miércoles, diciembre 21, 2022

El simple arte de escribir, de Raymond Chandler

 

Compendio y selección de cartas y ensayos del maestro Raymond Chandler, que se suma al volumen Raymond Chandler por sí mismo: dos libros esenciales para conocer más aspectos de su biografía. Aquí van algunos extractos:

Los editores no hacen enemigos por rechazar manuscritos, sino por el modo en que lo hacen, por el cambio de atmósfera, la postergación, la nota impersonal que se arrastra. Siempre he odiado el poder y el negocio, y sin embargo vivo en un mundo donde tengo que negociar brutalmente y explotar cada átomo de poder que tengo.

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Cuando un libro, cualquier clase de libro, llega a cierta intensidad de realización artística, se vuelve literatura. Esa intensidad puede ser cuestión de estilo, de situación, de personajes, de tono emocional, o idea, o media docena de otras cosas.

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Los editores y otros deberían dejar de preocuparse por la pérdida de clientela que puede causarles la televisión. El tipo que puede soportar un trío de anuncios de desodorantes para mirar a Flashgun Casey y tragarse los elogios a cervezas o a planes usuarios de crédito para poder ver a un par de boxeadores de cuarta frotándose las narices contra las cuerdas no es alguien que vaya a perder tiempo leyendo libros.

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El mejor modo de descubrir si uno tiene amigos es quebrar. Los que siguen cerca más tiempo son sus amigos. No me refiero a los que siguen cerca por siempre. Ésos no existen.

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Un hombre de cincuenta años no es joven, no es viejo, ni siquiera es de mediana edad. Su impulso se ha desvanecido y su dignidad no ha llegado aún. Los jóvenes lo ven como alguien viejo e insípido. Los viejos de verdad lo ven como un gordo fatuo codicioso. Es una presa para banqueros y cobradores de impuestos. ¿Por qué no pegarse un tiro y terminar con todo?

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Un escritor se revela en una sola página, a veces en un solo párrafo. Un no escritor puede llenar todo un estante, puede alcanzar una especie de fama, ocasionalmente puede inventar una trama que lo hará ver un poco mejor de lo que es en realidad, pero al fin se desvanece y es nada.

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Un hombre que sin ningún impedimento físico no puede ganarse decentemente la vida siempre es un fracasado, y por lo general un fracasado moral. Pero una gran cantidad de hombres muy buenos han sido fracasados porque sus talentos particulares no se ajustaban a su tiempo y lugar. Supongo que a largo plazo todos somos fracasados, o no tendríamos la clase de mundo que tenemos.

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Todos nosotros, los tipos duros, somos unos irremediables sentimentales en el corazón.

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El talento nunca basta. La historia de la literatura está sembrada de cadáveres de escritores que sin culpa alguna no acertaron con la época o estuvieron un poco adelantados a su generación.



[Emecé Editores. Traducción de César Aira]

viernes, diciembre 16, 2022

La casa de los náufragos, de Guillermo Rosales

 

 

-Aquí estarás bien –dice mi tía.
La miro. Me mira duro. No hay piedad en sus ojos secos. Bajamos. La casa decía “boarding home”. Es una de esas casas que recogen la escoria de la vida. Seres de ojos vacíos, mejillas secas, bocas desdentadas, cuerpos sucios. Creo que sólo aquí, en los Estados Unidos, hay semejantes lugares. Se les conoce también con el nombre de homes, a secas. No son casas del gobierno. Son casas particulares que cualquiera puede abrir siempre que saque una licencia especial y pase un curso de paramédico.

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Salgo del cuarto tapándome la nariz. Voy hasta mi habitación y me tiro en la cama. Miro al techo azul, descascarado, cubierto de diminutas cucarachas. Éste es mi fin. Yo, William Ferguson, que leí a Proust completo cuando tenía quince años, a Joyce, a Miller, a Sartre, a Hemingway, a Scott Fitzgerald, a Albee, a Ionesco, a Beckett. Que viví veinte años dentro de una revolución siendo victimario, testigo, víctima. Bien.

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Ésta es, quizá, la zona más pobre del guetto cubano. Aquí vive gran parte de aquellos ciento cincuenta mil que llegaron a las costas de Miami en el último y espectacular éxodo de 1980. No han podido levantar cabeza aún, y puede vérseles a cualquier hora, sentados en las puertas de sus casas, vestidos con shorts, camisetas de colores y gorras de peloteros. Llevan gruesas cadenas de oro al cuello con esfinges de santos, indios y estrellas. Beben cerveza de lata. Arreglan sus autos semiderruidos y escuchan, durante horas, en sus radios portátiles, estruendosos rocks o exasperantes solos de tambores.



