"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
martes, abril 27, 2021
domingo, abril 25, 2021
Los equilibristas, de David González
Acaba de publicarse el nuevo poemario de David González. No se vende en librerías ni en internet. Pero hay dos formas de conseguirlo: comprándoselo a la editora (edicionesraro@yahoo.es) o escribiendo un privado al perfil de su autor en Instagram (@davidgonzalezpoeta). Aquí van unos poemas:
EL HOMBRE DE LA CICATRIZ EN EL OJO
nunca una palabra amable:
nunca una de ánimo o de consuelo:
nunca un gesto de aprobación:
nunca uno de respeto, admiración o reconocimiento;
nunca uno tampoco de buena voluntad:
nunca un guiño un apretón de manos o un abrazo sentido:
nunca un aplauso o un sentimiento de orgullo:
siempre la cicatriz en el ojo:
hablo
de mi viejo
de quién si no:
siempre la cicatriz en el ojo:
no sabes tú
se indigna mi madre
lo mucho que tu padre
te quiere:
menos mal
suspiro para mis adentros
no quiero ni pensar entonces en cómo sería
si me odiase:
lágrimas de sangre:
charles bukowski:
**
MONEDA
una moneda
ya sea de oro, plata, cobre u otro metal
ofrece siempre
como sabes
dos posibilidades:
la cara
y la cruz:
y eso es lo que vengo mostrando en mi literatura
sin cortarme ni con un cristal además
desde hace más de veinticinco años:
la cara
y la cruz:
las dos caras de mi vida:
las dos
en especial la que menos me favorece:
cuando tengo que pagar con ella
cuando tengo que pagar con esta moneda
prefiero mil veces que nadie la acepte
a que me la devuelvan
por falsa:
con las muescas de los años:
serguei esenin:
**
LOS EQUILIBRISTAS
con un pie en el aire
inclinada hacia delante
Héléna
en precario equilibrio
en el noveno peldaño
de una escalera de doce
se esmera en aplicar
cinta selladora autoadhesiva
sobre el vapuleado techo
de nuestra casa en movimiento:
y mientras tanto
mis fuertes y enamoradas manos
cargan con la responsabilidad
de tener que sujetarle
la escalera en movimiento:
luego nos turnamos
y soy yo
el que guarda el equilibrio
y ella
la que me guarda a mí:
en el noveno peldaño
de una escalera de doce
siempre en precario equilibrio
el amor
con un pie en el aire:
yo oprimo mi corazón:
francis scott fitzgerald:
**
LA SED
te espero:
te sigo esperando:
te esperaré siempre:
como la sed
al agua fresca:
siento su ausencia:
Zelda Fitzgerald:
[Ediciones RaRo]
miércoles, abril 21, 2021
Día del Libro: viernes, 23 de abril
Estaré firmando ejemplares de Miniaturas y Culo de gallina
en Sin Tarima Libros (suscursal del Rastro y La Latina).
lunes, abril 19, 2021
Norteamericanas ilustres, de Ben Marcus
Ben Marcus es uno de esos autores casi secretos (al menos en España) por los que unos cuantos sentimos devoción absoluta. De aperitivo ya tuvimos aquí su novela El alfabeto de fuego y su ensayo Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, dos obras que se salen de lo común y que establecen una tensión entre el lector y el poder de las palabras como no se había visto, quizá, desde Burroughs y sus teorías en torno al lenguaje-virus.
