jueves, octubre 29, 2020

Grandes esperanzas, de Kathy Acker

 


Me parece extraño que, en época de rescate y de reivindicación de autoras, una mujer tan rompedora como Kathy Acker continúe olvidada. O quizá no sea tan raro: sus obras se salen de los márgenes habituales, no contienen una trama al uso, utiliza en ellas las técnicas del cut-up a la manera de William Burroughs y logra una mezcolanza entre la cita, la reinterpretación de los clásicos, la ficción, la memoria, la pornografía y lo autobiográfico que deja perplejo y confuso al lector. Kathy Acker fue una escritora punk, revolucionaria y alejada de formalismos.

En España la empezaron a publicar en Anagrama: por casa tengo esas dos preciadas joyas, Aborto en la escuela y Don Quijote que fue un sueño. Años después, en la desaparecida Ediciones Escalera tradujeron El imperio de los sinsentidos. Y por fin, en este funesto 2020, la editorial Malas Tierras, acostumbrada al rescate y a la reivindicación (Robert Stone, Sara Gallardo, Leonard Michaels) pero también al descubrimiento de autores que aquí estaban inéditos (Chris Offutt, Claire Vaye Watkins, Pierre Guyotat, Ann Quin), nos trae Grandes esperanzas (precedido de un prólogo de Eileen Myles), que, como su título indica, parte del inolvidable clásico de Charles Dickens de título homónimo y lo deconstruye, lo altera y lo transforma a su antojo.

No es éste el lugar para contarles la vida de Acker… Pero aconsejo, a quienes tengan interés en su figura, que se dirijan al estupendo prólogo que Eloy Fernández Porta se marcó para la reedición de Aborto en la escuela: se puede leer completo en la web de Anagrama y es una guía adecuada sobre su obra; también Jordi Puntí escribió un breve y estupendo artículo sobre ella, hace un par de años. Con sendos textos se harán una idea de su calibre como escritora, de sus virtudes como mezcladora de brebajes literarios que confluyen en un cóctel explosivo.  

En Grandes esperanzas Kathy Acker reinterpreta la novela de Dickens, pero la retuerce dolorosamente a su manera, la hace suya, la convierte en un delirio donde se conjugan los poemas, las cartas, las apropiaciones (ojo a los párrafos del Edén, Edén, Edén de Guyotat), los diálogos teatrales, los monólogos… Pip ya no es un personaje de una pieza, sino que se va convirtiendo en otros a medida que avanzamos en la narración: un niño, una mujer, un hombre, una niña… Saltos mortales entre la edad, el género y las identidades, saltos con pirueta entre el plagio y el dolor por el abandono de los padres. Veamos uno de los primeros párrafos:  

Antes de que yo naciera, mi madre me odiaba porque mi padre la dejó (¿por quedarse embarazada?) y porque mi madre quería seguir siendo la niña de su madre en vez de ser mi madre. La imagen que tengo de mi madre es el origen de mi creatividad. Yo prefiero la palabra consciencia. La imagen de esa madre mezquina me está bloqueando la consciencia. Para adquirir una imagen distinta de mi madre, he de perdonar a mi madre por rechazarme y por suicidarse. La imagen del amor, hallada en uno de los grupos, es el perdón que transforma la necesidad en deseo.

Su madre como ser dañino, a quien odia y venera al mismo tiempo (Como odio a mi madre estoy dividiendo a las mujeres en vírgenes o putas… / Mi madre es la persona a la que más quiero), y su padre como representación de todos los hombres, a los que desea al mismo tiempo que detesta porque quieren herirla y no sólo causarle placer: Este es el sueño que tengo: huyo de unos hombres que intentan hacerme un daño irreparable.

Uno ama a Kathy Acker (aunque no siempre entienda su lógica narrativa) por párrafos como éstos:

No debemos avergonzarnos nunca de los sentimientos que nos hacen llorar, pues los sentimientos son la lluvia sobre el polvo cegador de la tierra: nuestros corazones duros y egoístas. Me siento mejor después de llorar: más consciente de quién soy, más abierta. Necesito muchísimo a mis amigos.

Ojalá Grandes esperanzas tenga cierto éxito y así en Malas Tierras puedan seguir publicando sus libros. Por cierto, la traducción del gran Ce Santiago vuelve a merecer un aplauso. Aquí va otro fragmento:  

Todo el mundo me odia. Mi madre podría haber sido asesinada. Los hombres quieren violarme. Mi cuerpo siempre está enfermo. El mundo es el paraíso. El dolor no existe. El dolor proviene de la sesgada percepción humana. La de una persona feliz que no presta atención a sus propios deseos sino que piensa siempre en los demás. La represión provoca dolor. No tengo a nadie en este mundo. Todo acontecimiento está completamente separado del resto de acontecimientos. Si hay un número infinito de acontecimientos no relacionados, ¿dónde está la relación que posibilita el dolor?
Toda mi familia está muerta. No tengo ni idea de quién pretende hacerme daño y quién no.



[Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]

martes, octubre 27, 2020

Lo estás deseando, de Kristen Roupenian

 

 

Nuestro amigo vino la otra noche. Su horrible novia y él por fin habían roto. Era la tercera vez que lo dejaba con esa misma novia, pero insistía en que aquella iba a ser la definitiva. No paraba de dar vueltas por la cocina enumerando los diez mil tormentos y humillaciones insignificantes de los seis meses que había durado la relación, y mientras tanto nosotros asentíamos, nos mostrábamos preocupados y lo mirábamos con una expresión amistosa. Cuando se fue al baño para calmarse, nos desplomamos el uno sobre el otro con los ojos en blanco y simulando que nos ahorcábamos y nos pegábamos un tiro en la cabeza. Nos dijimos que escuchar las quejas de nuestro amigo sobre los pormenores de su ruptura era como escuchar los lamentos de un alcohólico sobre la resaca: sí, el sufrimiento era palpable, pero qué difícil es empatizar con alguien que desconoce hasta tal punto las causas de sus propios problemas.

[Del relato “Chico malo”]


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La película que él quería ver la proyectaban en el cine donde ella trabajaba, y por eso Margot le sugirió que fueran a verla al multicine de las afueras de la ciudad. Los estudiantes raras veces iban allí porque para llegar hacía falta coche. Robert pasó a recogerla en un Civic blanco embarrado; de los portavasos sobresalían numerosos envoltorios de chucherías. Al volante se mostró más callado de lo que ella hubiera esperado, apenas la miraba. No habían pasado ni cinco minutos cuando empezó a sentirse muy incómoda y, cuando entraron en la autopista, se le ocurrió que quizá la estuviera llevando a algún lugar para violarla y asesinarla. Al fin y al cabo, casi no lo conocía.
Justo cuando pensaba esto, él dijo:
-No te preocupes, no voy a matarte.
Y se preguntó si la incomodidad que se palpaba en el ambiente sería culpa de ella por comportarse con tanto nerviosismo y temor: el tipo de chica que cada vez que sale con alguien piensa que la van a asesinar.
-No pasa nada…, puedes matarme si quieres –dijo, y él se rió y le dio una palmadita en la pierna. Pero su silencio le seguía resultando desconcertante, como si se resistiera a todos sus entusiastas intentos de entablar algún tipo de conversación.


[Del relato “Un tipo con gatos”]


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Vale, esto pasó hace tiempo, cuando vivía en Baltimore y estaba jodidamente solo. Esta es mi única excusa, si es que tengo alguna: estaba en paro y alquilaba la habitación de un motel por semanas en la otra punta del país, muy lejos de toda la gente a la que conocía; vivía de las tarjetas de crédito y trataba de “descubrirme a mí mismo”. Con esto me refiero a que dedicaba la mayor parte del tiempo a estar colocado y borracho y pasaba dieciocho de las veinticuatro horas durmiendo.
En aquel momento, casi las únicas personas con las que hablaba con cierta regularidad eran las chicas que conocía en Tinder. Me quedaba en mi habitación bebiendo, viendo porno y jugando a videojuegos y de pronto me daba cuenta de que no había hablado con nadie de carne y hueso en una o dos semanas y de que, por supuesto, no había salido de la habitación ni me había cambiado de ropa ni comido algo que no viniera en una caja. Empezaba a deslizar el dedo por la pantalla en busca de una chica que me ayudara a volver a sentirme humano durante un tiempo.


[Del relato “Deseos suicidas”]


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Ella era de las que mordían. En la guardería mordía a los otros niños. Mordía a sus primos. Mordía a su madre. Con cuatro años iba a un médico especial dos veces por semana para “trabajar” en su afán canino. En la consulta del médico, Ellie hacía que dos muñecas se mordieran la una a la otra y después las muñecas hablaban de sus sensaciones al morder y ser mordidas.

