viernes, noviembre 30, 2018

Travesía, de Vicente Muñoz Álvarez



Ardimiento

qué campaña tan difícil, pienso, qué naufragio tan feroz, clientes que cierran, desahucios e impagos, embargos y traspasos, y bajo mis pies el suelo que se agrieta… las teclas de mi ordenador ahora mismo rugiendo, tic tac, tac tic, todo a mi alrededor rugiendo y por todas partes las grietas: nuestro mundo y esperanza y piel que se agrieta, menos mal que me queda la escritura, pienso, qué haría yo sin ella, cómo me sanaría, llegar a casa agotado y vaciarme frente a la pantalla en blanco del ordenador es mi terapia, cuéntalo, me digo, cómo arde Babilonia, cómo se hunde el planeta, jornadas de quince y más horas conduciendo y pujando maletas, cada visita un desafío, cada cliente una odisea, la debacle de este gremio, el tráfico de la ciudad, cuéntalo, me digo, expúlsalo…

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Ulises

al fin se han terminado las noches fuera de casa y las veladas tediosas de hotel, y sólo me queda ya hacer las últimas visitas de la temporada y poner la mejor guinda que pueda al pastel… atrás quedan miles de kilómetros de carretera, ciudades, pueblos, clientes y tiendas, cada visita una odisea, cada cliente una queja, cada venta una celebración, y este gremio del calzado que se hunde y naufraga… que no acompañan las ventas, que el tiempo no ayuda, que el mal gobierno les sangra, que los impuestos les hunden, que los mercadillos les matan… ah, los clientes, mis clientes, mártires de la crisis y el tiempo, siempre peleando a la contra… pero he terminado ya las noches fuera de casa y dado los primeros paseos por mi bosque secreto, mi laberinto de ensoñación personal, disfrutando de cada paso bajo los robles y encinas y recolectando los primeros boletus de la temporada, en lugar de rodar y rodar, como llevo haciendo estas semanas, sobre las brasas del mismísimo infierno… crecen las setas, arde Babilonia, vuelvo al hogar…

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Aquellas utópicas antologías

hubo un tiempo en el que, al menos para mí (y me consta que para algunos otros también), las ilusiones literarias fueron compartidas, nos dejamos el corazón y la piel por algunos proyectos y antologías colectivas que tuvieron más o menos fortuna y repercusión, pero que de algún modo, para bien y para mal, representaron como pocas el espíritu de una generación de escritores que tenían, o deberían y podrían haber tenido mucho en común… hubo quien lo dio todo por ellas, quien se entregó sólo a medias y quien no movió ni un dedo por los demás, quien antologó y se dejó antologar, quien compartió y fue y estuvo, y quien simplemente no, así es la literatura y todo en la vida, nada que objetar… el tiempo y la experiencia, los éxitos y los fracasos, las ilusiones y los desengaños van poniendo poco a poco todo en su lugar, personas, corazones, libros, cosas, no hace falta hacer, tras lo ya hecho, mucho más… lo importante es, por encima de los resultados, la elegancia y el gesto, el resto, por desgracia, ceniza…

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Mal de altura

hay una cima mítica dentro de ti, que son los 50, desde la que se supone que todo debe ser serenidad y armonía, un paisaje despejado y tranquilo, pero lo que en realidad se siente al coronarla es vértigo, un horizonte encapotado y helado, que no te vengan con cuentos… otra cosa es qué sentido del equilibrio tengas tú, cómo se sujeten tus pies en la tierra y qué remedios hayas aprendido durante el ascenso para soportar el mal de altura… como dice un viejo proverbio zen que nunca olvido: cuando llegues a la cima de la montaña, sigue subiendo…


