martes, junio 30, 2020

A propósito de nada, de Woody Allen



Yo era el blanco de todas las miradas de las cinco hermanas de mi madre, el único hijo varón, el niño mimado de aquellas dulces yentes, aquellas encantadoras cotillas, que me lo consentían todo. […] Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría y, sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozados, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable. Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno.

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No tengo ideas profundas ni pensamientos elevados, ni tampoco entiendo la mayoría de los poemas que no empiezan con "Las rosas son rojas, las violetas son azules". Lo que sí poseo, sin embargo, es un par de gafas de montura negra, y yo sugiero que este atributo es el que, sumado a un don para apropiarme de citas tomadas de fuentes eruditas demasiado complejas para que yo pueda entenderlas, pero que puedo emplear en mi trabajo para dar la engañosa impresión de que sé más de lo que realmente sé, mantiene a flote este cuento de hadas.

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Era evidente que [Diane Keaton] tenía ojo artístico. Se nota por la manera en que se viste, que marca tendencia si uno piensa que prenderse la garra de un mono muerto con un alfiler en la solapa del jersey es chic. Digamos que Keaton siempre se ha ataviado con una cierta imaginación excéntrica, como si su asistente de compras fuera Buñuel. Pero no es solo una persona despierta por lo que respecta a la moda. Hace fotos excelentes, sabe actuar, canta maravillosamente, baila, escribe bien. Somos amigos íntimos desde entonces.

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La gracia de hacer una película es hacerla, el acto creativo. Los aplausos no significan nada. Incluso aunque recibas los elogios más entusiastas, seguirás teniendo artritis y culebrilla. ¿Y es tan terrible que la gente no se extasíe con tu obra? ¿Que a alguien no le guste tu película? ¿El universo se está deshaciendo a la velocidad de la luz y a ti te preocupa que un tipo de Sheboygan ponga objeciones al ritmo de tu filme? O, si de pronto una mujer de Tuscaloosa escribe que eres un genio, ¿tú crees que su opinión te eleva a la categoría de Rembrandt o Chopin? Basta de perder el tiempo con trivialidades.

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El fracaso es uno de los gajes del oficio. Si tienes miedo de fracasar o no puedes superarlo cuando te sucede –y, si eres un artista que corre riesgos, seguramente te va a suceder en más de una ocasión–, debes buscarte otro modo de ganarte la vida.

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Por lo que a mí respecta, me agrada ir a las consultas de los médicos, hacer que me tomen la tensión sanguínea, posar para radiografías, que me informen de que me encuentro bien y que esa mancha oscura en mi camisa blanca es de bolígrafo, no un melanoma.

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Yo uso la cinta de correr y tiro de bandas elásticas para mantener una figura equivalente a la de una escultura de Giacometti.

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¿Y cómo me he tomado yo todo esto? ¿Y por qué cuando me han atacado casi nunca he respondido ni me he mostrado demasiado alterado? Bueno, considerando que el universo es un caos maligno totalmente carente de sentido, ¿qué más da una pequeña acusación falsa en el orden general de las cosas? En segundo lugar, ser misántropo tiene su lado bueno: la gente nunca te desilusiona.

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No puedo negar que encaja con mis fantasías poéticas ser un artista cuya obra no puede verse en su propio país y se ve obligado, debido a circunstancias injustas, a buscar su público en el extranjero. Pienso en el gran Henry Miller. En D. H. Lawrence. En James Joyce. Me veo de pie entre ellos, con actitud desafiante. Es más o menos en ese momento cuando mi mujer me despierta y dice: estás roncando.


[Alianza Editorial. Traducción de Eduardo Hojman]   

lunes, junio 29, 2020

Bandoleros / Lord / Hotel Atlántico, de João Gilberto Noll



Bandoleros:

El hecho es que las personas se buscan llenas de heridas y se eluden en una conversación. Piensan que de conversación en conversación se va aguantando hasta morir.