Analizar una novela tan compleja y tan repleta de sorpresas como Norteamericanas ilustres, que acaba de publicar Malas Tierras con traducción de Rubén Martín Giráldez, aumentando así el prestigio de un catálogo impecable, es una tarea que debería evitarse para no reventarle el libro al lector (o endosarle spoilers, como se dice ahora). Y, pese a esa advertencia, hay que contar algo para que sepa a qué atenerse…
Podríamos comentar, en líneas generales, que encontraremos 3 narradores que a veces se contradicen entre sí, que su trama gira en torno a una especie de nuevo culto, donde sus practicantes (unas cuantas mujeres norteamericanas) tratan de conseguir la quietud y el silencio: Las hembras silentistas son silentes fundamentalmente para sanar o impedir el clima, puesto que creen que el habla es la causa directa de las tormentas y debería reprimirse para siempre. El lenguaje se manifiesta en la novela como una especie de mal capaz de cambiar el viento, la conducta, el clima… Por ello, sus discípulos se someten a dietas estrictas y a ayunos intensivos, se introducen trapos en la boca para (entre otras cosas) purificar el habla, hacen beber Agua de Pantomima a los niños para “almacenar los detalles de la conducta”, se colocan Cascos de Vida Asistida…
El lector va asistiendo, perplejo y entusiasmado, a este desfile de anomalías propias de una novela fantástica o de ciencia ficción. A medida que pasa páginas, ese lector sabe que lo más importante, lo que le mantiene enganchado a esta novela, no son sólo esas invenciones extraordinarias, sino la habilidad de Ben Marcus para mezclar las palabras y obtener oraciones gloriosas, giros perturbadores, sentencias para copiar o subrayar. Su obsesión con la lengua nos empuja a nosotros, los lectores, a obsesionarnos también con el lenguaje. Es un paso más allá de la propuesta de Burroughs, y nos estimula para observar el idioma de un modo que nunca antes lo habíamos visto. Aquí, unos fragmentos de esos tres narradores:
Soy consciente de que Ben Marcus, el improbable autor de este libro, aunque más conocido como mi antiguo hijo, pueda falsear o estructurar este preámbulo mío como le venga en gana: glosarlo, resumirlo o eliminar cada uno de mis comentarios. Él se ocupará de la última versión de esta especie de preámbulo a la historia de su familia, y yo no conoceré el resultado a menos que decida compartir conmigo cómo me desbarató y despadró a mayor gloria suya.
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Requisitos del sistema
Por desgracia, este libro está destinado a gente. Consideramos a la gente como zonas que resisten a la luz, errores del aire, dulces puntos de colisión. En el momento en que escribo esto, el mundo entero es la escena de un crimen: las personas comen espacio con sus cuerpos; deterioran la lluvia; el viento es masacrado cuando se mueven. En el caso de que una persona parara de moverse, dejaría de matar cielo y el mundo podría comenzar a recuperarse. Las mujeres que pretenden incrementar su Coeficiente de Clemencia deben seguir el ejemplo de mi madre y su cohorte trayendo una Nueva Quietud sobre sus personas. No deben continuar leyendo, dado que incluso la lectura es un espasmo vergonzoso del cuerpo.
Aunque este libro es para gente en general, va dirigido más concretamente a gente que se haya caído, que no pueda levantarse, a la que le duelan las manos y los ojos le escuezan, que tenga las extremidades cansadas por dentro, aunque los médicos no le encuentren nada malo.
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Los niños aprenden que repetir una palabra hace que pierda el significado, pero no saben por qué. Resumiendo: el clima en Norteamérica se da a través de una acumulación y una perturbación del idioma, la forma de viento más leve. Hablar es crear clima, suministrar viento a partir de una fuente humana y, por lo tanto, convertirse en el enemigo. Las hembras silentistas son silentes fundamentalmente para sanar o impedir el clima, puesto que creen que el habla es la causa directa de las tormentas y debería reprimirse para siempre.
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¿Acaso pedí yo ser la madre de Ben? No. ¿Sabía yo que estabas practicando sexo conmigo? Sí. ¿Lo disfruté? No. ¿Te animé a ello? No. ¿Acaso me di cuenta de que tus embestidas rampantes contra mi cuerpo deliberadamente inerte conducirían a un niño como Ben? No lo creo. ¿De quién es la culpa? Mía, por supuesto. ¿Se le puede echar la culpa a alguien más? A ti. ¿Quiero algo de ti ahora? No lo dudes, hijo de la gran puta.
