sábado, abril 30, 2022

La novela de un literato 3, de Rafael Cansinos-Asséns

 

 

Una visita a la Feria de Libros es en cierto modo una visita al Depósito judicial. Allí se encuentran cadáveres de libros, muchos de los cuales nacieron ya muertos. Y también viene a ser la Feria como un vertedero, en el que yacen libros olvidados, perdidos como hombres desdichados, arrastrados por el torbellino de la vida. Hay autores que parecen haber escrito desde luego para estos baratillos, cuyos libros que pasaron como meteoros por la actualidad y se hicieron viejos en seguida, sólo aquí se encuentran… deletreamos los nombres de sus autores como inscripciones sepulcrales.

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Pero ¿por qué la Literatura ha de ser tan desgraciada? ¿Por qué en estos júbilos populares, en estas fiestas democráticas, entre estos rostros colorados, congestionados de entusiasmo, ha de permanecer ella pálida, triste y con un rictus de amarga decepción en los labios? ¿Por qué no ha de compartir franca y sinceramente la alegría general? ¿Por qué han de pasar sobre ella las botas de montar de los tiranos y los rudos zapatones de las masas?...
¿Por qué ha de ser ella la eterna víctima?
He aquí que ahora, en los periódicos, la política desarrolla y desplaza a la pobre Literatura. Todo se vuelve interview con personajes políticos, reseña de mítines, artículos de combate.
La Literatura queda relegada a segundo término. En
La Libertad, hay domingos en que no sale la crítica –con el consiguiente despecho de mi parte y la natural tristeza de la Hermana, para la que eso supone también una merma en sus parcos ingresos.

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Es doloroso para un literato comprobar que la Literatura vive de prestado en los periódicos, que sólo se echa mano de ella, cuando no hay otra cosa mejor, que un repórter político o de sucesos, es siempre preferido a un escritor que no cultiva la actualidad ni informa al público de nada presente.

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Los domingos ahora son de una angustia terrible, que empieza desde el día antes: –¿Saldrá mañana la crítica? –pensamos en silencio la Hermana y yo, con una inquietud agudizada de toda la semana. ¡Qué horrible, triste y humillante sentirse de nuevo, ya en la madurez de un hombre literario, en la misma situación de un novel, que echa su artículo a la ventura, en el buzón de un periódico!... ¿Me lo publicarán, me lo arrojarán al cesto de los papeles?
Esto llega a constituir una obsesión, una psicosis con reacciones de temor y despecho, a veces injustificados.

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Vagamos por entre los grupos y presenciamos la llegada de una camioneta que se detiene ante Gobernación. Subidos en ella unos individuos de mono, reparten armas entre los grupos allí apiñados, previa la presentación del carnet.

-Están armando al pueblo… es decir, al proletariado –comenta con cierta alarma Exposité–. Esto es ya la Revolución comunista… Los republicanos estamos ya de más… Querido maestro, ¡la República ha muerto!...
-Sí –digo yo con tristeza–. ¡Y la literatura también!
Y ambos nos estrechamos las manos en un gesto de pésame.


[Alianza Editorial]     

jueves, abril 28, 2022

La novela de un literato 2, de Rafael Cansinos-Asséns

 

 

Siento una invencible aversión por esos hombres que, teniendo desde la cuna un nombre conocido, dinero y poder, vienen a invadir el campo de la literatura y a tratar de disputarnos a nosotros lo único que tenemos, una opción a la problemática e ilusoria gloria literaria.

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[Habla Paco Torres] -¿Para qué escribir?... Lo mejor es que los otros escriban para uno, hacerse editor, empresario…, el escritor no sale de pobre; el editor o empresario se hace rico… Como que miles de individuos se devanan los sesos y escriben para él…, y mientras tanto él se fuma su puro y se queda con la parte del león… El escritor sueña con la gloria… Pero ¿qué es la gloria?... Humo, querido amigo… Yo no quiero la gloria después de muerto, sino en vida… Yo quiero comer bien, beber mejor, fumar vegueros, tener queridas, vivir en casa propia, ser casero…, aunque esté mal mirado… Esa casa de Cardenal Cisneros en que vivo ha de ser mía… O el día que yo encuentre un gran caballo blanco… ¡Que lo encontraré, no hay duda!...