[Ediciones Siruela]

martes, diciembre 13, 2022

Redención, de David Refoyo

 

 

La noticia nos sorprendió en mitad del estribillo. No había móviles ni WhatsApp. Solo un spoiler preciso habría amortiguado el golpe, pero el lenguaje aún no latía entre mis dedos. Llevabas muerto más de doce horas. Mi amigo: muerto.

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Quién eliminó la muerte de nuestra educación sentimental. Quién decidió que nos quedáramos en casa de una prima mientras enterraban al abuelo. Quién pensó que era más prudente jugar en el parking del hospital que verlo morir. Por qué nos impidieron comprobar la voracidad del cáncer. Por qué no nos llevaron al velatorio para abrazar a las viudas. Por qué los paños calientes. Por qué crecimos sin herramientas para afrontar la pérdida. Por qué hoy todavía

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Con once años sufrí un accidente de bicicleta y comprendí el daño. Pude morir como podemos morir todos en cualquier momento. El asfalto duele. Si una bicicleta a veinte kilómetros hora, cómo un coche descontrolado. Tal vez cien, ciento veinte. ¿Cuánto dolor puede soportar un cuerpo antes de desplomarse?

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Entrégame la paz y despeja mi camino. Si escribo, me acuso. Las viejas sentadas a la puerta me juzgarán como la nieve Marcelina a los almendros. No lo olvides, amigo, no acudí a tu funeral. La arena salpicó hasta mi salón. Han pasado dieciocho años y, si escribo, suplico: perdóname.



[La Bella Varsovia]

viernes, diciembre 09, 2022

Los matones del Ala, de Daniel Woodrell

 

 

Segunda novela de la trilogía de los pantanos de Daniel Woodrell, después de Bajo la dura luz. Volvemos a encontrarnos con René Shade, boxeador retirado e inspector de policía, y protagonista de la anterior entrega, quien tiene que investigar el atraco a un local en el que varios peces gordos (de la mafia y la política) jugaban su partida de cartas. Aunque para ello tenga que utilizar métodos sucios. Detrás del robo están varios tipos que pertenecen al Ala, “una hermandad de convictos blancos, una especie de cártel con implantación a nivel nacional que se mantenía en contacto gracias a condenas de tres a cinco años y privilegios en las visitas carcelarias”.

Woodrell es un escritor seco y preciso: va al grano, no se anda con rodeos, cuenta la trama con los elementos imprescindibles y durante la lectura parece que estamos ante una película de cine negro ambientada en esos territorios húmedos y pantanosos que a mí me recuerdan a largometrajes de mi predilección como La presa, El corazón del ángel o Atrapados sin salida (No Mercy). Aquí le bastan menos de 200 páginas para demostrarnos, por enésima vez, que la novela policiaca es la que mejor retrata el turbio mundo que hay tras la política cuando se asocia con la mafia y esa parte de la sociedad que sólo sabe vivir sirviendo a unos intereses relacionados con el poder, la droga y el crimen. No se las pierdan, disfrútenlas en una tarde de lluvia y esperemos que la tercera parte salga pronto. Con esta contundencia termina el capítulo 1:

Al hombre del pelo plateado cuya nuca le había servido para apoyar la escopeta lo tenía a mano, así que se abalanzó sobre él y le asestó un golpe con su acero azulado en aquella elegante nariz de sangre azul, y cuando oyó el crujido y el reventón, supo que a aquel caballero se le iba a quedar una napia de la que contarían chistes en el bar del club hasta el fin de sus días. Con gran satisfacción, vio al tipo caer de rodillas; chorreones rojos le ensuciaban el elegante traje de seda. Entonces dio un pequeño giro, blandió el arma amenazadora y todos los hombres se tiraron en plancha sobre la alfombra cubriéndose en vano la cabeza con las manos. Jadick, en señal de desprecio, disparó sobre el elegante tablero de la mesa e hizo saltar por los aires cartas, vasos de whisky sour, un litro de Rebel Yell, un bote de bicarbonato y los pensamientos de todos los que estaban boca abajo en el suelo. El tapete azul quedó lleno de desgarrones, inservible para futuras partidas de póquer. Mientras salía por la puerta, Jadick gritó:
-¡El universo está en deuda conmigo, hijos de puta, y pienso cobrármela!




[Sajalín Editores. Traducción de Diego de los Santos]

lunes, diciembre 05, 2022

El cielo de los animales, de David James Poissant

 

 

Este libro de relatos salió en 2017. Han pasado 5 años y yo pensaba que era mucho menos. Recuerdo que lo recomendaron con entusiasmo algunos lectores de confianza, y lo compré en seguida… pero lo fui aplazando. ¿Es una maravilla, como ellos decían? Rotundamente sí. Una de las mejores compilaciones de cuentos de los últimos años.

