domingo, diciembre 27, 2020

La vida material, de Marguerite Duras

 

 

El alcoholismo escandaliza cuando es la mujer la que bebe: una mujer alcohólica es poco frecuente y debe tomarse en serio. Lo que se alcanza es la naturaleza divina. He podido ver ese escándalo a mi alrededor. En mi época, para tener la fuerza de afrontarlo en público, como por ejemplo entrar sola en un bar por la noche, era preciso haber bebido ya.
Siempre es demasiado tarde cuando se dice a la gente que bebe demasiado. “Bebes demasiado”. Siempre parece vergonzoso decirlo. Uno mismo jamás sabe que es alcohólico. En un cien por cien de los casos la noticia se recibe como un insulto, y contestas: “Si me dices eso, es que me odias”. En cuanto a mí, el mal estaba ya muy avanzado cuando me lo dijeron.

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Escribir no es contar historias. Es lo contrario de contar historias. Es contarlo todo a la vez. Es contar una historia y la ausencia de esta historia. Es contar una historia que sucede debido a su ausencia.

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Yo he tirado, y lo he lamentado. Siempre lamentamos haber tirado algo en cierto momento de la vida. Pero si no tiramos ni nos desprendemos de las cosas porque queremos detener el tiempo, nos podemos pasar la vida ordenando y archivando la vida. Las mujeres guardan a menudo las facturas de la electricidad y del gas durante veinte años, sólo para archivar el tiempo, archivar sus méritos y el tiempo que ha pasado por ellas, aunque todo se disipe.

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Así que ya veis que escribo para nada. Escribo como hay que escribir, me parece. Escribo para nada. Ni siquiera escribo para las mujeres. Escribo sobre las mujeres para escribir sobre mí, sólo sobre mí a través de los siglos.

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Ahora es cuando me reprocho escribir, porque siempre me pasa lo mismo cuando acabo un libro. Y si es para caer luego en el estado en que me encuentro, no vale la pena escribir. Si no puedo asumir esto sin correr el riesgo de beber, no vale la pena que escriba, es lo que me digo algunas veces, como si pudiera aferrarme a ello. También es eso el estado peligroso.


[Alianza Editorial. Traducción de Menene Gras Balaguer]

Bueno, míralo de esta manera...

-Bueno, míralo de esta manera –dijo Laidlaw–. Hay turistas y viajeros. Los turistas se pasan la vida haciendo visitas a su propia realidad organizadas por agencias de turismo. No miran los barrios pobres. Los viajeros hacen el viaje más lento, con más detalle. Se mezclan con los habitantes de los lugares que visitan. Muchísimos asesinos son, entre otras cosas, viajeros. Han llegado a ser tremendamente reales para sí mismos. Sus vidas ya no son una afición. Pobres bastardos. Para llegar a ellos tienes que convertirte en viajero también.   


William McIlvanney, Laidlaw

Próximamente: El Invencible

 


De Stanislaw Lem. En Impedimenta.

sábado, diciembre 19, 2020

Un año en la vida de Johnsey Cunliffe, de Donal Ryan

 

 

En 2019 leímos, gracias a Sajalín Editores, uno de los mejores libros de aquel año: Corazón giratorio, del escritor irlandés Donal Ryan. Y ahora la misma editorial ha publicado otra obra de este autor: Un año en la vida de Johnsey Cunliffe (The Thing about December), que nos relata el rosario de desgracias y calamidades que sufre un muchacho poco avispado en uno de esos pueblos irlandeses donde abunda la gente recia y con malas pulgas. Los narradores irlandeses tienen un don para retratar estas biografías (sean reales o inventadas) sin dejar de darles un toque de humor para que el conjunto de pérdidas, injurias y palizas resulte menos doloroso para los lectores. Cunliffe es un tipo que, al contrario que los gatos, no suele caer de pie, y por eso asistimos atónitos a todo cuanto le sucede en 12 meses, en los que se revela su necesidad de contactar con alguien mientras afronta innumerables penurias. Donal Ryan, ya lo apunté por ahí, ha escrito una historia admirable sobre la soledad, el desprecio y el ansia de encontrar un poco de calor humano.  

Aquí van dos fragmentos:

¿Cómo era posible que en la vida de un hombre solo hubiera tristeza por su padre muerto, preocupación por su madre menguante y miedo a que, todas las tardes, su enemigo de la infancia se le apareciera de repente de detrás de un estúpido monumento del IRA? Madre estaba menguando de veras. De ser una mujer erguida dos años atrás, pasó, después de morir papá, a estar un poco encorvada y luego a transformarse en una cosa doblada como un signo de interrogación, envuelta en tristeza y silencio.