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Si es malo y todavía no ha sucedido, ten por seguro que sucederá. Puedes contar los días que faltan. Total y absolutamente por tu cuenta y riesgo.
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No lo encarcelemos antes de darle la oportunidad de que se encarcele él.
[Malas Tierras. Traducción de Rubén Martín Giráldez]
martes, abril 13, 2021
Ya a la venta: Culo de gallina [Download Luis XIV]
Mi segundo nuevo libro. Editorial La uÑa RoTa. Copio de su web:
La historia de la fístula que gobernó el mundo.
El 15 de enero de 1686 Luis XIV despertó con una molestia aguda. Diagnóstico: quiste pilonidal sacrocoxigeo. A sus 47 años el Rey Sol había librado decenas de guerras, tanto en Europa como en su propio país, pero ninguna le resultaría tan atroz e implacable como esta que le sobrevino aquel día en la zona perianal y que lo atormentó durante un año entero.
José Ángel Barrueco relata con humor y conocimiento de causa los pormenores de una enfermedad tabú.
Sólo en papel. 10 € / 112 páginas.
Ficha en TodosTusLibros: aquí.
Ficha en La Uña Rota: aquí.
Ficha en UDL Libros: aquí.
Fragmento: aquí.
El libro de los monstruos, de Juan Rodolfo Wilcock
Cualquiera que haya leído ese admirable libro titulado La sinagoga de los iconoclastas, sabrá de la maestría, el ingenio y la imaginación que se gastaba Juan Rodolfo Wilcock. El libro de los monstruos despliega un abanico de criaturas anómalas (un hombre hecho de espejos, otro con tentáculos en la cabeza, un tipo hecho de pelos y lana y algodón, otros son invisibles o meras ilusiones ópticas…) y, en apenas una página, Wilcock nos relata sus señas de identidad, sus características físicas, sus anomalías… Cada uno de estos relatos o semblanzas de ficción son obras maestras individuales. Copio aquí uno completo:
Giocoso Spelli
El teólogo y profesor de Historia de las Religiones Giocoso Spelli es casi con seguridad un monstruo, o en todo caso tiene algo de monstruoso. Para empezar camina a cuatro patas, y esto ya es insólito en un teólogo; es tan ancho que no todas las puertas admiten su paso, y en un automóvil, si alguna vez consiguiera introducirse en uno, no sabría de todos modos dónde poner las alas. Por culpa de los cuernos ningún sombrero le queda bien, y cuando ruge hace temblar el edificio. Es un verdadero experto en todo lo referente a los manuscritos del Mar Muerto, y ha escrito dos libros autorizadísimos sobre la cándida comunidad de Khirbert Qumran. Pero tiene las patas de atrás demasiado cortas, y cuando camina lleva las manos enfundadas en dos guantes enormes o, mejor dicho, borceguíes para manos. Hay quien sostiene que le salen llamas de la boca, pero ésa debe ser una imagen literaria; o quizás alguien ha tomado por fuego la saliva rojiza que le sale continuamente de las fauces. Lo cierto es que pesa 375 kilos, y su volumen es adecuado a su peso. Las alas, entonces, no le sirven de nada, pesa demasiado para volar, y pueden considerarse un capricho teologal: son rígidas y lustrosas, rectas hacia arriba como las de un toro alado, pero mucho más voluminosas. Los cuernos son macizos y ambos apuntan hacia arriba y hacia adelante, como un baldaquino suspendido sobre los ojos. Fue él quien aclaró definitivamente la total independencia del cristianismo con respecto a la religión de los Esenios, como resulta del análisis de los textos supérstites, y por tanto la absoluta originalidad de Jesús y de sus teorías. Cuando duerme, su respiración emite un silbido que se oye hasta en la plaza. Su novia le dijo a una amiga que en la cama se comporta como la Bestia del Apocalipsis.
