jueves, noviembre 14, 2024

El año pasado en Marienbad, de Hilario J. Rodríguez

 

Durante la proyección de esta película-sueño de Alain Resnais, El año pasado en Marienbad, tan admirada como denostada entre la cinefilia, uno nunca sabe dónde empieza el sueño y dónde la realidad, pero no sólo respecto a lo que ocurre en la pantalla y su historia ficticia, sino en la experiencia propia como espectador. He visto 2 o 3 veces esta obra onírica y enigmática y en todas ellas no sé si he llegado a dar un pestañazo para soñar durante 10 segundos o si el influjo de las imágenes se me ha metido tan adentro que he dudado de mí mismo y de mi percepción.

En este libro de pequeño formato, escrito para la colección Telemark de Providence Ediciones, en la que prestigiosos críticos y escritores analizan una película, cada uno a su manera, Hilario J. Rodríguez demuestra una vez más su valía y le saca todo el jugo posible al largometraje de Resnais.

Con el subtítulo “Recuerdos del futuro”, el autor divide en dos su estudio: en la primera mitad, durante alrededor de 100 páginas, nos ofrece el análisis del filme subdividido en forma de capítulos, como si fuese una novela corta, y en abundantes párrafos encontramos notas al pie que nos dirigen a la segunda mitad, que abarca más o menos otras 100 páginas, y en las que las Notas conforman el hueso de esta portentosa exploración literaria, artística y cinematográfica, mientras la primera mitad vendría a ser la carne. Para llegar al hueso hay que devorar primero la carne, pero en este caso es esencial que el lector alterne las dos mitades y lea cada nota a medida que avanza en los capítulos, y no la deje para después (como a veces hacemos en lecturas en las que las notas no acompañan al texto principal, sino que son meros apoyos). Aquí la primera mitad dialoga con la segunda, en un flujo continuo que va y viene, y me parece esencial que la lectura se haga así y no de otra manera.

Era complicado dedicar textos a una película sobre la que se ha escrito tanto, y sin embargo Hilario Rodríguez sale más que airoso del empeño: es un libro cuya lectura fascina, y da lo mismo si uno ama u odia la obra de Resnais porque estas páginas deparan abundante goce y van componiendo pasadizos e hilos conductores en los que encontramos citas y anécdotas de Sebald, Borges, Mark Harris, Vila-Matas, Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet, Bioy Casares… y, por supuesto, el director y el reparto de la cinta.

Lo más interesante, quizá, sea que su intención no es desentrañar los enigmas, sino proponernos otros nuevos. Hilario Rodríguez sabe que estamos ante una película tan resbaladiza como un pez vivo y por eso no relata los pormenores de su argumento (aunque tampoco es un filme con demasiada trama), sino que nos señala caminos poco transitados, detalles que se nos habían pasado por alto, felices bifurcaciones y atajos sorprendentes. Porque para él, como para muchos de nosotros, los cinéfilos, una buena película es inagotable y siempre será algo dinámico y viviente, un mecanismo que resucita en cada proyección, un proyecto en marcha para cada espectador, una maquinaria que no se detiene y que siempre concederá nuevas visiones y distintas alternativas (pensemos, por ejemplo, en la Zona de Geoff Dyer).
En la página 17 nos dice: Escribir sobre esta película no guarda relación con escribir crítica cinematográfica, escribir sobre ella consiste en aprender de nuevo a escribir, aprender a escribir al posible dictado de sus hipnóticas imágenes o al posible dictado de su hipnótica voice-over.


Hilario sabe que un escritor es un explorador y así se aventura en la cinta de Resnais y en el texto de Robbe-Grillet: un auténtico cinéfilo siempre buscará otras perspectivas porque no siempre nos sirven las que ha generado la crítica oficial. Que nadie piense que de una obra maestra ya está todo dicho porque no es cierto. Lo demuestra con estos “Recuerdos del futuro” que nos indican que, en efecto, hay cineastas que se adelantaron a su tiempo.



