"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
viernes, junio 21, 2024
Después de Claude, de Iris Owens
Iris Owens es un “descubrimiento” fabuloso. Entrecomillo porque aquí no la conocíamos y ella murió en 2008 y este libro es de los años 70. Lo primero que me sorprendió, porque lo ignoraba, es que fue amante de Alexander Trocchi (el famoso escritor yonqui que publicó El libro de Caín y La insurrección invisible de un millón de mentes).
Owens escribió esta novela con ese pulso ácido, lleno de observaciones con sorna y mala leche, que podemos encontrar también en Dorothy Parker, Nora Ephron o Fran Lebowitz… pero yo juraría, puede ser que porque tengo recienta la lectura, que Iris Owens es más cañera que ellas. La novela que nos ocupa no es un libro de trama o argumento, es más bien una historia sobre personajes, casi como una obra de teatro que transcurre en apenas dos o tres habitaciones. A la protagonista, Harriet, la abandona su novio francés, harto de ella y de sus suspicacias y de sus observaciones brutales. Mejor dicho: la invita a irse de su piso. Veremos también a Harriet hablar con una vecina y con una amiga. No traga a ninguna de ellas. En realidad tampoco a su novio. Pero se niega a ser abandonada, quizá por el miedo a la soledad. También asistirá a una cena en parejas en la que detesta a los comensales. Casi en cada línea, y por supuesto en cada réplica, la narradora las mete dobladas. Juro que os reiréis.
Hacia la mitad de la novela se traslada al Hotel Chelsea, donde el libro da un vuelco porque conoce a unos cuantos hippies (o algo parecido) cuyo segundo líder (el otro permanece en un refugio, como un Charles Manson en la sombra) tiene el magnetismo suficiente para engatusarla, igual que ha hecho con otras jóvenes que parecen formar parte de una secta. Repito: un gran descubrimiento.
[Muñeca Infinita. Traducción de Regina López Muñoz]
martes, junio 18, 2024
A veces te sientes tan solo que tiene sentido, de Charles Bukowski
atravesar el infierno en coche
la gente está muy cansada, infeliz y frustrada, la gente está
amargada y vengativa, la gente está temerosa y engañada, la
gente está furiosa y sin ingenio
y yo conduzco entre ellos en la autopista y proyectan
lo que queda de ellos en su manera de conducir
–unos más odiosos, más malogrados que otros–
a algunos no les gusta que les adelanten, otros intentan
evitar que los demás
adelanten
–unos intentan bloquear los cambios de carril
–otros detestan los coches de un modelo más nuevo, más caro
–otros en estos coches detestan los coches más viejos.
la autopista es un circo de emociones baratas y mezquinas, es
la humanidad en movimiento, la mayoría procedente de
algún lugar
odioso y camino de algún otro que odian tanto o
más.
las autopistas son una lección de en qué nos hemos
convertido y
la mayoría de los accidentes y muertes son la colisión
de seres incompletos, de vidas lastimosas y
desquiciadas.
cuando conduzco por autopistas veo el alma de la
humanidad de
mi ciudad y es fea, fea, fea: los vivos han
estrangulado el
corazón.
**
huida
lo mejor era
bajar las
persianas
sofocar el timbre
con trapos
meter el teléfono
en el
frigorífico
y meterme en la cama
3 o 4
días.
y lo mejor
aparte de eso
era que
nadie me
echaba nunca
de menos.
[Visor Libros. Traducción de Eduardo Iriarte]
miércoles, junio 12, 2024
Charles Bukowski. Un disparo en la oscuridad, de Carlos Mármol
“Bukowski solo escribe un poema: la vida es una mierda. Pero todos admiten que lo escribe más poderosamente que nadie”. Desinhibida y exacta, esta frase de Don Strachan, reportero de Los Angeles Free Press, un diario underground californiano, presentaba hace medio siglo a sus lectores (gente sin coche que cogía el autobús en una ciudad atravesada por autovías) a un cincuentón con apellido alemán, herencia de un vago origen inmigrante, que decía ser escritor. El tipo había publicado algunos poemas, pasto de una tribu secreta, la mayoría en sencillos chapbooks, y cuentos en revistas de escasísima difusión y dudoso prestigio.
**
Practicó la escritura como si fuera una mística, aunque su catecismo personal, su libro secreto de oraciones, nos hable de convicciones muy diferentes a las de cualquier religión estricta. Su mensaje: la belleza tiene su origen en la experiencia (ecuménica) de la vulgaridad. La trascendencia comienza en un callejón lleno de cubos de basura. La literatura de Bukowski es una grandiosa epopeya prosaica: el antihéroe se enfrenta en ella de forma agónica a un destino que frustra su vocación. Lucha para poder ser. ¿Triunfa? No importa en exceso. Lo trascendente es que libra su propia batalla. Y esta guerra es una vía de redención. La justificación de su existencia.