[Chamán Ediciones]

jueves, noviembre 29, 2018

Cándido, de Voltaire


Si uno no ha leído esta clásica novela de Voltaire, como era mi caso, la editorial Blackie Books la acaba de reeditar en un volumen de lujo: tapas duras, introducción de Julian Barnes, ilustraciones de Quentin Blake, traducción de Carlos Pujol y un elemento insólito: ¡una faja de publicidad que nos gusta y nos hace gracia! (con citas de Flaubert, Vonnegut, Calvino y Ursula K. Le Guin). Las aventuras de Cándido a través del mundo, que con gran destreza supo imitar/parodiar/homenajear John Barth en El plantador de tabaco, son siempre una fuente de placer, filosofía y regocijo. En realidad, cualquier cosa de Voltaire merece la pena: fue uno de los grandes francotiradores de la literatura. No conviene explicar mucho más: hay que leerlo sí o sí porque, aparte de la diversión que procura, es un indicativo de cómo en algunos aspectos (sobre todo en lo tocante a los humanos) el tiempo no parece avanzar. Un extracto:

Entonces, volviéndose hacia él, le dijo: "Caballero, sin duda pensáis que todo va del mejor modo posible en el mundo físico y en el moral, y que nada podría ser de otro modo, ¿no es cierto?". "No –le respondió el sabio–, la verdad es que disto mucho de pensar tal cosa: a mi entender, todo va mal en el mundo: nadie sabe cuál es su rango, ni cuál es su deber, ni lo que hace, ni lo que debe hacer, y exceptuando las cenas, en las que hay no poco regocijo y parece haber una cierta unión, todo el resto del tiempo transcurre en querellas impertinentes: jansenistas contra molinistas, el parlamento contra los clérigos, literatos contra literatos, cortesanos contra cortesanos, financieros contra el pueblo, mujeres contra maridos, parientes contra parientes; es una guerra eterna".


[Blackie Books. Traducción de Carlos Pujol]

La ciudad sólo es si es contigo

La ciudad sólo es si es contigo.
Sólo son de verdad las calles
si contigo las camino. La vieja
ciudad que sobre sí misma se recuesta
sólo abre sus hechizos para el corazón
si va contigo. Quiero tu paso
junto al mío. Quiero la ciudad
como un sueño que despierta
junto a ti, en tu latido.

Santiago Montobbio, La lucidez del alba desvelada

viernes, noviembre 23, 2018

Noches insomnes, de Elizabeth Hardwick


En Navona acaban de reeditar este extraordinario libro, miscelánea de géneros, impecable de principio a fin: misma traducción, distinto prólogo, y un tipo de letra más grande, que sin duda facilitará la lectura. Con dicha reedición recordé que tenía por casa la ed. de Duomo, y por fin me puse a leerlo. Compradlo, leedlo despacio, subrayad o copiad pasajes: la prosa de Harwdick os deslumbrará. Aquí van unos extractos: 

Si pudiéramos saber qué debemos recordar o fingir que recordamos… Que bastara con tomar una decisión y, de todas las que se han perdido, volvieran a aparecer las cosas que deseamos. Y que pudiéramos cogerlas como cogemos una lata de la estantería. Tal vez. La etiqueta de una podría rezar "Rand Avenue, Kentucky", y habría quien la recordaría como real. Dentro de la lata, los porches invernales cada vez más oscuros, la rejilla del gas, el hormigueo.

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A principios de junio hizo calor. Me fui de viaje y, naturalmente, de repente todo era nuevo. Cuando viajas, lo primero que descubres es que no existes. El polemonio en flor, de un púrpura desvaído; en la ladera de la colina, pinos fálicos. Extranjeros bajo los soportales, en las cesterías. La calima desdibujaba el contorno de las colinas. Un cielo sucio y agotador. El verano ya parecía a punto de fallecer. Pronto recogerían los botes y amarrarían los ferries al muelle.
Buscando lo fosilizado, buscando algo: personas y lugares densos y revestidos de una forma definitiva. Y en cambio, lo que hay son muchos pececillos, muchísimos, nadando libremente, temblando, atentos a escapar de la red.