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Jorge Luis Borges, un joven alto, delgado, con lentes y aire de profesor. Viene de recorrer Europa en compañía de su hermana Norah, que hace unos dibujos muy modernos. Ha estado en Alemania, es poliglota y tiene un enorme fondo de cultura. Aún no publicó ningún libro, pero ya en su país se hizo notar por su colaboración en revistas literarias.
Se adhiere, desde luego, al Ultra y se propone ser su introductor en la Argentina.

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Uno no piensa que la literatura sea una cosa práctica ni un medio de vida. Para eso está el periodismo y la traducción. Yo entrego mis originales sin condiciones, con la sola pretensión de que me los publiquen, y si a veces firmo contratos, es porque el editor me lo exige para su seguridad, pero no hago caso de ellos, pues sé por experiencia que no han de cumplirlos. Esos tantos por ciento sobre la venta del libro son puramente teóricos y nunca llega a verlos el autor. Para qué pedir liquidaciones, si ya sabe uno de memoria que el editor pondrá una cara triste, compasiva, y nos dirá: -Le haré la liquidación, pero desde ahora le advierto que no tiene usted saldo favorable… Sus libros se venden poco y lentamente… Es una injusticia, pero es así… Usted escribe para los exquisitos, que son una minoría… Yo le edito a usted por puro afecto…
El autor tiene que avergonzarse y dar todavía las gracias…

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Acepto reacio finalmente, y salgo del periódico pensando en ese afán de vapulear a los autores, que se nota generalmente entre nosotros, en esa tendencia a darle sensacionalidad a la crítica, con el espectáculo del autor maltratado por el crítico y la posible reacción violenta de aquél, provocadora de polémicas con insultos mutuos, desplantes y retos. Lo que menos interesa es la Crítica en sí, sino el escándalo.



[Alianza Editorial]


martes, abril 26, 2022

La novela de un literato 1, de Rafael Cansinos-Asséns

 

 

No vine a conquistar Madrid y así no podría considerarme fracasado si no la conquisté.
Tampoco, por esa misma razón, al llegar a la corte, traté de aprovechar las oportunidades que al novel brindaba la abundancia de sus periódicos, revistas y tertulias literarias. Yo ni siquiera era un novel, sino un joven soñador y tímido, lleno de un pudor de adolescente, que confinaba mi literatura a la intimidad.

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La Academia Sueca otorga el Nobel de este año al viejo dramaturgo y hombre de ciencia don José Echegaray, el autor de esos dramones truculentos –
El gran galeoto, En el seno de la muerte, etc.– que tanto éxito tuvieron en el público de la generación anterior.
Los escritores jóvenes publicaron en la prensa una nota expresando su disconformidad con ese Nobel que viene a premiar un teatro ya anticuado y que cierra el camino a los nuevos comediógrafos, como Benavente…
Con este motivo se citan frases de Valle-Inclán, llamando al dramaturgo “viejo imbécil” a voz en cuello en los cafés.
Por cierto que, según dicen, una de esas veces acercóse a don Ramón un joven que, indignado, le dijo:
-Le advierto a usted que don José Echegaray es mi padre…
Y que él, maldiciente, imperturbable, replicóle sencillamente:
-¿Está usted seguro?

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¡El periodismo!... ¡Pero ése es el fracaso para un literato!... Yo no quiero ser periodista… yo quiero ser literato… ¡Oh, aquellos redactores de
El País! ¿Iría yo a convertirme en uno de ellos, achabacanado, vulgar, serviles lacayos del director?...

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[Habla Carmen de Burgos, Colombine]:
-
[…] La gente se fija en mí porque soy la primera mujer periodista que entra y sale y hace interviews y reportajes, como cualquier tío… Hasta aquí sólo había señoras, como la Pardo Bazán, que escribían por deporte… Yo soy la primera que escribe para ganarse la vida… Y eso, en este país, es algo nuevo, que produce escándalo… Una mujer periodista, que anda entre hombres…, y que además tiene ideas libres, y escribe en la prensa de izquierda…, y es amiga de Blasco Ibáñez y de Nakens y Castrovido y el pae Ferrándiz… ¡Horror!... A mí, la gente que trata de desacreditarme por todos los medios…, me llaman la dama roja…, me crean una leyenda de escándalo… Y no es sólo esa gentecilla… Todos los hombres de letras están en contra mía. La competencia… Y, además, los despechados, los que con una mujer de ideas libres se creen con derecho a todo…, y se enfurruñan, si no lo consiguen… Oh, es muy delicada la situación de una mujer que se mueve entre hombres…

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¿Para qué publicar?... Eso lo convierte a uno en un pordiosero de elogios… ¿Sería yo como esos autores que me traen sus libros a la redacción, pidiéndome humildemente un bombo… o siquiera un palo?...
Yo no soy capaz de engañar a ningún impresor…, la picaresca me repugna… ¡Si surgiese un Mecenas!

