viernes, enero 27, 2023

Nada más, de Marguerite Duras

 

 

Sábado, 25 de marzo

Me desconsuela que las décadas huyan de esta manera. Pero, al menos, estoy en este lado del mundo.
Qué duro es morir.
En un momento dado de la vida, las cosas se acaban.
Así lo siento: las cosas se acaban.
Así es.

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13 de abril

Me he pasado la vida escribiendo.
Como una imbécil: eso es lo que he hecho.
Tampoco es malo ser así.
Nunca he sido pretenciosa.
Pasarte la vida escribiendo te enseña a vivir: no te salva de nada.


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16 de febrero

Es curioso que te siga amando incluso cuando no te amo.

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Lunes, 19 de febrero

Sé lo que voy a padecer: la muerte. Lo que me aguarda: mi rostro en la morgue. Qué espanto. No quiero.



[Periférica. Traducción de Vanesa García Cazorla]


Corazones cicatrizados, de Max Blecher

 

-¿Y qué estudia?
-Química.
-¡Ah, química! ¿Le gusta la química, le interesa?
“Ahora sólo me interesa la vida”, quiso contestar Emanuel, pero se calló.

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Se le había mojado la espalda e intentaba, retorciéndola, meter la mano por debajo de la escayola para separar la camiseta de la piel. Pero cuando la sacó, constató algo en extremo desagradable: la mano olía a moho. Emanuel descubrió así, de pronto, toda la suciedad y mugre que albergaba su cuerpo, sin lavar desde hacía tantos meses. Era la primera vez que exploraba el interior del corsé. Inmediatamente le entró un inmenso asco de sí mismo y, al tratar de ocultar lo mejor posible su desazón, la tristeza se le acentuaba de forma notoria en el rostro.  



[Pre-Textos. Traducción de Joaquín Garrigós]

Citas. 139

 

El viajero frecuente debe enfrentarse hasta el hastío con la pregunta de si está huyendo de algo. No, no huye. Lo que busca es desaparecer estando presente. El viaje te permite desaparecer mientras sigues llevando tu vida –puedes llamar a un número de teléfono y al otro lado de la línea, si todo va bien, siempre habrá alguien que te reconozca–. La gente te ve, y sin embargo, tú eres invisible en tu propia identidad. Podrías ser cualquiera.
Cees Nooteboom, Tenía mil vidas y elegí una sola

jueves, enero 19, 2023

Heat 2, de Michael Mann y Meg Gardiner

 

 

Ningún fan de Michael Mann en general y de la película Heat en particular debería perderse este libro. No sé si será la primera vez que alguien hace algo similar: que la precuela/secuela de un filme sea una novela (sólo recuerdo el precedente de Chuck Palahniuk, que se sirvió del cómic para la segunda parte de El club de la lucha).

Como el propio Mann explica, había escrito breves biografías para entender por qué sus personajes actuaban así. Recordemos a Neil (Robert De Niro): alguien un poco huraño y misterioso, que en principio no quiere atarse a nadie. O a Vincent (Al Pacino), un tipo que arrastra matrimonios fracasados y obsesiones con los cadáveres que dejan los criminales a los que persigue.

En Heat 2 conviven al mismo tiempo la secuela, la precuela y el resumen de la película. Mann y Gardiner parten de la huida de Chris (Val Kilmer), el único atracador que sobrevivía, para contarnos lo que ocurre entre 1995 y 2000, y de paso retroceder a 1988, cuando los polis y los ladrones aún no tenían tantas heridas sentimentales. Y pone en juego a un par de personajes nuevos que servirán de enlace entre el pasado y el futuro, entre ellos un psicópata que da mucho juego.

El resultado es una novela negra muy potente que a mí me sedujo ya en las primeras páginas. Los autores también introducen el tema de la informática y los virus y los adelantos tecnológicos que Mann trataba en Blackhat. Y sus personajes, a lo largo de 500 páginas, cambian de año y de país y de identidad y se persiguen y se tirotean y no nos dan respiro. Una de las cosas que más me han gustado es cómo Mann completa la identidad de sus personajes; de Neil dice, por ejemplo: El cariño condiciona la toma de decisiones. El apego, implicarse con alguien. La emoción te lleva por senderos tangenciales en vez de ponerte en la trayectoria de menor riesgo y de mayor recompensa. Hace que la gente que te importa resulte herida.