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Ella y la señorita Cramer se encuentran en la esquina y ambas se detienen unos instantes. Hace tanto viento que una botella de cerveza cae rodando a la alcantarilla. Ambas son intrépidas, se miran con amargura, con esa inviolabilidad suya, virginal y terrible, con su dolorida pureza. No son otros de tantos casos, no rellenan solicitudes ni esperan la llegada del correo. Son gladiadoras, criaturas de las trincheras acostumbradas a las calles de noche, a la inclemencia del tiempo, al dolor de las piedras y el picor de la suciedad. Durante unos pocos segundos, en la esquina se toparon una fuerza enloquecida y una resistencia espantosa, hostilidad y pesadillas, pero no aprecié señal de reconocimiento alguna. Estas dos mujeres no saben qué aspecto tienen y tampoco pueden ver sus vidas y, así, vagan en su espantosa libertad como viejos bueyes abandonados de los que nadie se ocupa.

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No se puede echar de menos durante mucho tiempo a quien no deja nada a su paso.

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Mi padre está leyendo y fumando en la habitación de al lado de la buhardilla. Puede que esté un poco borracho; es de noche. Ella se cubre los brazos con la manta y contempla la luz de la luna que se filtra a través de las cortinas de flores. Los años no parecen reales: los números no son más que palabras, cinco años, diez años, cuarenta. Podrían ser nombres, para el caso: casa, calle, garaje.
No creo que estén pensando en la juventud que perdieron. No creo que le tengan miedo a la muerte. Dudo que se pregunten si se aman o si son felices. Utilizar estas dos palabras, la una o la otra, para referirse a lo que sienten no parece muy preciso. Con todo, están vivos, llenos de opiniones, de objeciones, tal vez incluso de ideas. De todos modos, la noche es buena porque conduce al día, a los zapatos y a las medias, al café, a la monotonía y la repetición; buena, sobre todo, para ella, que quizá tenga ganas de despachar todas sus tareas de una vez.


[Duomo Ediciones. Traducción de Marta Alcaraz]

Próximamente: b de birra



De Tom Robbins. En Underwood.

domingo, noviembre 18, 2018

Shane y otras historias, de Jack Schaefer



Como todo cinéfilo sabe, Shane es el título original del mítico filme Raíces profundas. Se inspiraba en el relato homónimo (o más bien novela corta) de Jack Schaefer, que publicó Valdemar en su Colección Frontera y que vale su peso en oro. Si os gustó la película (y si os gustaron El jinete pálido, Django o Infierno de cobardes, entre otras, pues todas homenajean en mayor o menor medida al personaje de Schaefer), no os perdáis este librazo. La historia de un forastero cargado de secretos que recala en un pueblo y ayuda a los indefensos fue elegida la mejor novela western del siglo XX por la Asociación de Escritores de Western de América.

Shane es un personaje inolvidable, un tipo de una pieza que a veces suelta sentencias que dejan de piedra a sus enemigos, pero también a sus amigos:  

Y no te dejes engañar por la calma. Cuando hay ruido, sabes dónde mirar y qué ocurre. Pero si hay calma, es cuando debes andar con más cuidado.

Shane es un pistolero extraño y misterioso al que en seguida el narrador, entonces un muchacho, convierte en su ídolo. Es un hombre que va a tomar las riendas del problema al que se enfrentan los colonos del pueblo al que llega: son acosados por un ranchero para quedarse con sus tierras. Este modelo de argumento luego lo vimos en montones de películas, pero Schaefer fue (si no me equivoco) el pionero.

El volumen incluye cinco relatos más: "Cooter James", "El coup de Lanza Larga", "Ese caballo llamado Mark", "Jacob" y "Harvey Kendall" (probablemente el mejor de los cinco). Y la presentación, de Alfredo Lara López, es un lujo (como es habitual en los libros de Frontera). Shane y otras historias demuestra, una vez más, que un western bien escrito está a la altura de cualquier narración de otro género; y lo digo porque antaño la mala fama lastraba a los westerns literarios. Aquí van dos fragmentos de la primera historia:

-Llamadme Shane –dijo; luego se dirigió a mí–: Te llamaré Bob. Estuviste observándome durante un buen rato cuando me acercaba por la carretera.
No era una pregunta. Era una simple afirmación.
-Sí… –tartamudeé–. Sí, así es.
-Bien –dijo–. Me gusta. Un hombre que vigila lo que pasa a su alrededor logrará lo que se proponga.