[Adriana Hidalgo Editora. Traducción de Claudia Solans]




Lord:

Habían invitado a su país a un hombre que comenzaba a olvidar. ¿Ellos? O sólo aquel inglés loco que estaba urdiendo un plan en nombre de alguna institución en la que trabajaba como fachada sólo para mí, para mí, alguien en quien él ya había notado que había dado arranque el olvido. Tal vez le cayese como un guante a su proyecto que yo muriera sin saber el nombre, la dirección, un simple hilo que pudiese seguir hasta llegar a algo que tuviera algún sentido.


[Adriana Hidalgo Editora. Traducción de Claudia Solans]




Hotel Atlántico:

Le conté que yo no tenía hijos. Que, a pesar de haber fantaseado con tenerlos, me asfixiaba la idea de tener a alguien a quien vestir y alimentar durante tanto tiempo. Que vestirme y alimentarme a mí mismo ya era un problema que no tenía la esperanza de resolver.


[Adriana Hidalgo Editora. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas]

Charlan detrás de mí dos señoras

CHARLAN DETRÁS DE MÍ DOS SEÑORAS
romanas. Esto es una taberna
de barrio, en el corazón de Roma.
Esta taberna –quiero decir– es verdadera,
y como tal funciona. No es una
leyenda o sueño mío. La charla
de estas dos señoras que en ella se encuentran
y en ella arreglan el mundo así lo certifica.
Son –pienso– como una carta certificada,
que nos llega –en esa charla–
como lo hacían las cartas en el antiguo
correo. Cartas de amor, cartas no sabemos
de qué. De ausencia. Ausencia
y falta. Y a veces resurrección,
aun más que presencia. Como
la existencia de esta taberna.
Las palabras que en ella se dicen
en esta tarde dos señoras romanas
no arreglarán el mundo, pero nos
dicen que es verdad que estamos
en Roma, verdad Roma en lo que
de ella permanece y dura, detrás
de las sombras, de la erosión y la pérdida,
detrás del tiempo.

Santiago Montobbio, Vuelta a Roma

viernes, junio 19, 2020

Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit



El amor, la sabiduría, la gracia, la inspiración: ¿cómo emprender la búsqueda de cosas que, en cierto modo, tienen que ver con desplazar las fronteras del propio ser hacia territorios desconocidos, con convertirse en otra persona?
En el caso de los artistas de cualquier tipo, sin duda es lo desconocido, esa idea, forma o historia que todavía no ha llegado, lo que hay que encontrar. La labor de los artistas es abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es de ahí de donde proceden sus obras, aunque su llegada marque el comienzo del largo y disciplinado proceso mediante el cual las hacen suyas.

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Perderse: una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja.

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Aquello cuya naturaleza desconoces por completo suele ser lo que necesitas encontrar, y encontrarlo es cuestión de perderse.

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Me encanta salirme del camino, ir más allá de lo que conozco y encontrar el camino de vuelta recorriendo unos cuantos kilómetros más, por un sendero diferente, con una brújula que discute con un mapa, con las indicaciones contradictorias y poco rigurosas de desconocidos. Esas noches sola en moteles de pueblos perdidos del oeste del país donde no conozco a nadie y nadie que me conozca sabe dónde estoy, noches transcurridas en compañía de cuadros extraños, colchas de flores y televisión por cable que me ofrecen un descanso temporal de mi propia biografía y en las que, según la idea de Benjamin, me he perdido pero sé dónde estoy.

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La pregunta, entonces, es cómo perderse. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la terra incognita que hay entre medias se extiende una vida de descubrimientos.

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Realmente el concepto de perdido tiene dos significados diferentes. Perder cosas tiene que ver con la desaparición de lo conocido, perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido. Hay objetos y personas que desaparecen de tu vista, tu conocimiento o tu propiedad: pierdes una pulsera, un amigo, la llave. Sigues sabiendo dónde estás tú. Todo lo que te rodea resulta conocido, pero hay una cosa de menos, un elemento que falta. O bien te pierdes tú, y en ese caso lo que ha sucedido es que el mundo se ha vuelto mayor que tu conocimiento del mismo. En ambos casos se produce una pérdida de control.

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A veces una vieja fotografía, un viejo amigo, una vieja carta te recuerdan que ya no eres la persona que fuiste en el pasado, pues la persona que vivió entre esa gente, que apreciaba esto, que escogió aquello, que escribía de esa forma, ya no existe.

