martes, abril 23, 2024

El ruido de las llaves, de Philippe Claudel

 

Durante unos años, más o menos en la treintena, Philippe Claudel fue profesor en una prisión preventiva. Allí impartió talleres a los reclusos. Todo ese tiempo le ayudó a hacerse una idea de lo que la cárcel significa tanto para los presos como para los vigilantes. Al terminar, escribió este libro de párrafos sueltos y cortos que funcionan como vistazos o escenas de aquello que vio y escuchó, aunque él mismo se reprocha al final que jamás durmió entre sus barrotes: “En realidad, no sé si se puede hablar de la cárcel si nunca se ha dormido en ella”. Su testimonio, construido mediante estas pequeñas píldoras, es ejemplar. Ahí van unas muestras:   

La cárcel tenía un olor, compuesto por una mezcla de sudores cocinados a fuego lento, por el aliento de cientos de hombres, hacinados, que solo tenían derecho a ducharse una o dos veces por semana. También olía a comida, en la que dominaba el ajo, el tocino frito y la col. Comida fría que llegaba hasta las celdas en carritos de aluminio empujados por reclusos apodados las fiambreras.

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Aquel joven estudiante que había matado a martillazos a su madre, que era maestra, antes de intentar comer su cerebro con la ayuda de una cucharilla de postre, y que solo estuvo encarcelado dos semanas, aullando y vomitando sin parar en su celda. Fue trasladado a un hospital psiquiátrico.
A menudo la cárcel es un punto de inflexión en el destino, una encrucijada decisiva.

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La prisión se parecía a una fábrica. Una gran fábrica que no fabricaba nada, solo tiempo consumido, triturado, aniquilado, vidas reprimidas y movimientos limitados. Los reclusos parecían extraños obreros, sin máquinas, sin macutos, pero que obedecían horarios, directrices, consignas. A veces, los guardias actuaban como capataces.

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Hay muchas mentiras en la cárcel, pero son menos graves que en otra parte porque son necesarias. Se miente para existir un poco más, y se miente para continuar soportándose. Los verdaderos crímenes se vuelven pesadillas, y entonces todo parece una historia inventada. A este precio sí que se puede sobrevivir. Para soportar la prisión, es necesario convertirse en otra persona.

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Había muchos funcionarios de prisiones, mujeres y hombres, que se quejaban de estar enfermos, de no poder más, de estar deprimidos, “en el fondo del pozo”, que querían parar, que se volvían locos, que salían de una baja para volver a cogerla, que tenían los ojos rojos o vacíos, los rostros deteriorados, perdidos, agotados, en los que las vueltas de la llave de las cerraduras tenían el peso de la pena de muerte.



[Bunker Books. Traducción de Mercedes Pacheco]

viernes, abril 19, 2024

En curso. El final del diario, de Sarah Manguso

 

 

Vivir soñando con el futuro se considera un defecto de carácter. Vivir en el pasado, sumergido en la nostalgia, también se considera un defecto de carácter. Vivir en el momento presente se aclama como algo espiritualmente admirable, pero ignorar de verdad las lecciones de la historia o no conseguir planear el mañana se consideran defectos de carácter.

Necesitaba registrar el momento presente antes de poder empezar el siguiente, pero quería saber cómo habitar el tiempo de manera que no fuese un defecto de carácter.

Recuerda las lecciones del pasado. Imagina las posibilidades del futuro. Y atiende el presente, la única parte del tiempo que no requiere que uses la memoria. ¶

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Cuando tenía doce años, me di cuenta de que las fotografías me estaban echando a perder los recuerdos. Examinaba las fotos de una celebración y me iba olvidando de todo lo que había pasado entre las aperturas del disparador. No podía soportar tanto recuerdo perdido y no quería observar mi vida a través de un visor, así que dejé de hacer fotos. Todas las instantáneas de mi vida de los siguientes veinte años las hizo otra persona. No hay muchas, pero hay suficientes. ¶

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Entonces me convertí en madre. Empecé a habitar el tiempo de manera distinta. Tenía algo que ver con la mortalidad. Seguí escribiendo el diario, pero mi ansiedad por los recuerdos perdidos empezó a calmarse. ¶

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Mi cuerpo y mi vida se convirtieron en el paisaje de la vida de mi hijo. Ya no soy solo una cosa viviente en el mundo: soy un mundo. ¶

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Decidí que la única manera de presentarles a los lectores un documento que no se había escrito para ellos era o incluirlo todo intacto –lo que habría requerido ocho mil páginas adicionales– o no incluir nada.