[Del relato “Una chica de las que muerden”]



[Anagrama. Traducción de Lucía Barahona]

sábado, octubre 24, 2020

TerrorVisión, de Varios Autores. Edición de Jesús Palacios

 

 

Todo lo que incorpore el nombre de Jesús Palacios es sinónimo de garantía, ni lo duden: a ello contribuyen su estilo como escritor, su saber enciclopédico y sus muchas horas de cine y literatura. Con cierto retraso (2 años) he leído estos días, entre el placer y la devoción del fanático del género, su compendio de “Relatos que inspiraron el cine de horror moderno”, como indica el subtítulo. Estamos ante textos que él mismo ha espigado, y que previamente comenta para señalarnos sus orígenes, sus antecedentes y, lo que más nos importa en este caso, sus adaptaciones cinematográficas. El volumen va precedido por un prólogo de su cosecha, “Materiales oscuros. Sobre las raíces literarias del cine de horror moderno”, que es ya un prodigio de erudición y notable gusto por lo siniestro y lo perverso. Por si esto no fuera bastante, cada relato incorpora una nota explicativa en la que, como he indicado, nos sitúa en el contexto del cuento y en las posteriores adaptaciones (en algunos casos hubo varias, y a veces secuelas).

Si el lector de narrativa fantástica y de terror echa un vistazo al índice, comprobará que igual ya ha leído varios de los relatos, como me sucedió a mí con “El gato negro” de Edgar Allan Poe, “La pata de mono” de W. W. Jacobs, “Herbert West, reanimador” de H. P. Lovecraft, “Pesadilla a 20.000 pies” de Richard Matheson y “El Tren de la Carne de Medianoche” de Clive Barker, que (entre otras películas) fueron el material de partida de Historias de terror, Dead of Night, Re-Animator, un episodio de En los límites de la realidad y El vagón de la muerte. Pero no importa. Volver a leerlos es un auténtico placer: a menudo la relectura suele deparar mayores deleites cuando nos referimos a los clásicos.

Dicho esto, y sin que al lector le importe repetir en algunos casos, vamos con las numerosas sorpresas.

La primera de ellas es “Sawney Bean”, un relato anónimo basado en una leyenda escocesa que ha servido de fuente para filmes de temática caníbal: citemos, por ejemplo, Las colinas tienen ojos. Es admirable la carga de horror y de atrocidades que se concentran en un texto tan breve, (casi) tan retorcido como el perfil de algunos psicópatas de Twitter.

Para quienes adoramos la película homónima de David Lynch, el texto titulado “El hombre elefante” (un capítulo suelto de las memorias de Frederick Treves) también resulta glorioso, con las descripciones del entorno y los sinsabores que aquel individuo tuvo que tragar en su corta vida.

Menos amargo, pero más siniestro, es “El misterio de Islington” de Arthur Machen, que dio origen a una película que mi compadre Vicente Muñoz Álvarez lleva años recomendando y que, sin embargo, aún no he conseguido ver: El esqueleto de la Señora Morales; un cuento redondo y tan pérfido como el primer episodio de las Historias para no dormir del gran Narciso Ibáñez Serrador (recordemos: “El cumpleaños”); si lo cito es porque lo revisé hace unos días.

No me entusiasma el género de zombies (salvo algunos casos aislados: parodias, reinterpretaciones y cosas así) y por eso el relato de Alpheus Hyatt Verrill, “La plaga de los muertos vivientes”, me ha deleitado más que muchas de las películas de Fulci y Romero en las que influiría: en sus páginas confluyen diversos temas como el canibalismo, los doctores locos, los miembros cortados que adquieren vida independiente de los cuerpos a los que pertenecían…

Sin embargo, las mentes más crueles y retorcidas del género suelen ser las de los asiáticos. “La oruga”, el relato de Edogawa Rampo aquí incluido, es un paseo por el abismo del horror que supone volver de la guerra convertido en un tronco: un cuerpo sin brazos ni piernas, cuyo propietario además es sordomudo y regresó convertido en un despojo al que cuida su mujer, con la que mantiene frecuentes encuentros sexuales… En fin, algo asombroso y perturbador: como un cruce entre Freaks y El imperio de los sentidos.

Muy interesantes resultan los cuentos de los que (aunque no lo reconozcan en los créditos) picotearon los creadores de Alien: “Las criptas de Yoh-Vombis” (de Clark Ashton Smith) y “Oscuro destructor” (de A. E. Van Vogt), en los que encontramos momias gigantescas, civilizaciones alienígenas, ruinas que cobijan a criaturas parasitarias que se adhieren a las cabezas de los exploradores y monstruos que se esconden entre los pasillos de las naves. De los dos me quedaría con el primero: su lectura me ha hecho maldecirme a mí mismo por no haber comprado Hiperbórea, que sacó Valdemar en 2014.  

