su estruendo de fritura, poseía algo embriagador. Suponía una especie de aviso, un anuncio de lo que iba a llegar, como un prólogo antes de un libro, un trailer previo a una película, una caricia antes de un beso. Un prolegómeno que ya no escuchamos y que, en cierto modo, uno echa de menos. En la última película de Tarantino, en la que constantemente se oyen los discos pinchados en una vieja gramola, una chica dice que un tío le ha regalado una cinta grabada, y una amiga dice: “En vez de tostar un cd, ¿te grabó una cinta? ¡Qué romántico!” Es romántico porque es antiguo, un signo del pasado. Por lo general uno se terminaba el cómic más o menos al mismo tiempo que el disco. A veces había que esperar a que el encargado le diera la vuelta, y la aguja martirizaba la zona lisa que rodea a la etiqueta. Sonaba a eco en una casa vacía. Allí dentro, con los cascos puestos, The Beatles tocando en sus oídos, inmerso en los dibujos y en la música, uno habitaba un mundo propio, reservado para él. Era tu espacio individual, la casa en la que refugiarse. No sé si aún se estila esta práctica. Ya no será lo mismo. No hay aguja.

domingo, julio 08, 2007

Portadas exquisitas


The Catastrophist, novela de Lawrence Douglas. Inédita en España.

Citas. 48



(...) la vida no está hecha sino de amor, y el arte, que es una purificación de la vida, no es sino amor transfigurado.
Marcel Schwob, Mimos / Espicilegio / Vidas imaginarias

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Marilyn Manson y Dita Von Teese se separaron apenas dos años después de contraer matrimonio. Inmediatamente Manson se lió con la joven y bella Evan Rachel Wood, o ya lo estaba cuando su mujer lo abandonó. Dita ha dicho de Manson: “Es muy típico de él embarcarse en una relación tan pronto. Es el tipo de persona que necesita estar con alguien todo el tiempo, así que no me sorprendió. Lo he superado”. Es la misma declaración que un par de mujeres vertieron sobre mí en el pasado. Exacta. Punto por punto.

El exterminio de la felicidad

¿Por qué no soportamos la felicidad en el prójimo? ¿Por qué, si regresamos de un viaje por el extranjero y exhibimos una sonrisa de vuelta y contamos nuestras andanzas, siempre hay alguien que dice “Bah, pero no visteis lo mejor”? ¿Por qué, cuando uno les cuenta a otras personas que han hablado muy bien en tal o cuál sitio de su trabajo, que a uno lo han alabado, no falta quien se apresura a proferir esta frase asesina: “¿Cómo sabes que no estaban mintiendo?”, y le deja con la boca abierta y sin saber la respuesta? ¿Por qué, cuando algunos viejos amigos se reencuentran, no falta uno al que oímos acusar con sorna a otro de haber engordado mucho, y de estarse quedando calvo, y de envejecer mal, mientras asistimos impotentes a la indefensión del otro, que permanece mudo, soliviantado y herido en su amor propio? ¿Por qué, cuando recomendamos un libro en una bitácora, siempre comparece algún anónimo con los sesos reblandecidos por el odio que insulta y desprestigia a quien sólo recomendaba una lectura sin hacer daño a terceros? ¿Por qué, si uno se tropieza en la calle con conocidos y hablan de sus respectivas familias, hay alguien que alude despectivamente a algún familiar de uno, o deja caer una broma que es como una bomba, aunque ni siquiera nos hablemos con ese familiar al que degradan?
¿Por qué, cuando uno ha alcanzando la felicidad musical y pasajera y regresa alegre de ver un concierto, por ejemplo el de su banda favorita, no faltan quienes le dicen a uno que ese grupo ya no es el mismo, que es una mierda, que sus miembros resultan patéticos, que no llenaron el estadio, que están acabados, que no suenan igual, que no son buenos ni nunca lo fueron, cuando esas mismas personas que nos salpican con sus desvaríos ni siquiera estuvieron allí, en el estadio, para comprobar por sí mismas que el recinto estaba a reventar y el sonido era magnífico y la banda le daba cien vueltas a casi todos los grupos que andan por ahí? ¿Por qué, si decimos en público que aún nos gusta salir de juerga los sábados por la noche, siempre abre la boca alguien y nos suelta eso de: “Bueno, pero es que tú no has madurado”? ¿Por qué, si una chica está delgada, su familia y sus amigos se meten con ella e insisten para que engorde si luego, cuando se encuentran con una chica con unos kilos de más, también se meten con ésta e insisten para que adelgace? ¿Por qué nos metemos con el gordo, pero también con el delgado, y viceversa? ¿Por qué aún existen hombres que señalan el michelín de alguna mujer y se ríen y lo censuran, cuando su propia barriga no les deja verse los pies? ¿Por qué picamos al amigo que liga, pero también al que no liga?
¿Por qué algunas personas insisten en criticar una película que a ti te gusta, y en discutir tu gusto una y otra vez, si ellas aún no han ido a verla? ¿Por qué en un periódico gratuito ponen la fotografía de un gatito en apariencia dormido y, cuando el lector ya ha sonreído y se ha alegrado de esa estampa de sueño y reposo, se le borra la sonrisa al leer, bajo la imagen, que se trata de un animal muerto y no dormido? ¿Por qué en los telediarios insisten en mostrar siempre la muerte y la guerra y nunca el nacimiento y la paz? ¿Por qué venden las malas noticias y no las buenas? ¿Por qué corremos a contar secretos que no nos incumben, aunque su revelación acarree graves consecuencias a terceros? ¿Por qué nos obstinamos en exterminar la felicidad allá donde la vemos? Reflexionemos sobre ello con ayuda de este gran poema, que aparece en el libro “Ola de frío”: “Fue un día, / hace tiempo, / me sentí el hombre / más feliz / del mundo, / pero no duró / mucho, / alguien / se enteró”.

sábado, julio 07, 2007

La grandeza de Vetusta Morla

Anoche volví a ver a Vetusta Morla en directo, en la Sala Galileo Galilei. Fue un espectáculo breve, pero muy intenso. Tres colegas se vinieron desde Zamora sólo para escucharlos (no es la primera vez que lo hacen). Vetusta Morla, aún sin una discográfica que los respalde, continúan luchando: acaban de terminar la grabación de su primer LP. Anoche nos pillamos su demo Mira y una camiseta. El último tema que tocaron, el orgiástico La cuadratura del círculo, volvió loco al público, literalmente. Si lo hubiesen tocado en los 70 se habría preparado una orgía en la pista. En serio. Estos tipos son muy grandes. Lástima que no exista grabación de ese tema, o en su web no lo encuentro; espero que aparezca en el LP. Se puede escuchar en un vídeo de unos de sus conciertos, en YouTube, aunque la calidad es pésima. No es lo mismo, no suena igual ni de lejos, pero uno se puede hacer una idea. Un consejo: si puedes, no te los pierdas en directo.