[Providence Ediciones]  




sábado, noviembre 09, 2024

Colgado en la tournefortia, de Charles Bukowski

 

mensaje

llevo horas sentado
en esta habitación,
tecleando y bebiendo
vino tinto.

creí que estaba
solo.
la puerta y la ventana
están cerradas.

una mosca enorme,
negra y horrible,
se ha posado
en el borde de la copa,

¿de dónde
ha salido?
tan en silencio, tan
inmóvil.

tal vez
la muerte
llegue igual.

**

evolucionamos

al principio parece que follar es la hostia,
luego es la conciencia social,
después los logros intelectuales,
y tras eso
algunos se entregan a la religión
y otros a las artes.
después llega la acumulación de dinero
y tras la acumulación de dinero
la fase en la que fingimos que
el dinero no importa.
luego es el turno de la salud y los pasatiempos,
los viajes y, por último, pasarse el día
pensando vagamente en cosas vagas,
echar raíces en los jardines,
odiar las moscas, el ruido, el mal tiempo, los caracoles,
la mala educación, los borrachos, fumar, follar,
cantar, bailar, los trepas,
el cartero y los hierbajos.

esperar a la muerte
pone de los nervios.



[Visor Libros. Traducción de Abel Debritto]

jueves, octubre 31, 2024

Películas que erizan la piel [Edición ampliada], de Vicente Muñoz Álvarez

 

La editorial Underdog Ventures acaba de estrenarse con la nueva edición (ampliada con 14 o 15 textos nuevos) de Películas que erizan la piel. Para mí es un libro muy importante. Lo leí hace años cuando salió en Canalla Ediciones y lo he releído ahora. Es uno de mis libros favoritos de los últimos tiempos porque en su repertorio hay muchísimas películas que no conocía y otras que no recordaba, en su gran mayoría de terror o suspense; y todas son obras que inquietan, bien porque su argumento es retorcido o porque sus personajes son siniestros.

No se me ocurre mejor idea para estos días de santos, muertos y terrores que comprarse este volumen, leerlo poco a poco y apuntar los títulos que uno no conozca y luego buscarlos en las plataformas (más de la mitad están disponibles en Filmin). En esta particularísima guía de horror e inquietudes Vicente nos descubre rarezas olvidadas, pelis menores pero de culto, incluso mediometrajes que ni siquiera se nos hubiera ocurrido ver. Hay una presencia notable de obras de los años 60 y 70 (los años de formación del autor), que no provienen sólo de Estados Unidos (como suele suceder en estos casos), sino de Italia, España o México. Vicente se ha visto 2.000 filmes, muchos de ellos infames, para extraer las 200 y pico pepitas de oro y plata que aquí nos muestra.

Algunos los conocemos porque son inevitables y necesarios en la selección (casos de Kubrick, Herzog, Cronenberg, Peckinpah…), pero están rodeados de sorpresas que las tendencias actuales han olvidado: títulos oscuros protagonizados por José Luis López Vázquez, reivindicaciones de Bryan Forbes y de Eugenio Martín y de James Watkins y de Eloy de la Iglesia…, propuestas recientes como las de Aislados, Cherry Tree Lane o el documental Los perversos rostros de Víctor Israel, clasicazos pequeños como la inglesa Plan siniestro o la mexicana El esqueleto de la señora Morales, el cine quizá menos conocido de Saura y de Eloy de la Iglesia y de Curtis Harrington…

Es un libro que me hubiera gustado escribir a mí. Vicente nos lleva por territorios oscuros y lo hace sin afán de sentar cátedra y dejando aparte los manierismos técnicos y los academicismos. A cada película le dedica unos pocos párrafos y nos da las pinceladas suficientes para que ansiemos descubrirla o revisarla. En el fondo es como si estuviéramos con él tomando cañas en una tasca de León y se pusiera a hablar de sus películas predilectas. Como esa deliciosa sección audiovisual del perfil de Instagram de Letterboxd (a la que soy adicto) en la que le preguntan a una estrella por sus Cuatro Películas Favoritas y a veces nos descubre joyas desconocidas, pero aquí se amplía a más de 200…

Desde mi primera lectura, en la que apunté, no sé, más de 100 títulos en la lista de películas pendientes, he visto ya unas cuantas y se lo agradezco al autor. A mi vez, las he ido recomendando por ahí. Este manual se sale de los márgenes y de lo establecido y un cinéfilo sólo puede celebrarlo leyendo y releyendo sus páginas.



