jueves, marzo 30, 2023

Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino

 

 

Tenía tantas ganas de leer Cinema Speculation, título original de este libro, que lo he dosificado para que me durase alrededor de un mes: leyendo en torno a un texto cada noche laborable. Además es un conjunto de ensayos que requieren una lectura lenta, sin prisas, porque, aunque el director analiza unas pocas películas, también es cierto que cita muchísimas obras y no todos hemos visto la suma de títulos citados (incluso aunque hayamos visto la mayoría, Tarantino nos lleva la delantera). Para recuperar unas cuantas películas (por ejemplo: Sisters, Rolling Thunder o Daisy Miller), me sirvió de ayuda el canal temático de Movistar titulado Universo Tarantino, aunque sólo duraba un mes y no me dio tiempo a ver todo su repertorio.

Como su título original indica, más que meditar Tarantino se dedica a especular. Por ejemplo: ¿cómo hubiera sido Taxi Driver de haberla dirigido Brian De Palma? Se recogen aquí análisis de largometrajes rodados en los años 70 (con dos excepciones: la primera y la última película del libro datan del 68 y del 81) porque Tarantino tiene predilección por el cine de esa década: ¿y qué cinéfilo en su sano juicio no? Fue una época totalmente opuesta a la que estamos viviendo ahora: había más libertad en las artes, en las opiniones, se rodaba cine comercial que hoy no se podría rodar. Incluso las películas flojas eran potentes, impactantes, con un pulso cinematográfico y un ritmo que se han perdido (o casi: sobreviven algunos maestros que tratan de hacerlas como entonces, y Tarantino es uno de ellos).

En esos análisis y especulaciones no se limita a alabar las películas elegidas. Señala tanto los aciertos como los errores (según su muy particular opinión, of course: no siempre está uno de acuerdo con sus veredictos). Lo esencial es que las ha escogido porque le impactaron lo suficiente para que dejasen huella en su propia obra. También porque son películas con las que sus directores dieron un giro: por utilizar a un personaje que hasta entonces era inusual, por contratar a un actor que dio otro enfoque al cine policiaco, porque el director aplicaba la comedia a una novela clásica y en teoría rígida, porque marcaron tendencia… La mayoría son duras, violentas, en torno a policías, a delincuentes, a hombres vengativos dispuestos a cualquier cosa con tal de saldar sus deudas, a presidiarios y a fugitivos.

Antes de los análisis comienza con un capítulo autobiográfico en el que señala su deuda con su madre, que le llevaba a los cines de barrio a ver películas muy diversas (tanto para todos los públicos como no aptas para menores), comenzando así su pasión y su adiestramiento. Y termina con otra deuda: la de un amigo de su madre, un hombre negro que le acompañó a los cines durante un año y medio. El conjunto de textos es espectacular porque Tarantino, además de controlar los ámbitos cinematográficos (cada capítulo está surtido de anécdotas históricas, de lecturas, de charlas y entrevistas con algunos de los cineastas mencionados), domina la narrativa, sabe cómo contar y cómo embrujarnos cada vez que empieza una frase. Así comienza:

A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el Tiffany Theater contaba con un bien cultural inmueble por el que se distinguía de los demás grandes cines de Hollywood. Para empezar, no estaba situado en Hollywood Boulevard. A excepción del Cinerama Dome, de la cadena Pacific Theatres, que se alzaba imponente en la esquina de Sunset con Vine, las otras grandes salas de Hollywood se encontraban todas en el último refugio turístico del Viejo Hollywood: Hollywood Boulevard.

Por el día aún se veía pasear a los turistas por el bulevar, camino del Museo de Cera de Hollywood, mirándose los pies y leyendo los nombres en el Paseo de la Fama (“Mira, Marge, Eddie Cantor”). Hollywood Boulevard atraía a la gente por sus cines mundialmente famosos (el Grauman’s Chinese Theatre, el Egyptian, el Paramount, el Pantages, el Vogue). Sin embargo, cuando el sol se ponía y los turistas regresaban a sus Holiday Inn, Hollywood Boulevard quedaba en manos de la gente de la noche y se transformaba en
Hollyweird, “Hollyraro”.