Menús diferentes

Aunque mis restaurantes favoritos son aquellos donde sirven comida española o se ciñen a la dieta mediterránea, muy de vez en cuando conviene acudir a restaurantes donde cocinen platos de otra parte del mundo y probarlos. No entiendo a la gente que se ajusta a lo de siempre en materia gastronómica, incluso aunque lo de siempre sea lo mejor. No entiendo al tipo que dice: “Yo jamás probaré la comida mejicana”. Poco a poco, uno va probando los menús típicos de la cocina griega, hindú, china, árabe, argentina, italiana, rusa, mejicana, noruega y lo que le echen.
El último restaurante en el que estuve era un sitio que se anunciaba así: “Comida noreuropea y vodkas de todo el mundo”. En lugar de pedir vino, escogimos unos vodkas de degustación, ya que el camarero nos dijo que era lo acostumbrado. Antes de servírnoslos le pregunté al tipo si un par de vodkas por persona era mucho y me dijo que sí, que igual hasta tenía que llamar un taxi para que nos fueran a buscar porque probablemente no podríamos ni andar después de la cena. Por si acaso, también pedí agua mineral. Aquel bellaco no mintió ni exageró (esto último había sospechado yo). Nos trajo unas copitas pequeñas con vodka, unos simples chupitos helados con sabores a naranja, canela y chocolate. Puedo decir que, al final de la cena y a pesar de lo que había comido, dos vodkas hicieron gran efecto. De tomar otro, quizá me habría caído redondo. De sabor, exquisitos, pero cada trago dejaba un reguero de fuego hasta el estómago. ¿Qué se come en un sitio de esa clase? Queso de cabra con albaricoque y canónigos, trucha y esturión y salmón ahumado, sushi nórdico, magret de pato, pollo asado con pistachos garrapiñados y cosas por el estilo. Les aseguro que el paladar sale contento. También me gustó la cocina rusa, que probamos una noche. Todo era ruso (la comida, la bebida, la decoración, el ambiente, la música), excepto los camareros, que no eran rusos ni tampoco lo parecían. Los camareros eran rudos y españoles, pero iban vestidos con camisas de cosacos, lo cual les confería una apariencia chocante: igual que si disfrazamos a Pajares y Esteso de hindúes e intentamos que cuelen. No funciona, claro. En aquel restaurante servían sangría blanca, que es similar a nuestra sangría, pero con vino blanco y pedazos de pepino, además de la fruta de rigor. Allí se puede probar el arenque, una exquisitez que nunca antes había comido, caviar de lujo, sopa de yogur, faisán con puré de castañas, setas con nata y huevo, blinis de ahumados o steak tartare. No todo lo que enumero en este artículo lo he probado. Un sitio habitual para ir a cenar es cualquier restaurante hindú. En estos locales he repetido, ya que es el establecimiento más típico en la zona en la que vivo. Lo malo de esta gastronomía y similares, como la griega o la árabe, es que uno sale con el estómago chamuscado. Cada plato lleva especias y picante. Y, a pesar de lo mucho que me gustan ambos, reconozco que es excesivo. Adoro la comida mejicana, pero siempre salgo de allí con la sensación de haber tragado una bala de cañón. Me asombra, en estos restaurantes, cómo utilizan alimentos que jamás se me hubiera ocurrido mezclar.
Conviene probar estos menús, al menos para saber qué comen en otros países. Pero no hay nada comparable a una cena casera y típica española, con alimentos cocinados a la lumbre y vino tinto de la provincia. Una cena casera en la tierra de uno, por ejemplo. Hace más o menos una semana nos invitaron a una de esas cenas en la casa que tienen los padres de un amigo en Madridanos. Vino, pan de pueblo, productos naturales y demás. Insuperable.

viernes, julio 06, 2007

Trailer de No Country For Old Men


Hace unas semanas salió el teaser trailer. Este es el trailer, desde luego más extenso, que aparece en la página oficial. Recordemos que la película de los hermanos Coen está basada en la estupenda novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos.

Trailer

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En una columna de opinión, una señora habla de curar un “cayo” [sic]. Si uno recurre al diccionario comprobará que cayo significa “Islote raso y arenoso muy común en el mar de las Antillas y en el golfo mexicano”. ¿Se puede curar un islote? Me temo que no. Y dado que la mujer mencionaba el nombre de un afamado podólogo, uno le recomendaría que leyese más o, en su defecto, usara el diccionario para otro fin distinto al de calzar la mesa coja.