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Durante todo ese tiempo nadie dijo ni una sola palabra. Ninguno de ellos hubiera interrumpido a aquel hombre ni siquiera por un año de salario máximo. Shane habló y su voz atravesó la estancia en dirección a Red Marlin.
-Será mejor que te lo lleves a casa y le entablilléis ese brazo. Cuídalo mucho. Tiene los mimbres para ser un buen hombre.
Luego, volvió a olvidarlos a todos, miró a Chris y continuó hablando como si aquella figura inerte pudiera escucharle.
-Solo tienes un defecto. Eres joven. Esa es la única cosa que el tiempo siempre cura.
El pensamiento pareció dolerle, caminó hacia las puertas batientes y las atravesó saliendo a la noche.

  
[Valdemar. Traducción de Marta Lila Murillo]

Próximamente: No solo morir


De Ted Lewis. En Sajalín Editores.

viernes, noviembre 16, 2018

El loco de las rosas, de Mohamed Chukri


El hedor a muerte está por todas partes. Se miran, perplejos, sin pronunciar palabra. Cada uno camina por su lado. Los árboles están desnudos. Un viento ligero barre las hojas secas. Ellos se amontonan en los umbrales de las casas y en los bancos públicos. Buscan lugares que desprendan olor a vida. Vomitan. Ahuyentan las moscas agitando las manos. Caminan indiferentes sobre el vómito, el pus, los cadáveres. Evitan pisar los cuerpos agonizantes. Algunos resbalan en su propio vómito y ya no se levantan. Las tiendas, los cafés, los restaurantes están cerrados.

[Del relato "El vómito"]

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El loco de las rosas. Así lo llaman en el barrio. El poeta tullido es testigo.
El loco de las rosas vive con su madre en una chabola. Todas las mañanas se van a la ciudad y regresan por la tarde. La madre mendiga y él reparte las rosas entre las mujeres y las chicas guapas. No les pide nada a cambio. Compra las rosas con el dinero de su madre o las roba. Lo habían detenido y juzgado varias veces, pero los jueces, sensibles ante su locura por las rosas, no lo condenaban. Reserva siempre la última rosa para la mujer que vive en la planta baja. Un día, apiadándose ella de su locura, le tiró un pañuelo. Esa noche, él soñó con un inmenso campo de rosas donde loco de felicidad las recogía bajo una lluvia de pañuelos.
-Aquel día del pañuelo vale más que mil días. Desde ese día, la mujer es paz –repite a todos los que conoce.

[Del relato "El loco de las rosas"]

[Cabaret Voltaire. Traducción de Rajae Boumediane El Metni]

miércoles, noviembre 14, 2018

El complot de las damas muertas, de Jessa Crispin


Jessa Crispin decide viajar por el mundo sin un plan preconcebido. Se aloja durante un tiempo en cada una de las ciudades elegidas e indaga en la vida de algún escritor (aunque tampoco faltan músicos, fotógrafas o las parejas de algunos artistas): Berlín y William James, Trieste y Nora Barnacle, San Petersburgo y Somerset Maugham, Londres y Jean Rhys... No faltan alusiones a otros autores, aunque a menudo Crispin es bastante crítica y baja del pedestal a figuras de renombre. Este libro contiene unas reflexiones espectaculares en algunos tramos. Es ensayo y autobiografía y también libro de viajes y es, sin duda, uno de los libros más fabulosos de 2018. Aquí van unos pasajes:

Estamos tan desconectados con nuestros móviles y nuestras amistades virtuales, en la salvaje tundra del entorno urbano, que todos estamos en peligro de perdernos para siempre. Deslizándonos hacia la nada. Y simplemente así, otra mujer muerta se convierte en alegoría.