En cambio, el Tiffany estaba en Sunset Boulevard y, para colmo, en Sunset Boulevard al oeste de La Brea, con lo que oficialmente pertenecía al Sunset Strip.


[…]

Los filmes contraculturales producidos entre 1968 y 1971, fueran buenos o no, eran apasionantes. Y tenían que verse con más gente, a ser posible todos colocados. Pronto el Tiffany se apartaría de ese ambiente, porque las películas alucinógenas realizadas a partir de 1972 eran más bien creaciones trasnochadas para un nicho de mercado.

Pero si el Tiffany tuvo un año especial, fue 1970.

Ese mismo año, cuando yo tenía siete, asistí por primera vez a una sesión en el Tiffany. Mi madre (Connie) y mi padrastro (Curt) me llevaron a un programa doble:
Joe, ciudadano americano, de John G. Avildsen, y ¿Dónde está papá?, de Carl Reiner.



[Reservoir Books. Traducción de Carlos Milla Soler]

miércoles, marzo 29, 2023

Un hombre soltero, de Christopher Isherwood

 

 

Tiene el lamentable aspecto de un nadador o un corredor extenuado, y sin embargo ni se plantea detenerse. La criatura que contemplamos seguirá luchando hasta caer. No porque sea heroica, sino porque no concibe otra alternativa.

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El supermercado aún está abierto; no cerrará hasta medianoche. Emite una luz radiante que ofrece amparo contra la soledad y las tinieblas. Uno podría pasar horas allí, a salvo de la inseguridad, meditando acerca de la gran oferta de comestibles. ¡Santo cielo, cuántos hay! Tantas marcas en envases relucientes que nos prometen algo delicioso. Los artículos de las estanterías nos llaman a gritos: ¡llévame!, ¡llévame!; y la mera competencia de sus reclamos puede hacernos creer que se nos desea, incluso que se nos ama. Pero ¡cuidado!, porque de vuelta en tu solitaria habitación descubrirás que el halagador duende de la publicidad te ha tomado el pelo; que lo que queda no es sino cartón, celofán y comida, y la decepción te quita el apetito.

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La alternativa –es decir, volver a poner él mismo todas las cosas en su sitio– le parece uno de los trabajos de Hércules, pues ya ha caído sobre él la abrumadora desgana de la tristeza. La desgana que hace que uno se quede en la cama hasta ponerse enfermo.



[Acantilado. Traducción de María Belmonte]

Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood

 

 

-¿En qué he cambiado?
-Es difícil de explicar… Parece como si no tuvieras energía ni ganas de llegar a ninguna parte. Eres tan diletante… Me molesta.
-Pues lo siento.
Pero mi pretendido tono frívolo sonó algo forzado. Sally contempló ceñuda sus diminutos zapatos negros.
-No debes olvidar que soy una mujer, Christopher. A todas las mujeres les gustan los hombres fuertes y decididos que luchan por sus objetivos. Una mujer quiere ser maternal con un hombre y proteger su lado débil, pero también debe tener un lado fuerte que ella pueda respetar… Si llegas a interesarte por una mujer, te aconsejo que no le permitas ver que careces de ambición. De lo contrario te despreciará.

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-Nunca volveré a encontrar un caballero como usted, Herr Issyvoo… Siempre tan puntual en el alquiler… No acierto a comprender lo que le impulsa a marcharse de Berlín así, tan de repente…
No serviría de nada explicárselo o hablar de política. Ya se está adaptando a mi partida, como lo hará a cualquier nuevo régimen. Esta mañana la he oído hablar fervorosamente del Führer con la mujer del portero. Si alguien le recordara que votó a los comunistas en las elecciones del pasado noviembre, seguramente lo negaría ardientemente y con la mayor buena fe. Se limita a aclimatarse, como un animal que muda el pelaje en invierno de acuerdo con la ley natural. Miles de personas como Fräulein Schroeder están haciendo lo mismo. Después de todo, sea cual sea el gobierno que detente el poder, están condenadas a vivir en esta ciudad.