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Para que un hombre se sintiera solo, no hacía falta que estuviera a solas, Johnsey lo sabía. En la cooperativa, la gente le estrechaba la mano y no se la soltaba, y se dedicaba a recordar a sus padres mientras a él le ardía la cara y su otra mano buscaba en vano dónde meterse. Podías sentirte solo incluso entonces, teniendo a alguien delante de ti, agarrándote la mano y hablándote.



[Sajalín Editores. Traducción de Celia Filipetto]

domingo, diciembre 13, 2020

Al oeste del Edén, de Jean Stein

 

 

Puede que Jean Stein sea siempre recordada por su famosa entrevista a William Faulkner en The Paris Review, pero sería una lástima que este libro pasara desapercibido.

A lo largo de 380 páginas nos cuenta una gran parte del desarrollo de los cimientos de Los Ángeles mediante las historias de Edward L. Doheny (el personaje que inspiró una novela de Upton Sinclair y la película Pozos de ambición), los empresarios de Warner Bros., Jane Garland y sus desequilibrios psicológicos, la actriz Jennifer Jones, el productor David O. Selznick y el propio padre de la autora (uno de los fundadores del sello discográfico MCA Records). Es decir: indaga en las industrias del cine, de la música, del petróleo y de la psiquiatría.

Y nos lo relata en forma de historia oral, con las declaraciones de gente como Joan Didion, David Geffen, Lauren Bacall, Mike Davis, Gore Vidal, Jane Fonda, Arthur Miller, Naomi Klein, Larry Niven, Dennis Hopper, Warren Beatty... entre otros muchos. Un auténtico festín para mitómanos y lectores. A Stein le costó unos 20 años concluir el proyecto y, un año después de salir el libro, a los 83, se arrojó desde un rascacielos (el mismo método que empleó la hija de Jennifer Jones, cuya vida y suicidio también se cuentan en este magnífico Al oeste del Edén, subtitulado “En un lugar de Estados Unidos” y que incorpora algunas imágenes a este pequeño catálogo de Historia de Los Ángeles).

Apenas unos días después de terminar su lectura, fui al cine a ver la nueva película de David Fincher, la extraordinaria Mank (sí, ya sé que la ponen en Netflix, pero necesito ver ciertos filmes en pantalla grande): algo del libro de Stein hay en Mank, en el sentido de volver a reencontrarse con algunas de las personalidades retratadas en aquellas páginas: por ejemplo, Upton Sinclair o algunos de los magnates; también nos encontramos en ambas con ese universo hollywoodiense en el que se mezclaban los amoríos, los negocios, los escándalos, la política, la escritura y el alcoholismo. Ambas obras, tanto Mank como Al oeste del Edén, me parecen esenciales para cinéfilos (los que no lo sean, o no controlen nada del viejo Hollywood, tal vez deberían abstenerse de ver la primera y leer la segunda: así no dirán que se aburrieron o que no entendieron nada).


[Anagrama. Traducción de Amado Diéguez Rodríguez]

martes, diciembre 08, 2020

Haga lo que haga en la Tierra, de Vicente Muñoz Álvarez

 

 
GÉNESIS

en el cuerpo está la carne
y en la carne está la sangre
y en la sangre están los genes
y en los genes el destino
y el destino está en las manos
y en las manos las palabras
y las palabras son los ojos
y los ojos el deseo
y el deseo está en los huesos
y los huesos son los muertos
y los muertos son los vivos
y los vivos nuestros muertos

encárnalos

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FIN DE LA CITA

huele a carroña
arde Babilonia
fin de la cita

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GASOLINA

volver a empezar
a los cuarenta y nueve
más gasolina

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LA VIDA DE UNO U OTRO COLOR

ese complicado equilibrio
entre mis dos oficios

comercial
y escritor

la vida de uno
u otro color

cómo me afecta

y el desasosiego
de intentar combinarlos

nada mejor que contarlo
puedo ofrecerle al mundo

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MILAGRO DE LA ESCARCHA

benditas mañanas
de sol de invierno

como un renacer

la nitidez del cielo
las montañas nevadas
los campos helados
la pureza del aire
el temblor de la carne
el calor de la sangre
el milagro de la escarcha
el misterio de la rosa
la alquimia del bosque
la mística de la luz

benditas


[Canalla Ediciones]

sábado, diciembre 05, 2020

La calle Great Jones, de Don DeLillo

 

 

Me interesaban los finales, cómo se sobrevive a una idea muerta.

