De Paul Murray. En Pálido Fuego.
"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
lunes, agosto 31, 2020
jueves, agosto 27, 2020
Vida, de Keith Richards
Terminabas descubriendo algo sorprendente sobre América –era civilizada en los bordes, pero si te alejabas ochenta kilómetros de cualquier ciudad importante, ya fuera Nueva York, Chicago, Los Ángeles o Washington, era realmente otro mundo–. En Nebraska y lugares como esos nos acostumbramos a que nos dijeran cosas del tipo “hola, chicas”. Pero los ignorábamos. Al mismo tiempo, la gente que nos decía esas cosas se sentía amenazada por nuestra presencia, porque sus mujeres nos veían y pensaban “¡qué interesante!”. No éramos lo que tenían en su casa todos los putos días, no nos parecíamos en nada al típico redneck tragacervezas. Todo lo que nos decían los tipos era ofensivo, pero en el fondo estaban a la defensiva. Cuando entrábamos en un bar lo único que queríamos era pedir unas tortitas o una taza de café y unos huevos con jamón, pero teníamos que estar preparados para alguna que otra provocación. No nos metíamos con nadie, lo único que hacíamos era música, pero nos dimos cuenta de que en realidad habíamos atravesado unos cuantos dilemas y conflictos sociales.
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Las únicas hostilidades con base consistente que recuerdo vinieron de los blancos. Los hermanos negros y los músicos creían que éramos interesantes y extravagantes. Podíamos hablar. Era mucho más difícil conectar con los blancos porque tenías la impresión de que te veían como una amenaza. Y eso que lo único que habías hecho era preguntar:
-¿Podría usar el cuarto de baño?
-¿Eres un chico o una chica?
¿Qué ibas a hacer? ¿Mostrarles la verga?
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Empecé a tocar los acordes con afinación abierta: territorio desconocido. Se cambia una cuerda y de repente aparece todo un mundo nuevo al alcance de tus dedos. Todo lo que creías saber se había ido al carajo. A nadie se le ocurría tocar acordes menores en una afinación abierta mayor porque te obligaba a hacer algunos moños. No te queda otra que repensarlo todo desde el principio, como si tuvieras el piano afinado al revés y las notas blancas fueran las negras y viceversa.
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Pero seguramente existan un millón de razones diferentes para consumirla [la heroína]. Creo que quizá tiene que ver con subirse a un escenario. Los niveles de adrenalina y de energía son tan altos que requieren, siempre y cuando lo encuentres, un antídoto. Y yo veía la heroína como una parte de toda la historia. ¿Por qué hacerte algo así? Particularmente, nunca me gustó ser famoso. Y cuando estaba bajo el efecto de las drogas me resultaba más fácil enfrentarme a la gente. Para eso también me hubiera servido el alcohol. Esa no es toda la respuesta. También sentía que lo hacía para no ser una “estrella pop”. Lo que no me gustaba de lo que estaba haciendo era el bla bla bla. Me costaba mucho lidiar con eso y si había consumido no me resultaba tan difícil.
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No puedo desenredar los hilos del personaje que escribieron sobre mí. Interpreté el papel. Me refiero al anillo de la calavera, el kohl en los ojos y demás. ¿Es mitad y mitad? Tu personaje público, tu imagen, es esa bola que los presos tienen atada al tobillo con una cadena. La gente cree que sigo siendo un puto yonqui. ¡Dejé las drogas hace treinta años! Es una sombra demasiado larga. Sigue viéndose cuando se puso el sol. Me parece que en parte se debe a que la presión para que seas ese personaje es tan grande que uno termina convirtiéndose justamente en él. Tal vez. Por lo menos mientras puedas soportarlo. Es imposible no terminar siendo una parodia de eso que creías ser.
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Este concepto de separar es la antítesis del rock and roll, que consiste en un grupo de tipos metidos en una habitación tratando de capturar un sonido juntos. Esa mitología de mierda sobre el estéreo, el high tech y el dolby es lo contrario a la esencia de la música.
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No pensamos con mucha claridad cuando está muriéndose nuestra madre.