Aquí van dos fragmentos:

Al entrar en la escena de un crimen, Hanna daba un primer paso y entonces se detenía. Los examinadores forenses, los técnicos, los fotógrafos y los agentes policiales de pronto se quedaban quietos. Conocían su rutina. Dejaban de medir, de fotografiar, de trazar esbozos y de hablar de la barbacoa del fin de semana pasado en Michigan City. Hanna se despejaba la cabeza y escudriñaba la estancia de izquierda a derecha sin detenerse. Se fijaba en la mujer muerta con la herida de bala de gran calibre en la cabeza, en sus ojos negros, en los muebles volcados, en el olor acre de la comida quemada que estaba preparando. Veía en la repisa de la chimenea fotos suyas con el vestido de la confirmación, con el de la graduación del instituto; o de ella con su bebé en brazos. No había fotos de boda. Madre soltera.
Entonces entraba en la habitación. El trabajo se reanudaba a su alrededor. Sabía que aquella primera impresión le ofrecía información de la que no sería consciente hasta más tarde, cuando interrogara al hijo, un chaval de veintidós años caprichoso y sin futuro cuyo negocio de aficionado al narcotráfico salió mal y al que la gente a la que pensaba que podía joder se pasó a hacerle una visita. Al no encontrarlo en casa, en su lugar dispararon a su madre.

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-Te admiro. –Neil se vuelve hacia las dunas. Sacude la arena, borrando una de sus huellas.
-No atravesaréis las dunas –dice ella, de nuevo en inglés.
-No –le responde con un suspiro–. Solo quería recordarme a mí mismo lo deprisa que se borran las cosas. Todo llega y todo se va.
-¿Estás filosofando?
-Todos somos pisadas en una playa. Llega la marea y es como si nunca hubieras estado allí.
-Eso lo escribió un tipo llamado Albert Camus –dice ella ladeando la cabeza–. ¿Qué clase de nombre es ese?
-Francés –responde Neil.
Ella lo mira y en sus ojos se refleja el brillo de la noche.
-Ahora estoy aquí.
-Exacto. Esa es la cuestión. Ahora estamos aquí. No existe una gran razón por la que existimos. No hay un propósito. No hay cielo ni infierno esperándonos en función de cómo recemos. La única pregunta real es: ¿por qué seguir viviendo? ¿La vida lo merece? ¿Por qué no suicidarse? El único juicio es cómo empleamos el ahora.
-Yo no quiero ponerle fin. Si esto es lo que tenemos, mejor vivirlo.
-Sí. Lo único que tenemos es este momento. Lo vivimos, conscientes de lo que significa: nada. Pero lo vivimos a tope. De eso se trata.
-¿Dónde leíste eso? –le pregunta ella.
-En Folsom. ¿Qué es mi vida? ¿Por qué matar el tiempo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué significa todo esto? Me fui a la biblioteca y dije: “¿Dónde está la filosofía que explica por qué estamos aquí y qué hacemos con el tiempo? Lo que significa mi vida”. El tío del carrito de libros me remitió a Camus.
-Es muy fuerte –le dice ella–. Por eso te quiero, hombre loco.




[Harper Collins. Traducción de Carlos Ramos Malavé]

viernes, enero 13, 2023

La propia muerte, de Péter Nádas

 

Sin embargo, una angustia de dimensiones desconocidas irrumpió oscuramente siguiendo la estela del dolor. Llegó de forma imparable, como la neblina invernal. Me insinuaba que esto no acabaría bien; no podría superarlo, no podrás eludirlo, me decía.
Miré con curiosidad sus ojos opacos y vi claramente que era el miedo del cuerpo, no el mío, no el del alma. Ese era, pues, el temor a la muerte. Pude percibir entonces la diferencia entre las cualidades de mi yo y las de mi cuerpo.
Tenía cincuenta y un años y había alcanzado la cima de mi capacidad de rendimiento físico e intelectual; eso habría dicho si en ese preciso instante no hubiera caído desde esa misma cima.

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No entiendes lo que ocurre, nunca has experimentado nada parecido y aun así sabes que se llama sudor mortal. Un frío gélido sobre tu ardor. Mientras, ves que nada ha cambiado en torno a ti y aun así te das cuenta de que la diferencia entre tus percepciones y las de los demás es más grande de lo que normalmente esperarías. Tengo una sensación que me afecta a mí y no a los demás.