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Sí; que se burlen cuanto quieran… ¡Pero yo ya tengo un libro! Ya no soy un inédito… Ya he cumplido con uno de los tres deberes sociales que tiene el hombre…



[Alianza Editorial]

jueves, abril 21, 2022

Mi Europa, de Yuri Andrujovich & Andrzej Stasiuk

 

 

De “Revisión centroeuropea” (Yuri Andrujovich):

Recuerdo el olor a rancio que desprendían. No se trataba de nada fuera de lo común, tan sólo que el olor de un cuerpo viejo es distinto. Con los años, las personas acumulan cansancio, enfermedades, sufrimientos, y ahí es de donde proviene ese olor tan particular, síntoma de la decrepitud.

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Cada uno de nosotros desea para sí un futuro mejor. Cuando se pasa de los cuarenta, los deseos se convierten en una carga y uno deja de pensar en la propia prosperidad. De hecho, después de los cuarenta deja de tener sentido. A uno tan sólo le queda pensar en el futuro bienestar de los hijos. Esto es lo que pensaba el padre de mi bisabuelo. Los hijos; eso sí que es una buena preocupación.

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Sobrevivir entre rusos y alemanes. Ésa es sin duda la predestinación histórica de Europa Central. La consternación europea se columpia entre dos contingencias: que vienen los alemanes, que vienen los rusos. La muerte centroeuropea está ligada colectivamente a las prisiones o a los campos de concentración;
Massenmord, exterminio. El viaje centroeuropeo es siempre una huida. ¿Pero de dónde y adónde? ¿De los rusos hacia los alemanes? ¿O de los alemanes hacia los rusos? Suerte que en estos casos siempre nos queda América.

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La muerte motiva la solidaridad entre los que permanecen vivos. La visión de la muerte les acerca de forma circunstancial, ya que pasado un tiempo prudencial la vida volverá a enemistar a unos contra otros. Pero, mientras dura, rige la máxima de todos para uno, es como si la muerte nos purificase de lo prescindible.


De “Cuaderno de bitácora” (Andrzej Stasiuk):

Escribir es desgranar nombres. Pasa lo mismo cuando viajamos y los abalorios de la geografía se ensartan en el hilo de la vida. Ni de una lectura ni de un viaje volvemos más sabios. Las fronteras son como capítulos, los países como géneros literarios. La épica de las rutas, la lírica de los descansos y la negrura del asfalto iluminado de noche por los faros del automóvil recuerdan la monótona e hipnótica línea de un texto impreso que atraviesa la realidad conduciéndonos directamente a un destino imaginario.

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Selecciono el programa y me pongo a leer: Danilo Kiš, Hrabal, Joseph Roth, Dubravka Ugrešič,
Carreteros de Esterházy, Jakub Deml, Bulatovič, Ioan Groşan y el Bildungsroman de Krzystof Varga. Lo leo todo a la vez porque es de noche, por la ventana no se ve nada y no tengo ningún viaje en perspectiva. Leo una página, una y media, abandono el libro y cojo otro, porque la literatura imita tan bien la historia como la geografía, pero en este caso tiene que construirse con pedazos, retales, miradas por la ventanilla del coche, ya que por estas tierras es imposible confeccionar un relato largo e inteligible que no sea más aburrido y menos creíble que la vida y el mundo.

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He aquí lo que significa ser un centroeuropeo: vivir entre el Este, que nunca ha existido, y Occidente, que ha existido demasiado. He aquí lo que significa estar “en medio”, cuando este enmedio es de hecho la única tierra real. Sólo que esta tierra no es nada firme. Más bien recuerda a una isla o incluso a una isla flotante.

