martes, octubre 31, 2023

viernes, octubre 27, 2023

Cowboy de medianoche, de James Leo Herlihy

 

Con el título de Vaquero de medianoche, esta novela de James Leo Herlihy fue publicada en los 70 en España; la misma traducción fue rescatada en los 80 para una de esas colecciones de kiosco (y ya con el título célebre: Cowboy de medianoche). Son ediciones que no apetecía leer. Y, en caso de querer hacerlo, había que indagar en librerías de segunda mano. Me parece oportuno apuntar esto para que se note lo necesaria que es esta nueva edición: tapa dura, traducción de Ce Santiago, prólogo de Kiko Amat, todo a cargo de la nueva editorial Bunker Books. Un objeto de lujo que contiene un novelón, una de esas historias que los escritores norteamericanos de antaño sabían contar como pocos.

Midnight Cowboy es uno de esos libros a los que le ha tocado “crecer” a la sombra de su adaptación cinematográfica. Cuando la película es tan buena como El padrino, El buscavidas (y El color del dinero) o, en el caso que nos ocupa, Cowboy de medianoche, se olvidan un poco las fuentes originales escritas por Mario Puzo, Walter Tevis y James Leo Herlihy, respectivamente. Pero hay que acudir a ellas para descubrir que también son deslumbrantes.

Aquí tenemos la historia de un inocente paleto que proviene de Albuquerque y Houston, un cowboy sólo en apariencia y en vestimenta, cuyo aprendizaje y primeros años se nos desvelan en la primera parte del libro (que la película de Schlesinger no contaba, según nos recuerda Kiko Amat en el magnífico introito). En la segunda parte Joe Buck ya pulula por Nueva York y conoce a Rico “Ratso” Rizzo, un hombrecito tullido y enfermizo que sobrevive a salto de mata entre estafas de segunda fila y pequeños robos y duerme en pisos abandonados. Buck trata de abrirse camino como gigoló para mujeres ricas y como chapero para hombres desesperados. Ese camino está sembrado de decepciones, de encuentros donde jamás consigue lo que quiere. Buck suele irse con las manos vacías porque los clientes no tienen dinero o porque son avaros o porque ignoraban que se prostituía. Estos dos parias (interpretados magistralmente en el filme por John Voight y Dustin Hoffman) tratarán de cumplir un sueño simple: reunir dinero para irse a Florida.

James Leo Herlihy escribió una novela cuya prosa fluye con naturalidad, con personajes por los que uno siente piedad aunque sea imposible identificarse con ellos, uno de esos libros sobre perdedores ilustres del entorno norteamericano, en proceso de destrucción, voluntaria o involuntaria, donde entrarían también Drugstore Cowboy, Pregúntale al polvo, Leaving Las Vegas o Siempre medianoche, entre otras joyas rescatadas por algunas de las mejores editoriales del país. Una novela sobre los perjuicios de la soledad, sobre la decepción y la impotencia y la rabia de no conseguir dinero hagas lo que hagas, sobre cómo se construye una amistad en medio de esa selva que suele ser “la gran ciudad”. En Bunker Books, al parecer, van a publicar otras dos obras de Herlihy. Aquí van unos extractos:

Con sus botas nuevas, Joe Buck medía metro ochenta y cinco y la vida era distinta. Al salir de aquella tienda de Houston notó que un chasquido lo recorría de cintura para abajo: una especie de poder que no sabía que tenía se había liberado en su pelvis y podía sentir el mundo entero a través de ella. Músculos sin estrenar se le activaron en el trasero y las piernas, y cobró conciencia de una actitud completamente nueva hacia la acera. El mundo estaba abajo y él estaba arriba, encima, y en el espacio intermedio ahora reinaba un animal raro y hermoso: él, Joe Buck. Era fuerte. Estaba exultante. Estaba listo.

**

Al regresar a la barra con aquel esquema mental, Joe advirtió que una persona que había llegado durante su ausencia lo estaba mirando. Era un hombre flaco con estatura de niño, de veintiuno o veintidós años, y se había sentado en el taburete contiguo al suyo.
[…]
Se estrecharon la mano. El enanillo sucio de pelo rubio y ensortijado se presentó como Rico Rizzo, del Bronx. Tenía un aura que sugería un conocimiento total de cuanto merecía la pena conocerse. Y sabía escuchar. Tenía unos grandes ojos marrones, duros y simpáticos, y unas orejas grandes que le sobresalían como si tuviese detrás unas manos invisibles ahuecadas para aumentar al máximo su capacidad auditiva.