[Ediciones Atalanta. Traducción de Ernesto Montequin]
jueves, abril 08, 2021
Ya a la venta: Solaris: La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman
Colaboro en este número. Copio y pego de la ficha de Trama Editorial:
Solaris Núm 5: La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman:
¿Puede una historia de ciencia-ficción convertirse en una de las más versátiles metáforas para pensar nuestro tiempo? ¿Cómo es que una fantasía aparentemente inocente sobre una invasión alienígena, publicada originalmente en 1955, se ha revelado tan audaz para entender y reflejar los temores e inquietudes de cada momento? Analizamos La invasión de los ultracuerpos, la inolvidable adaptación al cine que Philip Kaufman realizó en 1978 a partir de la novela de Jack Finney, pero también, con una mirada abierta y panorámica, el imaginario y los hallazgos del resto de adaptaciones a cargo de cineastas como Don Siegel, Abel Ferrara u Oliver Hirschbiegel.
Nos sumergimos en el fenómeno cultural de los body-snatchers, o ladrones de cuerpos, analizando su capacidad para revelar la verdad de cada época: la paranoia anticomunista, o antimacarthista, de los años 50; la conspiranoia post-Watergate en los 70; el temor al terrorismo tras el 11-S y hasta la pandemia del COVID-19. Desde La invasión de los ultracuerpos y con la apuesta de su metáfora plenamente vigente en nuestros días, nos arrojamos a pensar sobre los límites de la libertad, el valor del individualismo, la otredad del envejecimiento, lo político y lo biológico, así como la posibilidad misma del amor en el desierto de lo igual.
Desde la centralidad de La invasión de los ultracuerpos de Kaufman, pero junto al resto de adaptaciones, se encuentra en estas páginas el pensamiento de ensayistas de múltiples disciplinas, analistas fílmicos y textuales, psicoanalistas, filósofos y cineastas para desentrañar y esclarecer la vigencia y el alcance de una de las más prósperas alegorías de la ciencia-ficción.
Dirección y Coordinación: Marta Villarreal y Ricardo Sánchez Ramos.
Índice de Contenidos
• Prólogo: Estragos del tiempo (y de la crítica)
Pachi Arroyo
• La política del fantástico… o un cine político de género
Quim Casas
• Quién grita: tres hipótesis sobre la identidad del ultracuerpo
Carlos Atanes
• ¿Víctimas, villanas o heroínas? Una reflexión sobre Elizabeth, Nancy y la lucha feminista de los 70
Miriam Borham Puyal
• The Body Snatchers o El divorcio de lo real
Amanda Núñez
• ¿Ultracuerpos en el siglo XXI?
Carlos Tejeda
• El cuerpo sentido
Aarón Rodríguez Serrano
• La invasión de los ultracuerpos o la feminización del vacío
Mireia Iniesta
• Y te miran, y te miras, al pasar
Raúl Álvarez
• No despertamos nunca
Shaila García-Catalán
• Una imagen para una sociedad infectada (antes y después de la pandemia vírica)
Israel Paredes
• De Jack Finney a Philip Kaufman: la naturaleza de la bestia
José Ángel Barrueco
Jane Eyre, de Charlotte Brontë
No sirve de nada afirmar que para los seres humanos debe suponer satisfacción suficiente el haber alcanzado la tranquilidad. Necesitan acción, y si no consiguen hallarla, la inventan. Existen millones de ellos condenados a una existencia más mortecina que la mía, pero otros tantos millones se rebelan en silencio contra su sino. Nadie puede calcular cuántas rebeliones, dejando aparte las políticas, fermentan entre el amasijo de seres vivos que pueblan la tierra. Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. No pueden soportar represiones demasiado severas ni un estancamiento absoluto, igual que les pasa a ellos. Y supone una gran estrechez de miras por parte de algún ilustre congénere del sexo masculino opinar que la mujer debe limitarse a hacer repostería, tejer calcetines, tocar el piano y bordar bolsos. Condenarlas o reírse de ellas cuando pretenden aprender más cosas o dedicarse a tareas que se han declarado impropias de su sexo es fruto de la necedad.