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El pie humano siempre deja huella y, por tanto, viajamos más y más lejos en busca de tierras vírgenes. A menudo me he preguntado si las miradas también marcan las cosas y los paisajes. ¿Qué le ocurre al mundo cuando se queda a solas? ¿Se desintegra más deprisa o más despacio? ¿O quizás ante nosotros su erosión se pone al acecho, enmudece y, apenas le hemos dado la espalda, reanuda la actividad interrumpida? Por eso no me atraen ni los países lejanos ni los países antiguos. Allí, mi mente se adormece por considerar que todo ya está hecho. En mi Europa sigue dándose una extraña simbiosis de caídas y crecidas, y uno nunca sabe qué le espera, cuál de las dos tendencias prevalecerá en el paisaje antes de que lo cubra el barniz de la nada.



[Acantilado. Traducciones de Iury Lech, Jerzy Sławomirski y Anna Rubió]

lunes, abril 18, 2022

Tierras muertas, de Núria Bendicho Giró

 

 

Construido mediante trece monólogos en torno a la familia que habita una masía y algunos de los habitantes del pueblo más cercano, supone el formidable debut de la escritora Núria Bendicho, quien lo escribió y publicó primero en catalán y en Anagrama y ahora en castellano gracias a Sajalín Editores y con traducción de Ana Crespo. El inicio de la novela ya marca el camino, los temas, la maldición familiar, la violencia implícita y explícita, pues uno de los hijos del patriarca aparece en la puerta de casa herido de muerte: alguien le disparó por la espalda con una escopeta. Cada uno de los monólogos (del padre, de cada hijo e hija, del cura de la aldea, etcétera) irá añadiendo una pieza al rompecabezas en el que no faltan el incesto, las infidelidades y los niños que nacen llenos de taras.

Lo pasaréis en grande porque al fondo resuenan ecos de Juan Rulfo y de William Faulkner (y supongo que de más autores, pero estos dos son los que he reconocido más fácilmente; quizá también esté por ahí Erskine Caldwell), porque todo está muy bien tejido y porque en esas tierras novelescas late el amargor de quienes viven y actúan como bestias, gente pegada a las pasiones más bajas o más irracionales, gente que sólo se concentra en las prioridades básicas y en los instintos primarios (sexo, alimento, violencia). Una rareza dentro de la narrativa española, algo que siempre se agradece en tiempos en los que pocas editoriales apuestan por esta clase de riesgo.  



[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]

miércoles, abril 13, 2022

Vida de Barbara Loden / La exposición, de Nathalie Léger

 

 

No se me ocurre mejor homenaje a Barbara Loden que este librito que, partiendo de la película Wanda, nos muestra un recorrido por las vicisitudes de una persona tan enigmática como la única obra que dirigió. Nathalie Léger, por cierto, también es autora del ensayo La exposición (que he releído estos días y que muchos ya conoceréis). Algo en sus páginas me trae a la memoria esa proeza de Geoff Dyer, Zona, en la que analizaba Stalker para hablarnos de Tarkovski. También Léger va trazando ideas y vínculos relacionados con Godard, Plath, Kazan, Duras… En sus páginas va intercalando descripciones de la película, como si nos la contara durante un café, con episodios de la biografía de Loden y con sus propias pesquisas para encontrar datos relacionados con ella.

Antes de leer Vida de Barbara Loden buscad primero la citada Wanda, la única película que dirigió y protagonizó Loden inspirándose en un caso real leído en las noticias.
Una rareza de los 70, áspera, incómoda, sobre todo cuando vemos las derivas de esa mujer que no sabe qué hacer con su vida… y cuando asistimos al modo en que los hombres la maltratan. Para mí es una muestra de realismo sucio cinematográfico, un raro cruce entre Charles Bukowski y John Cassavetes. Barbara Loden estuvo casada con el gran cineasta y escritor Elia Kazan y murió a los 48 años. No os perdáis el libro de Sexto Piso ni la película en su versión restaurada por Criterion Collection.

Creo que de La exposición no hablé en su día, y ahora que lo he releído voy a dar unas pinceladas: en este ensayo, muy breve (también lo es el dedicado a Barbara Loden), Léger se obsesionó con las abundantes fotografías que le hicieron a la condesa de Castiglione. Indagar en esa mujer, también enigmática y también algo excéntrica, la lleva a tejer hilos con otras obras, con otros autores (Truman Capote, Agatha Christie, Michel Leiris, Charles Baudelaire…), en una pesquisa memorable y no muy diferente de la que hizo para la actriz y directora de Wanda.