Otras dos grandes sorpresas son los textos que inspiraron las películas La cosa de John Carpenter (no he visto la versión antigua) y Amenaza en la sombra de Nicolas Roeg (filme que me descubrió un colega hace no demasiado tiempo): “¿Quién anda ahí?”, de John W. Campbell Jr. y “No mires ahora”, de Daphne du Maurier. El primero es una novela corta, repleta de diálogos y de suspense, tan formidable como el largometraje citado. El segundo es más breve y, sin duda, uno de mis favoritos del libro: la historia de un matrimonio que viaja por Venecia tratando de aliviar el dolor por la muerte de su hija; allí encontrarán a dos videntes que juran ver el espíritu de la niña junto a ellos, y que les advierten: corren peligro y deberían salir cuanto antes de la ciudad. Para los despistados: Daphne du Maurier escribió Rebeca y el relato “Los pájaros”.

Supongo que muchos lectores del género conocerán “Del más allá”, de H. P. Lovecraft, pero yo no lo había leído. Lovecraft, bien traducido como aquí, siempre merece la pena. Al igual que Robert Bloch, el creador de Psicosis, con el relato “La calavera del marqués de Sade”, origen de un filme protagonizado por Peter Cushing y Christopher Lee que no estoy seguro de si vi en la infancia.

En suma, y para no agotar a las dos o tres personas que aún leen reseñas en estos tiempos de prisas, tweets y redes sociales: pillen este libro antes de que se agote; reléanlo, adórenlo, acarícienlo como si fuera el ídolo dorado de los hovitos cuando estaba en manos de Indiana Jones; regálenselo a los cinéfilos y/o a los lectores de raza: quedarán como caballeros (o como damas).  


[Valdemar. Traducciones de Marta Lila Murillo, Mauro Armiño, Manuel Ortuño, José María Nebreda, Juan Antonio Molina Foix, Daniel Aguilar y Santiago García]



miércoles, octubre 21, 2020

Butes, de Pascal Quignard

 

 

Hay en toda música una llamada que yergue, una conminación temporal, un dinamismo que agita, que empuja a desplazarse, a levantarse y dirigirse hacia la fuente sonora. Butes es a la música (respecto de Afrodita) lo que Adonis a la caza (respecto de Afrodita). Estos dos héroes amantes de la diosa del amor responden a un deseo desconocido más vasto que el sexual que es la pasión exclusiva de Afrodita. Su deseo es más vasto que la reproducción social. De este modo se olvidan de Venus. Su búsqueda es periférica y claramente solitaria. Para el uno, es el encuentro con un jabalí. Para el otro, con un pájaro de mar.

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¿Quién tiene el valor de llegar hasta el final del mundo de la tristeza? La música.
Basta con consultar en el fondo de uno mismo la ternura inmediata que algunos sonidos que se siguen levantan de nuevo. Estos ritmos están ligados al corazón antes incluso de que el cuerpo conozca la respiración. Estos lazos no se desatan.

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Hay olvidados del recuerdo del mundo. Hay que ceder un poco de agua pura, es decir, un poco de lengua escrita, a los viejos nombres que ya no se pronuncian. Hay que inclinarse y exhumar las tumbas que se han perdido entre las hierbas y los siglos y las piedras. Hay que abrir un instante la puerta de un libro a estos héroes de la vida legendaria o a estos fantasmas de la vida histórica que han sido abandonados, bien porque sus ejemplos eran contrarios a la reproducción social, bien porque sus proezas despreciaban las elecciones estéticas más populares, bien porque su determinación contravenía los mandamientos religiosos que reúnen a las naciones en el vínculo poderoso de la guerra. Hay que dejar una silla vacía para los que han sido injustamente condenados al ostracismo. Hay que dejarles un poco de permanencia –un aumento de permanencia– en las “horas”, a pesar de los “milenios” que han desfilado ya desde su aparición.
[…]

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De pronto lo antiguo se precipita.
Lo antiguo cae de las nubes.
Es el rayo mismo.
El trueno es la voz de este animal enorme y extremadamente negro que se llama tormenta.
Los relámpagos saltan desde lo alto del cielo con el deseo de venir a tocar la tierra.

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La música comienza por murmurar al oído del que la ama y que se acerca al canto que le envuelve, donde consiente en perder su identidad y su lenguaje: Acordaos, un día, antaño, se perdió lo que se amaba. Acordaos que un día perdisteis todo de todo cuanto era amado. Acordaos que es infinitamente triste perder lo que se ama.  