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Un pueblo pequeño te encierra. Te da un contexto y un lugar. Sabe tu nombre y tu historia. Sabe cómo te adaptas a los que te rodean. Y esto o bien te parecerá acogedor o lo sentirás asfixiante. En la ciudad puedes construir tu propia identidad desde el principio. Nadie conoce tus errores pasados, nadie sabe que en séptimo te quedaste despatarrado en el suelo del gimnasio, con un diente roto y sangre en la barbilla. Eliges con quién te adaptarás, qué te representará, cómo tomarás forma. Y eso te resultará liberador o bien te volverá esquizofrénico.
Pero en un pueblecito, donde la mayoría de tus opciones ya han sido preseleccionadas, solo falta que elimines las pocas que te quedan con malas decisiones, mala suerte, o críticas de los demás, para que las paredes se cierren por completo lo más rápido posible. Porque mientras estés en ese pueblo, tus papeles nunca cambiarán.

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Lo único que me salvará, o nos salvará a cualquiera de nosotros, de nuestra soledad y desolación, es una sensación de comunidad y sociedad. Aquellos que no tenemos vínculos familiares anhelamos ser reconocidos. El acto de la escritura, el acto de engrosar nuestros invernales árboles genealógicos con los filósofos y los cuentacuentos y los raritos andróginos que en un momento u otro salvaron nuestras vidas, es un acto importante.


[Alpha Decay. Traducción de Elvira Herrara Fontalba]

martes, noviembre 13, 2018

jueves, noviembre 08, 2018

Llega el rey cuando quiere. Conversaciones sobre literatura, de Pierre Michon



-Y, al mismo tiempo, rechaza todo lo novelesco. ¿No tiene un margen estrecho para maniobrar?
-Muy estrecho. Pero dentro de ese margen limitado es donde me siento a gusto, porque inventarse algo por completo (eso es "lo novelesco") me parece una fatuidad muy grande. Me pongo muchas trabas, muchos obstáculos (por ejemplo, un referente poderoso, inalterable, inalienable, como la vida de Van Gogh o de Rimbaud), pero, una vez aceptado eso, cuento con una libertad total. Faulkner decía que todos disponemos de un territorio no mayor que un sello de correos y que lo importante no es la superficie, sino la profundidad hasta la que ahondas en él. Mi sello de correos es minúsculo. No sé si ahondo bien en él…

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-Se apoya usted en documentos: dichos documentos son con frecuencia de orden pictórico o icónico, estoy pensando, por ejemplo, en la foto que le hizo Carjat a Rimbaud. ¿Qué relación tienen para usted la pintura y la escritura?
-Fortísima: escribo rodeado de imágenes. Soy un iconólatra, tengo "el culto de las imágenes", como decía Baudelaire. Todo ello entra dentro de mi estrategia de la aparición, de lo escrito que conduce a lo visible. Es algo que también me permite tácticas más específicas: si me quedo sin ideas, a veces me basta con abrir un libro de pintura y encontrarme con este o con aquel cuadro para que se me ocurran en el acto una metáfora, un pensamiento, frases, en resumidas cuentas; sí, la pintura lleva a escribir si no la interpretadas, si te pierdes en ella, si le haces preguntas y la saqueas. Funciona.

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-[…] Nos creemos muy diestros por saber que la literatura miente, pero somos aún más diestros cuando caemos en la debilidad de creer en ella. Quien sabe gozar de esa hermosa falsificación a veces se topa con un poco de verdad. O dicho de otro modo: mis ficciones acerca de los pintores son mentiras, pero hay que creérselas.

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-Sus Vidas minúsculas gozan del reconocimiento de ser un clásico de la literatura contemporánea. Pero sigue siendo un autor confidencial. ¿Aspira a la notoriedad?
-Cuando publiqué mi primer libro, hace catorce años, pensaba que todas las rotativas se iban a detener, que la magna instancia distribuidora diría: "A este vamos a darle ahora mismo una fortuna", una considerable cantidad de dinero con la que me habría comprado un palacio. Esperaba de ese escrito su peso en oro. Me equivoqué. No sabía que la literatura es hija de la democracia, en el sentido de que es la ley del número mayor la que prevalece, la tiranía de la mayoría. Pensaba que la literatura era uno de los últimos ámbitos jerarquizados donde el valor tomaba sentido y cribaba. Pues bien, el valor tomó sentido y seleccionó: soy casi tan pobre como antes de haberme puesto a escribir.