[Athenaica Ediciones]
viernes, junio 07, 2024
La vida secreta de Roberto Bolaño, de Montero Glez
En las dos últimas entregas de la saga de Mad Max aparecen unos soldados fanáticos de Immortan Joe que se inmolan a las primeras de cambio para derrotar al enemigo y, de paso, viajar al Valhalla: suelen lanzarse en plan kamikaze y con lanzas explosivas, en un salto de ángel que propicia el caos y la destrucción. Desde que leo su obra (y desde que lo conozco en persona, años ha) tengo la impresión de que Montero Glez suele lanzarse así a la literatura. Lo hacen unos pocos, o lo hacían antes de que se los tragara la muerte (ahí estuvo David González): se tiran en plancha y sin paracaídas.
Si alguien cree que Montero se ha doblegado a los jeques de lo literario es que ha leído mal el libro: o no lo ha leído, algo frecuente en un país en el que se opina de novelas sin abrirlas. A lo largo de cinco relatos interconectados, el autor de Sed de champán y Manteca colorá se involucra en la metaliteratura, sí, pero no sólo para demostrarnos su dominio de la misma, sino para dinamitarla desde dentro. En ese juego se mezclan escritores y pintores reales (Chukri, Barceló, Ceesepe, Bolaño, Burroughs, etc) que pasan a la ficción y personajes ficticios (ese narrador llamado Arturo B.) que parecen reales, amistades inventadas y conspiraciones de unos cuantos escritores verdaderos.
Montero la revienta, la hace estallar porque toma el habitual juego literario de Cercas, Bolaño y Vila-Matas y lo mueve un paso más allá, de tal forma que en la última de las historias nos cuenta que las obras de Bolaño en realidad fueron escritas por sus amigos, los escritores de la conspiración. Algunos de ellos salen un poco malparados, con especial hincapié en Javier Marías. No quiere decir que uno, como lector, comulgue con todas las opiniones del narrador, pero sí que consigue divertirse y disfrutar de lo que cuenta, con esas frases que a veces arden en el párrafo y esa certeza de que su autor es uno de los escritores más lúcidos y valientes de la actualidad. Ésta, al menos, es mi lectura. Unos fragmentos:
Juan Marsé siempre fue para mí un amigo, uno de esos tipos que muestran la solidaridad campechana de la gente de barrio. Crecí leyendo sus novelas que pasaban de mano en mano. Iban desde el quiosco hasta las noches de insomnio plagadas de aventis; noches atropelladas de historias donde la realidad se hacía más llevadera por boca de aquellos niños crudos de posguerra; chavales que contaban mentiras tan certeras como el hambre.
**
Nunca había estado tan cerca de la verdad como aquella noche en la que conocí al Agujetas. Ocurrió hace muchos años, cuando yo vivía en Madrid y las calles reflejaban la hora de la luz de finales de los ochenta.
Por entonces, los maniquíes me sonreían tras los escaparates de la noche, y yo sentía a cada instante la necesidad imperiosa de labrarme un pasado. Con arreglo a algo tan práctico, me había puesto el disfraz que todo escritor necesita para convertirse en personaje y dirigía mis pasos al centro, a una callejuela estrecha del barrio de Lavapiés donde la muerte se cantaba con sabor a sangre en la boca.
**
Porque la metáfora es el átomo que mueve el mundo de cualquier novela.
[Navona Editorial]
martes, junio 04, 2024
A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana, de Fran G. Matute
Hay personas más grandes que la vida y una de ellas fue Francisco Rivas, con cuyo nombre había topado varias veces pero sin tener una idea concreta de su figura. El pasado 1 de junio se cumplieron 16 años de su muerte y yo acababa de terminar este ensayo. Lo que ha hecho Fran Matute aquí es el mejor homenaje posible a un hombre cuyas agitaciones culturales estaban algo olvidadas: condensar su vida y su obra en una misiva que abarca apenas 100 páginas. Conseguir que sepamos quién era Quico Rivas, qué cosas hizo, a quiénes conoció. Incluso que lo apreciemos, gracias al cariño que muestra el narrador y también gracias a los poemas y breves fragmentos que Fran rescata en esta semblanza en la que un hombre que estaba muerto revive entre líneas. Dos fragmentos:
Creo, querido Quico, que ya es hora de que se diga. Tú fuiste uno de los principales “creadores” de la Movida (la mayúscula es importante) madrileña, hoy tan vilipendiada por algunos, que la tachan de frívola, de revolución burguesa, y no sé cuántas tonterías más. El problema, asumo, son las etiquetas y el uso que luego se ha hecho de ellas. El Madrid que te tocó protagonizar, desde mediados de los 70 hasta finales de los 80, fue sin duda un Madrid excitante en el que una serie de pintores, músicos, poetas, diseñadores y fotógrafos, marginales en la mayoría de los casos, consiguió por primera vez encontrar un altavoz para poder dar a conocer su obra. Y quien sujetó muchas veces ese altavoz fuiste tú, no lo puedes negar.
**
Todo el mundo parecía estar sentando cabeza menos tú, que seguías enzarzado con el tema de las cárceles y viviendo en el pasado con los fantasmas de Madrid, dos grandes proyectos que te hubieran dado gloria, sin duda, pero que se quedaron en el tintero, eso sí, por motivos muy distintos: el primero porque no salió adelante y el segundo porque no te dio tiempo a verlo terminado. Quedaba poco tiempo, querido Quico, pero todavía no sabías cuánto.
[Athenaica Ediciones]