[Libros Cúpula. Traducción de Helena Álvarez de la Miyar. Revisión y correcciones de esta nueva edición al cuidado de Nicolás Miguelez]
miércoles, agosto 26, 2020
Ensayo sobre el loco de las setas, de Peter Handke
Un loco de las setas ya era mi amigo desde muy pronto, si bien en un sentido diferente del que tendría en sus años posteriores o aun en los finales. Fue entonces, hacia la vejez, cuando se me ocurrió una historia sobre él, loco. No son pocas las historias sobre locos de las setas que se han escrito, por regla general –¿o incluso sin excepción?–, es el propio loco quien la escribe, describiéndose como “cazador” o en todo caso como buscador, coleccionista y naturalista. El que no solo existan esta literatura de setas, los libros sobre setas, sino una literatura en la que se habla de las setas en relación con la propia existencia sí que parece darse como un caso nuevo de los tiempos modernos, tal vez de después de las dos guerras mundiales del siglo pasado.
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El libro de setas no lo escribió nunca. Sin embargo, con el tiempo me contó algunas cosas que tenía intención de mencionar en él. Voy a intentar relatarlas ahora yo aquí, no tan entusiasmado, aunque en ningún momento “falto de entusiasmo”, curiosa palabra que actualmente se aplica como elogio a alguien que lo que hace es narrar, cosa que únicamente debería hacer, si lo que tiene que contar está profundamente impregnado y si él mismo es presa de ese entusiasmo; y luego, para colmo, lo cuenta sin estructurarlo bien, pues a diferencia de mi amigo de la infancia, y aunque ambos estudiamos la misma carrera, yo nunca llegué a ser jurista.
[Alianza Editorial. Traducción de Isabel García Adánez]
martes, agosto 25, 2020
Ahora y siempre, de Ray Bradbury
De “En algún lugar toca una banda…”:
-Ya habrá oído hablar de los lirios del valle. No trabajamos, ni nos esforzamos. Igual que usted. No tiene que hacer nada, ¿no? En ocasiones, como esta noche. Pero sobre todo viaja de un lado a otro entre sus orejas. ¿No?
-¡Dios mío! –exclamó Cardiff agarrando su libreta–. Ermitaños. Solitarios. Reclusos. Docenas y docenas. ¡Son ustedes escritores!
-Puede volver a decirlo.
-¡Escritores!
-En cada habitación, desván, escobero, o sótano, a ambos lados de la calle hasta el final del pueblo.
-¿Todo el pueblo, todo el mundo?
-Todos… excepto unos cuantos analfabetos perezosos.
-Eso es inaudito.
-Ahora lo está oyendo.
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“Plumas, lápices, libretas, papel –pensó Cardiff–. Susurros de plomo o tinta. Tranquilos pensamientos de verano o tranquilos mediodías de verano”.
-Escritores –murmuró Cardiff escrutando las casas al otro lado de la calle–. Nunca tienen que levantarse y marchar. Y nadie sabe de qué color eres por correo, ni qué sexo tienes, ni si eres alto o bajo. Podría ser una compañía de gigantes, un espectáculo de enanos. Escritores. ¡Madre de Dios!
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-Santo cielo, todo encaja. Escribir es la única actividad que podría mantener a un pueblo como este, tan apartado. Como un negocio de pedidos por correo.
-Escribir es un negocio de pedidos por correo. Si quieres algo, escribes un cheque, lo envías y, antes de que te des cuenta, la compañía Johnson Smith de Racine, Wisconsin te envía lo que necesitas. Gafas con visión de 360 grados. Giroscopios. Máscaras de carnaval. Muñecas de Anita la huerfanita. Escenas de El jorobado de Notre Dame. Cartas que desaparecen. Esqueletos que regresan.
-Todas esas cosas buenas –sonrió Cardiff.
-Todas esas cosas buenas.
Se rieron juntos.
Cardiff resopló.
-Así que esto es una población de escritores.
-¿Está pensando en quedarse?
-No, en marcharme.
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-Ahora, déjame ofrecerte la explicación final de mí misma y de todos los amigos que has conocido aquí. La gran “medicina” fue descubrir que estábamos vivos y que nos encantaba. Hemos celebrado cada día de nuestras vidas. La celebración, el júbilo de adorar ese regalo, nos ha mantenido jóvenes. ¿Parece imposible? Simplemente saber que estás vivo y mirar al sol y disfrutar del clima y expresarlo en cada momento de tu existencia, eso asegura nuestra longevidad. Vivimos cada momento de nuestra existencia al máximo, y eso es una medicina magnífica. De ese modo negamos la oscuridad. Ahora piensa en lo que he dicho y háblame de tu futuro.
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De “Leviatán 99”:
Dentro del espacio silencioso y sagrado contemplamos el techo curvo y panorámico y allí vimos, flotando, las formas transparentes de hombres y mujeres largamente perdidos en el espacio. De ellos emanaban suaves murmullos, un susurro multitudinario.
