jueves, enero 30, 2020

Sobre el fuego, de Larry Brown



Lo de escribir fue una bola con efecto que no vi venir. No creo que se pueda decir nada más inverosímil y que suene más idiota que: "Voy a ser escritor. Voy a aprender a escribir un libro". Pero yo se lo dije un día a un buen amigo mío hará cosa de doce años, estábamos en un prado junto a un estanque al que solíamos ir a pescar, y no se rio. Debió parecerle difícil de creer que yo pudiera conseguir algo así, pero no se rio. Se limitó a escucharme con seriedad y a asentir con la cabeza.

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Atender un aviso ha sido comparado con el momento en que los soldados entran en combate. Nunca he sentido nada que se parezca ni remotamente a la sensación de ir al volante de mi enorme autobomba por las calles de Oxford a las tres o las cuatro de la madrugada, mientras todos duermen, con las calles desiertas salvo por algún ocasional coche patrulla, con solo la luz amarilla parpadeante de precaución en los semáforos de los cruces, conduciendo ese enorme camión rojo que a todos los críos les gustaría poder conducir cuando sean mayores y solo unos pocos llegarán a hacerlo, como yo, y saber que todo el mundo está dormido mientras nosotros estamos en pie, al cuidado de nuestra ciudad natal, velando por sus vidas, listos para protegerles y socorrerles siempre que nos necesiten. Sé que suena de lo más ñoño. Me la suda.

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Los bomberos entrenan a todas horas. […] Tienen que estar lo mejor preparados que puedan, pero a veces ni eso basta. Llegará un momento en que tengan que enfrentarse a algo para lo que ni todo el entrenamiento del mundo te puede preparar, porque hay situaciones que no vienen en los libros, cosas sobre las que no hay nada escrito y a las que no se les puede enseñar a enfrentarse, cosas de las que hay que ocuparse sin miramientos en cuanto se topan con ellas, en plena noche, cuando la mayor parte de la ciudad duerme, o a la hora que sea.

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No patino en la carretera a pesar de la nieve. Vuelvo a casa, a casa de la abuela. Ahora vivimos con ella y voy de habitación en habitación buscando un sitio donde ponerme a escribir. Ya he escrito un par de novelas y cerca de cien relatos en esta casa y casi nada bueno. Me pregunto si alguna vez llegaré a escribir algo que merezca la pena, si dejarán de llegar las cartas de rechazo, cuánto tiempo más me llevará aprender lo que deseo aprender. Lo que más me aterra es pensar que nunca lo logre, pero procuro no pensar demasiado en eso. Me limito a decirme que tengo que seguir intentándolo, que el precio que estoy pagando por lo que deseo merece la pena.


[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]

miércoles, enero 29, 2020

Cumbres Borrascosas [Post reeditado], de Emily Brontë


[Nota: escribí la entrada que figura abajo hará unos 4 años y pico. Hace poco comprobé en mi cuenta de Gmail que Google me había retirado dicho post porque una editorial lo solicitó. Al parecer, según ellos, incurría en "una presunta infracción de contenidos", y asociaban el término "EBOOK" a mi post, que sólo incluye 3 fragmentos breves de la novela de Brontë en la edición y traducción DE OTRA EDITORIAL (es decir, Valdemar, como figura abajo), que no es la que pidió que retirase el contenido. Dicha editorial, a la que no nombraré para evitar que ocurra de nuevo, también publicó una traducción (OTRA TRADUCCIÓN) y supongo que, en sus búsquedas, han asociado nombres y títulos con los fragmentos… creyendo que yo he colgado aquí el libro. En fin, es más sencillo de lo que parece. Como no he cometido ninguna infracción (salvo si Valdemar me comunicara lo contrario), recupero el post]:

Creí que nunca leería Cumbres Borrascosas por una sola razón: la mayoría de los clásicos se han adaptado tantas veces y en tantos formatos (en películas y remakes y nuevas versiones, en cómics, en ediciones juveniles recortadas, en series de televisión…) que uno se conoce los argumentos de memoria. Sin embargo, no suelen ser trasladados a la perfección y, por muchas veces que hayamos visto Frankenstein en el cine o en la tele, ninguna de las versiones es totalmente fiel a lo narrado por Mary Shelley, y la novela siempre te descubre aspectos que las adaptaciones ocultaban, detalles importantes de los que un guionista debe prescindir y personajes secundarios que a menudo faltan y resultan necesarios para la trama. En definitiva, el original siempre ofrece más.

