martes, junio 27, 2023

En el sur de Indiana, de Frank Bill

 

Lo primero que me sorprendió de estos relatos salvajes fue que, al contrario que en otras narraciones (véanse cuentos de autores norteamericanos o secuencias de películas donde predominan los momentos donde salen a relucir los puños y los tiros) en las que la tensión entre los personajes acaba desembocando en la crueldad y en la violencia, aquí ese estallido Frank Bill lo coloca, en muchas de las historias, al principio. Luego observamos los efectos que conlleva y conocemos el pasado de los personajes y sus motivaciones para hacer lo que hacen (drogas, alcohol, miseria, depresión, maltrato…). A partir de ahí cada relato va hacia arriba, no decae, y esos actos engendran más violencia.

Algunos de estos personajes se ven ahogados por el sentimiento de culpabilidad por lo que hacen. Dice un tipo en el relato “La penitencia de Scoot McCutchen”:

La culpa es una carga demasiado pesada para cualquiera. Viene envuelta en todas las equivocaciones que un hombre es capaz de cometer y que en realidad son las lecciones que aprende en la vida para así no repetirlas.

Otro suelta, en “El Viejo Mecánico”:

Porque, cuando un hombre le quita la vida a otro, la culpa del recuerdo lo atormenta y vivirá para siempre en la oscuridad de los muertos.

Éstos son algunos de los inicios: tipos que entran a tiros en moteles, fulanos a los que acaban de disparar, mujeres de las que están abusando, maltratadores abofeteando a sus esposas, chavales con el mono que entran a robar en casas y matan a quienes encuentran, enfermos desesperados que llaman a sus médicos porque sufren un cuadro de ansiedad, o que tienen accidentes en las primeras líneas del cuento… En fin, dinamita, amigos.

Como apéndice a la edición en castellano de Malas Tierras (y con traducción de Ce Santiago), además, se incluye una conversación muy provechosa entre Kiko Amat y Frank Bill. Sin duda los dos conocen el lado oscuro de sus tierras, las vidas de quienes sólo pueden sobrevivir a tiros y a puñetazos y atraviesan días sucios y noches infectas. Si os gustan Donald Ray Pollock o Chris Offutt, no os perdáis En el sur de Indiana.




[Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]

lunes, junio 26, 2023

miércoles, junio 21, 2023

Ciudad muerta, de Shane Stevens

 

 

Quien dijo que esta novela de Shane Stevens (1941 – 2007) podría considerarse una especie de antecedente de Los Soprano acertó. Su autor, de quien en España publicaron hace siglos otro libro (Por causa de locura), se marcaba aquí un pelotazo muy oscuro: una historia de casi 450 páginas por la que circulan gángsters de baja estofa que, como Tony Soprano y los suyos, viven de extorsiones, sobornos y negocios respetables que funcionan de tapadera para sus asuntos turbios.

La novela avanza entre los movimientos de Joe Zucco, jefazo mafioso obsesionado por su rivalidad con Alexis Machine, y los pasos de dos de sus subalternos (de pasado violento y algunos fantasmas en la cabeza en forma de errores y atrocidades), Charley Flowers y Harry Strega, que, como todos, quieren ascender en la vida, lo que significa obtener un negocio propio, más libertad y más autonomía de movimiento, es decir: más dinero. En el fondo estos personajes son unos pobres diablos más próximos a los gángsters que veíamos en Donnie Brasco que a los Corleone. Incluso en los entornos del hampa hay clases sociales y la mayoría no logrará cumplir sus sueños.

Ciudad muerta es muy adictiva, publica Sajalín y traduce Óscar Palmer y además Stephen King era fan de Shane Stevens, quien tenía un don para los diálogos brutales: me parecen garantías de sobra para lanzarse a por ella. También es una novela sobre el paso del tiempo y cómo tratar de subsanar equívocos que pueden terminar en rotura de huesos o en asesinato. Veamos un ejemplo:

-¿Te das cuenta, Dom? Uno no puede fiarse de estos gamberretes de hoy en día. No es como cuando nosotros éramos jóvenes, ¿eh?    
-¿Qué quieres de mí?
Hymie se acercó a la navaja, la recogió del suelo y se la guardó en el bolsillo.
-Solo charlar un rato.
-¿Sobre qué?
-Esto y aquello. Quizá sobre la imposibilidad de escapar de las cosas que has hecho. Es imposible.
-No entiendo a qué te refieres.
Hymie sacó un frasquito de su chaqueta.
-Tú y yo, Dom, nos estamos haciendo viejos, ¿entiendes? Desperdiciamos nuestras vidas intentando llegar a final de mes mientras otros se llevan el gran premio. Sudamos la gota gorda para ganar un dólar y de repente llega un listo que se embolsa un millón. A veces eso hace que a uno se le ocurran ideas curiosas, ¿sabes? Baja la guardia y peca de avaricioso. Y, en menos de lo que canta un gallo, acaba meando fuera del tiesto. Pero al dueño del tiesto no le hace gracia.
-No he hecho nada. Lo juro, no sé de qué me estás hablando.
Hymie negó con la cabeza.
-No insistas, Dom. Ya te lo he dicho: no hay manera de escapar, es imposible. –Abrió el frasquito, se acercó a Spina y se plantó justo delante de él–. Has cabreado sobremanera a cierta persona, Dom. Y eso no está bien. Por mi parte, no estoy cabreado. No es nada personal, entiéndelo. Se trata simplemente de una cuestión de negocios y tenemos que hacerlo. Ahora, abre la boca.  




[Sajalín Editores. Traducción de Óscar Palmer]

Próximamente: El estado de la unión

 

 

De Nick Hornby. En Anagrama.

Día ya de verano

Día ya de verano. El verano ha llegado.
En la calle, en los trajes, en el aire.
De pronto. Hay verano. Vuelve el verano.
Pero no todo es esta promesa o esta dicha.
Aún está agazapado el temor, aún
tiene fuerza el miedo. La llegada del verano
tiene algo de apariencia., de buscada apariencia
o de ficticio, quiero decir. Porque a pesar
de sus atractivos que ya luce estamos aún
en un tiempo incierto.


Santiago Montobbio, Los poemas están abiertos


sábado, junio 17, 2023

Los últimos días de los hombres perro, de Brad Watson

 

Brad Watson, se sabe leyendo este libro de relatos, tenía una sensibilidad especial para capturar las inquietudes tanto de los humanos como de los animales y los múltiples conflictos en torno a ellos. Eso me atrajo en cuanto tuve noticia de esta novedad de Dirty Works. Reconozco que también me embarga cierta debilidad por las vidas truncadas: Watson murió a los 64 tacos, lo que sin duda a mí me interesa porque me abre interrogantes y especulaciones (¿cuántas obras habría escrito de llegar a los 90?, ¿su calidad iría en ascenso o en declive?, ¿hubiera abandonado la escritura?, etcétera).  

Los últimos días de los hombres perro, con traducción de Javier Lucini, reúne 8 magníficos relatos que se abren con una cita de David Gordon White sobre el perro como álter ego del hombre. En todas las historias hay canes. Pero no en todas adquieren la misma importancia. A veces son el motor central (por ejemplo, en “Una bendición”, en el que una pareja se desplaza hasta una casa de campo para comprar un perro; o en “Bill”, donde a una anciana le comunican que su caniche está muy viejo y “habría que dormirlo”), y en otras ocasiones son sólo accesorios o “personajes secundarios” (como en “Un retiro”, en el que dos tipos van de caza y se llevan a una perra para que cobre las piezas mientras hablan de sus cosas).

Algo que me gusta mucho de Watson, y que suele ser propio de escritores como Raymond Carver y en ocasiones de Richard Ford, es su naturalidad para tratar 2 temas o conflictos en una misma historia: véase el caso de aquel cuento de Carver en el que un matrimonio tiene que lidiar con un pastelero borde y con el accidente de su hijo. El caso ejemplar de Watson es “El velatorio”, donde encontramos 2 líneas narrativas: Sam trata de encontrar a una perra moribunda y maloliente que merodea por su propiedad y, además, recibe una caja enorme de la que sale una voz (la de su ex novia, que ha decidido enviarse por correo postal) ante la confusión del protagonista: “¿Por qué cojones te has enviado en una caja?”. A Marcia, la chica, le pareció “un toque creativo”. Así que Sam tiene que resolver dos problemas, al estilo carveriano: encontrar al animal y tal vez reconciliarse con su ex.

Watson captura en estas historias muchos males de las vidas cotidianas: el dolor de las parejas que se disolvieron, la gente de la tercera edad que va afrontando las cosas como puede, los tipos encantados de oírse contar historias ante un público de amistades que trasiega alcohol, los sueños rotos y las infidelidades… De vez en cuando se permite cierto toque lírico que le va como un guante a la narración. Veamos un ejemplo para cerrar este comentario:

Entonces nos tambalearemos de vuelta a la casa ruinosa y a nuestras camas. Y todos nuestros sueños rodarán hacia la depresión del centro del caserón y se estancarán allí, mezclándose con las corrientes que se cuelan por debajo de las puertas, con las hojas desmenuzadas del año pasado, los escíncidos reptantes y los sueños de los perros, que seguro sueñan con la persecución, la caza, las perras en celo, la mezcolanza de viejos rastros con sus propios olores mohosos.