Casper y otros maltratados

El nombre de Casper le sonará al lector por aquella película basada en una serie de animación: era un pequeño fantasma. Pero el Casper al que me refiero hoy no es un personaje de dibujos animados, sino un perro que se ha hecho desgraciadamente famoso en nuestro país. La última vez que estuve en Zamora, mientras tomábamos una copa en el Popanrol, una amiga nos dijo que había decidido llevar una dieta vegetariana por respeto a los animales. Luego nos habló de un documental que no he visto porque, lo confieso, aún no he reunido valor para ello. Y no sé si lo haré: soporto el gore y la violencia en las películas, pero me cuesta digerirlos en la vida real. Un documental en el que se habla de tortura y maltrato animal: zorros a los que despellejan vivos, perros a los que ahorcan, conejos a los que sacrifican por diversión, y lindezas por el estilo. Le pedí que, aunque no voy a renunciar a la carne de mi dieta, me mandase algo de información. Nos habló de Casper, un perrito al que curaron en la Clínica Veterinaria “Albéitar”, que está junto a la estación de autobuses de Zamora, y al que recogieron de una protectora de Palencia. Un perro al que algún salvaje había amputado las orejas, a lo bestia, y rapado media cabeza. Me envió un correo electrónico en el que incluía datos y un par de enlaces a los vídeos. De momento, me atreví a ver el de Casper. El problema de este tema, el del maltrato animal, es que, cuando uno lo saca a colación, siempre sale algún tipo diciendo que también hay guerras y niños a los que esclavizan y gente a la que pegan y matan. Por supuesto. Pero, ¿por qué esa manía de mezclar las cosas? Preocuparse por un niño que pasa hambre no impide preocuparse por un animal agredido. Me parecen temas distintos; y deben tratarse por separado.
Pero vayamos con ese vídeo, que pueden encontrar en el YouTube en dos partes y con el título de “Casper”. En el vídeo, perteneciente al programa “Las Mañanas de Cuatro”, aparece Gonzalo Miró, quien viaja hasta Zamora y entra en la clínica para ver al perro y entrevistar al veterinario, Eugenio Mora, y a su ayudante, Blanca Villamor, pues así se llama la amiga que me lo contó. Mora dice que el perro no tenía orejas, ni piel desde la nuca hasta los ojos. Diariamente le hacían curas. El animal sufrió una especie de trepanación en bruto, como si le arrancaran la cabellera. A uno, cuando ve las imágenes, se le cae el alma. Casper aparece con un vendaje amarillo que le tapa las heridas. Mientras se lo quitan y le curan, ni siquiera protesta. Ya dijo Francisco Umbral, sabio amante de mascotas, que “se necesita mucha humanidad para mirar como un perro”. La mirada de este chucho torturado, su mansedumbre, su agonía callada, nos demuestra lo cafres que somos los hombres y lo nobles que son ellos.
En el programa, Miró se propone buscar a una familia que adopte al perro. En el debate posterior interviene el psiquiatra forense José Cabrera, quien asegura que una persona capaz de torturar a un perro también puede torturar a un humano. Hay chavales que empiezan sacándole los ojos a un conejo y, años después, estrangulan mujeres. Si no lo creen, lean libros sobre asesinos en serie: en sus antecedentes suele haber maltrato animal. En el vídeo comentan otros casos, y las fotografías son espeluznantes: perros despellejados, con los testículos oprimidos por una cuerda, con hachazos en el lomo y burradas de esa índole. Hay gente de esta catadura ahí fuera. Si podemos hacer algo es denunciar estos casos. La causa: la falta de educación y de humanidad y las costumbres ancestrales. Lo más curioso (y esto no sale en el programa) es que quienes mejor tratan a una mascota suelen ser los yonquis, a quienes la sociedad repudia.

jueves, julio 05, 2007

Grindhouse: Fake Trailers

Como hemos insistido hasta la saciedad, la proyección de Grindhouse en España, además de estar cortada en dos, con dos estrenos separados (con más metraje, eso sí), no incluirá los trailers falsos que rodaron algunos colegas de Rodríguez y Tarantino. La foto de arriba pertenece a Machete, con el inmenso (en todos los sentidos) Danny Trejo, antiguo delincuente metido a actor, que sí se incluirá en el primer estreno.
Quien no quiera esperar al dvd puede verlos en el estupendo blog Tarantinospain. Y atentos, porque por ellos se pasean varios actores conocidos, en homenaje a los trailers de las películas malas de las sesiones de los cines de barrio (mi favorito es Machete, que pronto se convertirá en una película de bajo presupuesto estrenada sólo en dvd).
Para ver los trailers pincha el link directo: aquí.

Mañana, en Zaragoza

Próximamente: la única novela de John Ashbery

En Elipsis Ediciones
(Pincha en la foto para leer el texto)

La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth





Portada del libro, cartel de la película y dibujo sobre Roth.
Relacionado con el artículo de abajo, o en vínculo directo: aquí.