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-El ansia del que escucha estimula la lengua del que narra –dije más para mis adentros que para ser escuchada por la gitana, cuyas palabras, acento y modales me empezaban a envolver en una especie de ensoñación.
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Las señoritas de buena familia tienen una manera muy curiosa de hacerte saber que te consideran una birria sin formular el juicio verbalmente. Un cierto desdén en la mirada, unos modales exentos de cordialidad y un tono displicente bastan para expresar con creces su opinión al respecto, sin caer nunca en la franca grosería por lo que dicen ni por lo que hacen.
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“Los amigos suelen olvidarnos cuando la suerte nos desdeña”, murmuré, al tiempo que descorría el cerrojo para salir.
[Alba Editorial. Traducción de Carmen Martín Gaite]
lunes, abril 05, 2021
Vacas, de Ronald Sukenick
Para sobrevivir a la locura de estos tiempos, y mantenerse de alguna manera en el filo de la cordura, una novela del calibre de Vacas es perfecta: contiene el surrealismo y las dosis adecuadas de humor como para evadirnos y no tratar de comprender el entorno: sólo aceptarlo.
Aunque fue publicada hace unos 20 años, no ha perdido su actualidad, igual que no la pierden las películas de los Hermanos Coen o de Quentin Tarantino. En Vacas (coedición de Underwood y Malas Tierras) casi todo es disparatado e incomprensible, empezando por los protagonistas, un cowboy y un investigador del que el primero contrata sus servicios creyendo que es un especialista en cabras cuando en realidad es experto en “cuestiones macabras” porque, entre otras cosas, estudia la obra de Edgar Allan Poe. A partir de este incidente, ya en el primer párrafo del libro, se van sucediendo los equívocos, los malentendidos, las sospechas y las confusiones, pero nadie abandona su propósito inicial: ni el cowboy suspende ese contrato ni el investigador se larga como había pensado al principio.
Poco a poco ese investigador empieza a encontrarse con una red donde confluyen lo paranormal, las perversiones, el contrabando, lo fantasmagórico, el crimen… Los diálogos plagados de confusiones se suceden con un desparpajo digno de Groucho Marx, cada giro de la trama o de los acontecimientos es imprevisible y desemboca en más locuras, hasta el punto de que el investigador ya es incapaz de distinguir lo que sucede (El investigador no estaba seguro de qué era real y qué imaginario. En Nueva York nunca le pasaban estas cosas. Tal vez fuera la falta de aire en las alturas, que tenía el mismo efecto que el alcohol y reducía el suministro de oxígeno al cerebro), como nos pasa a los lectores mientras nos divertimos con este despiporre, que acaba erigiéndose como uno de los síntomas del sinsentido propio de la América profunda:
Algo lo sacudía, la voz de Vaca, abrió los ojos. Vaca lo tenía cogido por los hombros:
-¿Te ha dado el delirium tremens o algo? ¿Qué es lo que pasa?
-Nada, acabo de tener una alucinación horrible.
-¿En forma de qué?
-Un murciélago gigante atacándome.
-Ah, el murciélago… –Vaca–. Yo también lo he visto.
-¿Tú…?
-Claro. ¿El famoso murciélago de Boulder? Solo ataca a los turistas, por lo general en Halloween. Qué estará haciendo por ahí esta noche…
-¿Qué es? –El investigador.
-Nadie lo sabe con seguridad, hay quien piensa que es un mensajero de la muerte, otros que es un agente municipal que lucha contra los pelotazos urbanísticos, otros que es el espíritu del jefe Mano Izquierda. Dicen que les chupa la sangre a los turistas y a los constructores y que los convierte en greenpeacenianos errantes que no mueren jamás. O lo mismo no es más que una imagen fruto de tu imaginación.