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-
[…] Conozco el mercado de la literatura como pocos. El mercado es algo extraño, casi un organismo vivo. Cambia, palpita, crece y excreta. Absorbe cosas y luego las escupe. Es una rueda viva que gira y crepita. El mercado acepta y rechaza. Ama y mata.

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-
[…] No hay nada que no se pueda vender. Si en el momento presente no existe mercado para un material determinado, entonces se genera automáticamente un mercado nuevo en torno a ese mismo material.

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-Me atormenta soñar con películas. En mis sueños no paran de aparecer y desaparecer caras glamurosas. Todos los grandes nombres. Por alguna razón eso me atormenta. Me despierto lleno de miedo e inquietud. Las caras están tristes. Tal vez sea eso. La tristeza de la fama enorme. Los famosos muertos del cine. Muertos pero no muertos. Quizá por eso es por lo que estoy angustiado. El concepto mismo de las películas me parece tremendamente egipcio. Las películas son sueños. Pirámides. Enormes ríos de sueño. Esos seres enormes y glamurosos con sus legendarios perfiles de esfinge. Me despierto temblando.

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-
[…] Estoy escribiendo narrativa terminal y no estoy escribiendo para el mercado ni para vender deprisa, ni tampoco por profesionalidad ni por ver mi nombre impreso. Estoy escribiendo para los supervivientes, para que sepan a qué han sobrevivido. Estoy escribiendo, si quieres, para la posteridad, para que la gente entienda qué es lo que salió mal y resista ese imperativo histórico de juzgarnos con demasiada dureza.  

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-
[…] El hombre poderoso que logra una muerte hermosa se convierte automáticamente en héroe nacional y en santo de todas las iglesias. Sin poder, la cosa se queda en nada, Bucky, no hay poder. No tienes más que la ilusión del poder. Lo sé de primera mano. Lo aprendí lección tras lección y ciudad tras ciudad.

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[…] El verdadero subsuelo es el lugar donde fluye el poder. Ahí radica el secreto mejor guardado de nuestra época. Tú no eres el subsuelo. Tu gente no es gente subterránea. Son los presidentes y los primeros ministros los que hacen los tratos subterráneos y hablan el verdadero lenguaje del subsuelo. Las corporaciones. El ejército. Los bancos. Ésa es la red subterránea. Ahí es donde sucede todo. El poder fluye bajo la superficie, muy por debajo de los adictos a las anfetas y de los que cortan el caballo. Tú no estás blindado ni eres intocable como lo son las fuerzas corporativas.

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[…] La gente está huyendo de la sobrecarga sensorial. De la tecnología. Siempre que hay un exceso de tecnología, la gente regresa a las gestas primitivas. Pero los dos sabemos que la verdadera privacidad es un estado interior.


[Seix Barral. Traducción de Javier Calvo] 

martes, diciembre 01, 2020

Réquiem por Dora Suarez, de Derek Raymond

 


Todos los muertos que he visto debido a mi trabajo –en bares, en las cunetas de las carreteras, en cuartuchos inmundos; suicidas, gente que se ha tirado desde lo alto de un edificio, bajo coches, autobuses o convoys de metro– representan para mí bajas sufridas en un mismo frente. Desde mi punto de vista, todos ellos, incluidos algunos asesinos, eran hombres y mujeres –e incluso algunos niños– privados de cualquier razón que los impulsara a seguir adelante. Un buen día, desesperados, al levantarse se dicen: “Voy a terminar con todo esto”, y se eliminan de un certero golpe, con una salvaje y nihilista alegría, porque nadie espera su llegada en ninguna estación.
Y después los cuervos, buitres y vampiros que los perseguían vienen hasta nosotros para quejarse y reclamar lo que se les adeuda, en el ensangrentado y silencioso campo de batalla, mientras el Gobierno, arrastrando tras de sí, como si de un raído faldón se tratase, a la prensa, sale a cenar con paso solemne, preguntándose si su popularidad sigue suficientemente alta.
Pero, por lo que a mí me concierne, el frente está en la calle, y me veo obligado a luchar en él diariamente.
Veo, absorbo y sueño con la calle, soy la calle. Gimoteo durante las atroces pesadillas que me provoca, la veo bajo la lluvia y a pleno sol; veo a la gente que corre precipitadamente, asesinos y víctimas, desfilando absortos como en plena oración. Por mi manera de ser, siento en mis propias carnes sus lágrimas igual que las oigo.
Los muertos son muy limpios, demasiado limpios. Han sido purgados y son de un color blanco uniforme como de luz sobre la nieve. ¿Por qué es así? ¿Dónde está la justicia de todo eso? Es lo que me gustaría saber.
¿Por qué será que las preguntas más sencillas son aquellas para las que no tenemos respuesta?
¿Por qué?