[Alpha Decay. Traducción de Inma Pérez Parra]


lunes, abril 15, 2024

Dos o tres cosas que tengo claras, de Dorothy Allison

 

Dorothy Allison, popular por Bastarda, hace aquí un recorrido por las mujeres de su familia (y ella misma): tías duras, consideradas feas y ásperas, que han salido adelante con tesón y mucha fuerza y resistencia ante abusos y violaciones. La autora incluye varias imágenes de infancia y juventud. Es un libro breve, que se lee en dos sentadas y deja huella. Las frases de Allison a menudo cortan, no se anda con eufemismos. Aquí van el inicio y dos fragmentos más:

“Voy a contaros una historia”, les susurraba a mis hermanas cuando nos escondíamos detrás de las colinas de tierra rojiza donde se cultivaban frijoles e hileras y más hileras de fresas. Sus caras eran flacas, afiladas, de pómulos altos y ojos inquietos, como la de mi madre, como la de mi tía Dot, como la mía. Aldeanas, es lo que somos y lo que siempre hemos sido. Nos llaman también “vulgo”, “cochambre”, “clase trabajadora”, “pobres”, “proletas”, “chusma”, “escoria” y “gentuza”. De todo ello, de todas nosotras, soy capaz de inventar una historia. Conseguir que sea bonita o triste, hilarante o turbadora. Revestirla de leyenda, de cierta aura, de romanticismo.

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El olor del sitio donde nací –Greenville, en Carolina del Sur– no se parece al de ningún otro lugar donde yo haya estado. Hierba húmeda recién cortada, manzanas verdes partidas en dos, mierda de bebé y botellines de cerveza, maquillaje barato y aceite de motor. Todo maduro, todo en proceso de descomposición. Perros de caza que se me abalanzaban a las pantorrillas. Gente que gritaba a lo lejos; grillos que estallaban en mis oídos. Era un paraje espléndido, lo juro, el lugar más hermoso donde yo haya estado. Hermoso y terrible. El paisaje de mis sueños y también el de mis pesadillas: cielo impoluto azul y rosa, tierra rojiza, arcilla blanca, y ese verdor interminable: kilómetros y kilómetros de sauces y cornejos y abetos.

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Mi familia acumula un largo historial de muerte y asesinato, duelo y negación, rabia y fealdad; en especial, las mujeres.
Las mujeres de mi familia eran circunspectas, varoniles, asexuadas, portadoras de bebés, lastres y desprecio. ¿Mi familia? ¿Las mujeres de mi familia? Somos las que salen en todas las fotos de catástrofes mineras, riadas e incendios. Somos las que salen al fondo, con la mandíbula desencajada, vestidos estampados y petos y batas sin cuello, feas, viejas y exhaustas. Recias, imperturbables, máquinas de parir hijos, anchas de caderas. Todas éramos anchas de caderas, estábamos predestinadas. Caras de pan y, por tanto, idiotas. Manos grandes, de bestias de carga, cabello sin lustre y ojos cansados, hojeando revistas llenas de mujeres tan distintas de nosotras que bien podrían haber sido de otra especie.  
 


[Errata Naturae. Traducción de Regina López Muñoz]

viernes, abril 12, 2024

El que menos sabe, de Tomás Sánchez Santiago

 

 

DÍA POR DÍA

Uno tras otro. Faros. Mansedumbre
de coches. Bajan a la ciudad cada mañana
a someterse a un ruido sucio de relojes
y al súbito sabor de los abusos
en la rapacidad de los contratos.
Tú ya estabas ahí, los esperabas
despierto y alentando en lo oscuro, registrando
el latido del alba, los crujidos primeros
del mundo, que parece no conmover nada
a esa fila de ruedas sigilosas
manejadas por quienes vienen del sueño y sus relámpagos
y van a entrar así,
día por día,
en la luz laboral de otra mañana,
entre canciones desencadenadas
para apagar el peso de invisibles martillos oscuros,
achuchones en el alma que logran infligir
horarios extendidos y vigilancias ásperas.

