miércoles, abril 24, 2019

Las chicas, de Emma Cline



Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas.
Lo primero en lo que me fijé fue en su pelo, largo y despeinado. Luego en las joyas, que relucían al sol. Estaban las tres tan lejos que sólo alcanzaba a ver la periferia de sus rasgos, pero daba igual: sabía que eran distintas al resto de la gente del parque. Las familias arremolinadas en una cola difusa, esperando las salchichas y hamburguesas de la barbacoa. Mujeres con blusas de cuadros acurrucadas bajo el brazo de sus novios, niños lanzando bayas de eucalipto a las gallinas de aspecto silvestre que invadían la franja de parque. Aquellas chicas de pelo largo parecían deslizarse por encima de todo lo que sucedía a su alrededor, trágicas y distantes. Como realeza en el exilio.

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Gran parte del deseo, a esa edad, era un acto deliberado. Nos empeñábamos en difuminar los bordes toscos y decepcionantes de los chicos para darles la forma de alguien a quien pudiéramos amar. Decíamos que los necesitábamos desesperadamente con las palabras típicas, repetidas de memoria, como si estuviésemos leyendo una obra de teatro. Más tarde lo vería: lo impersonal y rapaz que era nuestro amor, enviando su señal por todo el universo con la esperanza de encontrar un depositario que diera forma a nuestros deseos.

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Pobre Sasha. Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como "atardecer" y "París". Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el autobús. La lástima por Sasha me bloqueó la garganta.

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Queríamos desgarrar una costura en la vida de la familia Dutton, para que se vieran a ellos mismos de un modo distinto, siquiera por un momento. Para que notasen una ligera perturbación, para que tratasen de recordar cuándo habían cambiado los zapatos de sitio o metido el reloj en el cajón. Eso sólo podía ser bueno, me decía, la perspectiva forzada. Les estábamos haciendo un favor.


[Anagrama. Traducción de Inga Pellisa]
    

Próximamente: El clamor de los bosques



De Richard Powers. En Alianza de Novelas.

jueves, abril 11, 2019

En Playtime / El Plural: Robert Stone



Dog Soldiers [nueva edición en Malas Tierras]: aquí.

Dog Soldiers, de Robert Stone [Nueva edición]


Al final, para un hombre como es debido, para un samurái, no hay demasiadas cosas que merezcan la pena desear. Pero hay algunas. Y al final, si un hombre como es debido sigue necesitando una ilusión, elige la más valiosa y se compromete con ella. Esa ilusión podía consistir en esperar el día en que una mujer estuviera en sus manos. En estar con ella y estremecerse en el mismo momento.
Si dejo esto, pensó, seré viejo: no quedarán más que fantasmas, resacas y dulces recuerdos. A la mierda, pensó, haz lo que sientas. Esta es la ola. Esta es la ola que debo montar hasta que se estrelle.

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-Llevo mucho tiempo sin encender las luces. Pero la mayoría funciona, creo.
-Cuando oigas la primera ráfaga, enciéndelas. Conecta los altavoces… Quiero un auténtico diluvio de cosas raras. Quiero una ópera.
-Sí, ya lo veo. Pero en la vida real esas cosas no salen bien –dijo Dieter.
-Bueno, entonces que le den por culo a la vida real. La vida real no me impresiona.

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¿Con qué cargas?, preguntó alguien.
-Con el dolor, tío. El de todos. También el tuyo, aunque no lo sepas.

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Para empezar, demostraba que, si uno se aferraba a algo, plantaba cara a cualquier tipo de presión, se negaba a ceder cuando las cosas iban mal, superaba a todos los adversarios y confiaba en su propia decisión y entereza, entonces, al final, el saquito de habichuelas le estaría esperándole al otro lado del arco iris.

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-Un tipo me dijo una vez algo que siempre he recordado. El tipo me dijo: "Si crees que alguien está pensando en jugártela, no te toca a ti juzgarlo. Mátalo y deja que Dios se ocupe del asunto".