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Las ruinas urbanas son espacios que han quedado al margen de la vida económica de la ciudad, y en cierto modo son el entorno ideal para la clase de arte que también está al margen de la producción y el consumo habituales de la ciudad.

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Las películas están hechas tanto de oscuridad como de luz. Son los intervalos sumamente breves de oscuridad entre las imágenes luminosas estáticas lo que hace posible que estas formen una película con imágenes en movimiento. Sin esa oscuridad, no se vería más que una imagen borrosa. Eso quiere decir que un largometraje contiene media hora o una hora de pura oscuridad que pasa desapercibida. Si pudiéramos juntar toda la oscuridad, nos encontraríamos a todos los espectadores del cine mirando a una profunda noche imaginativa. Es la terra incognita del cine, el continente oscuro que hay en todo mapa.

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En los sueños no se pierde nada. Las casas de la infancia, los muertos, los juguetes que habían desaparecido: todo aparece con una nitidez que la mente es incapaz de alcanzar en la vigilia. Lo único que está perdido en los sueños eres tú mismo, que vas deambulando por un terreno donde incluso los lugares más familiares no acaban de ser ellos mismos y conducen a lo imposible.


[Capitán Swing. Traducción de Clara Ministral]

martes, junio 16, 2020

Berg, de Ann Quin



Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre…

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Debería regresar pronto, entrar en la habitación, sorprender al viejo solo, un golpe, no hacía falta más, o un buen apretón en torno al cuello, aquella carne hebrosa, correosa, retorcerla como uno haría con un pollo, ¿y lo que quedara? Un cadáver infestado de moscas, despatarrado en la planta superior de una casa podrida ya por exceso de ideales. Si pudiera trazar tan solo una línea bajo la superficie de mis supuestos, ¿llegaría un punto en que la claridad suplantase al caos de lo que había sido? El sentido trágico del destino es inherente a todo hombre; pero yo desafío al hado, yo soy el único responsable de cada acción, de cada escena; desde mi nada crearé la idea, contemplaré lo que he imaginado y solo de ahí brotará la totalidad de mis actos.

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Siempre este deseo supremo de apurar la carcasa; ¿puede la forma del cuerpo ser el alma, qué manifestación externa revela al fin nuestros sentimientos más íntimos? Aun así hay suficiente verdad en estos pasos que doy, en este cigarrillo que prendo, en esa hoja aplastada en una grieta de la acera y en la mujer que acabo de dejar hecha un mar de lágrimas. Pero una vez integrado es cuando empiezo a hacer preguntas, a demandar. Rodeado de muchos bloques de pisos: ojos cuadrados, bocas cosidas, árboles escamondados, cristales rotos y mi sombra escabulléndose por las esquinas.

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Alistair Berg, alias Greb, viajante de comercio, vendedor de pelucas, de tónico capilar, amante paranoico, ¿se declara culpable? Sí. Culpable de todo aquello que la condición humana trae consigo; culpable de entregarme en exceso; culpable de defenderme; de defraudar a otros; culpable de amor; de amar demasiado, o no lo suficiente; culpable de actos provincianos, de cumplir deseos universales; de martirio consciente; de masoquismo inconsciente. Horas muertas, dedos inquietos. Alistair Charles Humphrey Greb, alias Berg, se le condena a cadena perpetua hasta que llegue el día en que pueda demostrar que merece la muerte.

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Entrevió su propio reflejo: maquiavélico como poco, bastante sorprendente ver cuánto revelaba en realidad la superficie de lo que solo en parte sentía. Qué demacradas tenía las mejillas, visiblemente hundidas, que volvían enormes sus ojos, el cuello moteado, de cigüeña. Se sentó en la cama. De algún modo la situación había adquirido proporciones exageradas. No tardaría mucho en ponerse enfermo de la preocupación, si no lo estaba ya. Quizá mejor marcharse, de inmediato, largarse de aquel lugar, de la ciudad, olvidarse de todo aquello. 