El santo bebedor

Durante el fin de semana anterior en Zamora me acompañé, fiel a la costumbre, de varios libros. Leí dos de ellos el sábado; y uno el domingo, antes del viaje: eran breves los tres, así que no piensen que soy un robot que lee a velocidad imposible, como aquel Número Cinco de “Cortocircuito”. La lectura de ninguno de ellos ocupaba más de una hora, u hora y media a lo sumo. Empecé con “La leyenda del santo bebedor”, de Joseph Roth. Lo leí al despertar el sábado. Tenía que estar durmiendo, porque me había ido a la cama a las seis y media de la mañana, pero la costumbre me obligó a abrir los ojos en torno a las once. No pude seguir durmiendo; me cuesta hacerlo de día. Así que alargué la mano y, metido entre las sábanas, abrí el ejemplar.
He dicho leí. Pero debo corregir: en realidad lo releí. Mi afición a esta historia, la de un “clochard” de París al que un hombre entrega doscientos francos para que se los lleve como donativo a la estatua de Santa Teresa, se remonta a finales de los años ochenta. Se estrenó un filme titulado así, “La leyenda del santo bebedor”. La dirigía Ermanno Olmi, director del que yo había visto “El árbol de los zuecos” a finales de los setenta: me subyugaron las imágenes y las vicisitudes de los campesinos. Aún no había cumplido diez años, lo cual indica que, ya por entonces, era rarito. La nueva película de Olmi la protagonizaba Rutger Hauer, un actor que me había entusiasmado en “Blade Runner” y en “Clave: Omega”, “Lady Halcón” y “Carretera al infierno”. Incluso estaba perfecto en cosas tan tristes como “Los señores del acero” y “Se busca: vivo o muerto”. Rememoro su estampa cautivadora en la adaptación del libro de Roth: gorra, ojeras, bigote rubio, rostro curtido por la intemperie, guardapolvo. Años después encontré el libro en la Biblioteca Pública de mi ciudad, probablemente en uno de esos merodeos que me daba entre los anaqueles, en busca de sorpresas y hallazgos. No me defraudó, sino todo lo contrario. Y la película era una buena adaptación, o así lo recuerdo ahora. Hauer brindó una de las mejores interpretaciones de su carrera. Por alguna extraña razón, la cinta de Olmi casi ha caído en el olvido. Una lástima.
Una de las ventajas de la relectura de un libro, de cualquier libro, es que el significado de la historia nunca es el mismo para nosotros. La relectura, si han pasado unos cuantos años, ofrece al lector matices nuevos y caminos antes inexplorados. “La leyenda del santo bebedor”, que es lectura compleja, aunque parezca fácil merced a su extensión y a su prosa sin escollos, me ha ofrecido esos nuevos caminos. Recordemos que el encuentro a orillas del Sena con el hombre que le da los francos para que los entregue a Santa Teresa es, para el protagonista, Andreas, un milagro. Él promete dar el dinero, pero siempre hay algo que se lo impide: un antiguo amor, un amigo que le saca pasta, un tipo al que convida, el deseo de darse una comida como Dios manda, las ganas de entrar en un cine. El alcohol (en especial la absenta) siempre está presente. Andreas se emborracha, gasta la suma, pero suele haber alguien que le da más: le ofrecen trabajos, recupera el dinero y, antes de entregarlo, lo gasta. O encuentra una cartera con dinero. Y, así, una y otra vez. Pequeños milagros. Por eso su deuda con la santa es mucho mayor que la contraída con el hombre del encargo. Para mí, en esta ocasión, Andreas es alguien que no puede librarse del lastre del pasado, ni de su atadura a la bebida. La clase de hombre al que le ocurre lo que nos pasa a todos a diario: nos hacemos una promesa que vamos aplazando día tras día. Pero no perdemos la esperanza de cumplirla. Y todo ello transcurre en la deliciosa ciudad de París.

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Lucidez. La que cada mañana aporta Braulio Llamero al frente del artículo diario en el periódico en el que colaboro. La lucidez de sus análisis mantiene una vía de oxígeno en mi caducada y conservadora ciudad. Lucidez admirable.

miércoles, julio 04, 2007

Esencia


Fotografías de Luis López (Asfoso)
Hotel Meliá Horus, en Zamora
Del 25 de junio al 19 de julio

Ola de frío, de Karmelo C. Iribarren

Me llegó este libro antes de lo que esperaba. Ola de frío contiene poemas tristes, sobre los solitarios y la liviandad de la vida, sobre cafés oscuros y calles donde salpica la lluvia o el viento levanta las hojas del otoño, sobre la gente marginada que sólo encuentra un hueco en los versos de algunos poetas, sobre esas chicas que con una mirada ya te lo han dicho todo, sobre madrugadas ásperas en hoteles silenciosos, sobre quedarse esperando a un taxi en la noche y sin un cigarrillo, sobre el amor a una mujer y a una hija. Pero, a pesar de esa tristeza que destila, esta Ola de frío abriga. Reconforta. Uno lee a Iribarren y se siente a gusto, sale fortalecido, como si uno mismo entrara en los cafés, paseara por su barrio, observara el correr de la vida y, con un encogimiento de hombros, supiera que lo cotidiano se resume en esos pequeños gestos. Deberíais leerlo. No suelo colgar poemas extensos, así que os dejo con uno breve:
UN DIA, HACE TIEMPO

Fue un día,
hace tiempo,
me sentí el hombre
más feliz
del mundo,

pero no duró
mucho,
alguien
se enteró.
[Nota: Blogger no me deja respetar los márgenes del poema: ese "alguien" debería quedar desplazado hacia la derecha]

Fotos de Planet Terror







Grindhouse

Grindhouse: Planet Terror

A la entrada del Cine Palafox, unos minutos antes del pase de prensa de “Planet Terror”, de Robert Rodríguez, tuvieron el detalle de regalarnos no sólo el dossier de información con el que suelen acompañar estas proyecciones, sino también la banda sonora que ha compuesto Rodríguez con la colaboración de Graeme Revell en algunos temas. Es un disco metido en una caja de cartón, sólo para uso promocional, en edición limitada. A un metro de donde me senté, al otro lado del pasillo, se sentaron dos minutos después el director Álex de la Iglesia y el crítico Carlos Boyero. Oí a De la Iglesia decir que estaba en pleno montaje de su nueva película, “Los crímenes de Oxford”, que acaba de rodar con Elijah Wood, Leonor Watling y John Hurt. Enseguida comenzó la proyección. Hace tiempo que es oficial: ni la película de Quentin Tarantino ni la de Robert Rodríguez irán precedidas en España de los trailers falsos que rodaron sus colegas Eli Roth, Rob Zombie y Edgar Wright para el montaje de “Grindhouse” en Estados Unidos. Habrá que esperar al dvd o verlos en el YouTube. Pero “Planet Terror” nos deja el consuelo de arrancar con el “fake trailer” de Rodríguez: “Machete”, protagonizado por el gran Danny Trejo y su rostro molido de cráteres haciendo un papel a lo Charles Bronson, y Cheech Marin en la piel de un cura guerrero. Reconozco que tengo especial predilección por Trejo, un ex presidiario metido a actor.
Si beso el suelo por donde pasa Tarantino, al menos en sus facetas de director y guionista, no me ocurre lo mismo con Rodríguez. Es un director cachondo, un gamberro al que le gustan los géneros y siempre los salpica de humor negro y situaciones completamente absurdas. A mi juicio, en su filmografía hay filmes olvidables (“The Faculty”, “El mariachi”, “Desperado”), filmes que no he querido ver (“Las aventuras de Sharkboy y Lavagirl”, la trilogía de “Spy Kids”, aunque las veré porque en ellas aparece Machete), filmes que me divierten mucho (“Abierto hasta el amanecer”, su segmento de “Four Rooms” y “El mexicano”, donde Johnny Depp se sale) y un peliculón (“Sin City”). Con Rodríguez nunca sabes qué va a pasar, si la película será un bodrio o será fantástica. Pero, en cualquier caso, siempre se lo pasa uno en grande.
“Planet Terror” es un homenaje apasionado a los cines de barrio y sus sesiones dobles. La copia está más maltratada que la de “Death Proof”, llegando a incluir el letrero del “Rollo perdido”, y son más abundantes las rayas, cortes y quemaduras. En su viaje a la serie B ha elegido subproductos italianos de zombies y las primeras cintas de John Carpenter (ya se refleja en la banda sonora, casi calcada a la de “1997: Rescate en Nueva York”). El reparto es curioso: estrellas (Bruce Willis, Tarantino), tías buenas (Rose McGowan, Stacy Ferguson, Marley Shelton), actores emergentes (Freddy Rodríguez, Naveen Andrews) y actores hundidos en la serie Z (Jeff Fahey, Michael Biehn y Josh Brolin, en guiño a “Los Goonies”). También el argumento es simple, con hombres acorralados por zombies y situaciones propias del cine basura: por ejemplo en una escena, cuando alrededor cunde el peligro, la trama se detiene y los protagonistas echan un polvo. Hay soldados, polis duros, un rebelde, una enfermera, un “mad doctor”, una go-go a la que le comen una pierna que luego sustituyen por una metralleta, algo inspirado en el brazo-sierra de Ash en “Terroríficamente muertos”. Están todos los elementos. Pero a Rodríguez se le ha ido un poco la pinza, y la película se queda en una sesión de palomitas descabellada y divertidísima. He aquí la diferencia: Tarantino cogió un género y lo mejoró con su talento; Rodríguez sólo lo ha copiado.