-¿Y esos? ¿Por qué? –preguntó Quell.
Contemplé las formas flotantes.
-Memoriales, imágenes y voces de aquellos que han muerto y han sido enterrados para siempre en el espacio. Aquí, en el aire elevado de la catedral, al amanecer y en el ocaso, se proyectan sus sombras, se emiten sus voces, para recordarlos.
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Hemos huido de viejas voces de radio, nos hemos alejado de lunas perdidas con ciudades perdidas, nos hemos negado a compartir alegres bebidas y buenas risas con solitarios hombres del espacio, e ignorado a raros sacerdotes en busca de sus hijos perdidos. La lista de nuestros pecados se hace cada vez más larga. ¡Oh, Dios! Debo escuchar, pues, al espacio, ver qué más hay allí, qué otros crímenes podríamos cometer por ignorancia.
[Minotauro. Traducción de Rafael Marín]
lunes, agosto 24, 2020
Ensayo sobre el día logrado, de Peter Handke
Caía una fina lluvia, en forma de husos, como si ella misma se alegrara del acontecimiento. Y luego, en plena tarde, justo aquel viaje en tren, en torno a París, fuera de la ciudad, por encima de ella, primero hacia el este, luego, trazando un arco, hacia el norte, y otra vez el arco hacia el este –de modo que en un solo día dio casi la vuelta entera a la gran urbe–, donde volvió de nuevo la idea del día logrado, de una idea-de-vida que era se transformó en una idea-de-escritura.
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¿Has vivido ya un día logrado?
Todo el mundo que conozco ha vivido uno, por regla general incluso muchos. A uno le bastó sólo con que el día no se le hiciera demasiado largo. El otro decía, por ejemplo: “Estar en el puente, con el cielo sobre mi cabeza. Haberse reído por la mañana con los niños, mirar. Nada especial. Mirar da felicidad”. Y para el tercero la calle, a las afueras de la ciudad, por la cual él acababa de pasar, con las gotas de lluvia que, fuera, colgaban de la enorme llave de la cerrajería, con el hervor del bambú en la entrada de un jardín, con la tríada de las pieles de mandarinas, uvas, patatas peladas, fuera, en la repisa de una cocina, con el taxi, que estaba aparcado otra vez delante de la casa del chófer: todo esto significaba ya este “día logrado”.
[Alianza Editorial. Traducción de Eustaquio Barjau]
viernes, agosto 07, 2020
Ya a la venta: FANTIANA (Escritos sobre John Fante seleccionados por Eduardo Margaretto)
Colaboro en este libro en torno a John Fante. Aquí va la nota de prensa:
El nacimiento de este libro se enmarca en esas hermosas coincidencias relacionadas con libros que nos llevan a conocer a personas distintas a nosotros, por edad, origen geográfico o social que, gracias a la literatura, se convierten inmediatamente en nuestros amigos. Y eso pasó en diciembre de 2015 cuando conocimos a Eduardo Margaretto. Desde que presentamos su libro John Fante, vidas y obra (Alrevés, 2015) en nuestra librería de Valencia, han surgido una serie de sinergias muy potentes entre los fanáticos de John Fante que, desde ese día hasta hoy, primavera de 2020, nos ha llevado a conocer a fantianos de todo el mundo. Al final de cada encuentro con Eduardo nos despedíamos citándonos para la siguiente “Fantiana”, y así seguimos hasta que logró reunir esta espléndida colección de textos sobre Fante, que incluye a escritores, periodistas, libreros, profesores y simples lectores a los que este escritor, de alguna manera, les cambió la vida, como sólo la gran literatura sabe hacer. Este libro nació del deseo de celebrar a John Fante, que nos enseñó que no importa si eres italiano, filipino, americano, un viejo verde, un quinceañero, un desesperado sin un centavo o un ricachón con una mansión en Malibú. Lo importante es seguir vivos: es tener una California para soñar y una Torricella Peligna para llevar dentro de sí. Siempre.
Los escritos sobre John Fante han sido seleccionados y traducidos al castellano por Eduardo Margaretto. Este primer volumen incluye los textos de: José Ángel Barrueco, Moisés Stanckowich, Isern Jesús M. Tibau, Francesco Spinoglio, Rosa Capoluongo, Ivan Pozzoni, Vito Sabato, Gloria Guerinoni, Jesús Mir Orea, Desirée D'Anniballe, Olga Jornet, David Vivancos Allepuz, Iván Rojo, Dawn Westlake, Adrián Estévez Iglesias, D.B. Paulksen.