No sé cuántas películas basadas en la novela de Emily Brontë habré visto ya: al menos tres, puede que más, puede que haya olvidado alguna que otra. Una vez decidido a leer Cumbres…, tuve que afrontar otra tarea engorrosa: elegir la traducción. En Twitter sostuve una conversación a tres bandas sobre el tema y estaba tentado de comprar la traducción más famosa (la de CMG para A. Editorial). Y me he pasado varias horas recorriendo las librerías para tomar las distintas ediciones y leer la primera página de cada una, a ver cuál sonaba mejor. Cuando reduje la elección a una de estas dos: la de A. Editorial y la de Valdemar, finalmente decidí que, aunque la de CMG seguramente sea más literaria y más alabada, la de Rafael Santervás es más moderna, más reciente. Y prefiero las traducciones más actuales. Pongo un ejemplo: la traducción revisada por la propia traductora de El guardián entre el centeno es mucho mejor que la antigua, dado que la época y la censura y las circunstancias de antaño obligaban a recortar ciertas palabras o a suavizar las palabrotas y los exabruptos. Otro peligro de los clásicos es que, al estar liberados de derechos, todo dios aporta su edición, y las más de las veces su versión en castellano es un truño. Numerosos lectores han abandonado ciertos clásicos porque se compraron una versión mal traducida.

Pese a lo anterior, si algún día releo Cumbres Borrascosas (y seguramente lo haga dentro de unos años), entonces sí, entonces compraré la de A. Editorial. Como de la novela ya se ha dicho todo, no puedo aportar mucho. Salvo decir que es apasionante, que uno la devora en pocas sentadas y que a ratos detesta un poco a Heathcliff, aunque es un rebelde con causa (algo que no recuerdo que me pasara con las películas). Y tiene mucho sentido que haya salido en El Club Diógenes de Valdemar, pues estamos ante un libro siniestro, de ambientes góticos y terroríficos, de situaciones retorcidas y personajes aún más malvados de lo que uno esperaba. Así que no se la pierdan. Aquí van tres extractos:  

Cumbres Borrascosas es el nombre de la morada del señor Heathcliff. Borrascosas es un adjetivo muy relevante a nivel local que describe la perturbación atmosférica a que está expuesto el lugar en tiempo de tormenta. Allá arriba deben de tener, desde luego, una ventilación pura y vigorizante en todo momento; se puede adivinar la fuerza del viento norte soplando sobre los contornos por la excesiva inclinación de unos cuantos abetos enanos al final de la casa y por una fila de esqueléticos espinos, todos ellos estirando sus miembros en una sola dirección, como mendigando la luz del sol.

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El espectro exhibió el capricho normal de los espectros: no dio señales de existir.

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-Pero, señora Heathcliff, todos hemos tenido un comienzo y todos hemos tropezado y hemos vacilado en el umbral. Si nuestros maestros nos hubieran regañado en lugar de ayudarnos, estaríamos todavía tropezando y vacilando.



[Valdemar. Traducción de Rafael Santervás]

domingo, enero 26, 2020

La herencia, de Vigdis Hjorth



Mi padre murió hace cinco meses, en un momento oportuno o inoportuno, según se mire. Yo creo que él no habría tenido nada en contra de desaparecer de una manera tan repentina justo entonces, hasta incluso pensé que se había caído a propósito cuando me lo dijeron, antes de conocer los detalles. Se parecía demasiado a lo que se lee en las novelas para poder ser casual.
Durante las semanas anteriores al fallecimiento, mis hermanos habían mantenido una enardecida disputa sobre un anticipo de la herencia, en relación con las casas de la playa de la familia en las islas de Hvaler. Y solo dos días antes de que mi padre se cayera, yo me había único a la disputa poniéndome de parte de mi hermano, en contra de mis dos hermanas pequeñas.