-Ya veo, te estás quedando conmigo. –El investigador.
-No te preocupes, amigo, todo el mundo ha visto cosas raras en el oeste. Espejismos. Esto es casi todo desierto y el desierto es una página en blanco.
-Pues me preocupa. –El investigador.
-Olvídate de la historia. Lo que no entiendes te puede volver majareta. Vamos a ver a Golden.
-Pensaba que le habías dejado claro que no irías esta noche.
-Así es, por eso mismo quiero ir esta noche. Eso los deja descolocados.
[Underwood & Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]
sábado, abril 03, 2021
La Calera, de Thomas Bernhard
Las gentes, le dijo Konrad al parecer al inspector de construcción, dice Wieser, no dejan de llamar, aunque saben que molestan, me interrumpen en mi trabajo, destruyen tal vez mi estudio, me lo destruyen todo, y sólo dejaban de llamar, decía, cuando se había levantado, había apartado su estudio y había bajado y abierto.
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No hacer algo y, con ello, hacer algo, dijo al parecer. No hacer algo, por ejemplo, que se podría hacer y de lo que se dice (¡por todas partes!) que se debería hacer, era, decía, un progreso. Es para volverse loco, dijo al parecer, pero no me permito la locura.
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Por lo que se refería a este país, a esta patria suya, no se podía decir jamás la verdad, si se quería existir e, incluso, continuar un solo día, a nadie y sobre nada, porque sólo la mentira hacía avanzar las cosas en este país, la mentira con todos sus disimulos y arabescos y simulaciones y apocamientos. La mentira lo era todo en este país, la verdad sólo digna de acusaciones, condenas y burlas. Por eso no callaba que todo su pueblo había buscado refugio en la mentira. Quien decía la verdad se hacía culpable y ridículo, la masa o los tribunales decidían si era culpable o ridículo o culpable y ridículo, si no se podía declarar culpable al que decía la verdad, se le ponía en ridículo, si no se le podía poner en ridículo, se le declaraba culpable, en este país se hacía culpable o ridículo al que decía la verdad. Como, sin embargo, eran los menos lo que querían resultar ridículos o culpables, y el individuo nada temía más que una condena, una pena elevada de multa o de prisión o incluso de presidio no eran, sencillamente, propias de un ser humano, todos mentían o callaban.
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No, querido Fro, la convivencia, de las gentes que sea, de las personas que sea, del estado social que sean, del origen que sean, de la profesión que sean, ya se puede retorcer la cosa como se quiera, es, mientras dura, un medio de prueba para la Naturaleza violento, sencillamente, por naturaleza, siempre doloroso y al mismo tiempo, como nos consta, el más accesible y atroz. Pero también lo más martirizante se convierte en costumbre, dijo al parecer Konrad, y así, los que viven juntos, vegetan juntos, se acostumbran poco a poco a su vivir juntos y vegetar juntos y, por consiguiente, a su común martirio, provocado por ellos mismos como medio de la Naturaleza en orden al martirio de la Naturaleza y padecido en común, y se acostumbran finalmente a esa costumbre.
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[…] su trabajo lo era todo, el escritor mismo no era nada, sólo las gentes creían, en su bajeza intelectual, poder mezclar la persona y el trabajo de un escritor, las gentes, por pura desvergüenza impertinente relacionada con los acontecimientos de la primera mitad del siglo, se atrevían por todas partes a mezclar lo escrito con la persona del escritor y así, en todo caso, a producir siempre una atroz mutilación del trabajo del escritor con la persona del escritor, creían que había que poner continuamente en relación la persona del escritor con lo escrito por el escritor, y así sucesivamente, cada vez más, las gentes se dedicaban a mezclar producto y productor, con lo que, en conjunto, surgía continuamente una monstruosa deformación de toda nuestra cultura, y así sucesivamente […]
[Alianza Editorial. Traducción de Miguel Sáenz]