[Editorial Sexto Piso. Traducción de Miguel Morey y Carmen Pardo]

lunes, octubre 19, 2020

Historias de un gran país, de Bill Bryson

 

 

Por supuesto, todo se debía a su condición de inglesa. Mi mujer no comprendía las amplias e infinitas posibilidades que ofrece la dieta americana en relación con la grasa y el pringue. Yo ansiaba devorar cortezas de bacon artificiales, queso fundido en un tono amarillento desconocido por la naturaleza y rellenos de chocolate cremoso, a ser posible en el mismo producto. Quería disfrutar de comida que expulsa chorros de líquido cuando la muerdes y te deja tan abultado manchurrón en la camisa que tienes que caminar hacia el grifo con la cabeza para atrás. Así que acompañé a mi esposa al supermercado y cuando ella se detuvo a sopesar melones y revisar el precio de las setas shiitake, me encaminé de inmediato a la sección de comida-basura. Sección que, en esencia, ocupaba todo el resto del supermercado. Ahí vi el cielo.

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En cierta ocasión, H. L. Mencken definió el puritanismo como “el temor constante y obsesivo de que alguien, en algún lugar, pueda estar disfrutando de la felicidad”. Aunque la frase tiene setenta años, hoy resulta tan cierta como entonces. Allí donde vayas en la América de hoy, por todas partes te encuentras con las mismas y extrañas admoniciones paternalistas ejemplificadas por los ridículos avisos recién aparecidos en la taberna de mi ciudad.

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Resultaría casi imposible exagerar la ferocidad con que Estados Unidos se ensaña con los detenidos por asuntos de drogas. Hay quince estados en los que te pueden condenar a cadena perpetua por la posesión de una simple planta de marihuana.

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Si me muestro tan inesperadamente sensible es porque hace cosa de una semana mi mujer y yo acompañamos a nuestro hijo mayor a la Universidad de Ohio, donde estaba previsto que emprendiera sus estudios superiores. Nuestro hijo mayor es el primero en emprender el vuelo. Ya no vive con nosotros; se ha hecho mayor, es independiente y reside en otro lugar, circunstancia que me ha llevado a advertir lo muy rápidamente que crecen los hijos.
-Cuando se marchan a la universidad, ya nunca vuelven de veras –nos comentó con añoranza un vecino que ha perdido a dos de sus hijos de la misma manera.

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No sé explicarlo bien, pero si tuviera que acuñar una frase, yo diría que los americanos sólo quieren aquello que ha dejado de ser real.

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Los precios en extremo competitivos de Taco Bell han provocado que esta cadena disfrute de una preponderancia casi universal. Hoy, cuando viajas por casi cualquier carretera americana, si te apetece un taco, tienes que conformarte con acudir al Taco Bell. Lo que me deja estupefacto es que la mayoría de la gente parece estar de acuerdo con esta situación. Y aquí entramos en el segundo de los factores a que hacía referencia: la extraña e inflexible atracción que los consumidores estadounidenses sienten hacia lo que es uniforme y predecible. En una palabra, a los americanos les gusta que las cosas sean siempre las mismas allí donde se encuentren. Éste es el factor que me deja atónito.


[Ediciones Península. Traducción de Antonio Padilla]  

Próximamente: Pánico al amanecer

 

 

De Kenneth Cook. En Sajalín Editores.

miércoles, octubre 14, 2020

País nómada, de Jessica Bruder

 

 

Siempre ha habido poblaciones itinerantes, trabajadores ambulantes, vagabundos, espíritus inquietos, pero ahora, en el segundo milenio, está surgiendo un nuevo tipo de tribu nómada. Personas que jamás imaginaron que podrían llevar una vida itinerante se han lanzado a la carretera. Han renunciado a vivir en casas y apartamentos tradicionales para instalarse en lo que algunos llaman “viviendas sobre ruedas” –camionetas, autocaravanas de segunda mano, autobuses escolares, furgonetas adaptadas, remolques o simplemente viejas berlinas–, huyendo de las disyuntivas imposibles a las que debe hacer frente la antigua clase media. Tales como verse en la tesitura de tener que decidir entre:
¿Comer o un tratamiento odontológico? ¿Pagar la hipoteca o la factura de la luz? ¿Pagar los plazos del coche o comprar medicinas? ¿Pagar el alquiler o el crédito suscrito para sufragar los estudios? ¿Comprar ropa de abrigo o pagar la gasolina para desplazarse hasta el lugar de trabajo?
Mucha gente optó por lo que de entrada parecía una solución radical:
Ya que no podían subirse el sueldo, tal vez podrían suprimir el gasto más importante y renunciar a una vivienda de ladrillo para vivir sobre ruedas.

