miércoles, mayo 27, 2020

La Dalia Negra / El gran desierto / L.A. Confidential / Jazz Blanco, de James Ellroy


 
La Dalia Negra:

No la conocí en vida. Existe para mí a través de los otros, mediante la evidencia de lo que su muerte les obligó a hacer. Trabajando en retrospectiva, buscando solo hechos, la reconstruí bajo la forma de una muchachita triste y una puta, en el mejor de los casos como alguien que-pudo-ser… una etiqueta que también podría aplicárseme a mí. Ojalá hubiese podido concederle un final anónimo, relegarla a unas pocas palabras lacónicas en el informe de un policía de Homicidios, la copia en papel carbón que se manda a la oficina del forense, junto con el papeleo necesario para llevarla al cementerio. Lo único que había de malo en mi idea es que ella no hubiera querido que las cosas ocurrieran de ese modo. Por brutales que fueran los hechos, ella hubiese querido que llegaran a ser conocidos. Y puesto que le debo mucho, y soy el único que conoce toda la historia, he empezado a escribir esto.

[Random House. Traducción de Albert Solé]




 El gran desierto:

Cayeron chaparrones antes de medianoche. Los truenos ahogaron los bocinazos y la algarabía que habitualmente saludaban el Año Nuevo en el Strip. El año 1950 llegó al cuartel de policía de Hollywood Oeste con una oleada de denuncias y llamadas a ambulancias.
A las 12.03, un choque múltiple en Sunset y La Cienega, con un saldo de media docena de heridos; los agentes que acudieron obtuvieron el testimonio de varios testigos presenciales: los culpables de la colisión eran el payaso del DeSoto marrón y el mayor del ejército que viajaba en su coche oficial de Camp Cooke; ambos conducían sin manos y llevaban perros con sombreros de cotillón en el regazo. Dos arrestos, una llamada a la perrera de la calle Verdugo. A las 12.14, un taller abandonado se derrumbó en Sweetzer, y los escombros de material barato humedecido mataron a una pareja de adolescentes que se besuqueaba en el sótano: dos cadáveres al depósito del condado. A las 12.29, un letrero de neón que representaba a Santa Claus y sus ayudantes sufrió un cortocircuito; el cable eléctrico escupió llamas hacia su extremo interno –un enchufe conectado a un laberinto de adaptadores que alimentaban un enorme y luminoso árbol de Navidad y un mural navideño– y produjo graves quemaduras a tres niños que apilaban regalos envueltos en papel absorbente junto a un Niño Jesús que relucía en la oscuridad. Un coche de bomberos, una ambulancia y tres coches del Departamento del sheriff en el lugar del suceso; un pequeño conflicto jurisdiccional cuando apareció la policía de Los Ángeles, pues un novato pensó que ese domicilio de Sierra Bonita Drive era territorio de la ciudad, no del condado. Luego cinco sujetos que conducían ebrios; una tanda de borrachos y alborotadores cuando cerraron los clubes del Strip; un asalto a mano armada frente a Dave’s Blue Room: las víctimas, dos patanes de Iowa que visitaban la ciudad por el Rose Bowl; los delincuentes, dos negros que huyeron en un Mercedes 47 con guardabarros rojos. Cuando la lluvia amainó, poco después de las 3.00, el detective Danny Upshaw, agente de guardia, pronosticó que los cincuenta serían una década de mierda.

[Random House. Traducción de Carlos Gardini]




 L.A. Confidential:

Un motel abandonado en las colinas de San Bernardino; Buzz Meeks se registró allí con noventa y cuatro mil dólares, nueve kilos de heroína de gran pureza, una escopeta calibre 10, un 38 especial, una automática 45 y una navaja que le había comprado a un mexicano en la frontera, antes de ver el coche aparcado al otro lado: matones de Mickey Cohen en un coche sin insignias de la policía de Los Ángeles, polizontes de Tijuana esperando para hacer contrabando con parte de sus mercancías y arrojar su cadáver al río San Isidro.
Llevaba una semana huyendo; ya había gastado cincuenta y seis mil dólares para conservar el pellejo: coches, escondrijos a cuatro o cinco mil pavos la noche. Tarifas de riesgo: los hoteleros sabían que Mickey Cohen lo buscaba porque le había quitado la droga y la mujer, la policía de Los Ángeles lo buscaba porque había matado a un agente. El acecho de Cohen le impedía vender la droga: nadie actuaría, por temor a las represalias; a lo sumo podría entregarla a los hijos de Doc Englekling: Doc la conservaría, la empaquetaría, la vendería después y le daría un porcentaje. Doc había trabajado con Mickey y tenía sesos suficientes como para tenerle miedo; los hermanos, cobrándole quince mil pavos, lo enviaron al motel El Serrano y le estaban preparando la fuga. Ese anochecer dos mexicanos lo llevarían a un campo de judías y lo despacharían a Guatemala vía aerolíneas polvo blanco. Buzz tendría nueve kilos de heroína trabajando para él en California, siempre que pudiera confiar en los chicos de Doc y ellos pudieran confiar en los distribuidores.

[Random House. Traducción de Carlos Gardini]




Jazz Blanco:

Lo único que tengo es la voluntad de recordar. Tiempo cancelado/sueños febriles: despierto inquieto, temeroso de olvidar. Los retratos mantienen joven a la mujer.
Los Ángeles, otoño de 1958.
Hojas de periódico: una los puntos. Nombres, hechos: tan brutales que suplican ser relacionados. Pasan los años; la historia sigue dispersa. Los nombres están muertos o son demasiado culpables para contar nada.
Estoy viejo y temo olvidar:
Maté hombres inocentes.
Traicioné juramentos sagrados.
Saqué provecho del horror.
Fiebre: en esa ocasión, ardiente. Quiero ir con la música: girar, caer con ella.

[Random House. Traducción de Hernán Sabaté]

jueves, mayo 21, 2020

Próximamente: Harold y Maude



De Colin Higgins. En Capitán Swing.

Elogio de la sombra / Sobre la indolencia / Amor y pasión, de Junichiro Tanizaki



Esa es nuestra forma de penar, hallamos la belleza no en los objetos mismos, sino en los claroscuros de la luz contrastando los objetos. Una joya fosforescente emite su brillo y colorido en la oscuridad, y los pierde a la luz del día. Sin la sombra, no existiría la belleza. Nuestros antepasados hicieron de la mujer algo inseparable de la oscuridad, igual que los objetos lacados o de nácar. Sumergían en la sombra cuanto podían, ocultando las extremidades bajo los pliegues de la ropa, solo el rostro quedaba a la vista. El cuerpo apenas torneado en comparación con el de las mujeres occidentales ciertamente no resultaría atractivo. Pero no pensamos en lo que no vemos.

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¿Por qué los orientales tendemos a buscar la belleza en la oscuridad? En Occidente también hubo una época en la que no disponían de electricidad, gas o petróleo; y que yo sepa no se produjo esa admiración por las sombras. Los fantasmas de Japón tradicionalmente nunca han tenido pies, los occidentales sí, aunque sus cuerpos son traslúcidos. Con esta mera sugerencia se puede entender cómo la oscuridad estuvo desde siempre presente en nuestra imaginación; en cambio, para los occidentales hasta los espectros son de colores claros y transparentes como el cristal.

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He escrito todo esto con la esperanza de que todavía quede algún lugar, posiblemente en la literatura o en el arte, en el que podamos compensar dichas pérdidas. Aunque solo sea en el campo de la literatura, me gustaría convocar ese mundo de sombras que ya se está perdiendo.


[Alianza Editorial. Traducción de Emilio Masiá López]

viernes, mayo 15, 2020

Errata Naturae: Jinetes en la tormenta, animales en la cuneta



Las razones de Errata Naturae para no publicar durante los próximos meses. 
De lectura obligatoria: aquí.

miércoles, mayo 13, 2020

El libro de Sarah, de Scott McClanahan


Solo sé una cosa de la vida. Si vives el tiempo suficiente empiezas a perder cosas. Te empiezan a robar cosas: primero pierdes la juventud, después a tus padres, después a tus amigos y por fin terminas perdiéndote a ti mismo.