[Malas Tierras. Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa]

domingo, abril 07, 2019

5, de Sergio Chejfec



En Playtime, suplemento de El Plural, sale mi reseña de este libro. Aquí va un fragmento del mismo:

Ser escritor, según mi criterio, referido exclusivamente a mi condición, era un artículo de inconstancia. Tenía una única concepción de escribir, que pasaba por entender que podría dejar de hacerlo en cualquier momento. Todavía más: para mi ideología –si puedo llamarla así– la escritura estaba sometida a un régimen de imprevisibilidad, ni más ni menos que tantas otras cosas. La escritura no era exclusiva, ni siquiera necesaria, esta consigna me la repetía bastante por aquella época. Pero tampoco la consideraba un privilegio; no existía ninguna autoridad real o imaginaria sobre la que se apoye la escritura –o la idea de escritura–. Era escritor, pero no lo era. Podía entender que en términos morales significara un privilegio, aunque no me consideraba un privilegiado. Un privilegio, por otra parte, que no siempre me parecía cierto.

  
[Jekyll & Jill]

martes, abril 02, 2019

Tom Ripley, de Patricia Highsmith


Hace ya 10 años que Anagrama, en su colección 'Otra vuelta de tuerca' (una de mis favoritas del sello), sacó este tocho que contiene las 5 novelas protagonizadas por Tom Ripley, a saber: A pleno sol (aka El talento de Mr. Ripley), La máscara de Ripley, El amigo americano, Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro. Es un libro fabuloso, casi perfecto, pero hay que tomárselo con calma porque tiene 1275 páginas y una letra de tamaño medio y grandes dimensiones. Lo mejor es leer una de las novelas al mes o cada dos meses, y compaginarlas con otras lecturas.

Las historias de Ripley, aunque pueden leerse aisladas, es decir, puede uno leer El amigo americano y Ripley en peligro (por ejemplo), y no interesarse por las demás, es conveniente leerlas todas y en orden porque hay una progresión, y en cada libro Patricia Highsmith suele mencionar lo que ha ocurrido anteriormente: su personaje central progresa y la cuenta de cadáveres aumenta. Quizá las mejores sean las tres primeras, y sobre todo la que nos presenta a Ripley, porque es donde se va convirtiendo en quien será en el resto de los libros: un tipo joven que sale de la nada y que acaba ascendiendo socialmente gracias a su falta de escrúpulos, a su talento para el engaño y para salir airoso de los problemas, y por supuesto gracias a que suele asesinar a aquellos que le suponen un obstáculo. En la primera de las novelas acaba suplantando durante un tiempo al hijo de un millonario. A partir de entonces logra posición, logra beneficios y rentas, logra establecerse en Europa, casarse y empezar un estilo de vida que, en las novelas, sería casi costumbrista si no fuese porque siempre acechan crímenes e intrigas: Ripley, en todas estas historias, se dedica a viajar por lugares exóticos o elegantes, a tomar buenos vinos, a darse cenas de lujo con langosta y champán, a tomarse sus gin-tonics servidos por un ama de llaves, a viajar en avión de aquí para allá, a comprar cuadros caros…

Ripley es un personaje ambiguo, un tipo frío, pero a la vez nos cae bien, pese a su falta de moral (Highsmith logra en estos libros algo con lo que ya nos hemos familiarizado en las narrativas contemporáneas: que sintamos cierta simpatía, aunque no empatía, por un cabronazo, como lo eran Tony Soprano y Omar Little): es capaz de darse una cena de lujo junto a su huésped mientras en el garaje oculta los huesos de un cadáver, esperando el momento propicio para deshacerse de él.

Justo el día en que terminé la lectura de este compendio anunciaron que Netflix ha comprado los derechos de las novelas para convertirlas en una serie. Si dedican una temporada a cada libro y el guión y las interpretaciones están a la altura, pueden sacarle mucho partido. Hasta que llegue esa serie, si es que el proyecto sale adelante, convendría que leyeran una o varias de las novelas (algunas fueron llevadas al cine, pero en mi opinión no alcanzan el nivel de suspense forjado por la gran Patricia Highsmith).


[Anagrama. Traducciones de Jordi Beltrán e Isabel Núñez]