Aquí va una cita del libro en torno a Barbara Loden:

A veces nos obstinamos en querer sustituir la realidad por una imagen: queremos agotar los lugares, vaciarlos de su poder de una vez por todas, detener el ligero temblor de una imagen al mencionar un nombre; buscamos un parecido, queremos reconocer un paisaje a falta de un rostro o un recuerdo.



[Vida de Barbara Loden. Sexto Piso. Traducción de Vanesa García Cazorla]
[La exposición. Acantilado. Traducción de Carlos Ollo Razquin]




sábado, abril 09, 2022

Mi libro madre, mi libro monstruo, de Kate Zambreno

 

 

Este Book of Mutter, rebautizado con acierto aquí como Mi libro madre, mi libro monstruo (una frase de Kate Zambreno incluida en sus páginas), es un volumen que deja huella en el lector, sobre todo si ha sufrido una pérdida de ese calibre, como también es mi caso. Una obra que, durante años, Zambreno fue forjando en torno a su madre, y en la que utiliza materiales de otros escritores y artistas para exorcizar sus demonios, comprender el duelo e indagar en los vínculos entre el arte y la memoria.

En sus páginas se cruzan Henry Darger, Peter Handke, Virginia Woolf, Roland Barthes, Marguerite Duras e incluso Barbara Loden (de quien he visto Wanda esta semana, que fue su única película como directora y que me ha servido de aperitivo para meterme en la Vida de Barbara Loden que acaba de publicar Sexto Piso y del que hablaré otro día). Buena parte del mérito, no obstante, pertenece a sus traductores, Violeta Gil y Carlos Bueno, y a la edición exquisita de La Uña Rota. Por aquí van unas citas que, lo sé, no harán justicia al bocado que supone meterse en este libro de pérdidas:

Roland Barthes compartía piso con su madre. Después de su muerte, durante el traslado del cuerpo, se encuentra meditando sobre la ausencia. Ella invade su escritura sobre la fotografía: está en todas partes. Está en todas partes al no poder ser encontrada en ninguna.

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Leí en una biografía del artista visionario Henry Darger:

El hecho principal de su vida fue que su madre murió cuando él era joven.

El hecho principal de su vida.

El hecho principal de mi vida es que mi madre está muerta.

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La madre es nuestro lugar de origen. Y cuando desaparece nos quedamos sin hogar. Buscamos otras figuras maternas a las que seguir, como una Rut huérfana deambulando por tierras extrañas para encontrar una madre.

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¿Cómo prevenir el sentimiento que acompaña a un profundo duelo, registrarlo por escrito?

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Comencé a acercarme a la escritura para dar sentido a los distintos recuerdos y tiempos verbales de mi madre. Era, es, era… Lo contaminaba todo. Seguía intentando ponerla por escrito. Mi madre muerta conseguía colarse en todos los libros que había escrito. Yo seguía intentando borrarla de las páginas, transformarla en otras madres.

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Nunca recordamos los momentos en los que las fotografías fueron tomadas.

Pensamos que sí, pero no es verdad.

Las fotografías no reflejan la turbulencia que hay debajo.

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Yo también golpeo porque la violencia me asfixia.

Violencia como último recurso, cuando se carece de lenguaje.

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Quizá el duelo sea esto: la incapacidad de recuperar a una persona. Porque cuando esa persona está viva, siempre hay esperanza de poder acceder a ella, de conseguir que con el tiempo se muestre ante ti.  



[La Uña Rota. Traducción de Carlos Bueno Vera y Violeta Gil]

Próximamente: De cómo recibí mi herencia

 

 

De Dorothy Gallagher. En Muñeca Infinita.

miércoles, abril 06, 2022

El circo del Dr. Lao, de Charles G. Finney

 

 

Entonces vio una gran pancarta roja y negra sobre el camino entre las filas de tiendas que decía:

EL CIRCO DEL DOCTOR LAO

-Así que ése es el nombre del circo –pensó el señor Etaoin.
Todas las casetas eran negras y lustrosas, y no tenían forma de casetas o tiendas sino de huevos duros colocados en vertical. Comenzaban desde la acera y ocupaban todo el espacio disponible, cada una desprendiendo su gallardete de ondas de color en el extremo superior. No había tenderetes a la vista, ni vendedores de globos. No había ruido. Ni heno. Ni olor de elefantes. Ni peones aseándose con palanganas desportilladas. Ni mujeres ajadas friendo perritos calientes en puestos de mala muerte. Tampoco estacas para atar las cuerdas de las casetas con las que tropezar cada tres pasos.
Algunas personas permanecían ante la entrada, sin saber qué hacer; otras recorrían el recinto vagando por entre las filas de las tiendas. Pero todas las tiendas tenían las puertas cerradas. A la manera de capullos, protegían el secreto de sus misteriosas crisálidas. Y el sol caía a plomo sobre el recinto del circo de Abalone, Arizona.