**

La uniformidad de los días y la sensación de estar atrapado sin perspectiva real de que las cosas pudieran mejorar, generaba en Joe una inquietud creciente, una agitación que en ocasiones era abiertamente dolorosa. Era como si Manhattan fuese su celda y la celda estuviese menguando a velocidad de pesadilla, y él estuviese condenado a moverse dentro con pasos cada vez más cortos hasta que acabara por aplastarlo.

**

Así que ahí estaba, con aquella carga sobre sus hombros, responsable del bienestar de otra persona, una persona enferma y tullida. Pero, sorprendentemente, le gustaba la sensación que aquello le provocaba.

**

No había fortuna alguna, pero la había buscado y de eso se trataba. Y ahora, en esta ocasión, igual no había para él ninguna vida normal, pero iba a buscarla a base de bien, qué puñetas, y no cejaría y se mantendría en sus trece hasta el día que muriera.



[Bunker Books. Traducción de Ce Santiago]

miércoles, octubre 25, 2023

Aurelia, Aurélia, de Kathryn Davis

 

Hay momentos en la vida en los que creemos estar a punto  de transformarnos en algo. En aquel entonces yo tenía dieciséis años, había devorado El cuarteto de Alejandría y me creía adulta.

**

La primera vez que estuve en Alejandría era una estudiante de bachillerato de dieciséis años que vivía en Filadelfia; la segunda, una mujer casada de veintitrés que vivía en una isla griega. Intentaba aprender griego demótico ayudándome de un diccionario de bolsillo y de una hermosa edición en dos volúmenes de la poesía de C. P. Cavafis.

**

“A veces preferiría ser no tanto una imaginación, sino una persona”, escribí. La verdad es que no sabía ni dónde estaba ni qué era. Vivía en un cuerpo, pero había una parte de mí que, como Virginia Woolf, parecía capaz de funcionar sin él.

**

En el autobús de vuelta desde Nueva York me abismé en el terror, el espacio de tiempo que abarca desde que nacemos, nos enamoramos, amamos a alguien y vivimos una vida con esa persona hasta que al final nos encontramos con la muerte.

**

Nunca me había imaginado en la cima de una montaña en Terranova. Pero en aquel entonces tampoco me imaginaba en la cama con un marido moribundo.

**

“He caminado hoy por las montañas. Hacía un tiempo húmedo y toda la región estaba gris. Pero el camino era suave y, a trechos, muy limpio. Al principio llevaba el abrigo puesto, pero pronto me lo quité, lo doblé y me lo colgué del brazo. Andar por aquel maravilloso camino me producía cada vez más placer; tan pronto echaba cuesta arriba como volvía a bajar bruscamente”.
Robert Walser escribió más de cincuenta relatos sobre el paseo; este es un extracto de “Pequeño paseo”, uno de los más breves y, como toda la prosa de Walser, imposible de clasificar, aunque Susan Sontag lo intentó diciendo que era “un cruce entre Stevie Smith y Beckett”. Los relatos de Walser se consideran ficción, pero está claro que el narrador es la misma persona que el autor.

**

Cuando hay que convivir con un moribundo, es difícil distinguir entre lo fútil y lo imposible.

**

Aurelia, Aurélia. Se produce una suerte de tránsito desde el rincón de nuestra mente donde reside la memoria, tan firmemente asentada como la casa en la que crecimos, y la herramienta operativa del pensamiento, diseñada para transportarnos a nosotros y nuestros recuerdos a otro lugar, como si cruzáramos el océano en un barco. Al principio el barco seguía apareciendo en el horizonte, una abstracción, como el Kahana, pero, luego,  de cerca, llegaba la concreción, una visión del yo concreto en un momento concreto, requisito indispensable para satisfacer la necesidad que tiene la memoria de alojarse en un huésped que la aleje cuanto pueda de la nostalgia.    



[Muñeca Infinita. Traducción de Vanesa García Cazorla]

viernes, octubre 20, 2023

Diarios (tomo III). A ratos perdidos 5 y 6, de Rafael Chirbes

 

Nadie parece tener tiempo para leerse las quinientas páginas que hace falta leer antes de empezar a hablar de un escritor, pero todo el mundo tiene tiempo para quedarse media hora viéndolo en la tele, o para echar una ojeada a la página que, en el periódico, habla de él. Tendrían que prohibirnos a los escritores decir nada que no fuera por escrito, y negarnos a los novelistas el derecho a verter una solo opinión, o un comentario, sobre la novela que hemos escrito. Si quieres saber de qué trata, léetela.

