De Vicente Muñoz Álvarez: aquí.
"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
viernes, mayo 31, 2019
martes, mayo 28, 2019
Il cinefilo: mi relato, traducido al italiano
En junio sale a la venta, en Italia, una rareza: Il cinefilo, uno de mis relatos traducido al italiano, gracias a Aulino Editore y al escritor/editor Accursio Soldano. Sólo se publicarán 40 copias, numeradas a mano. Para pedirlo, hay que escribir a racconti@aulinoeditore.it. También me hicieron una breve entrevista, luego traducida, y se puede leer aquí.
Coche, de Harry Crews
Había leído todos los libros de Harry Crews traducidos en España, pero me faltaba éste (y atención porque los editores de Dirty Works publican estos días Festín de serpientes, otra de las más célebres y aplaudidas novelas del autor). Me he ventilado Coche en un par de sentadas. Es una novela con la que he llegado a reír a carcajadas. La historia de un tipo, hijo de un vendedor de coches usados, que decide emprender el siguiente espectáculo (sin ser consciente de que es una performance): comerse un coche en dosis minúsculas, suministradas una vez al día (lo imposible de digerir se lo introducen en cápsulas), empresa para la que necesitará años y un estómago a prueba de balas... Por supuesto, ante público que paga su entrada y mueve el dinero; en un escenario que va a poner en marcha varios motores: la prensa, la televisión, el merchandising… atrayendo, de paso, a chalados, curiosos y gente en busca de emociones raras o nunca vistas.
Lo que más me fascina es que la novela funciona como metáfora de cierto arte y de los disfraces del capitalismo para extraer dinero de donde sea. Por eso a Harry Crews le interesa más la evacuación de las piezas (vendidas a los mejores postores tras salir por el aparato excretor) que la ingesta de las mismas: porque resulta más increíble que alguien pague más por pedazo de metal recogido del wc que por presenciar cómo un fulano se traga un trozo de parachoques. Hay que tener en cuenta que es una novela escrita en una época en la que había más pasión que ahora por los vehículos. Algunos pasajes me hicieron recordar a películas del estilo de Crash y Frenos rotos, coches locos, tanto por el amor de las personas hacia las máquinas de la primera como por los toques cómicos de la segunda... pero Harry Crews se anticipó a ellos escribiendo su novela antes de rodarse dichas películas. Cualquier libro de Crews te hará reír a ratos y te ofrecerá grandes dosis de dolor y de personajes retorcidos, pero Coche es uno de los mejores.
[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]
jueves, mayo 23, 2019
La cartilla militar, de Max Frisch
Grasa de fusil, olor a pardas mantas de lana que se suben gasta la barbilla, alcanfor, sopa de rancho, sudor en la gorra y jabón contra el sudor, el olor de los cuarteles, soda, mondas de patatas, cuero, calcetines mojados. Olor a paja seca en fardos atados con alambre que se rompe a golpe de bayoneta, nubes de polvo en un aula y olor a tiza, cartuchos vacíos, letrinas, carburo, el olor que surge cuando se limpia la perola con rastrojos de hierba y se la desengrasa con tierra, ese olor a tierra, metal, hierba y restos de sopa, ceniceros repletos en el cuerpo de guardia, olor de hombres que duermen en uniforme. Olores que solo hay en el ejército.
**
El enemigo sobre el terreno no debía ser forzosamente un soldado de Hitler, sino cualquiera que atentase contra nuestra neutralidad.
**
La contradicción existente en el hecho de que el ejército, concebido para defender la democracia, sea antidemocrático en toda su estructura, se presenta solamente como tal contradicción mientras se tome en serio la afirmación de que el ejército defiende la democracia. Y eso era lo que yo realmente creía en aquellos años.
**
Debo hacer una corrección: el recuerdo fundamental no es el recuerdo del vacío. Lo que se recuerda fundamentalmente es cómo el uniforme nos hacía perder la conciencia de las cosas, sin que nadie se diese cuenta de ello. ¿Qué clase de orden debía darse a la tropa para que esta, en cuanto conjunto de hombres, se negase a cumplirla? No era suficiente que se ordenase algo manifiestamente absurdo. En medio de aquel estado de inhibición que el ejército provocaba en nosotros ¿dónde había sitio para la conciencia?
[Las afueras. Traducción de Luis González-Hontoria]
Las soldadesas, de Ugo Pirro
A las cuatro salíamos de los acuartelamientos y daba comienzo el paseo por Volos; íbamos y veníamos, una y otra vez, por el paseo marítimo, como los domingos en nuestros pueblos, y después, a las cinco, nos reencontrábamos en el comedor. Comíamos a toda prisa y acto seguido corríamos a tirarnos en el catre, a esperar a que nos subiera la fiebre. Todos teníamos malaria y nuestra jornada concluía a las cinco. Así pues, solo nos quedaba una hora para pasear y procurarnos una mujer. No era difícil, pero a menudo el amor necesita la complicidad de la oscuridad para crecer y consumarse y, sin embargo, la fiebre nos desarmaba antes de la puesta de sol.
A pesar de todo, algunas tardes no aguantábamos en la cama y la necesidad de abrasarnos con otra cosa que no fuese la fiebre se apoderaba de nosotros. Nos atiborrábamos de quinina y con los oídos zumbando marchábamos al prostíbulo a hablar italiano, a beber y a cantar sin moderación.