martes, julio 03, 2007

La solución final, de Michael Chabon

Considero esta novela corta (115 páginas) de Michael Chabon como un trabajo menor. Ojo, no estoy diciendo que sea mala o que no me haya gustado: simplemente que no es tan profunda como Chicos prodigiosos ni tan monumental y ambiciosa como la extensa Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay. Pero es que tampoco Chabon lo ha pretendido. Es un autor que sabe muy bien lo que quiere y siempre lo consigue. Aquí quería ofrecernos un pequeño divertimento, una breve historia de deducción, y para ello recurre al grandioso Sherlock Holmes, un Holmes de ochenta y nueve años, ya retirado, y al que en la novela llaman "el anciano".

El anciano se plantea el reto de la resolución de un caso: un hombre ha sido asesinado y a un niño judío y mudo le han robado el loro que le acompañaba. Un misterioso loro que canta en alemán y del que se sospecha que pueda saber las claves de los códigos del enemigo. Lo mejor: uno de los giros en los que Chabon nos introduce en la mente del loro. Su gran baza: a pesar de su brevedad, el escritor no abandona esa prosa cuidada al milímetro que le caracteriza. Ahora estoy deseando que se publique la traducción de The Yiddish Policemen's Union.

Ajos, cerámica y folklore

¿Qué es lo que le gusta a la gran mayoría de habitantes de Zamora? No es difícil: pasear desde la Avenida Príncipe de Asturias hasta la Catedral, pasando por Santa Clara, cita inexcusable en la que todos van a mirarse. Visto así, dos de los ejes que sostienen las celebraciones de San Pedro son la Feria del Ajo y la Feria de la Cerámica. La primera está en las Tres Cruces, o sea, cerca de la Avenida. Y la segunda en la Plaza Viriato, o sea, de camino hacia la Catedral. De modo que el personal se levanta, empieza el paseo por donde los comerciantes exponen los ajos, echa un vistazo, calibra el ambiente, pregunta por los precios y anota lo que va a comprar para volver a por ello al día siguiente. Desde allí, la tarde es propicia para tirar por la Avenida y enfilar por Santa Clara, con alguna parada de añadidura para reponer fuerzas en los bares de tapas, y luego curiosear entre la cerámica y la alfarería, donde los paseantes harán lo mismo que con los ajos: echarle un ojo a lo que pretenden comprar otro día; de momento preguntan, anotan y prosiguen el paseo hasta la Catedral, donde, si el tiempo acompaña, se pueden hacer fotos o tomar un helado. Lo sé porque lo veo y me lo cuentan y sé que mis familiares siguen esa rutina, y que incluso yo hice algo parecido cuando vivía allí. Y esas son, en general, las ferias. A ello sumamos el hecho de respirar el ambiente festivo, que no es mucho salvo en sábado, y acudir a algún concierto.
El fin de semana había exceso de gente en la ciudad. Muchos vinimos desde Madrid, y desde otras provincias, a pasar el viernes y el sábado. Pero no debemos confundir el mogollón de gente dando vueltas por la ciudad con la juerga y el ambiente festivo. Lo digo porque los políticos ven la calle llena y ya se creen que con eso han triunfado. Pero no es así. Saliendo por ahí se escuchan cosas. El programa de San Pedro no gusta mucho porque es siempre lo mismo; y estoy, sí, generalizando. Porque habrá lógicas excepciones. Habrá personas conformes. Ajos, cerámica y coches recorriendo la ciudad mientras sus conductores aporrean el claxon para que los veamos. Poco más. Pero no estoy criticando los ajos, la cerámica y los coches. Digo que deberían ampliarse los actos, que siempre es lo mismo, que uno empieza a hartarse y a aburrirse. Ya lo hemos visto con las peñas: organizaron una sentada ante el Ayuntamiento para reivindicar libertad en las actividades de San Pedro. Habrá alguien que me diga que el sábado, en los bares, no cabía un alfiler. Y le daré la razón; pero muchos sábados, cuando voy a Zamora, esos mismos garitos también están a reventar. Quiere decirse que algo habrá que hacer. Se necesitan ideas nuevas que atraigan a la juventud. A la gente natural de Madrid, León o Salamanca le gusta salir algún que otro fin de semana por nuestra ciudad. Imaginemos si el programa fuera más completo.
Recuerdo tiempos mejores. La cosa ha ido decayendo en los últimos años y, al final, tendremos únicamente los ajos y la cerámica, los toros y el folklore. Como esto siga así, no sé dónde iremos a parar. Unas fiestas construidas con un programa endeble y con los vecinos protestando por el ruido, pueden acabar convirtiéndose en unas fiestas silenciosas, sin ruido ni emociones. El domingo pasado, en “Cuarto milenio”, hablaron de “Los Sentidos del Crimen”, muestra que hubo en la ciudad. Se refirieron a Zamora como “una ciudad tranquila” y “probablemente la ciudad más tranquila de España”. Así nos ven, así somos. En el Ayuntamiento quieren comprimir las fiestas en una semana, en lo sucesivo. Parece una buena iniciativa. Dije “fiestas”, pero en realidad sólo son “ferias”, en acertada acepción de Braulio Llamero.