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-Bueno, se llama esfinge. Pero estoy completamente segura de que no habéis visto una esfinge en el desfile.
-Sí que la hemos visto, mamá –dijo Alice–. Una esfinge de carne y hueso. Parecía una mujer asomándose desde un león. Iba tirando de un carro con un oso enorme.
-No era un oso –dijo Edna–. Era un hombre.
-Era un oso –dijo Alice.
-Era un hombre.
-Era un oso.
-Era un hombre.
-¡Ya está bien, por amor de Dios, dejadlo! –dijo la señora Rogers–. ¿Qué era, Willie, un hombre o un oso?
-A mí me pareció un ruso –contestó Willie.    

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El abogado Frank Tull era un hombre compuesto de muchas partes artificiales. Sus dientes habían sido hechos especialmente para él y habían sido insertados en sus encías por medio de una intervención quirúrgica. Sus ojos, muy débiles y enfermos, miraban el mundo a través de lentes bifocales tan gruesas y distorsionadas que sólo de ese modo podía corregirse la propia distorsión de los ojos de Frank y lograr que vieran con claridad. Tenía una placa de plata en el cráneo para tapar un agujero que se le había practicado para extirparle un tumor cerebral. Una de sus piernas era de fibra y metal, y venía a reemplazar a la de carne y hueso que su madre le había dado en su vientre. Ajustado a su abdomen llevaba un artilugio que servía para sujetar su hernia doble y así evitar que los intestinos se le cayesen. Un suspensorio evitaba que su escroto se le moviese indebidamente. Un cable de platino ocupaba el lugar del húmero en el brazo izquierdo. Cada dos semanas iba a la clínica a que le inyectaran o bien salvarsán o bien mercurio, según cuál hubiese sido la dosis de la antepenúltima semana, para impedir que la espiroqueta treponema palladium ejerciera un excesivo poder sobre su alma. Algunas veces requería masajes de próstata y debía someterse a irrigaciones anales para rectificar otro mal funcionamiento crónico de su mecanismo. De vez en cuando, debía hinchar su pulmón inútil con gas para mantener el sano en funcionamiento. Llevaba un aparato en su oreja para hacer los sonidos normales más audibles. El zapato de su pie bueno llevaba una horma de puente para evitar que se volviera plano. Un peluquín ocultaba la placa de plata de su cabeza. Le habían extirpado las amígdalas, las vegetaciones y el apéndice. Le habían sacado piedras de la vesícula, y le habían quemado un lunar cancerígeno de la nariz. Le habían extirpado las hemorroides, y le habían sacado líquido de la rodilla. A veces tenía que ser alimentado por medio de enemas; y cuando se le atascaban las vías respiratorias, había que practicarle un agujero en la garganta para que pudiese respirar. Llevaba su cabeza erguida gracias a un aparato ortopédico de acero, ya que su cuello estaba roto; y por esos días las uñas de los dedos de sus pies le crecían hacia dentro. Como miembro de la especie más espléndida que la vida ha producido hasta ahora, no sería capaz de conseguir su subsistencia de las plantas, ni mucho menos de competir por ella con las bestias. Como miembro de la sociedad en la que había nacido, era respetado y cuidado, y tenía garantizada la supervivencia porque, qué duda cabe, era un ejemplo de adaptación. Era marido, pero no padre; era esposo, pero no amante. Cien años después de su muerte, cuando abrieran su ataúd, todo lo que encontrarían en él serían alambres y cables.
Aparcó su coche, salió de él y cruzó la calle en dirección al circo para ver sus atracciones de engendros y freaks.