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-[…] Alguien que salga en primera plana del suplemento literario de cualquier diario de mala muerte cree que es el escritor del siglo. Es una cuestión de camarillas. Con la democracia somos todos escritores de categoría. O, dicho de forma más viciosa, podría no haber ya escritores.

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-[…] Lo que me pido a mí mismo, y quizá lo que le pido a la literatura, es que redactar un texto sea un derroche de energía fabuloso, ciego, pero muy consciente, que llore y que ría, limitado en el tiempo, como la copulación.


[WunderKammer. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]

Próximamente: La abundancia


De Annie Dillard. En Malpaso.

Bajo la tarde por La Rambla

Bajo la tarde por La Rambla
Cataluña. Del mar llega
un recuerdo, un aire, y este
paseo es fértil en encuentros.
La ciudad se abre como una flor
y se cierra como un cofre. Algunas
de sus esquinas son memoria
de la vida. Y yo ando por la calle,
camino en mis recuerdos, y siento
que para vivir puede haber aún motivo.

Santiago Montobbio, Sobre el cielo imposible

martes, noviembre 06, 2018

En la ciudad líquida, de Marta Rebón



Desde hace años tengo por costumbre no hablar en mi blog de los libros de autores españoles (sobre todo porque conozco a muchos de ellos y esto ya me coloca en un compromiso), pero hay obras que hay que explicar un poco, porque no basta con añadir un fragmento (se puede hacer con las novelas o con los relatos o con los ensayos y hasta con los poemarios), pero con los libros misceláneos no se puede reproducir lo que vamos viendo en las páginas. Me explico: En la ciudad líquida se compone de 17 textos en los que Marta Rebón habla de ciudades, de viajes, de sus lecturas y de sus traducciones, de la pasión de ver mundo y hacerlo mientras se lee y se descubren detalles y huellas de las vidas de los escritores que a uno le marcaron; los textos van acompañados de numerosas fotografías, muchas tomadas por ella misma o por Ferran Mateo, y unas cuantas recogidas de fuentes oficiales, de archivos, etc. En conjunto el libro depara una lectura muy provechosa, repleta de maravillosos pasajes, e invita a releer a ciertos autores y a descubrir a otros tantos. Aquí va el inicio:

Ahora que lo pienso, llevo más de una década traduciendo un libro tras otro, aunque no elegí ser traductora, o al menos no a perpetuidad. Sin pronunciar un sí categórico, se decidió mi rumbo. A menudo las cosas suceden así. Parece que todo conspira para empujarte en una dirección. Decides y sueltas amarras sin ser consciente de que has quemado las naves, de que no hay vuelta atrás. Quería vestirme el traje de ese oficio que parecía hecho a mi medida. Daba la impresión de sentarme como un guante, no preveía encorsetamientos futuros. ¿Una profesión que me permitía trabajar por cuenta propia, estar rodeada de libros y tener un ordenador portátil a modo de oficina, con libertad plena para viajar? No es casual, decía Serguéi Dovlátov, que todos los libros tengan forma de maleta. En todo conviene mesura, pero ¿quién, de joven, no ha ido detrás de cualquier pasión que lo dominara y no ha desdeñado la virtud de ir midiéndolo todo con una cinta métrica?

Cuesta aprender que las pasiones, todas sin excepción, tanto las bajas como las elevadas, al principio son dóciles para quienes las cultivan; más tarde, se convierten en nuestras imperiosas dueñas. Gógol tenía razón: todo lo que habita en nosotros acaba transformándose de raíz y, antes de que nos dé tiempo siquiera a pestañear, habrá crecido en nuestro interior un horrible y despótico gusano que absorberá hasta la última gota de nuestra savia. Solo quien se ha curtido en numerosas travesías sabe atajar el mal en sus comienzos.


[Caballo de Troya]