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Conocí a Linda mientras recopilaba información para un artículo sobre una subcultura en expansión en Estados Unidos formada por ciudadanos nómadas de ambos sexos que viven de manera permanente sobre ruedas. Como Linda, muchos de esos espíritus errantes intentaban escapar de las garras de una paradoja económica: la colisión entre unos alquileres en alza y unos salarios estancados, el choque de una fuerza irrefrenable contra un objeto inmóvil. Se sentían acorralados, sin salida, al ver que apenas ganaban lo suficiente para cubrir el coste del alquiler o los plazos de una hipoteca después de trabajar jornadas agotadoras en empleos sin aliciente que consumían todo su tiempo, sin ninguna perspectiva de mejora a largo plazo ni la esperanza de poder llegar a jubilarse algún día.

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Yo la escuchaba atentamente, procurando retener la mayor cantidad de información posible. Esperaba que su relato me ayudara a encontrar respuesta para algunos interrogantes que me aguijoneaban: ¿cómo se explica que una mujer de sesenta y cuatro años que ha trabajado duro acabe sin casa u otro lugar de residencia permanente y tenga que recurrir a empleos precarios con salarios bajos para sobrevivir?, ¿obligada a vivir en un bosque alpino a casi 1.500 metros de altitud, en compañía de nevadas intermitentes y tal vez algún puma, en una minúscula caravana, limpiando retretes a merced de los caprichos de una empresa que puede reducir su jornada laboral o incluso despedirla a discreción? ¿Cuáles eran las perspectivas de futuro para una persona como ella?

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Expulsadas de la clase media, esas personas intentaban encontrar la manera de sobrevivir. Una búsqueda a partir de expresiones como “vivir con un presupuesto limitado” o “vivir en un vehículo o en una furgoneta” les conducía hasta el sitio de Bob. Y en una cultura que culpa en gran parte a las víctimas de sus desventuras, él les ofrecía palabras de aliento en vez de oprobio. “Hubo un tiempo –decía a sus lectores– en que teníamos un contrato social que establecía que, si una persona cumplía las normas (estudiaba, conseguía un empleo y trabajaba duro), todo iría bien. Ya no es así. Uno puede hacerlo todo bien, cumplir exactamente con lo que espera la sociedad y, aun así, acabar arruinado, solo y sin casa”. Y sugería que instalarse en una caravana u otro tipo de vehículo era una forma de objeción de conciencia contra el sistema que les había fallado. Podían renacer para llevar una nueva vida libre y aventurera.

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Las facturas sin pagar se acumulan en las mesas de la cocina de muchos hogares de todo el país. Las luces permanecen encendidas hasta entrada la noche. Se repiten y se repasan una y otra vez los cálculos, hasta el agotamiento y, a veces, las lágrimas. Los sueldos menos el coste de los alimentos. Menos los honorarios médicos. Menos la deuda acumulada en la tarjeta de crédito. Menos el consumo de agua, gas y electricidad. Menos los plazos del crédito suscrito para pagar los estudios y los plazos del coche. Menos el gasto más importante de todos: el alquiler.


[Capitán Swing. Traducción de Mireia Bofill Abelló]

viernes, octubre 09, 2020

LS6, de Mario Crespo [Nueva edición]

 

 

[Literaturas Com Libros publica una nueva edición de la primera novela de Mario Crespo, en la que colaboro con un prólogo. Aquí puedes leer las primeras páginas y abajo figuran unos fragmentos escogidos. El libro está disponible en papel y en kindle]:

Para mí hay dos momentos clave en la historia de Gran Bretaña: la Revolución Industrial y el desvarío de Margaret Thatcher. Desde aquí se ha gestionado el mundo durante siglos. Un poder difícil de controlar sin cometer excesos. Shakespeare, Churchill, Lennon, hay muchos nombres importantes en la historia del Reino Unido. Las máscaras de los laboristas y el pecho descubierto de los torys hacen que el país, mientras funcione económicamente, no entre en guerras ideológicas intestinas (con la salvedad del problema irlandés), como sucede en los países latinos. La tranquilidad que eso aporta lo convierte en un marco perfecto para desarrollar el Plan. Se trata del lugar ideal para el establecimiento del liberalismo económico. Y de cualquier liberalismo.  