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SITIOS DONDE CABE TU CORAZÓN

En las esquinas rotas de las uñas.
En esas pequeñas dunas que hacen los pliegues vivos
de las orejas.
En el filo de las monedas despreciadas sobre los mostradores.
En el ojo solar de los imperdibles
y en el último sorbo que pone el atardecer
sobre una copa más de vino.
Entre las lágrimas de los desposeídos de Lesbos
y estirado sobre la lengua inapropiada de los niños.
Bajo las minas de lapiceros que no saben de números
y ajustado a la piel de las frutas cesadas.
En todo caso cabe él. Ahí lo veo
con la voz de plata y la seda sin trampa de su nombre.
Ni siquiera la nieve será tan menuda
cuando caiga con su sigilo blanco
sobre todas las cabezas del invierno.

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(29, junio)

Últimas apariciones aún salen a recibirme si entro solo, ya de noche, tanteando por entre una geografía desvitalizada. Flores de plástico, tarros mediados de sustancias con la ferocidad de lo que caducó en silencio, el historial médico de tus anomalías resueltas en nombres afilados con fervor clínico… Eso es lo que va quedando ya, como quedan los sedimentos resecos en el fondo de un plato abandonado. Es el olor de las terminaciones. Entro en la casa ahora y una química turbada flota sobre la mariposa de tu nombre, aún caliente.



[Eolas Ediciones]

miércoles, abril 10, 2024

Verdigrís, de Michele Mari

 

De Michele Mari leí un libro hace unos cuantos años: Rojo Floyd, un homenaje muy enriquecedor a la banda Pink Floyd. Verdigrís, que se acaba de traducir y publicar en Muñeca Infinita, es algo totalmente distinto. Se trata de una novela en la que el lenguaje y los dobles sentidos juegan papeles fundamentales, tanto que es así que imagino que su traductor, Carlos Gumpert, habrá sudado tinta para lograr el efecto final.

Me explico: en la novela hay dos protagonistas, Michelino, el muchacho que cuenta la historia y que vive en la casa de campo de sus abuelos, y un sirviente ya mayor, Felice, que está perdiendo la memoria a pasos agigantados. Michelino intuye que Felice guarda en la memoria, ahora casi inaccesibles, los secretos de la casa, en la que van apareciendo cosas insólitas (cadáveres con uniforme de soldado, extrañas babosas que comen carne, botellas guardadas en la bodega que quizá no contengan vino…). Pero Felice habla cada vez peor, comiéndose letras en cada palabra, lo que dificulta un poco la tarea del lector, que debe hacer un esfuerzo y completar los huecos de cada palabra como si estuviera ante un juego. Lo mejor es que Felice a menudo ensarta palabrotas y frases apartadas de lo políticamente correcto y esa variante humorística le viene muy bien al libro. Ejemplo: “¡Avellán de mis güevos! Da elt virdigrí mí pue, pero ¿y despós? ¿Cuand mí va a cas?”.  

A partir de ahí, Michelino tiene que arreglárselas mediante juegos y resortes para activar su memoria y que este hombre raro y misterioso vaya soltando los tesoros que guarda en la cabeza, en los que no faltan ciertos episodios relacionados con los nacionalismos. La novela adquiere así múltiples connotaciones sobre el pasado, el nazismo, etc. Pero para mí lo más importante es el tema de cómo un ser humano va perdiendo la memoria y llenando su cabeza de vacíos… Es algo aterrador, sin duda. Aquí va un fragmento de la narración de Michelino:

Los meses siguientes infligieron una aceleración aterradora a la tara de Felice. No tardó en llegar el punto en el que no pasaba un día sin un nuevo vacío mental: era como si el mundo fuera empequeñeciéndose poco a poco para él, perdiendo sus pedazos, pedazos que eran cosas, que eran palabras, que eran lugares, que eran recuerdos. A veces sabía de qué se hablaba, pero no era capaz de acordarse del nombre: así la lechuga pasó a ser la ensalada tierna, la achicoria la ensalada amarga y el usillo la más amarga aún. A veces retenía el nombre como si fuera un flatus vocis sin sentido, y me preguntaba qué era una azada, qué significaba ese “cagoenlaputa” que se le formaba continuamente en la boca.  