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Cuando ese mismo día me encontré con Klara junto al quiosco Narvesen y le conté llorando lo ocurrido, ella me dijo que tenía que romper. Tienes que romper.
¿Eso se puede hacer?, le pregunté, entre sollozos. Sí, contestó, lo hace mucha gente. Y la idea de no tener que volver a verlos nunca más me alivió al instante. No tener que tomar postura, no tener que escuchar llantos, reproches ni amenazas, no tener que poner excusas, defenderme ni explicarme para de todos modos no ser comprendida. ¿Era posible romper? Sí, dijo Klara. Yo no tenía que decir ni escribir nada, simplemente decidirlo, y ya estaba decidido, rompo, decidí, allí, junto al quiosco Narvesen, en Bogstadveien, y estaba hecho.

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Me subió por dentro una enorme compasión al pensar en mi padre, en la vida de mi padre, mi pobre, mi pobre padre, que cometió varios disparates cuando era joven, algo que no podía deshacerse, que no podía repararse, y no sabía cómo soportarlo, cómo vivir con ello.

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Uno no se vuelve bueno sufriendo. Por regla general uno se vuelve malo si sufre. La disputa sobre quién lo ha pasado peor es pueril. Los oprimidos suelen acabar mutilados, con una vida sentimental destrozada, suelen adoptar la manera de pensar y los métodos de actuar de los opresores, esa es la consecuencia más infame de la opresión, que destroza a los oprimidos haciéndoles menos capaces de librarse. Cuesta mucho trabajo convertir el sufrimiento en algo útil para alguien, sobre todo para el sufridor.

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Ese tiene que ser el objetivo y el sentido de las cosas, vivir muchos momentos como ese que compensen lo doloroso, construir una casa de momentos como ese en la que poder refugiarse en tiempos duros.

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Gran parte de la comunicación desaparecía cuando uno no veía a la familia, no escuchaba las voces, no veía el lenguaje corporal. Por esa razón le interesaba tanto el encuentro físico. Cuando las personas no se ven, aumentan la distancia y la probabilidad de demonización.


[Mármara Ediciones & Nórdica Libros. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo]

Próximamente: Desnudo en Garden Hills


De Harry Crews. En Dirty Works.

domingo, enero 19, 2020

La actualidad innombrable, de Roberto Calasso



La obsesión recurrente que recorrió el siglo XX fue la del control social. Devenida entidad soberana y emancipada de cualquier vínculo, la sociedad recibía el encargo de controlar y plasmar su propia esencia. […] Fueron múltiples las modalidades de control, principalmente reconducibles a dos preceptos observados en la Oceanía de Orwell: "Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".
[…]
No fue la última modalidad del control. A comienzos del nuevo milenio, cuando se estabilizó el imperio digital, se hizo evidente que control significa ante todo control de los datos. La situación se invirtió. Esos datos no eran ya extraídos a la fuerza de lo alto, sino que eran espontáneamente ofrecidos desde lo bajo, por innumerables individuos. Eran la misma materia sobre la que ejercer el control.

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La traducción de hacker por "pirata informático" es imprecisa y equívoca, porque ignora el aspecto de operación sobre la forma inherente al término inglés. Hacker es quien corta, pega y –eventualmente– desarma, recompone, fragmenta una forma. Sin esta acción sobre la forma no hay hacking, en tanto que la piratería es un puro acto de agresión y sustracción. 

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La llaga abierta de la democracia es la posibilidad de que, por vías legales, alcance el poder quien se propone abolir la democracia misma, como sucedió con Hitler en enero de 1933. Llaga irremediable y noble, porque la democracia se muestra allí como un ser viviente que esconde en sí el germen de la autodestrucción. En el caso de que se pretenda curar la llaga con una terapia traumática, generalmente con un golpe de Estado, se abre una vía que acaba por revelarse como la premisa de los futuros desastres.

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Caminar por la calle en una ciudad desconocida, dejarse llevar, vagar hacia lo que atrae en cada momento. Ya son costumbres obsoletas, a las que pocos se atienen. Viajar, ahora, significa tener un objetivo; el sexo es más claro, netamente circunscrito y pragmático. Por eso vale como modelo para quien se atiene a la verdadera novedad del turismo del nuevo milenio: el turismo para hacer el bien, también conocido como "volunteer travel".