[Underdog Ventures]

Glamourama, de Bret Easton Ellis

 

Glamourama es la narración en primera persona de un modelo descerebrado y aspirante a actor que no se entera de nada y se pasa los días entre drogas, estrellas, desfiles, chicas rompedoras, sesiones de fotos y conversaciones en las que siempre le dicen que le vieron en sitios en los que no recuerda haber estado.

He leído por ahí que la divertidísima Zoolander está en parte inspirada en esta novela y no me sorprendería. Lo gracioso del libro es que el protagonista es un lelo y un ignorante y está empanado, lo que provoca la hilaridad del lector cada poco.


Todo esto hace que la historia sea confusa y ambigua (algo deliberado por parte del escritor), pues como el narrador cuenta una historia en la que no tiene ni puta idea de lo que está pasando... nos transmite lo mismo a los lectores: no sabemos si está rodando una película interminable o si su mente desquiciada cree que vive en un rodaje. Esto funciona, además, como metáfora de la banalidad y la simpleza de esas personas a las que sólo les interesa su imagen y que acaban convirtiéndose en la nada más absoluta... pues una cabeza hueca no puede conducir a otra cosa que al vacío... por mucha fama y mucho dinero que su propietario maneje.


Y, por cierto, me parece admirable la manera en la que Bret Easton Ellis es capaz de nombrar a todo aquel que, a finales de los 90, estaba en la onda en el mundo del cine, la moda y la música. Ahí están todos.



[Ediciones B. Traducción de Camila Batlles Vinn]


viernes, octubre 18, 2024

Una mujer afortunada, de Polly Morland

 

El germen de este libro es una maravilla de azares: la escritora Polly Morland vaciaba la casa de sus padres cuando le llamó la atención un libro caído en la parte posterior de la biblioteca familiar: un ejemplar de Un hombre afortunado de John Berger. Después de leerlo indagó un poco hasta comprobar que la zona rural de la que hablaba el autor estaba cerca de donde vivía ella. Allí contactó con la doctora actual, que se encargaba del mismo puesto que el médico sobre el que Berger había escrito.
 
Acompañada también de un fotógrafo (Richard Baker), que emula las imágenes de Jean Mohr, se propuso repetir el ejercicio, esto es, seguir los pasos de la doctora para comprobar cuánto habían cambiado los paisajes, las personas y el ejercicio de la medicina en estos tiempos.

Su propuesta, entonces, habla de Berger, de aquel doctor, de esta médica y de los mismos paisajes, aunque algunas dolencias y enfermedades han cambiado. Su doctora tiene que tratar numerosos casos de ansiedad, depresión, tendencias suicidas y covid (el libro abarca el tema de la pandemia). Pero trata de hacerlo con los mismos materiales que aquel doctor de los 60: conociendo a los pacientes. Unos fragmentos:

Un paisaje no sabe quién construirá una vida entre sus pliegues y ondulaciones, quién caminará por sus senderos y respirará su aire.

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Encontré un libro que nadie había abierto en casi cincuenta años. Hacía media vida que se había caído detrás de la biblioteca de mis padres, pero jamás llegó a tocar el suelo, sino que, enganchado en un puntal metálico, colgaba en el aire, suspendido. Una edición antigua, en rústica, de
Un hombre afortunado, de John Berger, publicado por Penguin, todavía con el precio: cuarenta y cinco peniques de los nuevos o nueve chelines.