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No me inquieté, pues iba siguiendo con la conciencia clara cómo el miedo a la muerte se apoderaba de cada una de las fibras de mi cuerpo. Aun así, me habría alegrado que alguien acudiese en mi ayuda. Quienquiera que fuese. Alguien. El dolor latente y punzante en el hombro derecho y en el lado interior del omóplato me tenía tan atrapado que apenas podía hablar. Era uno de esos dolores que llegan hasta los huesos. No es que viniera de los huesos, sino que penetraba en ellos procedente de las profundidades desconocidas del cuerpo. En sus oscuros vericuetos no tocaba ninguno de los órganos atravesados por las terminaciones nerviosas.

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Pasara lo que pasara, en el piso silencioso calentado por la luz del sol, me sentía a buen recaudo. La seguridad de la guarida es más importante que el aire. Estar lejos de todo y de todos.

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Mi problema era que no había aire en el aire. La cantidad de aire era constante, y mi conciencia no sabía cómo afrontar ese hecho. El aire presente no bastaba para mantener las funciones vitales normales. Lo cual no hacía más comprensible la situación. Cuanto mayor era la fuerza con que trabajaba el aparato respiratorio, cuanto mayor era la aceleración con que latía el corazón, tanto menos aire me tocaba. Eso resultó ser una experiencia nueva, un descubrimiento.

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En la hora de su muerte, el hombre está solo, lo cual, no obstante, debe computarse en la columna de las ganancias.

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La muerte realmente nos agarra. Vamos saliendo de nuestras vidas.
Uno no está solo consigo mismo. Entro en el ámbito de atracción del otro, mi alma me lleva consigo.

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Nos desnudan. Yacemos sobre la sábana de tal modo que cualquier parte del cuerpo está en todo momento preparada para una intervención destinada a salvarnos la vida. El dolor, la asfixia, el temor a la muerte, las doscientas pulsaciones no impiden que por la sensación corporal se filtre suavemente una satisfacción narcisista y exhibicionista.

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Mi muerte será mi nacimiento. La calidad de la luz no ha cambiado por la aproximación, sino que solo se ha vuelto más susceptible de ser interpretada. La luz era como si hubieran puesto un vidrio opaco ante una fuente luminosa realmente potente, es decir, no era directa sino que parecía más bien velada.

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Durante esos tres minutos y medio transcurrieron varios millones de años. La creación se produce cuando la muerte y el nacimiento de un hombre se tocan.



[Temporal. Traducción de Adan Kovacsics]

miércoles, enero 11, 2023

Del blog de Juan Francisco Ferré: Cinema Speculation: cine y metacine en 2022

 

Un año más, la lista de películas, series y documentales que más nos gustaron a unos cuantos durante el año anterior, servidas en el magnífico blog del escritor Juan Francisco Ferré. El link al post: aquí. En las imágenes superior e inferior, algunas de mis elegidas.

 


En islas extremas, de Amy Liptrot

 

Había días en que no podía detener mis pensamientos y solo quería escapar de mí misma. Comencé a coger la costumbre, y la mantengo, de beber Coca-Cola en cantidades industriales, ya que, junto con los cigarrillos, era lo más parecido a lo que necesitaba. Quería comerme mis propios dientes, engulléndolos con la Coca-Cola hasta que vomitara. Quería que los médicos me indujesen el coma. Quería el futuro ya. Quería interesarme por los demás y no vivir nunca más sola. No había nada que quisiera más que permanecer sobria, pero me moría por beber.

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Tengo una sensación de vacío. He perdido el alcohol y estoy desesperada por encontrar algo que me llene, ya sea café, sexo, escribir, amor, ropa nueva o la aprobación en la red. He leído que todas estas notificaciones, pitidos y vibraciones afectan y alteran nuestro cerebro a base de pequeñas descargas de dopamina y un poco de adrenalina. En busca de esas pequeñas emociones, sobrevuelo las páginas web que me resultan familiares, como un ave migratoria sigue los ríos o las autopistas. La notificación roja de un mensaje que estaba esperando es la pálida sombra de la sensación que produce el primer sorbo de cerveza, o el agua fría cuando estás muerto de sed, o una cama cómoda cuando estás agotado o dejar de nadar cuando estás a punto de ahogarte.