David James Poissant reúne en El cielo de los animales 15 relatos asombrosos. En este compendio cabe de todo: algunos textos son breves, otros muy largos y la mayoría están a medio camino. En casi todos se nos ofrecen dos temas, o dos tramas, por así decirlo: igual que sucede en los cuentos de Raymond Carver, durante el relato nos cuentan lo que está sucediendo en el presente del personaje (por ejemplo, que tenga que hacer un viaje por Estados Unidos, a toda prisa y sin apenas dormir, para llegar a la ciudad en la que vive un pariente a punto de morir), pero poco a poco nos va introduciendo en el pasado de los personajes, contándonos por qué llegaron a ese punto de entendimiento o de falta de entendimiento.

En la historia que abre el libro, “El Hombre Lagarto”, un tipo acompaña a un amigo a la casa del padre fallecido de ese colega; mientras viajan conduciendo por carretera, el narrador nos relata los problemas de su pasado, en cómo él mismo se enfrentó a su hijo al descubrir que era gay. Son sólo algunos ejemplos del dominio del autor, a la manera de Carver, para entretejer dos líneas argumentales en las que la que pasa por debajo, o sirve de trasfondo o flashback, acaba siendo la más importante de ambas.

Poissant posee una percepción especial para transmitirnos, con apenas una o dos frases, cómo se siente un personaje herido o cómo un matrimonio nota que su relación naufraga. En sus relatos suele haber pérdidas: la muerte de un padre, o de un hijo, o de una mascota. Suele haber malentendidos y falta de comunicación: esas parejas y esos matrimonios que ya no se comportan como antes, que ya no son lo que eran como pareja, esos padres e hijos que tratan de recuperar la relación, esos hermanos que llevan años sin hablarse pero quieren cerrar las heridas. Culpa, remordimiento, padres alcoholizados, hombres incapaces de superar una ruptura y que además extravían al gato que les habían encargado cuidar, hijos superdotados a los que putean…

Ningún lector habituado a los cuentos debería perderse este libro. Dejo algunos extractos:
 
Lo único que sabía era lo que pensaba, y pensaba que Kate podía ser feliz por los dos. Pero una pareja no podía funcionar de esa manera; uno de los dos contento, el otro como fuere. Una pareja tenía que tener equilibrio, armonía. A falta de eso, no eran más que dos personas que compartían platos y cubiertos.

[Del relato “La amputada”]

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La noche es fría. Los edificios son altos. El cielo, salvo donde hay estrellas, es negro. Negro como las piezas negras del juego de damas o los rescoldos de la madera después del fuego.
También debería mencionar que hay un arma de gran calibre apuntándome a la cara.
Y como hay un arma de gran calibre apuntándome a la cara, las cosas se aceleran como en los documentales sobre la naturaleza, cuando la semilla se abre, brota, saca un tallo y crecen hojas en menos de diez segundos.


[Del relato “100% Algodón”]

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Sabía en qué estaba pensando la maestra. Ahí estaba la madre que vendía maquillaje y el padre que se ganaba la vida haciendo venta telefónica. Igual que nuestra casa, no parecíamos valer demasiado. Y seguramente estaba pensando en la manzana que a veces cae lejos del árbol. Excepto que, como ya dije, no éramos idiotas, especialmente Joy, sino gente que se conforma con poco, gente que se acomoda a un trabajo fácil, con un sueldo seguro y que, a medida que envejece, deja pasar las posibilidades de conseguir un trabajo mejor. No voy a defender nuestras elecciones, pero tampoco voy a disculparme.

[Del relato “Reembolso”]

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Joy respiró hondo, exhaló, se sentó. Me apoyó la mano en la rodilla y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Era el momento más íntimo que habíamos compartido en semanas.

[Del relato “Reembolso”]

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Dicen que una relación termina cuando una de las personas se va. Tal vez no la primera vez, pero sí bastante antes de la última. Uno interrumpe las peleas dando un portazo, encendiendo el motor del coche o saliendo a dar una vuelta a la manzana, y a eso uno lo llama “salir a despejarse”. Y aunque todavía no lo sabe, uno se está yendo de algo más que del momento. Uno se está yendo de su matrimonio.

[Del relato “Reembolso”]

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En la cama, el cuerpo de Arnie se volvería familiar como el de Frank, ¿y entonces qué? ¿En qué se transforma el sexo clandestino cuando pasa a ser cotidiano?
Al final, en puro resentimiento. ¿Y Arnie seguiría el camino de su padre? ¿Empezaría a beber o desaparecería durante varios días? ¿La desfiguraría con una barreta?