lunes, julio 02, 2007

Pase de prensa: Planet Terror



Mañana, martes, a las 10, en sesión matinal, es el turno del pase de prensa de Planet Terror, la última película de Robert Rodríguez que, en Estados Unidos, es la primera mitad de Grindhouse. No me gusta tanto Rodríguez como su colega Tarantino, pero seguro que pasamos un rato divertido.

Ravel, de Jean Echenoz

No me interesaba demasiado la figura de Maurice Ravel. Pero al final me decidí a leer este libro por dos razones: Echenoz citó, entre sus influencias para escribir esta especie de biografía con toques de ficción, los nombres de los grandes Marcel Schwob y Pierre Michon; además, el primer párrafo de Ravel engancha al lector, contándonos una anécdota minúscula, una escena cotidiana, la del músico abandonando una bañera de agua caliente.
Después, ya metido en la lectura, uno descubre que sí le incumbe la vida de Ravel: en apenas 125 páginas nos adentramos en los últimos diez años del artista, en los que compone su célebre Bolero, viaja por el mundo y empieza su decadencia mental. Es un hombre que vive solo y aburrido, al que se le caen los recuerdos de la memoria, al que los médicos no logran curar. Un hombre que ha compuesto un Bolero que nunca creyó que alcanzaría tal éxito.
Un crítico del Abc ha señalado algunos errores o descuidos, que achaca ora al autor ora al traductor. Yo también he visto algún descuido, como sucede en esta frase: ...sustituir por ejemplo el Cantábrico por la Mancha: las playas del Norte, dicen, son mucho más tonificantes. Lo cual no va en detrimento de las virtudes de este libro, que acaba interesándole a uno aunque no le interese el compositor; y esa es la grandeza de Echenoz.

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Una periodista redacta esta frase en un diario: “Se habría [sic] así un nuevo episodio, seguramente apasionante, de la historia municipal”. El subrayado y el paréntesis son míos. Sobran los comentarios. Me parecen superfluos tras un atentado de esta índole.

Yendo a comprar

Recientemente Anagrama publicó una nueva traducción de “A sangre fría”, de Truman Capote, a cargo de Jesús Zulaika. El libro costaba unos veinte euros. Como ya lo tengo y lo leí hace años, aunque en una edición rudimentaria de kiosco, no me lo compré. Pero estaba esperando a que saliese esta versión en bolsillo. Así me ahorro dinero y, sobre todo, espacio. Una mañana encontré en la página web de La Casa del Libro la ficha de ese libro en la edición barata. Me puse las botas y salí. Andaba con ganas de comprar también el último poemario de Karmelo C. Iribarren, un poeta que el verano pasado iluminó (aún más, si cabe) mis días plácidos y soleados en un pueblo de Sanabria, gracias a su antología “Seguro que esta historia te suena”. Esos eran, pues, los dos títulos que tenía en mente. Fui andando. Pero el edificio que me queda más cerca es El Corte Inglés; luego está la Fnac y, finalmente, La Casa del Libro. Pensé en entrar primero en El Corte Inglés. De camino hay un cajero. Cuando me acerco, en la pantalla pone “Cajero temporalmente fuera de servicio”. El siguiente cajero está más allá de la sucursal de libros de El Corte Inglés. Voy hacia allí.
En realidad no es un cajero; son dos. En ambos, el mismo mensaje: “Cajero temporalmente fuera de servicio”. Miro alrededor. Fnac está a un paso. Y dentro, en el piso subterráneo, junto a la sección de informática, telefonía e imagen y sonido, tienen un cajero automático. Entro en Fnac. Bajo por las escaleras mecánicas y, aleluya, el dispensador funciona. En la planta cuarta tienen “Ola de frío”, el de Iribarren, pero no está esa traducción en bolsillo de Capote. Ya metidos en faena, pienso, me acercaré hasta La Casa del Libro. Total, me queda a un paso. No cojo el de Iribarren porque no quiero que me pase lo habitual: comprar algo en Fnac y luego, al franquear los detectores de La Casa del Libro, que pite el sensor y me toque explicarle al vigilante de dónde vengo y qué traigo en la bolsa. Me voy, pues, con las manos vacías. Compraré allí el de Iribarren. Lo primero que hago es buscar el de Capote, en la sección de bolsillo. No está. Y sospecho que aún no ha salido a la venta, aunque en la web tengan la ficha. Me huelo que saldrá dentro de unas semanas.
Al pasar junto a las mesas de novedades se me van los ojos. Es habitual en mí. Empiezo a mirar por aquí y por allá. Cuando, de repente, tropiezo con una agradable sorpresa: “Cómo vive la otra mitad”, de Jacob A. Riis, recién editado y con fotografías. Es un reportaje sobre algunos barrios miserables de Nueva York, escrito hace muchos años. Me interesa. Pero antes subo a la sección de poesía. En Fnac vi varios ejemplares de “Ola de frío”, así que supongo que aquí habrá muchos más. Error. Paso un cuarto de hora husmeando en los anaqueles. Vencido, le pregunto a una chica. Busca en los estantes. No lo ve. Baja a comprobar la ficha en un ordenador. Se supone que debería haber un ejemplar. Regresa arriba. Rebusca en los anaqueles. Nada. Y, al final, me dice que puede pedírmelo. Sé que lo más fácil es decirle que no, volver a la Fnac y comprarlo allí. Sin embargo, me falta carácter cuando los dependientes de un comercio me preguntan si me piden un libro o una película o lo que sea. Vale, le digo. Anota mi nombre y mi teléfono. “¿Cuánto tardarán en recibirlo?” Ella responde: “De aquí a diez días”. Me muestro conforme, aunque no lo estoy. Cojo un ejemplar de “Cómo vive la otra mitad”, lo pago y me voy a casa. Fui a por Iribarren y Capote y regresé con Riis. Ahora me toca esperar unos días a que llegue “Ola de frío”. Me está bien empleado: por tonto y por falto de carácter.