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Un gran trastorno psíquico, que nadie será capaz de circunscribir, ha sido provocado –y sigue siéndolo– por la confluencia entre lo digital y lo digitable. El saber asume la forma de una enciclopedia única, en permanente y proliferante expansión, en una línea de principio digitable. Enciclopedia que yuxtapone informaciones impecablemente verídicas e informaciones infundadas, igualmente accesibles y bajo el mismo plano. Lo que es digitable pertenece a lo que es familiar, por eso puede tratarse con afectuoso descuido. El saber pierde prestigio y aparece como constituido por voces errantes, incontrolables, ruidosas

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Existe además otro aspecto, no menos desestabilizador, de la disponibilidad informática. Todos poseen hoy la capacidad de producir, sin ninguna conexión, palabras e imágenes, virtualmente divulgables por todo el mundo, para un público ilimitado. Cosa que basta para suscitar un difundido delirio de omnipotencia, pero no ya como fenómeno clínico. Al contrario, como enriquecimiento de la normalidad. La metonimia ha pasado a formar parte del sentido común.

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A un siglo exacto de distancia hemos pasado del dadaísmo al dataísmo, de Dadá al Big Data.

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Las verdaderas sugerencias esotéricas aparecen en las conclusiones y son agudas: "En el pasado, la censura ha operado bloqueando el flujo de la información. En el siglo XXI, la censura opera sumergiendo a la gente en informaciones irrelevantes" [Yuval N. Harari]. Teorema del que se deduce un corolario: "Tener poder, hoy, significa saber qué es lo que debe ser ignorado" [Yuval N. Harari]. Es una glosa a un nuevo Maquiavelo, y como tal debe tomarse en serio.

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30 de enero de 1933. Klaus Mann parte de Berlín por la mañana temprano, "como impulsado por un mal presentimiento". Calles vacías, ciudad dormida. "Iba a ser mi última mirada a Berlín, la despedida". Parada en Leipzig. En la estación aparece su amigo Erich Ebermayer. Pálido, nervioso. "¿Qué pasa?", le pregunté. Pareció sorprendido. "¿Cómo? ¿No lo sabes? El viejo lo ha nombrado hace una hora". "¿El viejo?... ¿Ha nombrado a quién?" "A Hitler. Es canciller". 

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7 de junio de 1939. En la posdata de una carta a Margarete Steffin, Benjamin escribe: "PS: Karl Kraus ha muerto demasiado pronto. Escucha esto: la Sociedad Vienesa del Gas ha suspendido el servicio de gas a los judíos. El consumo de gas por parte de la población judía comportaba pérdidas a la Sociedad del Gas, porque, a pesar de ser los mayores consumidores, no pagaban la factura. Los judíos utilizaban el gas principalmente con el objeto de cometer suicidio".


[Anagrama. Traducción de Edgardo Dobry]

lunes, enero 13, 2020

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh



Cada vez que me despertaba, de día o de noche, me arrastraba por el luminoso vestíbulo de mármol de mi edificio y subía por la calle y doblaba la esquina donde había un colmado que no cerraba nunca. Me pedía dos cafés grandes con leche y seis de azúcar cada uno, me tomaba de un trago el primero en el ascensor de regreso a casa y luego a sorbos el segundo, despacio, mientras veía películas y comía galletitas saladas con formas de animales y tomaba trazodona y zolpidem y Nembutal hasta que volvía a dormirme. Así perdía la noción del tiempo. Pasaban los días. Las semanas. Unos cuantos meses. Cuando me acordaba, pedía comida al tailandés de enfrente o una ensalada de atún a la cafetería de la Primera Avenida. Me despertaba y me encontraba en el móvil mensajes de voz de peluquerías o spas confirmando citas que había reservado mientras estaba dormida. Llamaba siempre para cancelarlas, y odiaba hacerlo porque odiaba hablar con la gente.

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No puedo señalar ningún acontecimiento concreto que provocase mi decisión de hibernar. Al principio, solo quería unos sedantes para acallar mis pensamientos y mis juicios, ya que el aluvión constante me ponía difícil no odiar todo y a todos. Creía que la vida sería más llevadera si el cerebro tardaba más en condenar el mundo a mi alrededor.

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Nada tenía visos de realidad. Dormir, despertar, todo parecía un vuelo gris y monótono a través de las nubes. No mantenía conversaciones mentales conmigo misma. No había mucho que decir. Así supe que el sueño estaba surtiendo efecto: cada vez estaba menos apegada a la vida. Si seguía adelante, pensaba, desaparecería completamente y luego reaparecería bajo una nueva forma. Esa era mi esperanza. Ese era mi sueño.