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El ser humano define su camino en función de la libertad que es capaz de alcanzar. Julianne había alcanzado muy poca en sus siete decenios de vida. La frustración se oponía a la libertad, a las variaciones de ruta, a la improvisación. La cobardía es la semilla que hace germinar los complejos. Resignarse no es una buena opción cuando no se asume la derrota. A Julianne le enseñaron lo que era una vida modelo. La mujer, como demiurgo, necesita mimos y cuidados, necesita sentirse protegida, necesita la seguridad de un hombre a cambio de unas dosis de satisfacción carnal y emocional. Eso es lo que le contaron. Y durante un tiempo se lo creyó. Perder la virginidad, tener un estatus, ver crecer a sus hijos. Eran otros tiempos. Julianne no podía recordar si fue feliz, pero sí sabía que el recuerdo de aquella época era la única felicidad a la que podía agarrarse. Luego llegó la vida, la de verdad, la que aparece un día y te espeta: hola, yo soy la vida y ya veré cómo te trato, pero sea como fuere tendrás que aguantarme. Y entonces se dio cuenta de la verdadera realidad, de que ya no podía volver atrás en un DeLorean, de que hay un momento preciso para hacer ciertas cosas, de que no se había adaptado a un tiempo que se estaba agotando. Y temblaba, y pensaba que no le importaría estar con su marido, otra vez.

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George Street es el límite de la zona comercial con la zona de peligro. A esa altura de la calle los negocios escasean y los compradores se dan la vuelta.
Pubs históricos como Three legs, abiertos desde las diez de la mañana, son tomados por grupos de hooligans desempleados que desayunan pintas de cerveza con huevo frito y bacon. Las peleas, los navajazos e incluso los disparos son algo habitual en esta zona que refleja el carácter industrial y áspero de esta ciudad. El área está llena de familias de desempleados yonquis, de esas que conciben un hijo por año para recibir más ayudas del Estado, y los beneficios se van en heroína, papel de aluminio y amoniaco, mientras los niños crecen en un ambiente de violencia e insalubridad. El Gobierno ha planteado esta cuestión muchas veces, pero no parece haber encontrado una solución.

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Vivo en el centro de Leeds, en lo que llaman la ciudad,
the town. Muy cerca de la estación de trenes. Allí cojo diariamente un tren de cercanías que me lleva a Morley. En Inglaterra las ciudades se dividen en distritos que abarcan áreas metropolitanas enormes, desde barriadas hasta pueblos. Los distritos postales de Leeds se identifican con el sufijo LS. Yo habito en LS1. Morley está en LS27. Puede ser considerada una ciudad, en realidad ostenta el título de market town, una reminiscencia social del Medioevo que otorgaba a algunas villas la posibilidad de organizar mercados, pero pertenece al extrarradio de The City of Leeds. Morley es un lugar muy popular entre la juventud inglesa por haber sido una de las cunas de la cultura club europea. The Orbit, una sala de música electrónica, fue hasta su cierre uno de los lugares de peregrinaje más famosos del clubbing mundial.


[Literaturas Com Libros]

El diablo vuelve a casa, de Derek Raymond

 

 

Claro que la habían asesinado. Se trataba de la señora Mayhew, de sesenta y dos años, una viuda que vivía con el dinero de su pensión en una casa en Dungness Road, Watford, al lado de la salida de la autopista. Cuando llegamos a su casa, la encontramos saqueada. Los ladrones no habrían obtenido más de setenta libras aparte de lo que se llevaron, más las diez libras que, según los vecinos, solía guardar para hacer la compra. Lo que no habían podido llevarse estaba destrozado y uno de ellos se había cagado en el suelo del salón. En la calle, todavía se veían las huellas donde aquellos perturbados la habían arrastrado por el fango hasta el coche, para luego arrojarla a la autopista cuando se dirigían a todo gas hacia el norte.
Nunca pillaron a los asesinos y la muerte de la señora Mayhew se mereció poco más que cuatro líneas en el diario local.
Esa es la razón por la que, cuando crearon el departamento de Muertes Inexplicadas, también conocido como el A14, fui el primero en alistarme. Por eso decidí seguir siendo policía, justo en un momento en que había empezado a pensar que era una profesión de perros y había considerado mandarlo todo al diablo.

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Las cosas eran diferentes cuando era un agente joven, antes de casarme. Recuerdo cómo era el centro de Londres por aquella época, antes de que las cosas se pusieran tan mal: la gente, curtida por la adversidad, no tenía nada que ofrecer salvo la música que llevaba dentro y que echaba a través de sus armónicas en las esquinas, si no se dedicaba a cantar.
Al principio me sentía imbécil cuando estaba entre esas personas, vestido de uniforme con mis botones brillantes y el casco que me cubría la nariz. Sin embargo, después de un tiempo llegué a entenderlas. Las observaba durante los turnos de día y de noche, tocando para los muros de su silencio interior. La mayoría de los polis no escuchan, por desgracia. Seguro que alguno se volvería más humano si aguzara un poco el oído.