El nacimiento de este libro se enmarca en esas hermosas coincidencias relacionadas con libros que nos llevan a conocer a personas distintas a nosotros, por edad, origen geográfico o social que, gracias a la literatura, se convierten inmediatamente en nuestros amigos. Y eso pasó en diciembre de 2015 cuando conocimos a Eduardo Margaretto. Desde que presentamos su libro John Fante, vidas y obra (Alrevés, 2015) en nuestra librería de Valencia, han surgido una serie de sinergias muy potentes entre los fanáticos de John Fante que, desde ese día hasta hoy, primavera de 2020, nos ha llevado a conocer a fantianos de todo el mundo. Al final de cada encuentro con Eduardo nos despedíamos citándonos para la siguiente “Fantiana”, y así seguimos hasta que logró reunir esta espléndida colección de textos sobre Fante, que incluye a escritores, periodistas, libreros, profesores y simples lectores a los que este escritor, de alguna manera, les cambió la vida, como sólo la gran literatura sabe hacer. Este libro nació del deseo de celebrar a John Fante, que nos enseñó que no importa si eres italiano, filipino, americano, un viejo verde, un quinceañero, un desesperado sin un centavo o un ricachón con una mansión en Malibú. Lo importante es seguir vivos: es tener una California para soñar y una Torricella Peligna para llevar dentro de sí. Siempre.
Los escritos sobre John Fante han sido seleccionados y traducidos al castellano por Eduardo Margaretto. Este primer volumen incluye los textos de: José Ángel Barrueco, Moisés Stanckowich, Isern Jesús M. Tibau, Francesco Spinoglio, Rosa Capoluongo, Ivan Pozzoni, Vito Sabato, Gloria Guerinoni, Jesús Mir Orea, Desirée D'Anniballe, Olga Jornet, David Vivancos Allepuz, Iván Rojo, Dawn Westlake, Adrián Estévez Iglesias, D.B. Paulksen.
Ubik, de Philip K. Dick
-Podemos arreglárnoslas perfectamente sin gente como usted –dijo el altavoz.
-El día menos pensado, la gente como yo se rebelará –le contestó, airado, Joe–, y habrá llegado el fin de la tiranía de la máquina homeostática. Habrá llegado el día de los valores humanos, de la piedad y del calor afectivo; ese día, cualquiera que como yo las haya pasado moradas y necesite un café para tenerse en pie y seguir funcionando mientras deba funcionar, podrá tomar su café caliente tanto si tiene un contacred a mano como si no. –Levantó la miniatura de jarra de leche y la posó inmediatamente en el mostrador–. Además, esta leche o crema, o lo que sea, está agria.
El altavoz permaneció callado.
-¿Es que no piensa hacer nada? Para reclamar el contacred no le faltaban palabras.
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Von Vogelsang buscó malhumoradamente en el interior de su toga de tweed y sacó un billetero de falsa piel de cocodrilo en el que metió los dedos.
-Vivimos en un mundo cruel en el que la única ley es la de la competencia despiadada –dijo Joe cogiendo el dinero.
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-¿Está usted cansado de tanta insipidez? ¿Se ha apoderado la col hervida de su universo gastronómico? –dijo Runciter con su voz áspera de siempre–. ¿No consigue librarse de ese viejo olor apagado y rancio de lunes por la mañana, por más centavos que introduzca en la cocina? Ubik pondrá fin a su problema: Ubik resucita el sabor de la comida, devolviéndole la frescura y restituyendo a cada plato su delicioso aroma de siempre. –Una lata de espray de vivos colores reemplazó a Glen Runciter en la pantalla–. Una pulverización invisible de Ubik, producto de precio por demás económico, ahuyentará todos sus temores obsesivos de que el mundo esté convirtiéndose en leche agria, magnetófonos gastados y ascensores antiguos, amén de otras manifestaciones de degeneración no vislumbradas todavía. […]
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Estaba regido por una alquimia funesta que culminaría en la tumba.