[Acantilado. Traducción de María Belmonte]


viernes, marzo 24, 2023

Como un cielo en nosotros, de Jakuta Alikavazovic

 

 

Este libro breve (apenas 100 páginas) y fascinante forma parte de una colección francesa titulada “Ma Nuit au Musée” (es decir, “Mi noche en el museo”), donde hombres y mujeres enfocan su texto en torno a la experiencia de pasar una jornada nocturna en un museo de su elección. Jakuta Alikavazovic eligió el Louvre y preside su texto con una cita de David Markson de La amante de Wittgenstein, lo que nos indica de entrada buen gusto e inquietud por lo anómalo (me entenderán quienes hayan leído esa novela).

La noche sin dormir en aquel lugar, rodeada de cariátides y de pinturas célebres, da pie a reflexiones y servirá a la autora para indagar en lo artístico pero también en la relación con su padre, un hombre amante de los museos y oriundo de Yugoslavia que solía hacerle esta pregunta: “¿Y tú cómo te las ingeniarías para robar La Gioconda?”, y esto permite a la autora hablar de robos de cuadros célebres, de espectadores de huecos donde estuvieron las pinturas robadas, de esculturas clásicas y de artistas como Robert Smithson. Un libro para tratar de comprender el arte y a su padre y a sí misma. Unos extractos:  

La noche del 7 al 8 de marzo de 2020 la pasé sola en el Louvre. Sola y, al mismo tiempo, de todo menos sola.
En la sección de Antigüedades. En la sala de las Cariátides. Eso sí, a lo largo de la noche tuve que mover de sitio la cama plegable que había llevado, pues los lugares tienen alma, los lugares tienen vida, sobre todo a oscuras, y ocurre que precisamente los más visitados, los más recorridos, una vez vacíos, se despliegan y se vengan, a su manera, ahuyentando a quienes tienen la osadía de demorarse en ellos.
O tal vez esos lugares perciban que no tenemos la conciencia del todo tranquila. Que no tenemos el corazón del todo tranquilo.  

**

Me preguntó si era
la escritora, y esa pregunta todavía despierta en mí cierto orgullo, un orgullo del que me avergüenzo al instante, pues, aunque no siempre sabemos a ciencia cierta quién escribe en nuestro fuero interno, sí sabemos –al menos yo lo sé– quién se avergüenza. Solo una parte de nosotros puede escribir, solo una parte de nosotros puede estar orgullosa, pero la vergüenza la experimenta todo nuestro ser. La vergüenza nos une mucho más que cualquier otra cosa.  

**

Y era fácil ser infantil con mi padre. Todos los niños lo adoraban, pues era paciente, alegre y sabía cómo hablarles. Pero en realidad no era una cuestión de habla ni de lenguaje. Más bien sabía amoldarse al tiempo de los niños, el tiempo de la infancia, tan rico, tan lento, un tiempo tan largo que aún no sabemos exactamente qué es el tiempo: nos movemos por él igual que surcamos el aire que respiramos, sin la menor intuición de que algún día pueda abarcarse. Al comprender esa temporalidad única que la mayoría de nosotros perdemos más adelante, mi padre comprendía las alegrías y las tragedias, las acogía, las respetaba. Se ponía a la altura de los niños. Literalmente, por lo que a mí respecta. Cuando, rondando los cuarenta años, tuvo que operarse de los meniscos, culpó de su desgaste a la velocidad con la que solía correr antaño, a sus carreras desenfrenadas, a menudo descalzo por las carreteras de un país que yo apenas conozco. En cambio, a mí enseguida me vinieron a la mente los días que pasaba a mi lado. De rodillas. A mi altura. ¿Fue su infancia o fue la mía la que dañó los delicados y frágiles discos de sus rodillas?

**

Los museos nos han acostumbrado a la idea de que las obras de arte se han hecho para que las veamos. Que están hechas para la luz, para las miradas. Nuestra pasión por lo visible se ha convertido en una pasión por la visibilidad. Las pantallas –esas pantallas miniaturizadas hasta el punto de caber en nuestros bolsillos, en nuestras manos– han hecho por nuestros cuerpos y nuestras caras lo mismo que los museos han hecho por las obras de arte. Los hombres que, como mi padre, tienen secretos y los guardan casi parecen pertenecer a otro mundo. Es otra forma –temporal, moral, más que geográfica–de ser extranjero. Extranjero en una época en la que nuestro gusto por la exposición se ha desplazado hacia el exhibicionismo.