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Nos sentamos en el sofá, yo con mu segundo café y con mi bote de muestra de Infermiterol, Reva con su helado de yogur de fresa desnatado. Vimos lo que quedaba de peli porno en completo silencio. Después de un día entero meditando sobre la muerte, era un gusto ver a gente liándose. "Procreación –pensé–. El ciclo de la vida". En la escena de la mamada, me levanté a mear. En la escena de comida de coño, Reva se levantó y vomitó, creo. Luego fue a la cocina a buscar un sacacorchos, abrió una botella de vino del funeral, volvió al sofá y se sentó. Nos fuimos pasando la botella y vimos cómo se escurría el esperma por la cara de la chica. Se le quedaron pegotes en las pestañas postizas.

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Había bebido de más. Me tumbé en el sofá. Luego me dio hambre, así que me comí el budín de plátano y vi Frenético tres veces seguidas; me tomaba unas cuantas pastillas de Orfidal cada media hora o así, pero seguía sin poder dormir. Vi La lista de Schindler, que esperaba que me deprimiese, pero solo me enfureció, y luego salió el sol, así que tomé Lamictal y vi El último mohicano y Juego de patriotas, pero aquello tampoco surtió efecto, así que me tomé unas cuantas pastillas de Placidyl y volví a poner El juego de Hollywood. Cuando terminó, miré la hora en el reloj del vídeo. Era mediodía.


[Alfaguara. Traducción de Inmaculada C. Pérez Parra] 

Del blog de Juan Francisco Ferré: Cine y metacine en 2019



Un año más, la lista de películas, series y documentales que más nos gustaron a unos cuantos durante el año anterior, servidas en el magnífico blog del escritor Juan Francisco Ferré. El link al post: aquí.

jueves, enero 09, 2020

Una soledad demasiado ruidosa, de Boumil Hrabal


Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas.

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[…] y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.

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[…] los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.

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Si supiera escribir, haría un libro sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de los hombres. Los libros me han enseñado, y de ellos he aprendido que el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera sino porque va contra el sentido común. Bajo mis manos y en mi prensa expiran libros preciosos y yo no puedo detener ese fuljo. No soy sino un tierno carnicero. Los libros me han enseñado el placer y la voluptuosidad de la devastación, soy feliz cuando diluvia, me encantan los equipos de demolición, paso horas y horas de pie mirando cómo los dinamiteros hacen saltar por los aires manzanas enteras, calles enteras, como si hinchasen neumáticos gigantes, devoro con los ojos el primer segundo, cuando se levantan los ladrillos y las piedras y las vigas y un momento después las casas caen suavemente como vestidos desabrochados que se deslizasen por el cuerpo, como un transatlántico que se sumergiese en el mar tras la explosión de las calderas.

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[…] nos veíamos mejor en la oscuridad que con luz, a mí siempre me ha gustado la caída del sol, me parece el único momento en que pueda pasar algo importante, la luz del crepúsculo lo embellece todo, las calles, las plazas, la gente parece aterciopelada como las flores, como los pensamientos morados y amarillos, incluso a mí mismo me percibo más joven y de mejor ver, me agrada observarme en el espejo cuando oscurece, palparme la cara, entonces la encuentro lisa, sin arrugas en las comisuras de los labios ni en la frente; el crepúsculo aporta belleza a mi vida cotidiana.

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[…] ahora seguían trabajando con toda la calma del mundo, separaban flemáticamente el interior de los libros de las tapas y echaban sobre la cinta las horrorizadas y erizadas páginas, indiferentes e inmutables, sin darse cuenta del valor de cada libro, sin pensar que alguien lo habrá escrito, corregido, leído, ilustrado, impreso, compaginado y publicado, y que después otra persona habrá ordenado su aniquilación, lo habrá cargado en un camión y traído hasta aquí donde jóvenes obreros con guantes rojos y azules y amarillos y naranja extirpaban sus entrañas y las tiraban a la cinta transportadora, muda pero exacta, que a empujones conducía las páginas erizadas a la prensa gigante que las comprimía en paquetes que luego pasarían a las fábricas de papel donde los transformarían en papel blanco, puro e inocente, inmaculado y todavía no ensuciado por las letras, con el que más tarde imprimirían nuevos libros…


[Galaxia Gutenberg. Traducción de Monika Zgustova]

lunes, enero 06, 2020