[Editorial Thassàlia. Traducción de Mauricio Bach] 

miércoles, noviembre 25, 2020

Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke

 


Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso. Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde.

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Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad.

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Pero quizá, después de ese descenso en sí y en su soledad, deba renunciar a llegar a ser poeta (basta, como he dicho, sentir que se podría vivir sin escribir para no deber hacerlo en absoluto). Sin embargo, tampoco entonces habrá sido en vano este viraje que le pido.

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Hay sólo
una soledad, y es grande y no es fácil de sobrellevar, y a casi todos les llegan las horas en que de buena gana se querría cambiar la soledad por una comunidad, aunque fuera banal y barata, por la apariencia de una escasa coincidencia con el primer llegado, con el más indigno…

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Sabemos poco, pero el que hayamos de mantenerlo en lo difícil es una seguridad que no nos abandonará; es bueno estar solo, pues la soledad es difícil; que algo sea difícil debe ser una razón más para que lo hagamos.


[Alianza Editorial. Traducción de José María Valverde]


domingo, noviembre 22, 2020

La sentencia de muerte, de Maurice Blanchot

 

Privado de la morfina, el dolor utilizó sus recursos para imponerla de nuevo. J. no quería vivir a cualquier precio. Pensaba que era absurdo, e incluso ridículo, sufrir, si las cosas podían resolverse de otro modo. El estoicismo no le convencía en absoluto. Además estaba hecha una furia desde que le había retirado las inyecciones. Se comprobó entonces que no estaba realmente más enferma que antes. El médico estaba desconcertado. Resistió al principio, pero después de una escena en que J. le insultó, cedió a una exigencia tan imperiosa. Durante aquella escena J. le había dicho: “Si no me matáis, sois un asesino”. He visto, después, una frase análoga atribuida a Kafka. Su hermana, completamente incapaz de inventarla, me la repitió así y el médico la confirmó poco más o menos (recordaba que ella había dicho: “Si no me matáis, me estáis matando”).

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Toda su persona exhalaba una gran impaciencia. Si al principio me sentí un poco ofendido por la sequedad de su recibimiento, aquel sentimiento se disipó pronto: comprendía demasiado bien la razón de aquella impaciencia, de aquella ansiedad, de aquel arranque de energía, con que esquivaba, con una viveza de la que cualquiera de nosotros era incapaz, los golpes que trataban de aniquilarla. Mientras nosotros nos movíamos torpemente, ella necesitaba moverse como el rayo para escapar a la inmovilidad definitiva, para salvar su último suspiro. Nunca la había visto tan viva, ni tan lúcida. Tal vez se encontraba en el último instante de la agonía, pero me pareció tan viva, aunque infinitamente oprimida por el sufrimiento, el agotamiento y la muerte, que de nuevo estaba persuadido de que, si ella no lo quería y si yo no lo quería, nunca nada daría cuenta de ella.

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Aquellos acontecimientos fueron enormes y me mantuvieron ocupado todos los días. Pero, hoy están podridos, su historia está muerta y muertas también aquellas horas y aquella vida que entonces eran las mías. Lo que dice algo es el minuto presente y el que le seguirá. A todos los que abriga, la sombra del mundo de ayer agrada todavía, pero pronto será borrada. Y el mundo que llega cae como una avalancha sobre el recuerdo de antaño.   


[Editorial Pre-Textos. Traducción de Manuel Arranz]

miércoles, noviembre 11, 2020

Pánico al amanecer, de Kenneth Cook

 


Leí hace unos cuantos años esta novela y entonces me deslumbró. Después vi la película, que no conocía pese a dirigirla Ted Kotcheff (responsable de Acorralado, Interferencias, Vivir en la cumbre y Más allá del valor, entre otras), y que en España titularon Despertar en el infierno y es, sí, un filme fascinante y no muy popular. Y días atrás, aprovechando la nueva edición en Sajalín, con prólogo de Kiko Amat, releí esta historia y me sigue deslumbrando o incluso puede que me haya gustado aún más, lo que me sucede a menudo con las relecturas.