[Muñeca Infinita. Traducción de Vanesa García Cazorla]   

domingo, marzo 19, 2023

Abierto toda la noche, de Charles Bukowski

 

 

UN PERÍODO DE DESCANSO

yacía en su cama y era un gran
novelista, poeta y autor
de relatos.
a menudo le decían a las visitas que estaba
en un "período de descanso"
y las
despachaban.

fue a verlo una mujer
que era autora de relatos y
novelista.
la mujer escribió sobre su
visita
en un relato breve.
decía que la trató
con crueldad,
no agradeció la
visita.
que quizá no era
tan grande
después de todo.
en su relato
escribió que
"era un hombre muy
amargado".

luego él murió de tuberculosis
y el relato de la mujer
se publicó.

era D. H. Lawrence
y ella
ha sido
olvidada
con razón.

a los buitres rara vez se los bendice con
la inmortalidad.

**

CHINASKI

se parodia, se sentimentaliza.
está otra vez en un cuartito,
siempre en un cuartito, con la puerta cerrada,
dejando el mundo
fuera.
con más de 70 sigue intentando superar su infancia brutal
y nunca ha llegado a entender de verdad a
las mujeres.
su escritura es irregular
si bien potente
e incluso en sus mejores momentos se aprecia
cierta sensación de redundancia,
de nada nuevo.
lo han imitado hordas
de escritores
a los que su estilo sencillo les parece
atrayente.
ahora tiene una casa, piscina,
spa, un buen coche
y una esposa que le da
vitaminas.
es un recluso
y si lo abordas en el
hipódromo
lo más probable es que
pase de ti o te insulte.
sus únicas visitas por lo visto son
estrellas de cine,
directores y
entrevistadores.
cuando muera
quizá se le otorgue
un lugarcito
en el mundo de la literatura
donde permanecer enfurruñado a la
sombra de Céline, Hemingway, Jeffers
y Henry Miller.
Dios tenga en su gloria su alma
agnóstica y
alcohólica
y ahora pasemos
a cosas más
interesantes.



[Visor Libros. Traducción de Eduardo Iriarte]

Harold y Maude, de Colin Higgins

 

-Harold –dijo su madre, sentándose a su lado–. Escúchame. ¿Por qué quieres tirar toda tu vida por la borda?
-Solamente voy a pedirle que se case conmigo.
-Pero ¿qué sabes de ella? ¿De dónde viene? ¿Dónde la conociste?
-En un entierro.
-¡Estupendo! –exclamó la señora Chasen, y bebió un trago–. No solo voy a tener una nuera de ochenta años. ¡Voy a tener una enterradora! Harold. Por favor. Sé razonable. Piensa en lo que estás haciendo. ¿Qué va a decir la gente?
-Me trae sin cuidado lo que diga la gente.



[Capitán Swing. Traducción de Catalina Martínez Muñoz] 

lunes, marzo 13, 2023

viernes, marzo 10, 2023

Diálogo con mi sombra, de Pedro Juan Gutiérrez

 

 

En esa época surgió una idea fija dentro de mí: la literatura es algo sagrado. No es entretenimiento. No puede ser frívola. No se puede mancillar con tonterías. La literatura es el súmum del pensamiento, del arte, de la expresión humana.

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Un escritor verdadero, y creo que cualquier artista, tiene muchas preguntas y ninguna respuesta. Es así. Estás siempre lleno de dudas, de interrogantes, abrumado por lo que no sabes. Y cuesta mucho encontrar algunas respuestas para tranquilizar un poco el espíritu. Cuesta. Es un proceso doloroso, interminable, porque las preguntas y las dudas siguen brotando siempre, como un manantial incesante que jamás se agota.

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Un escritor nunca es un tipo respetuoso. Todo lo contrario. Eres alguien que trabaja con la realidad pero disfrazando, maquillando, exagerando, embelleciendo o empeorando esa realidad. No obstante, hay una línea, una frontera muy sutil. Cuando pones un pie al otro lado de esa frontera, hay algo que se dispara dentro de ti. Una alarma, una alerta que te dice:
Stop, my friend. No sigas más allá porque el costo va a ser grande para ti. No violes tu propia frontera porque te vas a buscar muchos problemas. Y así y todo lo haces y pasas la frontera y entras en el territorio de los locos, de la demencia.