**

No puedes ejercer la piedad con nadie. Ves una vida a la deriva y no puedes cambiarla, alterar su curso, solo verla pasar. Lo único que de verdad cambia la vida de alguien es la violencia. Ejerces violencia sobre alguien y le cambias la vida.

**

Uno querría que sus libros tuvieran éxito, pero que fuera un éxito secreto y apacible (lo cual es una aporía), un éxito que no tocara tus hábitos, ni te obligara a comportarte de distinta manera en el bar, ni te exigiera hacer declaraciones en los periódicos, ni ver tu carota en papel impreso. Eso es pedir la luna. Si lo pienso, en realidad eso es lo que he conseguido, casi la luna: mis libros siguen vivos y no me ha golpeado la fama con sus puños.   

**

Como una buena parte de los libros que conservo son buenos, es lógico que me entren ganas de releerlos casi todos, lo cual me sitúa ante la brevedad del tiempo que, aun pecando de optimista, me queda por delante. Eso significa melancolía a espuertas, desánimo, y una angustiosa pregunta: ¿cómo ser capaz de escribir sin volver a leerme todo eso que he olvidado y es extraordinario? Letras de un desmemoriado.

**

La edad te enseña a entender un poco mejor a los demás, a medida que se te va emborronando tu propia imagen.

**

En el caso de que encuentren lo innombrable, ¿me veo con ánimos para operaciones, quimios y demás torturas?, ¿tengo suficientes ganas de vivir como para que digan de mí eso que dicen de todos los que se prestan al destace médico: está peleando como un jabato contra el cáncer, le ha plantado cara hasta el último momento, un pequeño y admirable héroe?, ¿de verdad quiero pelear como un jabato?, ¿ser un héroe de hostias cómo duele esto y qué náuseas produce y qué horror, y voy y lo aguanto? Todo eso, ¿para qué? Si lo mejor ya ha pasado, si haber cumplido sesenta y cinco años después de una vida de traca no está nada mal, si placeres, aparte del de la lectura (y alguna ráfaga de música que me pone los pelos de punta, o me sume en la melancolía), no me queda ninguno.



[Anagrama]

miércoles, octubre 18, 2023

Sin reproches, de Daniel Woodrell

 

Tercer y último volumen de La Trilogía de los Pantanos (Bajo la dura luz, Los matones del Ala y Sin reproches), del que no podemos contar mucho por si alguien aún no ha leído los anteriores. Aunque se pueden leer de manera independiente, digamos que, esta vez, adquiere protagonismo el padre de los Shade, John X.: un hombre que ha ido dejando hijos y ex mujeres y cornudos a su paso, mientras se bebía todo el whisky del mundo. John se reencontrará con sus hijos mientras un mafioso de poca monta le pisa los talones.

Esta tercera novela contiene menos violencia y tensiones, como si fuera un libro de transición en los personajes, que tratan de cerrar sus historias y asentarse sin líos. Predomina la destreza de Woodrell para los diálogos y para retratar a toda esa gente cuya máxima ambición en la vida parece consistir en asegurarse el bebercio de cada noche y continuar sobreviviendo día a día sin demasiadas aspiraciones. Aquí va un fragmento:
 
-Sé que me odias –dijo–, pero no sé por qué.
-Sí que lo sabes.
-Bueno, ha llovido mucho desde entonces. Pero lo importante es que seguimos aquí, al pie del cañón, ¿no te parece?
Stew resopló.
-Eso no es lo importante ni de lejos.
-Ya lo veo. Soy un hijo de puta, ¿es eso?
-Eres superficial y ya está. Superficial de cojones. Para ti y los de tu calaña, la vida consiste en buscar comodidades materiales.
-¿Y eso es ser superficial?
-Superficial de cojones.
-¿Quieres decir que jugar, beber y follar son comodidades materiales?
-Claro que sí, desde luego.
-Entonces tienes razón. Soy un hijo de puta superficial.