[Altamarea Ediciones. Traducción de Gerardo Matallana Medina]
martes, mayo 21, 2019
Quien pierde paga, de Stephen King
Segunda parte de la Trilogía de Bill Hodges, cuyo título en castellano deja bastante que desear si nos fijamos en el original: Finders Keepers, convertido aquí en Quien pierde paga… Para quien no haya leído aún el libro anterior, conviene no contar mucho, salvo que ambos están relacionados por los personajes principales, pero también por las víctimas de la masacre del primer libro. En esta ocasión todo gira en torno, como en Misery, a la obsesión de un psicópata por un escritor y el personaje al que (según el psicópata) ha acabado traicionando. En mi comentario del libro anterior preveía que éste me iba a gustar aún más y así ha sido: sobre todo por su primera parte (la novela está dividida en tres), en la que se reconstruyen algunos eventos que transcurren a finales de los años 70, y esto es algo para lo que, a mi entender, Stephen King está muy dotado, aunque nunca suele señalarse en las reseñas sobre su obra: su capacidad para hablarnos del pasado de algún personaje, bien sea de su infancia o de su juventud, y que conforma el tuétano de muchos de sus libros (pienso, por ejemplo, en el relato "El cuerpo" y en novelas como It o 22/11/63). Son paseos por una cultura y por unas costumbres que, suponemos, suelen provenir de sus propias vivencias, y que logran que cada historia adquiera la consistencia necesaria para familiarizarnos con los personajes. Aquí va un pasaje sobre la lectura:
Para los lectores, tomar conciencia de que son lectores es uno de los descubrimientos más electrizantes de la vida: de que son capaces no solo de leer (eso Morris ya sabía), sino además de enamorarse de la lectura. Perdidamente. Con delirio. El primer libro que ejerce ese efecto nunca se olvida, y cada página parece traer una revelación nueva, una que abrasa y exalta: ¡Sí! ¡Así es! ¡Sí! ¡También yo he visto eso! Y por supuesto: ¡Eso pienso yo! ¡Eso SIENTO yo!
[Plaza & Janés. Traducción de Carlos Milla Soler]
viernes, mayo 17, 2019
El don de las piedras, de Jim Crace
El don de las piedras, que acaba de publicar Hoja de Lata, fue la segunda novela de Jim Crace, un autor inglés muy premiado y aún vivo que a mí me gusta mucho (ya hablamos antaño de dos de sus libros: Y amanece la muerte y Cosecha), tras su debut con las historias interconectadas de Continente. Aunque esta novela no es, a mi juicio, tan buena como las dos primeras que he citado, quizá porque el argumento me interesa menos, ya contiene las bases de lo que será la obra de Crace, sus señas de identidad y sus preocupaciones, su inquietud por el lenguaje y por los entornos naturales donde a veces el hombre encuentra acomodo y supervivencia y, otras, encuentra la muerte y la corrupción correspondiente de la carne.
La novela se ambienta en el momento en que el hombre va a pasar de la edad de la piedra a la del bronce utilizando a dos personajes: un hombre que perdió un brazo cuando era niño (miembro amputado por una herramienta fabricada con piedra) y su hija, quien es la primera narradora del libro, pero que en muchos pasajes cede la palabra a su padre, un virtuoso en el arte de narrar:
Así como el abusón se hace soldado y el mezquino se mete a comerciante, el mentiroso se convierte en bardo. ¿A quién le puede sorprender? Mi padre lo veía de este modo: una buena historia salida de sus labios le permitió de la noche a la mañana pasar en este pueblo, de ser poco menos que una planta silvestre, sin mucha utilidad, a convertirse en su cuentista.
Aunque en la cubierta figure "el don de las piedras", en realidad esta referencia sólo escenifica el marco en el que se ambienta la historia, pues el centro de gravedad del libro es "el don de las palabras", y cómo las usamos para convencer, engatusar, entretener y trasladar entre generaciones las historias que se alimentan de rumores, leyendas e incluso mentiras. Lo dice la narradora:
La paradoja es esta: amamos las mentiras. La verdad es fea y plomiza, mientras que las mentiras son ágiles, briosas y llenas de vida. La mentira es un arte.
En manos del lector queda dirimir qué partes de la novela son una invención del segundo narrador y qué partes son reales dentro de la trama. Aunque en realidad da lo mismo: como a los miembros de la aldea a los que les cuenta historias, a nosotros nos interesa que esas palabras nos engatusen, sean el sustento de anécdotas falsas o verdaderas. Así comienza la novela:
El brazo derecho de mi padre no terminaba en la mano sino en el codo, con una protuberancia huesuda. Pensad en la silueta de un árbol desmochado. Ese era el muñón de mi padre. La piel estaba tirante alrededor del hueso y se arrugaba hacia el interior del orificio resultante de la desaparecida articulación inferior. La cicatriz recordaba a las marcas que los chiquillos hacen con piedras en el hielo –una pequeña incisión irregular, húmeda de pus salobre–. El brazo raras veces estaba seco o dejaba de dolerle. A medida que fue envejeciendo daba la impresión (eso decía) de que su malgastada e inoportuna simiente había encontrado salidas menos provechosas de lo que a él le habría gustado.
[Hoja de Lata. Traducción de Pablo Gonzáletz-Nuevo]