[Malas Tierras & Underwood Editorial. Traducción de Ce Santiago y Axel Alonso Valle]

sábado, junio 13, 2020

Ignominia, de Alexander Drake


Cómo escribir un libro de éxito

Lo primero que tienes que hacer es copiar de principio a fin la historia de cualquier otro libro que haya contado con un gran despliegue publicitario. No te preocupes por el qué dirán. La mayoría de los escritores llevan escribiendo el mismo libro durante siglos y todavía nadie se ha dado cuenta. Sólo has de imprimir cuatro pinceladas de tu propia cosecha y cambiar el nombre de los personajes. Así de sencillo. Haz especial hincapié en que la historia que elijas sea lo más aburrida posible y asegúrate de que no suceda absolutamente nada en ningún momento. En cuanto a las frases, procura que sean densas y difíciles de entender. Frases largas, con giros sin sentido y palabras que la gente tenga que buscar en el diccionario para saber lo que significan. Así aparentarás tener un elevado nivel intelectual y un gran dominio del lenguaje. Entonces el público te encumbrará por todo lo alto. La extensión del texto es de vital importancia: el libro nunca debe tener menos de 400 páginas. A partir de ahí puedes seguir añadiendo paja hasta el infinito, cuanta más mejor. Cualquier crítico te alabará por el solo hecho de haber sido capaz de escribir 1.000 páginas; a pesar de que entre todas ellas no haya ningún mensaje que transmitir. Con un volumen semejante nadie se atreverá a cuestionar tu obra. Encontrar un buen título es esencial. Coge el de cualquier otro libro que haya generado grandes beneficios, cámbiale una sola palabra y listo: ahí tienes tu obra maestra.

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Omega man

Miraba con desprecio a todos esos cabrones ociosos que caminaban despreocupados por las calles. ¿Por qué diablos no estaban trabajando? Encerrados en alguna oficina; o en algún comercio reponiendo el producto; o picando piedra… ¿De qué me servía mi posición de desempleado si estaba rodeado de gente igual que yo? El mayor aliciente que uno tiene cuando está sin trabajar es que el resto de la gente esté ocupada y no sea un obstáculo en tu camino. Quería sentirme como el protagonista de El último hombre vivo. Disponer de todo cuanto quisiera sin tener que toparme con nadie. La gente me asqueaba. Estaban por todas partes. Era espantoso.

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Saturday night

Me enviaron un SMS para salir por la noche. Lo medité un par de segundos. Tendría que entrar en locales llenos de gente, con una música horrible a todo volumen, donde haría demasiado calor y apestaría a tabaco en cada maldito rincón. Tarde o temprano me presentarían a alguien; y entonces me vería obligado a hablar con esa persona. La verdad, no podía soportar la idea de tener que escuchar la vida de nadie, y mucho menos verme sumido en la tortura de tener que explicar la mía. Cogí el móvil y redacté el siguiente mensaje: "Lo siento, no tengo fuerzas para enfrentarme a algo así". Después pulsé un par de botones y mandé el texto. Esperaba que lo entendieran.

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Guardando las distancias

Me gustaba sentarme en los bancos del paseo de la playa y observar a las mujeres que pasaban caminando de un lado a otro. Sólo eso. Me conformaba con mirarlas e imaginar sus vidas. En realidad no quería conocerlas. La gente siempre acaba decepcionándome. Prefería construirme una imagen de ellas tan idílica como falsa. Así resultaba mucho mejor. 


[Libros Indie]

martes, junio 09, 2020

Pura Vida / Ecuatoria / Peste & Cólera / Viva, de Patrick Deville



Pura Vida:

MANAGUA NICARAGUA IS A BEAUTIFUL TOWN

Esta frase, un poco absurda y ajena a cualquier realidad, se puede escuchar en una canción de la gran orquesta de Guy Lombardo, si se es un verdadero especialista en la música boogie de entreguerras.
Nicaragua estaba entonces ocupada por el ejército norteamericano, y puede que el país estuviera en vías de integración musical. Managua Nicaragua, para dárselas de Nashville Tennessee. En 1933, hostigados por la guerrilla del glorioso general Sandino, los marines volvían a hacerse a la mar. Y los Estados Unidos dejaban la gestión de sus salas de baile y de sus intereses, así como las sucias tareas correspondientes, en las buenas manos del general Somoza.
Algunos meses más tarde, en febrero de 1934, Somoza mandaba asesinar a Sandino.
Managua Nicaragua is a beautiful town, y la cortina de terciopelo rojo del gran music-hall de la historia se alza sobre un maestro de ceremonias de astroso traje y chistera, que acaba de prometer al público, bastón con empuñadura en mano, la maravillosa y terrible y sin embargo verídica historia de Nicaragua, mientras que la gran orquesta de Guy Lombardo se reúne detrás de él y afina sus instrumentos... Todavía se pueden escuchar algunos acordes de esa canción en El tercer hombre, de Carol Reed, por más que el filme, basado en una novela de Graham Greene, no tenga relación alguna con Nicaragua. Es otra orquesta la que lo toca al fondo de uno de esos bares de la Viena de posguerra, en la zona americana, delante de una pandilla de espías fumadores y depresivos.

[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]




Ecuatoria:

El lunes 2 de enero de 2006 la atmósfera resulta sorprendentemente clara y luminosa sobre el cabo Lopez, en la desembocadura del río Ogooué. La marea está baja. Hay avocetas que corren elegantemente sobre el espejo del limo en busca de moluscos y de otros diminutos restos, que parecen encantarles. A lo lejos se ven las maniobras de carga de los petroleros. Las rojas líneas de flotación se hunden, a medida que van llenándose las cubas, en las aguas intensamente azules de la terminal de Sogara.
Brazza sigue reposando en su tumba argelina.
Las dificultades –tanto arquitectónicas como diplomáticas– no paran de retrasar la construcción de su mausoleo a orillas del río Congo.

Hay materiales de perforación desechados o en desuso invadidos por la hierba. Algunos cocoteros. Atardece frente al Atlántico Sur, en la terraza de un establecimiento mediocre y barato que disfruta del privilegio, seguramente pasajero, de carecer de cualquier tipo de aparato musical. Lo regenta una muchacha tocada con un turbante, que permanece sentada muy derecha detrás de la caja registradora. Blande como un cetro una de esas raquetas eléctricas antimosquitos que están de moda en Gabón. Las alas chamuscadas y el cortocircuito provocan el chasquido de un destello violeta. Abro
L'Union, el periódico gabonés puesto a disposición de los clientes.

[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]




Peste & Cólera:

La vieja mano salpicada de manchas y con el pulgar amputado aparta el visillo de tisú. Tras una noche de insomnio, el alba bermeja, el címbalo glorioso. La habitación del hotel: blanco de nieve y oro pálido. A lo lejos, los travesaños de luz de la gran torre de hierro entre un poco de niebla. Abajo, el verde intenso de los árboles del Square Boucicaut. La ciudad está en calma en la primavera guerrera. Invadida por los refugiados. Esos que pensaban que su vida consistía en no moverse. La vieja mano suelta la falleba y agarra el asa de la maleta. Seis pisos más abajo, Yersin atraviesa la cúpula de cobre dorado y madera barnizada. Un cochero uniformado cierra tras él la puerta del taxi. Yersin no huye. Nunca ha huido. Este vuelo lo reservó hace meses en una agencia de Saigon.

Es un hombre que ahora está casi calvo, de barba blanca y ojos azules. Lleva cazadora, pantalón beige y camisa blanca con el cuello abierto. Los ventanales del aeropuerto de Le Bourget dan a la pista, donde se ve un hidroavión estacionado sobre sus ruedas. Una pequeña ballena blanca con un vientre redondo para doce pasajeros. La pasarela se apoya contra la carlinga por el lado izquierdo y eso es así porque los primeros aviadores eran jinetes, como lo fue Yersin. Él va a reencontrarse con sus pequeños caballos annamitas. Sobre los taburetes de la sala de espera se sienta un puñado de fugitivos. En el fondo de sus maletas, debajo de las camisas y de los trajes de noche, hay fajos de billetes y lingotes. Las tropas alemanas están a las puertas de París, pero esta gente, que observa el reloj de la pared y los que llevan en sus muñecas, es lo suficientemente rica como para no colaborar.