[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]

Unos meses de mi vida, de Michel Houellebecq

 

El suceso más mediático, pero no el más grave, de mi último trimestre de 2022 fue la polémica que suscitó mi entrevista con Michel Onfray en el número especial de la revista Front Populaire. Tiendo a ver en ella, más que una controversia de serias implicaciones, un avatar de mis sempiternos berrinches con los musulmanes. Empleo adrede esta palabra infantil para subrayar ante todo lo estúpidas que son estas disputas, estupidez, no vacilo en confesar, de la que en gran medida soy responsable.
Es particularmente cierto en el primer episodio, que dio lugar a un juicio en 2002, el año siguiente de la publicación de
Plataforma, a raíz de una entrevista en la revista Lire. Es innegable que soy el principal culpable, de algunas de mis frases emana una agresividad que en la práctica nunca llego a sentir, pero perseguirme por «incitación al odio racial» tampoco era muy pertinente. Era innecesariamente ofensivo, y sobre todo estaba totalmente fuera de lugar. Como todo el mundo sabe, el islam no es una raza, sino una religión practicada en las cuatro esquinas del mundo por los grupos étnicos más diversos.

**

El año 2022 terminó mal para mí. Los dos últimos días que pasé en Ámsterdam, a pesar del encanto de la ciudad y el interés de sus museos, incluso a pesar de E. (una E. asiática que apareció por arte de magia, y setenta y tres veces más atractiva que la Pava), no habían conseguido borrar los dos últimos días en compañía de la Cucaracha.

**

Hasta mi regreso a París, el 31 de enero, no entré de verdad en el infierno. Hoy sigo en él; es un infierno múltiple.



[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]

lunes, octubre 16, 2023

El Detective Salvaje, de Jonathan Lethem

 

Por si acaso no resulta evidente, en esta historia aparece un detective. Pero no soy yo. Medio me adjudiqué el papel al subir al avión, pero no. Perdón. Eso sí, en la historia hay una persona desaparecida, que podría ser yo. O tú o prácticamente cualquiera. Como me dijo él una vez: ¿quién no ha desaparecido? Era dado a esos comentarios de oráculo deprimido. Sorprendentemente, acabaron por gustarme.  

**

En este nuevo mundo me había apoderado de Heist. Una criatura indómita de los espacios intermedios, un resistente desterrado de todos los campos, que tendía a eludir confrontaciones innecesarias, de una amabilidad infinita con los débiles, pero capaz de matar si lo acorralaban. Sería su compañera, Heist sería mi compañero. Ahora lo entendía, comprendía su necesidad de distancia, su noble neutralidad… le demostraría que las compartíamos y, por tanto, podía afiliarse a mí.

**

Lo único más arisco que los silencios de Heist eran sus frases breves como ladrillos. Estas me dejaron dolida, como si el ladrillo me hubiera golpeado en la mandíbula. Pero ¿cómo iba a discutirle su derecho a refugiarse en su distancia, en ese horizonte incrustado en su mirada? Era lo que me había mostrado desde el principio, el reparo psíquico de un hombre sin opciones. Yo solo quería seguir a su lado.



[Random House. Traducción de Cruz Rodríguez Juiz]  


martes, octubre 10, 2023

Poética del empleo, de Noémi Lefebvre

 

 

He aquí un libro tan raro como fascinante. Difícil de etiquetar y de encajar en géneros. El narrador o la narradora (la traductora Cristina Pineda comenta en el epílogo que ha intentado huir del género, para que no sepamos muy bien si quien habla es hombre o mujer: tal y como está en el original) vive en Lyon, que entonces está tomada por la policía y envuelta en una atmósfera de miedo e inseguridad. Tras un atentado reciente (el de 2015), los antidisturbios patrullan las calles, pero también hay manifestaciones contra los despidos y la precariedad laboral. Quien narra la historia intenta buscar un empleo, lee a Karl Kraus y a Victor Klemperer para ampliar sus conocimientos sobre el nazismo y el fascismo y detectar sus lenguajes, se obstina por encontrar algún rastro de poesía en las calles y charla a menudo con un padre rígido que, como no tardaremos en descubrir, sólo está en su cabeza (es una versión molesta de Pepito Grillo, y también un reflejo del padre autoritario de Kafka).

Combinando flujos de conciencia, diálogos breves próximos a la poesía, largas parrafadas que pueden recordarnos a Thomas Bernhard en algún pasaje y reflexiones políticas y filosóficas, Noémi Lefebvre ha escrito uno de los libros más agudos de la temporada y un reflejo magnífico de estos tiempos. ¿Es posible la poesía, el tono poético, en un mundo donde se desarrollan despidos, malas condiciones laborales, atentados y terrores?, parece preguntarse. Unos extractos:

Había viento del norte y los aviones pasaban dando vueltas, las tiendas estaban abiertas al amor de todas las cosas, los militares de a cuatro y la policía de a tres se dedicaban a patrullar las calles.