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Desde que leí
Desayuno en Tiffany’s, me propuse escribir de ese modo, que no pareciera literatura. Que no se vieran las costuras del relato. Que todo parezca fluir de un modo espontáneo. Como si fuera alguien contando una historia oral, como sucedía por las noches en casa de mi abuela en el campo. Ese es siempre mi propósito.

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Soy minimalista y espartano. Y claro, eso lo llevo a lo que escribo. Así que me molesta el barroquismo. En esta época tan vertiginosa, tan cambiante, tan dinámica, me parece que debemos ser más ligeros. Decirlo todo. No dejar nada por decir. Pero hacerlo de un modo funcional y efectivo.

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Se ha perdido la capacidad de riesgo, la capacidad de asumir la literatura como un juego. No. Los editores no quieren arriesgar con un autor un poco “extraño”. Quieren ir al negocio seguro, con autores convencionales que no le compliquen la existencia al lector. Continuamente hablo con escritores que se quejan de esa censura que ejercen los editores grandes y medianos.

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El arte y la literatura, la ciencia, las disciplinas de humanidades, tienen que estar mucho más allá de las convenciones religiosas, sociales, políticas. Mucho más allá. Libertad de expresión total. El escritor que obedece todas esas leyes inventadas por otros solo está haciendo el juego a los mecanismos de control y represión. Actúa con miedo. O con interés mercantil. Quiere publicar en las editoriales más grandes, que pagan bastante y que son las más represivas y controladoras porque están muy atadas de manos con su ambición mercantil. Entonces ese escritor ya se queda a medias. Se autocensura. No se atreve.

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Algo decisivo en este proceso de erosión es internet y esa costumbre, que se incrementa continuamente, de leer solo textos pequeños, breves, muy rápido. Los jóvenes que están muy metidos en todo eso pierden capacidad de concentración para leer un libro, para leer textos largos. Dentro de diez o quince años ya será muy evidente que poca gente pueda leer libros, o dedicarse a tareas de larga concentración.

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El concepto de no quejarse es fundamental. Cuando te lamentas abres las puertas al fracaso, a la derrota.

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Nadie se imagina la fortaleza mental y espiritual que necesita un escritor para seguir adelante. Es un oficio tan solitario y tan individual que siempre estás al borde del abismo.

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La literatura siempre se refiere a gente desordenada, con sus vidas trastornadas por algún hecho específico o una situación, o una sucesión de hechos deplorables. Solo así se crea el conflicto y el antagonismo imprescindibles para hacer avanzar un relato.

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Creo que durante las últimas décadas se ha producido un exceso de literatura comercial. Literatura muy mala, de entretenimiento, que se ha vendido como churros. Y eso condiciona un gusto en los lectores. Un mal gusto. Y también condiciona a una enorme cantidad de escritores que se meten dentro de esa corriente comercial y no se atreven a escribir a fondo ni a experimentar ni a arriesgar. Tienen miedo a quedar fuera de los medios, a perder dinero, a salir de lo que ahora se llama mainstream. Ha sucedido lo mismo en el cine, en la música, en todo.

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Sigo escribiendo siempre, pero no tengo prisa en publicar. Ahora pienso un poco más antes de entregar al editor. Los tiempos de la locura ya pasaron. Hay que hacer como Juan Rulfo y Sabato. Escribir solo lo absolutamente imprescindible, lo que sale de las entrañas. No más. Resistir al vicio de escribir. No aburrir a los lectores con tonterías. No molestar. No llamar la atención. Resistirse al vicio de la escritura. No añadir más confusión al caos en que vivimos. Guardar silencio.
Claro, esto va completamente a la contra del espíritu de la época, que es un espíritu mercantil. Entonces cuando pasan dos o tres años y no publicas un libro y no sales en los medios, y no escribes chistecitos simpáticos en un blog, se supone que el público se olvidó de ti. Y todos se inquietan: ¿qué pasa contigo? ¿No vas a escribir más? ¿Eres un escritor acabado? ¿Estás bloqueado? Y no saben qué pensar. No entienden. No puedes estar escondido y tranquilo en la trastienda. No. Tienes que estar siempre en el mostrador, dando la cara a los clientes. Que te vean sonriente y saludable, diciendo cosas inteligentes y agudas, haciendo el payasito, vendiendo. Así que detesto esa actitud. Disfruto el silencio y la soledad. Trato de viajar lo menos posible y de cultivar la paz y el sosiego. Intuitivamente sé que escribiré unos cuantos libros más. De hecho, estoy en eso. Pero sin prisas.