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Como era de esperar, Un hombre afortunado se desarrolla en el mismo valle, remoto y rural, que ha sido mi hogar en la última década. Es el relato de las seis semanas de 1966
que el crítico y escritor John Berger y el fotógrafo Jean Mohr dedicaron a documentar el trabajo del médico local.
Eso fue precisamente lo que hizo que se me parara el corazón, pues ése no sólo era mi hogar, mi valle, sino que también conocía a la doctora, la sucesora de aquél, la mujer que hoy atiende a los habitantes de este lugar. Sabía que las dos éramos más o menos de la misma edad, casi la misma del ejemplar que tenía en las manos. Sabía que la doctora llevaba veinte años repartiendo su tiempo entre los dos consultorios gemelos que hay en sendas vertientes del valle. Sabía que la gente confiaba en ella y que ella amaba su trabajo, que rara vez se tomaba un día libre. Sabía que los pacientes comentaban lo inusual que es hoy en día contar con un médico de familia como ella, casi un vestigio del pasado. Tal vez fuera una mujer afortunada, como su predecesor, pero a continuación pensé: “Dios mío, menuda época para ser médico”.



[Errata Naturae. Traducción de Vanesa García Cazorla]

Un hombre afortunado, de John Berger

 

[…] la enfermedad es con frecuencia una forma de expresión, más que una rendición del cuerpo a las contingencias naturales.

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La conciencia de la enfermedad es una parte del precio que primero pagó el hombre, y que sigue pagando a cambio de poder ser consciente de su propia identidad. Esta conciencia de la enfermedad aumenta el dolor o la incapacidad. Pero la conciencia de la propia identidad de la que es resultado es un fenómeno social, y con ella surge la posibilidad de tratamiento, la posibilidad de la medicina.

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A veces sucede algo similar con la muerte. El médico está familiarizado con ella. Cuando vamos o llamamos al médico, le pedimos que nos cure y que alivie nuestra dolencia, pero si no nos puede curar, también le pedimos que sea testigo de nuestra muerte. Su valor como testigo radica en que ha visto morir a muchos otros.

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El médico se convierte en el intermediario vivo entre nosotros y la multitud de los muertos.

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La enfermedad separa y fomenta una forma distorsionada y fragmentada de la identidad.

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¿Qué significa la palabra “depresión” para alguien que está deprimido? No es más que un eco de su propia voz.

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La angustia no siempre va acompañada del llanto. Puede estar contenida, y con mayor amargura, en el odio, en la venganza o en esa manera medio burlona de anticipar la crueldad con la que los desesperados aguardan a veces su propia destrucción. Pero toda angustia, al margen de su causa, ya sea ésta racional o neurótica, devuelve al que la sufre a una infancia que aumenta su desesperación.

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La irreversibilidad del tiempo es algo de lo que los niños pequeños son plenamente conscientes, aunque el concepto no signifique nada para ellos. Viven con esa irreversibilidad. En la infancia no se dan esas repeticiones inevitables. “Lunes, martes, miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926” representa la antítesis de la experiencia infantil. Nada se repite, lo que, por cierto, constituye una de las razones de que los niños pregunten insistentemente si ciertas cosas van a volver a pasar.

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Una de las fantasías más generalizadas entre los adultos es creer que hay segundas oportunidades. Los niños, a no ser que los adultos los convenzan o los sobornen, saben que no existen. La forma en la que necesariamente se enfrentan a la experiencia imposibilita que puedan considerar esa idea.

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Cuando estamos angustiados, volvemos a la primera infancia porque es en ese periodo de la vida cuando aprendimos a sufrir la experiencia de la pérdida total.

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Lo único que sé es que la sociedad actual desaprovecha y, al hacer prevalecer la hipocresía, vacía la mayoría de las vidas que no destruye; y también que, en los términos de esta sociedad, un médico que no se limita a vender curas, ya sea directamente a sus pacientes o a través de los servicios estatales, es inestimable.



[Alfaguara. Traducción de Pilar Vázquez]