[Volcano Libros. Traducción de María Fernández Ruiz]

Globos de Oro 2023

 

 

Lista completa: aquí.



sábado, enero 07, 2023

Tormenta para los vivos y los muertos, de Charles Bukowski

 

la condición

en estos momentos, dada la condición del sol
mi mundo llega a su fin.
bajo la impronta del gusano,
en manos de una población mundial
que no me compete.
en estos momentos, dada la condición del sol
mi mundo llega a su fin.
amigos míos, no ha sido
nada fácil.
he sido valiente, un borracho y
un cobarde.
el corazón sigue latiendo
a pesar del terror indiscutible.

dada la condición del sol
me dispongo a renunciar
al esfuerzo, el dolor y lo que me quede
de honor.

**

zafarse de una posible inmortalidad

si no podemos hacer literatura de nuestra
angustia

¿qué haremos con
ella?

¿mendigar por la calle?

me gustan las pequeñas comodidades
como a cualquier otro
cabronazo
que se precie.

**

canto por este dolor arrebatador…

tenemos que superar
toda esta mierda
seguir creciendo...
el destino solo es una puta si así
lo queremos.
encendamos las luces.
suframos a lo grande,
con un palillo en la boca, sonriendo.
podemos hacerlo.
nacimos fuertes y moriremos
fuertes.
nuestra manera de vivir
cual transatlánticos en la niebla...
espinas en las rosas...
jóvenes indiferentes paseando por los parques en bañador...
ha estado muy
bien.
nuestros huesos,
como tallos hacia el cielo,
clamarán victoria
eternamente.


[Visor Libros. Traducción de Abel Debritto]

Glenn Gould. No, no soy en absoluto un excéntrico, de Bruno Monsaingeon y Varios Autores

 

 

GLENN GOULD: Algunas personas me consideran excéntrico porque llevo conmigo mi propia silla, porque llevo guantes en verano, porque remojo las manos en agua caliente antes de tocar y porque uso guantes de caucho para nadar.
Veamos lo de la silla, por ejemplo. Se han escrito muchas tonterías sobre esto, como si el hecho de llevarla a todas partes fuera el colmo de la rareza. Alguien ha escrito que para tocar mejor los pasajes con cruce de manos me ayudaba inclinándola, como una especie de torre de Pisa. Eso es ridículo; mi silla no se inclina ni por un lado ni por el otro. Si poseo mi propia silla ajustable es únicamente porque mi estilo de interpretación me obliga a sentarme más bajo que la mayor parte de los pianistas, unos buenos veinte centímetros.
En cuanto al hecho de cuidarme las manos, revela simplemente buen juicio. Llevo guantes la mayor parte del tiempo porque tengo mala circulación. A causa de ello las sumerjo en agua caliente antes de cada concierto. Me gustaría poder nadar normalmente, pero mis manos quedarían afectadas durante días, así que llevo unos guantes de caucho que cubren totalmente mis manos. Me río al escuchar a la gente decir que soy un excéntrico. Deberían haberme visto hace apenas seis años, cuando tenía diecisiete. En esa época sí que era un auténtico personaje.


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GLENN GOULD: […] La idea de que el artista debería ser un atleta cuyo entrenamiento físico tiene que ser permanente me resulta del todo extraña. Lo esencial es almacenar la música en alguna parte del cerebro, guardar una imagen de ella sólida y clara haciéndola pasar y volver a pasar por la cabeza: cuanto más lejos se está del instrumento, más fuerte es la imagen. El alejamiento del instrumento y la consolidación de la imagen mental constituyen el único trabajo que me parece verdaderamente fructífero.

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TIM PAGE: Recuerdo una frase suya que leí en el New York Times y que da una buena idea de su valoración negativa de los conciertos. Cito: “No debería permitírsenos observar como mirones al prójimo en situaciones en las que se ve obligado a demostrar algo que no requiere una demostración”.
GLENN GOULD: Sí. Confieso haber tenido siempre dudas muy serias con respecto a los motivos de las personas que acuden a los conciertos, al teatro o a cualquier otra manifestación pública… En el pasado, sin duda, he generalizado injustamente cuando decía que, para mí, cualquier persona que acudía a un concierto era, en el mejor de los casos, un mirón, y más probablemente un sádico. Tal vez esto no sea cierto del todo; hay personas que quizá prefieran la acústica de la Sala Pleyel a la de su propia sala de estar. Pero sigo pensando que el hecho de pedir a unos individuos que demuestren algo que no requiere ningún tipo de demostración es inmoral, así como cruel y desprovisto de objeto.




[Acantilado. Traducción de Jorge Fernández Guerra]