[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]




Viva:

Todo comienza y acaba con el ruido que hacen aquí los picadores de herrumbre. Los capitanes y los armadores desconfían de los marineros desocupados en los muelles. De ahí la pica, el bote de pintura y el pincel. El paisaje portuario es el de un filme de John Huston,
El tesoro de Sierra Madre. Grúas y pontones, puntales de carga y plataformas, palmeras y cocodrilos. Y el olor a petróleo y a suciedad grasienta, a brea y a alquitrán. Y una llovizna caliente que lo moja todo esta tarde, y la silueta furtiva de un hombre que no es Bogart, sino Sandino. A punto de cumplir los treinta, parece que tiene veinte; es frágil y de baja estatura. Sandino lleva atuendo de mecánico, con la llave inglesa en el bolsillo; comprueba que no le están siguiendo, se aleja de los diques rumbo al barrio de las cantinas, donde tiene lugar la reunión clandestina. Tras haber abandonado Nicaragua y corrido mundo durante bastante tiempo, el mecánico marinero Sandino deja su petate y descubre el anarcosindicalismo. Es obrero en la Huasteca Petroleum de Tampico.

Al fondo de los callejones del puerto se encienden las lámparas, los conspiradores se reúnen en la penumbra de una trastienda alrededor de Ret Marut, el más aguerrido. Éste ha llegado a México como fogonero a bordo de un navío noruego. Dice ser marino polaco o alemán, un revolucionario. Bajo la gorra proletaria se ve un rostro común, con un pequeño bigote que le da aspecto de anarquista de la banda del francés Bonnot. Al término de la Primera Guerra Mundial, Ret Marut participó en el intento de insurrección de Múnich. Condenado a muerte, desapareció y cambió de nombre con frecuencia, comenzó a escribir poemas y novelas, a combatir la soledad con el lápiz y a acumular cuadernos. Muy pronto enviará a Alemania
El tesoro de Sierra  Madre, cuya acción transcurre en Tampico, y que firma con uno de sus seudónimos: Traven. Utilizará decenas de ellos. Para la fotógrafa Tina Modotti, en México, él será Torsvan.

[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]

Némesis, de Philip Roth



El primer caso de polio de aquel verano se produjo a comienzos de junio, poco después del Día de los Caídos, en un barrio italiano pobre que estaba en el otro extremo de la población donde nosotros vivíamos.

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-No soy médico, no soy científico. No sé por qué esta enfermedad ataca, ni creo que nadie lo sepa. Por eso todo el mundo trata de descubrir quién o qué es el culpable. Tratar de averiguar cuál es la causa para poder eliminarla.
-Pero ¿qué me dice de los italianos? ¡Tienen que haber sido los italianos!
-No, no, no creo tal cosa. Yo estaba allí cuando llegaron los italianos. No tuvieron ningún contacto con los niños. No fueron los italianos. Escuchen, no deben dejarse consumir por la preocupación ni por el temor. Lo importante es no infectar a los niños con el germen del temor. Vamos a superar esto, créame. Todos aportaremos nuestro granito de arena, mantendremos la calma y haremos todo lo que podamos para proteger a los niños, y saldremos de esto juntos.

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El boletín de la polio, que también emitía a diario la emisora de radio local, mantenía a los ciudadanos de Newark al corriente del número y la localización de cada nuevo caso en la ciudad. Hasta ese momento del verano, lo que la gente oía o leía nunca era lo que esperaba –que la epidemia estaba remitiendo–, sino más bien que el número de casos nuevos había vuelto a aumentar el día anterior. El impacto de las cifras era, naturalmente, descorazonador, aterrador y fatigoso, pues no se trataba de los números impersonales que uno estaba acostumbrado a oír por la radio o a leer en el periódico, esos números que servían para localizar una casa o registrar la edad de una persona o establecer el precio de unos zapatos. Aquellos eran los números aterradores que reflejaban el progreso de la horrible enfermedad y que, en los dieciséis barrios de Newark, se correspondían, en impacto, con las cifras de los muertos, heridos y desaparecidos en la guerra de verdad. Porque aquella era también una guerra de verdad, una guerra de matanza, ruina, desolación y perdición, una guerra con los estragos de la guerra: una guerra contra los niños de Newark.