Kenneth Cook, de quien no deben perderse sus libros de relatos cómicos (también publicados en la misma editorial), construyó una novela asfixiante y turbadora, en la que no suele haber violencia directa entre los hombres… pero esa violencia siempre está latente, al acecho, como si cada uno de los tipos que comparecen por sus páginas fuera capaz de las mayores atrocidades y, sin embargo, al final lograran contener sus estallidos. No hay violencia entre hombres, pero sí contra los canguros: véase el pasaje de la cruel cacería donde varios personajes borrachos los persiguen y machacan.

John Grant es un profesor de escuela en un pueblo de mala muerte de Australia; al llegar las vacaciones, reúne su exiguo sueldo y se propone viajar hasta Sydney, para lo cual deberá subirse a trenes y aviones. Grant aún no es consciente de las posibilidades de elección en la primera ciudad en la que se detiene: aceptar un trago de desconocidos supone cometer un error; rechazar un trago de desconocidos también supone cometer un error. No hay salida. En el primer caso, la aceptación le trasladará a un festival de cervezas interminable y, con esto, a tomar peores decisiones; en el segundo caso, el rechazo le conducirá a ser despreciado y maldecido, pues en aquellos parajes no aceptar una caña equivalía más o menos a una ofensa grave.

En cuanto se toma la primera cerveza, John Grant escoge una serie de caminos que le imposibilitan alejarse de la ciudad, algo que años después retomaría John Ridley en su estupenda novela Stray Dogs. Giro al infierno (que alguien debería reeditar, y que Oliver Stone adaptó en una de sus películas más interesantes); me atrevería a decir que el filme Escondidos en Brujas también contrajo una deuda con el libro de Cook. Son historias de personajes condenados a penar en lugares de los que les resulta difícil huir.  

¿Quién no ha estado alguna vez en la situación de Grant? Esas ocasiones en las que, acodados en la barra de un bar, algún jayán nos propinaba una palmada estrepitosa en los lomos y nos convencía para seguir bebiendo, para “tomar la última”, lo que degeneraba en visitas a antros, incursiones borrosas y despedidas al alba… Esto es, a grandes rasgos, lo que le sucede al protagonista.  

En Pánico al amanecer predominan las borracheras salvajes y las resacas intolerables en entornos sucios, sórdidos, con parroquianos embrutecidos y gente de conducta más bien miserable. El mayor logro de Kenneth Cook es conseguir en todo momento un clima de mal rollo utilizando una prosa similar a aquella que manejaban algunos de los maestros ingleses y norteamericanos: seca, precisa, cortante a veces, con las dosis justas de descripciones y de composición de personajes. Grant, en realidad, no está tanto atrapado en un lugar como en una situación: la del bebedor compulsivo que considera que las cosas van mejorando a medida que trasiega alcohol (A la cuarta cerveza los problemas de un hombre ya no parecen tan graves como a la primera), y que lo ve todo con entusiasmo cuando se ha metido de lleno en la curda (Siete, ocho, nueve cervezas, y un hombre ha adquirido el completo control de sí mismo y de su vida, sin importar cuán dura haya podido ser la resaca al levantarse esa misma mañana).

Se la ha etiquetado a veces como una novela de terror y no es erróneo el veredicto: sólo que aquí el monstruo es uno mismo, es quien al cabo toma las decisiones y escoge los caminos. Pánico al amanecer es un clásico, una obra sobre la mala fortuna y los infiernos interiores que sin duda os marcará. Aquí van dos extractos:

En los pueblos remotos del Oeste no abundan las comodidades de la civilización: no hay sistema de alcantarillado, no hay hospitales, es raro dar con un doctor, el agua es mala, la luz eléctrica es para los pocos que pueden costearse un generador y las carreteras apenas existen. Tampoco hay teatros ni salas de cine y los salones de baile se cuentan con los dedos. Pero hay un sólido principio del progreso que mantiene a la gente a salvo de la locura declarada y que se encuentra arraigado a miles de kilómetros al Este y al Norte, al Sur y al Oeste del Dead Heart: dondequiera que vayas, la cerveza siempre está fría.

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Curioso rasgo de la gente de por aquí, pensó Grant: puedes dormir con sus mujeres, aprovecharte de sus hijas, gorronearles, estafarlos, hacer casi cualquier cosa que en una sociedad normal te llevaría, cuando menos, a sufrir el ostracismo. Aquí, en cambio, casi ni se dan por enterados. Ahora, basta con que te niegues a beber con ellos para que pases de inmediato a convertirte en su enemigo mortal. ¿Cómo demonios era posible? Pero no tenía ganas de seguir pensando en la región ni en las peculiaridades de su gente.



[Sajalín Editores. Traducción de Pedro Donoso]