[Del relato “El último de los grandes mamíferos terrestres”]

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-¿Qué quieres que haga? –preguntó Mark.
-Quiero que lo intentes –dijo ella.
-Lo estoy intentando –dijo él, pero no era así y lo sabía, y sabía que Lorrie tenía razón cuando decía “tienes que intentarlo mucho más”.
Por supuesto que no sólo se refería a su hermano. También se refería a ella, a su matrimonio, que ese año había dado un vuelco inesperado. Mark no sabía que había ocurrido. Era como si estuvieran conduciendo una bicicleta rara, para dos. Al acercarse a un árbol habían maniobrado, cada uno en una dirección diferente, y los dos habían caído al pavimento, ensangrentados, con una mitad de la bicicleta. No eran los mismos con quienes se habían casado. Sus vidas, sus tiempos y cómo usaban el tiempo, lo que querían, lo que esperaban… todo había cambiado, y Mark había sentido miedo.
-Eres tan duro con la gente –dijo Lorrie–. Un día tu hermano ya no estará y vas a lamentar cada palabra.


[Del relato “Nudistas”]

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-Creo que Mary quería empezar de nuevo –dijo mi madre. Yo intenté decirle que una nueva ciudad no es lo mismo que una nueva vida, pero como sea. A algunas personas es imposible protegerlas de sí mismas.

[Del relato “El niño que desaparece”]



[Edhasa. Traducción de Teresa Arijón y Bárbara Belloc]

viernes, diciembre 02, 2022

Plantéate esto, de Chuck Palahniuk

 

Dicho esto, si vinieras a mí y me pidieras que te enseñara todo lo que sé, te diría que la industria editorial está conectada a un pulmón artificial. Bret Easton Ellis me cuenta que la novela ya no tiene relevancia alguna en la cultura. Llegas demasiado tarde. La piratería ha destruido los beneficios. Los lectores se han pasado todos a ver las películas y los videojuegos. Te diría: “¡Vete a tu casa, anda!”.

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Voy a parafrasear a la escritora Joy Williams, que dice que los escritores tienen que ser lo bastante listos como para concebir una idea brillante, pero también lo bastante aburridos como para investigarla, teclearla, corregirla y recorregirla, encontrar comprador para el manuscrito, revisarlo, revisarlo, re-revisarlo, leerse las primeras correcciones, corregir las galeradas, aguantar el tedio de las entrevistas y escribir los textos promocionales, y por fin viajar a una docena de ciudades y firmar ejemplares para miles o decenas de miles de personas.
Y entonces te diría: “Y ahora, largo de mi porche”.
Pero si volvieras por tercera vez, te diría: “Colega… No digas que no te avisé”.

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El problema de querer a tanta gente es que también pierdes a mucha.



[Random House. Traducción de Javier Calvo]

martes, noviembre 29, 2022

Homenaje a Melville, de Jean Giono

 

Extraordinario librito mutante, que empieza como un prólogo biográfico en torno a Herman Melville, poco a poco abandona los datos reales para sumergirse en la introspección del personaje y acaba creando una historia inventada por el propio Jean Giono para hablarnos tanto de sí mismo (esto lo aclara Hubert Nyssen en el epílogo) como de los pormenores que podrían haberle llevado a la escritura de Moby Dick: el enamoramiento de una mujer que no es la suya y a la que conoce en Inglaterra. Es, pues, al mismo tiempo ensayo biográfico y novela corta con partes de ficción. Giono lo publicó en 1941, en España se tradujo en 2009 y yo por fin lo he leído en 2022. Dos fragmentos:

El hombre tiene siempre el deseo de algún objeto monstruoso. Y su vida sólo tiene valor si la somete por completo a esa búsqueda. A menudo, no necesita ni pompa ni aparato; parece estar cautamente sumido en el trabajo de su jardín, pero interiormente hace tiempo que ha zarpado en la peligrosa cruzada de sus sueños. Nadie sabe que ha partido: parece seguir ahí, pero se halla lejos, vagando por mares prohibidos.

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-Lo he intentado todo –dice cuatro años después–. Mire usted, Hawthorne, acabo de escribir
Israel Potter, pero es mi último libro. No escribiré más. Es algo mejor que Pierre pero es todo lo que puedo hacer ahora. Cada vez debo esforzarme más, obligarme a trabajar. Lo hago a golpe de látigo. Oh, claro, si se lo considera como una hazaña de la voluntad contra el hastío, tiene cierta entidad y en ese sentido es válido. Pero como libro, como creación, no tiene ninguna validez. Después de Moby Dick quedé desalentado. Ese libro en el que me lancé resueltamente, por completo, de una sola vez, llegó tarde.  



[Paidós. Traducción de Susana Lauro. Revisión estilística de Mª José Viejo]