No hay mucha poesía en este momento, le dije a mi padre.  

Se lo dije como una impresión o quizás una opinión, y no como una idea, o sea nada que pretendiera imponerle, era para que mi padre apreciara conmigo algo curioso en este nuevo ambiente, hay que decir que yo estaba bajo la influencia de los libros y el imperio de la droga, había estado fumando mientras leía a Klemperer y había leído a Kraus comiendo plátanos y releído a Klemperer volviendo a fumar bastante, su diario entero y, sobre todo,
LTI: La lengua del Tercer Reich, en Klemperer me había detenido largo rato en un solo momento de todo el Tercer Reich, resumido, en verdad, desde el principio por una sola frase que he leído y releído para captar su amplitud: Existe una ofuscación que actúa sobre casi todo.

**

Desde hace años todo lo que se me pasa por la cabeza se discute en este tribunal al que llamo casa muerta, en el que está instalado mi padre. Hay gente que habla con Dios, otros, con su perro, mi padre es mi perro mi dios, la instancia que me muerde el culo y me endereza el alma, quien me protege contra todo tipo de errancias y me impide vivir.

**

-¿Estás leyendo a Karl Kraus?
-He empezado. ¿Conoces a Karl Kraus?
-Claro que lo conozco, lo he leído mil veces, pero ahí no está el problema
-¿Qué problema, Papá?

Sacó un teleobjetivo y acribilló a fotos el vuelo negro de unos patos que pasaban por el agua.

-¿Crees que Karl Kraus te va a ayudar a encontrar un trabajo?

**

Era como un laberinto. Avanzaba sin deambular. Tenía una cierta sensación de esperanza. La esperanza me obligaba a conservar el movimiento hacia adelante. Este movimiento no era más que una mezcla de arrojo y miedo. Iba temblando con sudor frío. Transpiraba sin parar y me sentía como una rata enjaulada. Tenía miedo del arrojo y de lo que implicaba. Iba avanzando como hay que avanzar cuando se busca un trabajo.

**

A través de Kraus y Klemperer puedes entender qué es el fascismo en sentido general, no solamente italiano, y en qué se convierte cuando los mil años del Reich han sido enterrados bajo millones de cadáveres.    



[La Navaja Suiza. Traducción de Cristina Pineda]

jueves, octubre 05, 2023

Extraños en la casa, de Dorothy Gallagher

 

Más o menos a mediados de 2022 recomendamos por aquí De cómo recibí mi herencia, un espléndido libro de relatos de Dorothy Gallagher en el que contaba algunos aspectos de su vida, especialmente las vicisitudes de su familia de ascendencia ucraniana en los Estados Unidos. Al parecer, y yo esto no lo recordaba, estas memorias organizadas en cuentos y ensayos están divididas en 3 volúmenes. Ahora la misma editorial, y la misma traductora, nos traen la segunda: Extraños en la casa, en la que la autora nos revela algunos datos e historias y desventuras de su juventud en USA: la enfermedad de su marido, las traiciones e infidelidades, los amigos raros a los que conoce y aquellos a los que pierde por ser sincera, la breve fama de un perro llamado Harry… También hay lugar para alguna historia de sus antepasados, y su intervención como parte del jurado popular de un caso de asesinato entre jóvenes y el caso de la desaparición de una mujer. Los dos últimos oscilan entre el ensayo y el relato, de una manera absorbente en manos de Gallagher, quien siempre dispone de cierto toque socarrón, de fluidez en la prosa y de un ritmo que os hará leer el libro en un par de sentadas. El tomo tercero y último, por cierto, se titulará Historias que olvidé contarte. Aquí va el comienzo de uno de los textos, el titulado “Fueras quien fueras”:

Yo vivía en la 99 con Broadway, ¿te acuerdas? En aquel estudio en una decimoquinta planta. Solo una ventana y la cocina disimulada en un armario, igual que una cama abatible. Me gustaba aquel apartamento. Sin sorpresas, sin nadie al acecho en otra habitación.
Claro que te acuerdas de aquella casa.  Me espiaste desde el otro lado de la calle durante casi todo aquel frío invierno, a veces hasta bien entrada la noche; vigilabas el portal esperando sorprender al hombre que yo había preferido en vez de a ti.




[Muñeca Infinita. Traducción de Regina López Muñoz]