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Y añadió:
-Además, la gente se suicida todos los días de formas aceptables.
Así que pensé en la gente que se compraba televisores y se suicidaba. Pensé en la gente que se compraba casas y se suicidaba. Pensé en la gente que hacía trabajos que odiaba y se suicidaba. Pensé en la gente que escribía libros y se suicidaba. Sarah me puso la mano en el hombro y se levantó. Me dedicó una mirada que decía "Aguanta" y mi autocompasión me llenó de autocompasión. Vi que Sarah recogía a los niños y los metía en el coche. Luego les puso el cinturón de seguridad y los vi arrancar. Vi el futuro y me vi comprando televisores y suicidándome. Me vi comprándome una casa y suicidándome. Me vi haciendo un trabajo que odiaba y todos los diminutos suicidios de la vida. Sabía que había un millón de maneras de matarme y me moría de ganas de probarlas todas.

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Si me hubierais visto aquel día, habríais pensado que era el hombre más solitario del mundo y que costaba creer que algún día hubiera tenido madre. También costaba creer que hubiera tenido padre.

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Cogí la primera caja y la metí en la camioneta. Luego cogí otra caja y la metí en la camioneta. Ya estaba sudando igual que siempre, porque era el mayor sudador del mundo. Eddie me dijo que tenía muchísimos libros y le dije a Eddie que era verdad y luego le dije que lo mejor de leer era que siempre puedes ser otra persona. Que puedes ver el mundo entero con los ojos de un fantasma. Viajar en el tiempo y esas cosas.

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Aquella noche soñé que éramos todos imanes. Soñé que todas las criaturas vivas éramos imanes y que desde el momento en que nacíamos ya nos unía una fuerza invisible. Yo era un imán y también los libros eran imanes. Por fin nos habíamos encontrado los unos a los otros.


[Reservoir Books. Traducción de Javier Calvo]

jueves, mayo 07, 2020

Noche cerrada, de Chris Offutt



Tucker se vistió al sol y volvió al campamento. La luz de última hora de la mañana se extendía por encima de su cabeza, tamizada entre los árboles como un líquido dorado. Se detuvo a media zancada. Algo no encajaba. Escuchó con atención, volviendo la cabeza en distintas direcciones, olisqueando el aire. Su cuerpo se calmó por sí mismo, una cualidad que había desarrollado en combate. Se quedó completamente inmóvil. Su intuición era lo que lo había mantenido vivo en Corea y había aprendido a obedecerla, a dejar que aquella especie de oculta conciencia del mundo dictase sus acciones. No vio nada, no olió nada y no oyó nada. Y de pronto entendió lo que iba mal: la ausencia de sonido. Los pájaros habían enmudecido.

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-Hay más formas de obtener respuestas –dijo Hattie–. Déjeme que le diga algo. No va a conseguir nada con preguntas de sí o no. La gente de por aquí no piensa de esa manera. Ese tipo de preguntas les hace creer que hay una respuesta correcta y otra incorrecta. Así que, para no cometer un error, no responderán.
-¿Desde cuándo ser honesto es un error?
-Desde que el que pregunta oculta alguna intención. Es lo que hace la policía. También los profesores y los médicos. Y es lo que está haciendo usted ahora. Yo no, y por eso confían en mí. Ya sé que es mi jefe, doctor Miller, pero en las colinas las cosas no son tan sencillas: quién manda y quién deja de mandar, si alguien trabaja o no, si una niña está triste o es feliz. Aquí no es blanco o negro. Es todo gris.

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Salió a fumarse un Lucky y a esperar a las aves nocturnas. Rhonda se unió a él. Una pareja que aún no había llegado a los treinta, con cinco hijos, los dos en el porche, sentados en mecedoras como unos ancianos. Rhonda nunca le preguntaba por sus expediciones de contrabando. No quería saber nada de los peligros a los que tenía que exponerse para mantener a la familia.