[Ediciones Ámbar. Traducción de Mario Sureda]

lunes, octubre 05, 2020

Magia del caos para escépticos, de Carlos Atanes

 

 

Desde siempre me han interesado los espacios limítrofes, las zonas de transición, los bordes borrosos entre materias a priori opuestas. Los cuartos de tono entre las teclas blancas y las teclas negras. Los intersticios de la realidad. Hay un espacio ambiguo, brumoso, que alberga un potencial enorme de fecundidad intelectual, ahí donde convergen la ciencia actual, el arte más autoconsciente y lo que tradicionalmente ha venido considerándose magia. En ese territorio deambulan las visiones más osadas de los físicos y los cosmólogos, la intuición de los artistas verdaderamente visionarios y también las inquietudes filosóficas de los magos menos acomodaticios. En esa incierta región del conocimiento es donde hay que ubicar la magia del caos. No es de extrañar, pues, que entre sus fundadores y practicantes se hallen no pocos científicos y artistas, algunos de singular talento.

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La magia consiste en gran medida, aunque dicho así quizá suene alarmante, en el influjo sobre las mentes, la propia y/o las ajenas.

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Las cosas, en magia, no ocurren
porque sí. Ocurren porque el mago ordena la ejecución de una obra a una entidad dotada de poder para ejecutarla o porque manipula energías, fuerzas o símbolos que causan una transformación. Es decir, extiende su voluntad en acto y ese acto tiene consecuencias.

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De manera irrebatible y yo diría que obvia, y sin negar pero tampoco afirmar la existencia de espíritus o energías sutiles, es decir, sin entrar a discutir esa existencia, la magia del caos se asienta sobre creencias fundamentales, creencias que no cuestiona: las que integran el Gran Paradigma. Pero incluso cuando no fuera así, llegados al caso más extremo, todavía quedaría una creencia nuclear que la magia del caos nunca podría dejar de lado, de puro tautológica: la creencia en que, no importa cómo ni por qué,
la magia funciona.

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La apofenia –tendencia a percibir sentido infundado en sucesos aleatorios– y su pariente cercana, la pareidolia –fenómeno por el que percibimos erróneamente una forma reconocible en una imagen aleatoria– son actos
creativos. No es un sentido adjetival, sino sustantivo: son generadoras de realidad.


[Dilatando Mentes Editorial]  


Próximamente: El precio del triunfo

 

 

De Ota Pavel. En Sajalín Editores.

jueves, octubre 01, 2020

Papeles pegados, de George Perros

 

 

Poema. Un hombre está moribundo. MORIBUNDO. Lo llevan a la clínica. Lo salvan. El poema es la operación.

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Lo que somos es lo que pensamos sin querer y nos guía en el momento que nos creíamos perdidos. Pensamientos-pájaro.

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Escribir es renunciar al mundo implorando al mundo que no renuncie a nosotros.

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Seguro que soy un tipo atacante. Por varias razones:
I. No me gusta lo que escribo. Pero escribo.
II. Sólo me sienta bien la soledad, como un traje que no descarta ni la bufanda ni el abrigo.
III. Me considero muy normal, no entiendo nada mis dificultades.
IV. Hay que reinventar el amor. Sí.
Tengo todos los días la sensación de que no tengo arreglo. Imposible enderezar el timón. Que se endereza solo. Un poco humillante.  

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Siempre hay que apostar por el talento propio. Incluso estando seguros de carecer de alguno para los demás. Siempre se tiene para uno mismo.

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El suicidio no es quererse morir, es querer desaparecer.

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Lo mejor que puede esperarse de un libro es que nos pida releerlo. Hasta la muerte. Nunca terminaremos de leerlo. Hay en el lenguaje algo intraducible. Su propia fuerza. Como la de la
naturaleza. Hay naturaleza en el lenguaje. Ningún natural. Naturaleza. ¿Pero por qué se firma lo que se escribe?

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Amaos los unos a los otros e idos al carajo.

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Los artistas que se niegan a conocer la obra de sus contemporáneos por temor a ser influidos, es un poco como si un hombre no quisiera ver a ninguna mujer por temor de engañar a la suya.

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Escribir bien no significa nada. Hoy sólo se puede desear romper totalmente. No es fácil. No hay que hacerlo adrede, sino vivir. Lo que aprecio en un escritor es lo que se le escapa, a partir de una eliminación. La literatura no tiene sentido si no es monstruosa. Escribir es Balzac, es Hugo, es Proust. Alocados dragadores.

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El ingenio es escribir cuando no se tiene ganas de escribir. Sino de vivir.


[Árdora Ediciones. Traducción de Loreto Casado]