[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]    

miércoles, junio 14, 2023

Para ser novelista, de John Gardner

 

 

Para la mayoría de la gente, incluso para quienes no leen excesivamente, el ser escritor tiene algo especial y vagamente mágico, y les cuesta creer que alguien a quien conocen personalmente –y bastante corriente en muchos aspectos– pueda serlo. Suelen sentir por el joven escritor una mezcla de cariñosa admiración y de lástima, ya que les parece que el pobre es un inadaptado. Que yo sepa, ninguna actividad humana requiere más tiempo que escribir, y es muy raro que alguien llegue a ser un escritor de renombre sin pasar varias horas al día sentado ante la máquina. (Incluso al profesional de éxito le puede costar un rato entrar en situación; se tarda horas en escribir unas cuantas páginas en borrador, y muchísimas en revisarlas hasta dejarlas en condiciones de poderlas leer varias veces sin retocarlas.) Por necesidad, el escritor, a diferencia de algunos de sus amigos, no deja de trabajar a las cinco; si tiene mujer e hijos, no puede dedicarles tanto tiempo como su vecino a los suyos, y si es digno de su profesión, se siente culpable por ello. Debido a la dificultad que entraña su arte, el escritor no prosperará tan notoriamente como los demás: mientras sus amigos de colegio o de la universidad se convierten en socios de prestigiosos despachos de abogados o abren sus propias funerarias, él puede estar aún sudando su primera novela. Incluso habiendo publicado uno o dos relatos en revistas acreditadas, el escritor duda de sí mismo. En los años que he pasado dedicado a la enseñanza una y otra vez he visto a jóvenes escritores con talento evidente mortificarse casi hasta el anquilosamiento por creer que no cumplían con sus obligaciones familiares y sociales, por creer –aun habiendo conseguido publicar varias narraciones– que estaban haciendo castillos en el aire. Cada negativa por parte de un editor es un chasco tremendo, y un discreto comentario de apremio por parte de algún familiar –“¿No te parece que ya va siendo hora de que tengáis un hijo, Martha?”– puede desatar una crisis. Sólo la fortaleza de carácter, reforzada por el aliento de los pocos que creen en él, permitirá al escritor superar esta mala época. El escritor debe convencerse como sea de que sí se toma en serio la vida, tan en serio que está dispuesto a correr grandes riesgos. Debe encontrar la forma –con humor malicioso o de cualquier otra manera– de repeler los ataques que con buena o mala intención se le dirigen.

**

El escritor sigue enviando sus originales, y sigue y sigue, y no hace más que recibir negativas, manuscritas o impresas, hasta que llega un momento en que, como muchos otros tan prometedores como él, desiste. Sus profesores y compañeros de clase le alaban, su mujer no entiende las negativas; pero la desesperación del escritor se impone. Es algo terrible pasarse cinco o incluso diez años escribiendo y que nadie acepte lo que se ha escrito. (Lo sé por experiencia.) Así que, al final, otro buen escritor que se pierde. (Que a nadie se le ocurra hacer caso a quienes dicen que todo buen escritor acaba consiguiendo publicar.) En tan precaria situación, cuando se está a punto de renunciar, el escritor necesita tres cosas: la seguridad, confirmada por alguien cuya opinión respete, de que lo que escribe tiene calidad para ser publicado; una idea clara de cómo funciona el mundo editorial, para que la situación le afecte lo menos posible; y todo el respaldo posible por parte de sus profesores y amigos. Y hay otra cosa que, desde luego, no le perjudicará: un “contacto”, un escritor, agente o crítico famoso que le pueda ayudar.

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Para el escritor o la escritora, no hay mejor manera de mantenerse que vivir de su cónyuge. Lo malo es que, psicológicamente al menos, es duro, aun cuando al citado cónyuge le sobren los medios. A ninguna de las falsas lecciones de nuestra cultura se le da más importancia que a la que dice que hay que ser independiente. De ahí que el escritor novel o aún desconocido, a quien bastante trabajo le cuesta creer en sí mismo, tenga que soportar, además, la carga de la vergüenza.

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Quien no esté dispuesto a escribir como un verdadero artista, principalmente por necesidad, hará bien en dirigir sus esfuerzos hacia cualquier otra cosa.



[Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja. Traducción de Víctor Conill]

Tiene algo de casa tomada

Tiene algo de casa tomada. La
lámpara que de pronto
no se enciende más, las cosas que dejan de funcionar
y como podemos sustituimos unas por otras. El deterioro que causa
el paso del tiempo, los días ya meses, y sin poder avisar
a nadie. Nosotros dentro. En esta casa tomada, tomada también
por nuestra soledad, nuestra tristeza, el desánimo inadvertido pero tenaz
que nos va inundando con los días. Casa tomada
estos días y nuestra vida en ella, también ya
casa tomada los poemas.


Santiago Montobbio, Los poemas están abiertos

lunes, junio 05, 2023

Amor sin fin, de Scott Spencer

 

De niño, en el cine de mis abuelos, vi la película Amor sin fin que dirigió Franco Zeffirelli y protagonizaron Brooke Shields, Martin Hewitt y unos debutantes Tom Cruise y James Spader (era la primera película de Cruise y la segunda de Spader). Mi recuerdo, que podría estar equivocado, me retrotrae a una historia un poco ñoña sobre los amores y las calenturas de una pareja de adolescentes. Nunca me fijé en que estaba basada en una novela del escritor norteamericano Scott Spencer. Hasta ahora, que acaba de llegar a España en traducción y edición de Muñeca Infinita, una de mis editoriales favoritas de los últimos años.

No sé si mi recuerdo está deformado o no, pero la novela es otra cosa. Algo radicalmente distinto. Algo amargo, duro, con conexiones con Alguien voló sobre el nido del cuco y las novelas sobre tipos neuróticos y obsesionados con una mujer. Si Zeffirelli mostraba, sobre todo, la historia de amor que la novela nos cuenta en forma de flashbacks (por así decirlo), en estilo indirecto y en orden cronológico (con el incendio del inicio situado a mitad de película), Scott Spencer arranca ya con la tragedia, y poco a poco alterna el pasado con el presente.

Nos sitúa en el momento en que un muchacho, David Axelrod, el narrador del libro, prende fuego a la casa de los familiares de su novia, Jade Butterfield, porque el padre de ella le ha prohibido verla y acercarse por allí durante un mes. El amor de David por Jade le vuelve loco, le mete en paranoias, en obsesiones, le obliga a cometer actos de los que luego se arrepiente pero son irreparables y acarrean consecuencias como la comisaría, el calabozo, los juicios, el ingreso en hospitales para reparar su salud mental…

Es decir, no estamos ante la típica novela de amor sino todo lo contrario. Durante más de medio libro David entra y sale de sanatorios, mantiene una relación tensa con sus padres y recuerda algunos episodios de sus amoríos y cómo se obsesionó con Jade pero también con el hermano y los padres de ella. A medida que avanza la narración, y aunque a Axelrod no le está permitido acercarse a la familia, irá buscando huellas y rastros y domicilios y teléfonos, como si fuera un perturbado, una especie de psicópata romántico, para ver de nuevo a Jade y tratar de recuperar la vieja amistad con sus familiares.

A lo largo de 560 páginas Scott Spencer construye toda una vida, la de David Axelrod, matizada siempre por un amor adolescente que se le escapó de las manos, que lo condujo a vulnerar la ley, hacer daño a las personas de su entorno y cometer actos ilegales e inmorales. Es una historia que mezcla sexo, amor, neurosis, obsesión y combina los ingredientes de una manera asombrosa. Spencer convierte este material en una novela mayúscula, en la que se palpa entre líneas que, entre el amor y el odio, hay una línea tan fina que a menudo somos incapaces de reconocerla. Así arranca:

Cuando tenía diecisiete años, obedeciendo los mandatos más urgentes de mi corazón, me alejé del camino de la vida normal y en un momento arruiné todo lo que amaba; lo amaba tan profundamente que, cuando el amor se interrumpió, cuando el incorpóreo cuerpo del amor retrocedió aterrorizado y mi propio cuerpo fue encerrado, a todos les costó creer que alguien tan joven pudiera sufrir de manera tan irrevocable. Pero ahora han pasado los años y la noche del 12 de agosto de 1967 todavía divide mi vida.



[Muñeca Infinita. Traducción de Inmaculada Pérez Parra]

Hacer menos cada día

Hacer menos cada día, hasta ser
un ovillo de la nada. Éste podría ser el propósito
de un tiempo de desesperación, también la aspiración de dicha
del verano. Pueden ser dos versos escuetos que en la mansedumbre del verano
me nacen y en los que resuenan y está –se concentra–
la desolación del hombre, su tristeza final, su tristeza
que se hace mayor cada día
en su camino al vacío.  


Santiago Montobbio, Los poemas están abiertos