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-Las cosas están mal, Eugene. La gente ha puesto el grito en el cielo. Están aterrados. Todo el mundo teme por sus hijos. Gracias a Dios que estás lejos. Los conductores de autobús de las líneas ocho y catorce no quieren ir a Weequahic a menos que les den mascarillas protectoras. Algunos no están dispuestos a ir de ninguna manera. Los carteros se niegan a llevar el correo. Los camioneros que transportan mercancías para los almacenes, las tiendas, las gasolineras, etcétera, tampoco quieren ir allá. Los forasteros pasan en coche con las ventanillas cerradas pese al calor que hace. Los antisemitas dicen que es por culpa de los judíos el que la polio se propague en esa zona. La culpa es de todos los judíos…, por eso Weequahic es el centro de la parálisis y por eso habría que aislar a los judíos. Se diría que algunos creen que la mejor manera de librarse de la epidemia de polio sería quemar Weequahic con todos los judíos dentro. Hay mucho resentimiento debido a las barbaridades que dice la gente a causa del miedo. Del miedo y del odio. Yo nací en la ciudad, y no había visto una cosa igual en toda mi vida. Es como si todo se viniera abajo.


[Debolsillo. Traducción de Jordi Fibla]

miércoles, junio 03, 2020

Contar es escuchar, de Ursula K. Le Guin



La belleza siempre tiene reglas. Es un juego. Me molesta el juego de la belleza cuando veo que lo controla gente que gana fortunas sin preocuparse por los daños que causa a terceros. Lo odio cuando veo que provoca tanto malestar que la gente se mata de hambre y se deforma y se envenena. Buena parte del tiempo yo misma me pliego al juego en muy pequeña medida, al comprarme un nuevo lápiz de labios, al sentirme contenta con una blusa de seda nueva. No me volverá hermosa, pero es hermosa en sí misma, y me gusta llevarla puesta.

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La naturaleza transitoria de las comunicaciones de la Red alienta una libertad parecida a la de las conversaciones privadas. Las habladurías, el cotilleo, la grandilocuencia, las citas sin contrastar y las respuestas insolentes corren libremente por el ciberespacio, reduciendo las habilidades y/o los filtros que se consideraban necesarios para escribir ficción y textos basados en los hechos. El carácter cuasioral, seudónimo y transitorio de la escritura electrónica alienta a abdicar con facilidad de la responsabilidad que corresponde a la letra impresa. Pero puede que esa responsabilidad esté realmente fuera de lugar en la Red. Una nueva forma de escritura debe desarrollar su estética y ética propias. Eso está por venir.

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En una novela bien escrita hay gran cantidad de ritmos. Juntos, con sus contrapuntos y sincopas y ligazones, crean el ritmo de la novela, que no se asemeja a ningún otro, como los ritmos de un cuerpo humano crean con su interacción el ritmo singular de un cuerpo, una persona.

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La relación entre el escritor y el lector se ve como una cuestión de control y sometimiento. El escritor es El Maestro, el que domina, controla y manipula el interés y las emociones del lector. A muchos escritores les encanta esta idea.
Y los lectores perezosos quieren escritores dominantes. Desean que el escritor haga todo el trabajo mientras ellos se lo quedan mirando, como si de la televisión se tratara.
La mayoría de los best sellers están escritos para unos lectores dispuestos a ser consumidores pasivos. Con frecuencia, los resúmenes de la contracubierta del libro señalan la capacidad coercitiva y agresiva del texto: no podrás dejar de leer, te golpeará en el estómago, te electrizará, te volará la cabeza, se te parará el corazón. Ni que estuvieran hablando de tortura con electroshock.
Los tópicos acerca de cómo escribir provienen de la escritura de este tipo y del periodismo: "Atrapa a los lectores en el primer párrafo", "Sorpréndelos con una escena chocante", "Nunca les des tiempo para respirar", etcétera.

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Los escritores no escriben "para" nada, ni siquiera por amor al arte. Escriben. Los cantantes cantan, los bailarines bailan, los escritores escriben.

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Los escritores y profesores que anteponen el mercantilismo a la calidad degradan al escritor y su obra. Los talleres literarios que anteponen la comercialización y los contactos a la calidad degradan el arte.


[Círculo de Tiza. Traducción de Martín Schifino]