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Mambo Jambo desfiló seguido de su séquito. El sátiro pasó tocando la siringa. Las ninfas bailaban. La serpiente marina se enroscaba y se deslizaba suavemente. Moviendo sus alas, la quimera llenó la carpa con su humo. Dos pastoras iban conduciendo sus ovejas. Algo que parecía un oso llevaba en brazos a la sirena, que lanzaba besos al aire. El perro verde ladraba y jugaba. Apolonio iba arrojando pétalos de rosas. Con los ojos vendados, y sus serpientes retorciéndose sin parar, la medusa desfilaba también, guiada por el fauno. El polluelo del ave Roc retozaba divertido y piaba. Una anciana iba encaramada sobre el lomo del asno de oro. Una tortuga con dos cabezas, incapaz de decir qué camino quería seguir, deambulaba por el suelo. Era el grupo de seres más increíbles que la gente de Abalone, Arizona, hubiese visto jamás.



[Editorial Berenice. Traducción de Mario Jurado]

lunes, abril 04, 2022

viernes, abril 01, 2022

Los chicos de mi juventud, de Jo Ann Beard

 

 

El tercer título de Muñeca Infinita, con traducción de Raquel Vicedo, contiene 12 relatos de la autora precedidos de un prefacio en el que incorpora otros pequeños recuerdos de su vida. Las historias que nos cuenta en el libro son autobiográficas: de hecho, en algunas ocasiones los otros personajes la interpelan utilizando su nombre real. Mediante la unión de estas historias, en las que predominan la calidad y el pulso adecuado para mantener el equilibrio entre lo que ocurrió y cómo uno lo rememora, Jo Ann Beard teje un tapiz en el que nos ofrece los momentos más memorables o impactantes entre su infancia y su madurez.

Uno de los que dejan huella es “Intimidación parental”, al menos en mi caso. En sus páginas nos cuenta la devoción que, con 3 años, sentía por su muñeco favorito, Hal, del que su familia acabó desprendiéndose por su estado sucio y ruinoso. Aunque contendrá bastantes dosis de ficción (o recuerdos deformados por el tiempo, dado que es difícil recordar tantas cosas a esa edad), es demoledor porque habla de cómo las faenas y los traumas de la niñez se nos clavan para siempre en la memoria. Al final, el padre dice que en tres días la niña ni se acordará de la existencia de ese juguete. La respuesta de ella, demostrándole a su padre que se equivocó, es este relato.

Otro de los más sólidos, muy célebre en Estados Unidos, es “El cuarto estado de la materia”, en el que se produce una masacre en la que muere uno de sus amigos. En declaraciones a Carmen López, recogidas en El Periódico de España, la autora comentaba días atrás que “las historias que vivimos en el pasado siguen marcando las decisiones que tomamos ahora”. En este relato Beard despliega su destreza al introducir varias situaciones domésticas que, antes de la matanza, ya le tenían abatida: su marido la ha abandonado, las ardillas se cuelan en su casa y su perra tiene leves ataques que a su dueña le interrumpen el sueño y la mantienen pendiente de la mascota en todo momento. Cuando el asesinato en masa llega, es otra muesca de dolor que añadir a su desasosiego.

En varios de los cuentos utiliza los saltos temporales como si fuera una hábil montadora de cine. Vamos de la infancia a la madurez y viceversa para comprender cómo era antaño el personaje y cómo es ahora. Aunque los hombres aparecen y desaparecen en su vida, como dicta el título (amigos, novios, maridos), son las mujeres con las que de verdad acaba conectando (amigas, primas, tías), las que configuran los cimientos de su vida, las que la escuchan, le dan consejos o la acompañan en sus tristezas. En “La hora familiar”, otra de las historias más logradas, entreteje la desobediencia de ella y de su hermana con la desaparición momentánea de su padre, que al final aparece en casa borracho perdido y lleno de magulladuras.  

En sus historias hay hueco para el deceso de la madre (“La espera”), las diferencias entre el tiempo de flirtear con muchachos en su juventud y la desolación tras la infidelidad del marido (“Los chicos de mi juventud”), algunos momentos de ternura durante el matrimonio (“A contraveta”) o los recuerdos destinados a los abuelos (“Bonanza”). Jeffrey Eugenides dijo de Jo Ann Beard que es una autora fantástica y sólo podemos darle la razón. Os dejo con una cita:  

Estaba espantada y mi aspecto me delataba. Volví de puntillas al dormitorio y subí de un salto a la cama. Me envolví con la sábana y me acurruqué en la posición en la que habitualmente duermo (fetal). Me imaginé que todas las personas de mi vida me abandonaban mientras me aseguraban que no me iban a abandonar.



[Muñeca Infinita. Traducción de Raquel Vicedo]