[Minotauro. Traducción de Manuel Espín]
jueves, agosto 06, 2020
La noche del cazador, de Davis Grubb
Ben calla. El Predicador se levanta y durante un rato contempla absorto la ventana de la celda con sus largas y flacas manos cruzadas a la espalda. Ben mira esas manos y se estremece. ¿Qué clase de hombre llevaría semejante tatuaje en los dedos?, piensa. En los dedos de su mano derecha, con letras azules bajo la piel gris, de aspecto ominoso, lleva tatuada la palabra A-M-O-R. Y lo mismo ocurre con los dedos de la mano izquierda, sólo que las letras forman la palabra O-D-I-O. ¿Qué clase de hombre?, ¿qué clase de predicador?, piensa Ben, desconcertado, y recuerda la hoja presta a saltar de la navaja de muelles que el Predicador oculta en la sucia manta de su cama. Pero el Predicador nunca utilizaría esa navaja contra Ben, porque quiere algo de él. Ansía saber qué ha sido de aquel dinero, y no se puede utilizar una navaja para conseguir algo así, especialmente con un tipo fornido como Ben. El Predicador da media vuelta y se acerca a la litera de Ben.
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John no se movió; ni siquiera cuando la punta de la navaja le pinchó debajo de la oreja y la otra mano del Predicador rodeó su nuca.
¡El Señor me habla con toda claridad, John! ¿No puedes oírle?
No.
¡Pues yo sí! Está diciendo: ¡La mentira es una abominación ante mis ojos! ¡Pero el Señor es un Dios misericordioso, muchacho! Está diciendo: Dale otra oportunidad al hermano Ananías. Así que habla, muchacho. ¡Habla! ¿Dónde está escondido el dinero? ¡Habla antes de que te corte el cuello y deje que te desangres como un puerco colgado en una carnicería!
Pearl comenzó a sollozar de miedo y el Predicador se concentró en ella, sonriendo.
Puedes salvarlo, pajarita. Puedes salvar a John si lo cuentas.
¡John! ¡John!
¡Pearl, cállate! ¡Lo juraste, Pearl!
¡Calla, hijo de puta, déjala hablar! ¿Dónde está escondido, Pearl? ¡Dónde!
**
Nos hemos dejado a papá, dijo Pearl.
Sí. Sí, Pearl, murmuró, demasiado cansado para dar explicaciones; de pronto, sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo, igual que si tuviera malaria o alguna pavorosa fiebre fluvial, al pensar en cómo se las había arreglado y en que nunca, en lo que le quedara de vida, podría estar seguro de haberse librado definitivamente del Predicador, que estaba de pie, metido hasta el muslo en las aguas someras bajo los sauces, a unos diez metros por encima de la hilera de chabolas flotantes, y profirió un sostenido y rítmico alarido casi animal, de ofensa y derrota. Y la gente de las chabolas flotantes dejó de dormir, de hacer el amor, de cantar viejas y melodiosas tonadas y se puso a escuchar, pues aquello era tan antiguo y misterioso como las cosas que yacían en el lecho del río, tan antiguo como el propio mal, un alarido vibrante, desigual, que les llegaba por encima del agua y cuyo ritmo ponía los pelos de punta.
[Anagrama. Traducción de Juan Antonio Molina Foix]
miércoles, agosto 05, 2020
Ensayo sobre el Lugar Silencioso, de Peter Handke
Un día, a última hora de la tarde, muy lejos de mí, del rincón en el que yo estaba, en el televisor, después de las noticias, de las cuales apenas se podía oír nada, con el continuo ruido y estrépito que había en la sala, insólitamente, de un modo totalmente extraño y noble, apareció el rostro de William Faulkner, y no sé por qué a mí, en aquel rincón, se me hizo claro que el escritor que durante todos aquellos años había sido para mí, su lector, una especie de padre aquel día había muerto. Un gran silencio, a la vez doloroso y suave, se expandió dentro de mí y en torno a mí, y, además, me estuvo acompañando hasta más tarde, cuando –¿debió de ser en julio de 1962?–, por la noche, me dirigía en bicicleta al lugar en el que me albergaba, en las afueras de la ciudad, un silencio que se expandía por toda la ciudad.
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Ahora es el momento de aclararlo: los lugares que, de este o aquel modo, son silenciosos no me han servido únicamente de refugio, de asilo, de escondite, de protección, de cueva de eremita. Es verdad que en parte lo fueron siempre. Pero, también desde siempre, fueron al mismo tiempo algo completamente distinto. Precisamente esta diferencia radical, este mucho más es lo que me ha llevado a escribir este ensayo que, por medio de la escritura, intenta arrojar algo de claridad sobre este asunto, una claridad que por naturaleza es fragmentaria.
[Alianza Editorial. Traducción de Eustaquio Barjau]