domingo, julio 01, 2007

Fábulas para redimir la vida


He recomendado los libros de mi amigo Tomás Sánchez Santiago unas cuantas veces. El sábado, en mi tierra, compré el periódico y me encontré con una sorpresa: Calle Feria, la novela de Tomás, en el Babelia. Por fin. Y, además, con una buena crítica. Supongo que ahora empezarán a venderse más ejemplares, pero no digan que no les avisé hace tiempo. La foto y el texto son de El País, el autor de la crítica es Ángel L. Prieto de Paula:
Hasta hoy, Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) pasaba por ser un poeta importante de su generación, con libros tan estimables como En familia y El que desordena. Otros títulos suyos han pagado con la inadvertencia pública su determinación de no amoldarse, entiéndase en un sentido amplio, a los estantes de género que la taxonomía literaria tiene convenientemente rotulados; valga de ejemplo Para qué sirven los charcos, cuyas reflexiones, a redropelo de la inercia, se sostienen en una estambre narrativa que anunciaba al poderoso novelista que ahora se nos descubre.
Calle Feria es un bastidor de múltiples relatos arrebatadores, trufados de realidad o puramente fantásticos, desopilantes o líricos, con final feliz o desgraciado (y algunos sin final), que intercambian personajes, avanzan o retroceden en el tiempo, se rizan en bucles narrativos, generan brotes de los que nacen nuevas fabulaciones. Todo lo cual se desmadraría si no estuviera acotado en un pequeño espacio tan realista y mesocrático como mitológico: la calle de una ciudad modorrienta, epicentro de una España de claudicaciones que respira aire de cripta, muy de posguerra todavía, apenas pasado el cabo del medio siglo.
[Seguir leyendo: aquí]

Sus Satánicas Majestades (y 2)

Cuando, después de las primeras explosiones y fuegos artificiales, apareció Mick Jagger al borde del escenario, y lo tuve ahí, a unos pocos metros, me costó creer lo que estaba viendo. Mick Jagger en persona. Rock puro. Una leyenda viviente. Un mito. Un icono. Un dios diabólico. ¿Y qué decir de la banda? Los viejos temas de los sesenta y setenta con la calidad de equipos del nuevo siglo. Una maravilla. The Rolling Stones han estado tocando juntos y grabando discos durante décadas y la noche del jueves volvieron a demostrar en Madrid por qué son los mejores. No me lo esperaba, pero ofrecieron varios de sus más grandes clásicos, algunos de los cuales creí que no iban a tocar (soy pesimista): “Start Me Up” de apertura, “Monkey Man”, “Let’s Spend The Night Together”, “You Can’t Always Get What You Want”, “Honky Tonk Woman”, “Brown Sugar”, “Jumpin Jack Flash”, “It’s Only Rock and Roll”, “Satisfaction”, “Paint It Black” y, sí, en efecto, “Simpathy For The Devil”, una canción imprescindible cuya letra hace años aprendí de memoria y de la cual conservo aún unas cuantas estrofas. Una bomba. Allí estaban: Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts, acompañados de trompetistas, saxofonistas, coristas y demás músicos que estuvieron a la altura, en especial una cantante negra que parece haber heredado la poderosa voz de Aretha Franklin, y que nos dejó mudos. Los Stones nos enseñaron que el rock no es sinónimo de juventud. Estos tipos le dan vueltas a cualquiera. A su edad.
Si Jagger es un profesional, que suelta frases en español para pedir perdón al público por haber tardado tantos años en regresar, y por la faena que nos hicieron el año pasado, si es capaz de correr, bailar sin descanso, saltar de un lado a otro, agacharse, tontear con la corista negra en plan sexual, hacer reverencias y decirle al público que es maravilloso y se lo está pasando muy bien, otro cantar es Keith Richards. Cuando sale al escenario, a uno le da la impresión de que Richards no se quedó en la caída del cocotero, como han dicho en la prensa, sino que se quedó mucho más atrás, quizá en los setenta. Cuando toca la guitarra, parece que no está. Que está ausente. Pero toca de maravilla. Cantó dos temas y, en una de las ocasiones, al intentar arrodillarse ante Ron Wood, casi se cae de culo. A pesar de su lamentable aspecto físico (un rostro de muñeco guiñol, una barriga cervecera y movimientos pausados y medidos, como si estuviera a punto de desmayarse), es un hacha con la guitarra. Y no canta mal, como demuestra en el disco “Talk Is Cheap”. Creo que Richards ha asumido su personaje de tipo pasado de rosca y al que todo parece importarle un bledo. Controla más de lo que creemos. Ron Wood está más entero, más despierto, delgadísimo, pero se le ha puesto cara de yonqui. Watts aún conserva la presencia de un caballero maduro. Pero eso es en lo físico. Insisto en que, musicalmente, continúan siendo los más grandes. En una de las carreras de Jagger, atravesando el estadio por la pasarela central, pensé: “Si yo hago eso, me tendrían que ingresar”. Con sesenta tacos. Un monstruo. Toda una lección de profesionalidad y de talento. Una voz única.
Una de las sorpresas llegó cuando desplazaron una plataforma, con toda la banda dentro (salvo coristas y otros músicos), hasta el otro lado del estadio. Allí tocaron varios temas. Fue un gesto con el público que nunca había visto hacer a nadie. ¿Y qué decir del espectáculo visual? Fuegos artificiales, tracas, luces, nieblas, piras de fuego, pantallas, pasarelas, montaje de imágenes, una lengua gigante e hinchable, un sonido perfecto. Un directo inolvidable. Una fiesta de rock y sabiduría. Un clásico.