[Anagrama]


Carta al padre y otros escritos, de Franz Kafka

 

De “Carta al padre”:

Queridísimo padre:
Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.

**

Para mí siempre fue incomprensible tu absoluta falta de sensibilidad para echar de ver qué dolor y qué vergüenza podías causarme con tus palabras y con tus juicios de valor, era como si no tuvieses conciencia alguna de tu poder. Por supuesto que yo también te he ofendido a ti con mis palabras, pero yo lo sabía siempre; me dolía, pero no podía dominarme, no podía morderme la lengua, me estaba ya arrepintiendo mientras decía la palabra. Pero tú te lanzabas sin más al ataque con tus palabras, nadie te daba lástima, ni al decirlas ni después de haberlas dicho; uno estaba completamente indefenso frente a ti.


De “Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas”:

¿Quién es? ¿Quién camina bajo los árboles del malecón? ¿Quién está completamente perdido? ¿Quién no puede ya salvarse? ¿De quién es la tumba donde crece la hierba? Sueños han llegado, han venido bajando el río, escalan la pared del malecón sirviéndose de una escalerilla. Nos quedamos parados, hablamos con ellos, saben muchas cosas, pero lo que no saben es de dónde vienen. El aire es tibio en esta tarde de otoño. Se dirigen al río y alzan los brazos. ¿Por qué alzan los brazos en lugar de abrazarnos con ellos?

**

Bajo cada intención yace agazapada la enfermedad, como debajo de la hoja del árbol. Si te inclinas para verla y ella se siente descubierta, aparece de un salto, la maldad delgada y silenciosa, y en lugar de que la aplastes, lo que quiere es que la fecundes.

**

De acuerdo con mi carácter, yo sólo puedo aceptar un mandato que no me haya dado nadie. No puedo vivir sino en esa contradicción, siempre y sólo en contradicción. Pero eso seguramente vale para todos, pues viviendo se muere, muriendo se vive.

**

17 de septiembre de 1920. Sólo hay meta, no hay camino. Lo que llamamos camino es vacilación.

-Continuamente estás hablando de la muerte y no te mueres.
-Y sin embargo voy a morir. Estoy diciendo mi canto final. El canto de unos es más largo, el canto de otros es más corto. Pero la diferencia nunca pasa de unas pocas palabras.


**

La vida es un continuo desviar, que ni siquiera nos permite reflexionar y preguntarnos de qué nos desvía.

**


Yo lucho; nadie lo sabe; algunos lo adivinan, eso es inevitable; pero saber, no lo sabe nadie. Cumplo mis deberes cotidianos, me pueden criticar por ser un poco distraído, pero no mucho. Todo el mundo lucha, evidentemente, pero yo más que los demás; la mayoría de la gente lucha como durmiendo, como cuando en medio del sueño se mueve la mano para ahuyentar una visión, pero yo he dado un paso al frente y lucho empleando concienzuda y escrupulosamente todas mis fuerzas. ¿Por qué me he separado de la masa, ruidosa en sí, pero en este aspecto angustiosamente silenciosa? ¿Por qué he atraído la atención hacia mí? ¿Por qué soy ahora el número uno en la lista del enemigo? No lo sé. Otra vida no me pareció digna de ser vivida. La historia militar llama a tales personas soldados natos. Y sin embargo no es así, yo no espero alcanzar la victoria y no me gusta combatir por combatir, sino porque es lo único que hay que hacer. En este sentido, sin embargo, me gusta más de lo que soy capaz de disfrutar, me causa más deleite del que puedo regalar, y tal vez yo sucumba no a consecuencia del combate sino de ese deleite.

**

Escribir como forma de oración.




[Alianza Editorial. Traducción de Carmen Gauger]