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Pero Tucker solo quería fumar y mirar por la ventanilla. No era ni diez años mayor que Jimmy y ya había estado en la guerra y en la cárcel. Se había ocupado del reparto de alcohol ilegal durante los últimos coletazos de los años salvajes, se había ganado el respeto de Tío Beanpole y tenía una reputación de honor y dureza.


[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]

domingo, mayo 03, 2020

Subterráneo, de Will Hunt



Durante más de una década descendí a catacumbas de roca, estaciones de metro abandonadas, cuevas secretas y búnkeres nucleares.

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Desde que nuestros ancestros empezaron a narrar historias sobre los paisajes que habitaban, las cuevas y otros lugares situados bajo nuestros pies nos han aterrado y cautivado, han forjado nuestras pesadillas y fantasías. Los mundos subterráneos, según descubrí, recorren nuestra historia como un hilo secreto: han guiado de formas sutiles y profundas cómo nos vemos a nosotros mismos y han modelado nuestra humanidad.

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Vamos bajo tierra a morir, pero también a renacer, a salir del útero de la Tierra. Tememos el subsuelo y, sin embargo, es nuestro primer refugio en momentos de peligro; oculta tesoros de un valor incalculable junto a residuos tóxicos. El subsuelo es el reino de la memoria reprimida y la revelación luminosa.

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Pasear por las catacumbas es como entrar en una novela de misterio llena de paredes falsas, trampillas y pasadizos secretos que conducen a una sala oculta que contiene otra sorpresa. […] En 2004, una brigada de cataflics que estaba patrullando las canteras atravesó una falsa pared, entró en un espacio grande y cavernoso y parpadeó de incredulidad. Era un cine. Un grupo de cataphiles había instalado asientos de piedra para veinte personas, una pantalla grande y un proyector, además de un mínimo de tres líneas telefónicas. Junto a la sala de proyecciones había un bar, una sala de espera, un taller y un pequeño comedor. 

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Un día, a principios de la década de 1960 en el noreste de Londres, un hombre llamado William Lyttle se propuso construir una bodega en su sótano. Lyttle, un hombre nervudo de barbilla afilada que trabajaba de ingeniero civil, cogió una pala y empezó a cavar en las paredes. Durante horas sacó tierra húmeda y la amontonó detrás de él hasta que logró practicar una abertura lo suficientemente grande para una bodega. Pero Lyttle no paró. Tal vez le gustaban el ritmo del trabajo, los golpes de la pala y el olor a arcilla, o tal vez era otra cosa. En cualquier caso, Lyttle siguió cavando. Y cavando. Durante cuarenta años, cavó.

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Cuando Jean-Luc Josuat-Verges entró en los túneles de la plantación de champiñones de Madiran con su whisky y sus somníferos, se planteaba el suicidio. "Estaba triste y tenía pensamientos muy oscuros", dijo. A su salida del laberinto, descubrió que había recuperado las ganas de vivir. […] En el momento más difícil, cuando necesitaba cambiar su vida desesperadamente, viajó a la oscuridad, se rindió a la desorientación y se preparó para renacer.

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Nuestra aversión a la oscuridad tiene su origen en los ojos. Somos criaturas diurnas, lo cual significa que nuestros antepasados, hasta los aspectos fisiológicos más minuciosos, estaban adaptados para buscar comida, orientarse y cobijarse mientras hubiera luz.

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El subsuelo nos recuerda lo que siempre supieron nuestros antepasados: que lo que no se dice ni se ve siempre entraña poder y belleza.

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El subsuelo me ayudó a reconocer las costuras de inefabilidad del mundo, me enseñó a sentarme en paz en la sombra, a aceptar modelos de pensamiento a medio camino entre lo empírico y lo visionario. Me enseñó a no eludir lo sagrado, sino a volverme hacia ello y mirarlo de frente.



[Crítica. Traducción de Efrén del Valle]