Sus Satánicas Majestades (1)

Tras años de espera y de cancelaciones por fin he conseguido ver el directo de la que, para mí, es la banda de rock más grande de todos los tiempos: The Rolling Stones. El show de un fibroso y eléctrico Mick Jagger y de su banda de abuelos, capaces de dar lecciones de baile, de vitalidad y de rock and roll a cualquiera que se les ponga por delante. Son rompedores. Es imposible recrear para el lector la suma de emociones de los asistentes y el espectáculo que el grupo montó el jueves en el Estadio Vicente Calderón, el mismo lugar donde vi por primera vez a los Guns N’ Roses, antes de su decadencia y disolución. Teníamos entradas para la pista y logramos ponernos a unos cuatro o cinco metros de la valla de protección, es decir, a un paso del escenario. Hicimos cola unas horas antes y entramos en la pista, donde habían formado un perímetro próximo al escenario y protegido por vallas y donde sólo cabía un determinado número de personas: contaban a la gente al franquear esa entrada. En la puerta me inspeccionaron la mochila, llena de bocadillos para toda la familia. El sol nos dio una paliza durante horas. Entre el público, gente de todas las edades y condiciones: parejas, jóvenes, hombres en sillas de ruedas, quinceañeras, abuelos, rockeros maduros, pandillas, padres e hijos. Lo cual demuestra que los Stones gustan a una amplia variedad de público. No vendían alcohol, lo cual uno agradeció mucho porque así la gente se comporta un poco mejor. El punto flaco de la organización fueron los servicios: habían colocado casetas de letrinas portátiles. Esas letrinas en las que todo cae a una especie de poza y ni siquiera puede tirarse de la cadena. Uno está ahí, orinando de pie, y observa, abajo, mierda flotando. Un asco absoluto. Una mina de microbios.
Abrieron el fuego Loquillo y Trogloditas, con la aparición inesperada de Sabino Méndez. Una media hora con algunos de sus mejores temas: “Todo el mundo ama a Isabel”, “El rompeolas”, “Feo, fuerte y formal”, etcétera. Loquillo es uno de esos pocos cantantes españoles que conecta con el estilo norteamericano de los crooner. No ha cambiado nada, sigue fiel a sus principios: traje negro, el mismo peinado, la sonrisa de granuja y una manera muy especial de caminar por el escenario. Sólo unos kilos de más. Sus canciones me devolvieron a los ochenta. Fue una apertura potente. Yo los había visto cuando era un mozo, en un concierto en mi tierra, en los tiempos en que aún llevaban buenas bandas a participar en las fiestas. Luego llegaron los Jet, a quienes ya había visto tocar en Madrid, con ese gran batería que parece salido de una película de guerreros con maza y espada, y unos acordes de guitarra que recuerdan a AC/DC. Jet lograron calentar aún más al público, aunque el volumen del micrófono del vocalista no estuvo a la altura de los instrumentos. Su directo duró alrededor de unos cuarenta minutos. Cuando se fueron, el escenario cambió por completo.
Una noche en la que tocan Loquillo, los Jet y los Stones es un lujo. Ni siquiera es necesario que la gente beba alcohol en estos espectáculos: la música de Jagger y Richards es un trueno que hace vibrar, que aún contiene la garra de sus inicios, a pesar de esa mala etapa musical que tuvieron en los ochenta. Jagger, allá arriba, es un dios viejo capaz de moverse como un chaval de quince años. Aún tiene el vientre plano, los brazos fibrosos, las piernas delgadas, la energía y el nervio de un rockero incansable e indestructible. Se mueve en los escenarios como cuando era joven. Su rebeldía tampoco ha cambiado mucho. A uno le parece que Jagger es el mismo, sólo que con muchísimas arrugas en la cara. Arrancaron con un clásico: “Start Me Up”.

viernes, junio 29, 2007

Estimado Sr. Bush, de Gabe Hudson


Gabe Hudson estuvo en la guerra del Golfo Pérsico, aunque nunca entró en combate. Los relatos del presente libro, muy polémico en EE.UU. por su actitud crítica y sarcástica, están basados en historias que vivió él y que le contaron sus compañeros.
Son 7 relatos y una magnífica novela corta, Notas desde un búnker de la Autopista 8, que ya tuvimos oportunidad de leer en uno de los dos volúmenes de la antología de McSweeney's. Casi todas las historias están protagonizadas por soldados que han perdido la chaveta de regreso al hogar, o que están afectados por las armas biológicas, o que tienen una visión en mitad de un combate y deciden desertar. Los mejores son los siguientes:
La curación en mi caso: tras la guerra, un joven vuelve a su barrio, pero ya no es el mismo por culpa del Síndrome del Golfo; se le ha caído el pelo, su visión de la realidad está distorsionada y se mete en líos con la pandilla local.
Travestido: es el testimonio de otro ex combatiente convencido de que el alma de su hija muerta lo ha ayudado a escapar de sus captores y luego se le ha metido dentro. Por eso se traviste cuando su mujer no está.
Estimado Sr. Bush: un hombre escribe una carta a George Bush padre, y le pide que ayude a volver a su esposa a casa. Le ha abandonado, dice, porque le ha salido una oreja en el torso.
Eso lo dijiste tú, no lo dije yo: a una anciana ciega le comunican que su hijo ha fallecido en combate y que llevaba una carta en un bolsillo. Pero nadie quiere leerle a ella esa misiva. Así que ofrece una recompensa para que alguien lo haga. En la carta, escrita por la novia del soldado, se encuentran todas las respuestas; incluso de su muerte.
Notas desde un búnker de la Autopista 8: un tipo tiene una visión de George Washington, así que carga a hombros a un compañero al que acaban de volarle un brazo y se refugia en un búnker abandonado por el enemigo. Allí habla de las cartas que su padre, veterano de Vietnam, le ha escrito para convencerle de no ir a luchar.