[Muñeca Infinita. Traducción de Carlos Gumpert]  

sábado, abril 06, 2024

Dune [Edición ilustrada], de Frank Herbert

 

Cuando estaba a punto de estrenarse la primera parte de Dune (Denis Villeneuve), volví a releer la novela original de Frank Herbert, pero esta vez con la traducción revisada por David Tejera y una edición de lujo (la que yo leí en mi adolescencia era de bolsillo y hoy necesitaría una lupa para ver las letras), en tapa dura, formato grande y con varias ilustraciones de Sam Weber. Copié varias citas pero, por algún motivo, se me olvidó subirlas al blog. Espero que, leídas así, estimulen a leer el libro a quienes aún no lo hayan hecho:

Recordó las palabras de la Letanía contra el miedo del ritual Bene Gesserit, tal como su madre se las había enseñado: “No conoceréis el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Solo estaré yo”.

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El sauce se somete al viento y crece hasta que un día hay a su alrededor tantos sauces que llegan a formar una barrera contra el viento. Esa es la finalidad del sauce.

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“La educación proviene de la ciudad: la sabiduría, del desierto”.

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“El agua es el inicio de toda vida”.

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“Cualquier camino que se sigue con exactitud hasta el fin, conduce con la misma exactitud a ninguna parte. Escalad la montaña solo un poco para comprobar que es una montaña. Desde la cima, no podréis ver la montaña”.

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Es probable que no haya un momento más terrible en nuestra vida que aquel en que uno descubre que su padre es un hombre, hecho de carne y hueso.

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¿Qué es lo que desprecias? Por ello serás conocido.

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-La ausencia de algo puede llegar a ser tan mortal como su presencia –indicó el barón–. La ausencia de aire, ¿eh? La ausencia de agua. La ausencia de cualquier cosa a la que seamos adictos. –El barón asintió–. ¿Me comprendes, Nefud?

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Hay tres cosas que alegran el corazón: el agua, la hierba verde y la belleza de una mujer.

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“La verdadera riqueza de un planeta está en sus paisajes, en el papel que jugamos nosotros en esa fuente primordial de civilización, en la agricultura”.

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Un líder es una de las cosas que diferencia a una turba de un pueblo. Es alguien que mantiene la individualidad. Cuando hay poca individualidad, el pueblo se convierte en una turba.

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“Cuando tu adversario tenga miedo de ti, es momento de dejar sueltas las riendas de su miedo y darle el tiempo suficiente para que actúe sobre él. Deja que se convierta en terror. Un hombre aterrorizado lucha contra sí mismo. Llegará un momento en el que ataque a la desesperada. Es el momento más peligroso, pero alguien aterrorizado suele cometer un error fatal. Te estamos adiestrando para ser capaz de detectar ese error y aprovecharlo”.

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“Céntrate en el cuchillo y no en la mano que lo empuña –le había repetido siempre Gurney Halleck–. El cuchillo es más peligroso que la mano, y puede estar en cualquiera de ellas”.

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Nada de lo que había visto en aquel planeta le había dejado tan claro la gran importancia que tenía el agua. Ni los vendedores de agua ni la piel deshidratada de los nativos ni los destiltrajes o las leyes de la disciplina del agua. En aquel lugar, era una sustancia mucho más valiosa que todas las demás, era la vida misma, entremezclada con ritos y simbolismos.

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Para él, el sonido de cada gota era un instante más que pasaba. Sentía el fluir del tiempo, momentos que no podían ser recuperados. Sintió la necesidad de tomar una decisión, pero era incapaz de moverse.

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El concepto de progreso actúa como un mecanismo de protección destinado a defendernos de los terrores del futuro.

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El sentimiento de culpabilidad empieza con el miedo al fracaso.

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De pronto se dio cuenta de que una cosa era la visión del pasado en el presente, pero otra muy diferente, que la auténtica prueba de la presciencia era ver el pasado en el futuro.

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Las cosas se afanaban por no ser lo que parecían.

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-Uno de los momentos más terribles en la vida de un muchacho –dijo Paul– es cuando descubre que su padre y su madre son seres humanos que comparten un amor en el que nunca podrá participar. Es una pérdida, pero también un despertar, la constatación de que el mundo está en todas partes y estamos solos en él. Es un momento esclarecedor que lleva consigo su propia verdad, y uno no puede evadirse de ella. He oído cómo mi padre hablaba sobre mi madre. Ella no nos traicionó, Gurney.


[Nova / Random House. Traducción de Domingo Santos. Revisión de la traducción: David Tejera Expósito]     


viernes, abril 05, 2024