lunes, marzo 26, 2018

La ley de Carter, de Ted Lewis


En 2017 los editores de Sajalín publicaron por primera vez Carter, la novela de Ted Lewis que inauguraba la trilogía protagonizada por Jack Carter, un sicario británico sin escrúpulos. Aunque ese libro fue adaptado tres veces al cine, la imagen asociada al mismo y al personaje será siempre la de Michael Caine en los 70.

Haciendo recuento de los libros que más me gustaron el año pasado, compruebo que uno de los que más me hicieron disfrutar fue esa novela de Ted Lewis, un escritor con un estilo muy personal, cuyas tramas van siempre al grano y que explica y describe lo justo para no caer jamás en el exceso: Lewis sigue, de alguna manera, la tradición narrativa norteamericana, cuyos escritores son capaces de hacer literatura sólo con la visita de un tipo a una cafetería y los diálogos que se originan en ese espacio donde se encuentran y desencuentran las personas, y donde en cierta manera se le toma el pulso a las ciudades, a la época, al género. Véanse, por ejemplo, cómo las secuencias que transcurren en las cafeterías de la serie The Deuce sirven de eficaz muestra sobre una década y una forma de vida y las conductas aparejadas con todo esto.

Quien haya leído Carter, sabrá que era difícil o imposible continuar más allá de lo que nos contaron. Por eso Ted Lewis escribió algo que hoy está muy de moda, pero que hasta donde yo sé no lo estaba tanto en los 70: escribió una precuela, una historia sobre cómo trabajaba Carter en Londres antes de irse a su localidad natal para averiguar quién y por qué había matado a su hermano, una historia previa, por tanto, al primer libro.

En La ley de Carter tenemos a un criminal que está a punto de delatar a los suyos a la policía. Y Jack Carter se moverá con rapidez para impedir que el soplón salve el culo y joda a los demás. Eso supone rastrear la ciudad, apretarles las tuercas a unos cuantos, correr riesgos diarios. Es curioso lo que ocurre con el personaje porque, siendo un individuo tan implacable, tan desalmado, tan negativo aunque estricto con su código de honor, en el fondo nos cae bien, sentimos cierta simpatía por él (aunque no empatía), del mismo modo que sucedía, por ejemplo, con Michael Corleone o Tony Soprano. Si en estos dos casos era una virtud de los guionistas y de los actores que los interpretaron, aquí todo obedece a la maestría de Ted Lewis, que convierte al narrador en esa clase de tío que nos mete miedo, pero al que a veces (sólo a veces) llegamos a comprender.

Si ya han publicado dos de las novelas de Carter, esperemos que en Sajalín no dejen escapar la tercera y podamos disfrutarla el año que viene. Incluso aunque fuera más floja, nos da igual: unas líneas de Carter valen más que muchas de las novedades que luego algunos críticos aúpan a los altares. Aquí va un fragmento:

Subo las escaleras del bar remodelado de Waterloo Staton. Sí, es todo alfombras y adornos, y cuenta con una iluminación suave y colores elegantes, pero aun así no ha perdido la tradición de los Ferrocarriles Británicos; todavía consigue dar esa impresión de suciedad, ceniceros sin vaciar y mugre. Hagan lo que hagan, eso nunca cambiará.
Pido una copa y me quedo de pie en la tribuna acristalada que asoma justo por encima del gentío que pasa por el vestíbulo de la estación. El sistema de megafonía impone el espíritu navideño a los transeúntes escupiéndoles la canción "God Rest Ye Merry Gentleman", pero a juzgar por la expresión de las caras, nadie hace caso de la música. Lo más que se acercará esta gente al espíritu navideño de fraternidad será para compartir el pensamiento siguiente: ¿por qué no se va a tomar por culo este cabrón que tengo delante?


[Sajalín Editores. Traducción de Damià Alou]

miércoles, marzo 21, 2018

George Orwell fue amigo mío, de Adam Johnson



Adam Johnson recibió el National Book Award por este conjunto de relatos, seis en total, y todos ellos de una calidad muy alta. Dos, en concreto, son demoledores: "Nirvana", en el que un hombre narra lo que le ocurre a su mujer (parálisis, se supone que temporal) en un tiempo en el que él ha inventado una especie de proyección del presidente porque en su trabajo se dedica a programar y crea a un gobernante con el que conversar para que nos proporcione consuelo; y "Datos interesantes", cuya narradora es una madre que ha enfermado de cáncer, y que va recopilando muchos datos de diversos temas y que suelta sentencias dolorosas (Pero a veces tienes el cerebro embotado por la quimio y andas así así de equilibrio, y las uñas te pican una barbaridad y no quieres hablar con nadie. Preparos para eso).

En cada relato, Adam Johnson cambia de tema y de tiempo y sorprende al lector con sus giros. Del primero, de corte más o menos futurista, salta a "Huracanes anónimos", ambientado en Nueva Orleans después del Katrina, o a Berlín, donde un hombre que trabajó para la Stasi descubre cómo el pasado regresa para recordarle un régimen de torturas y de vejaciones. Aquí va un fragmento del primer relato:

¿Se puede contar una historia que no empieza, sino que de pronto está sucediendo? La mujer a la que amas pilla la gripe. Nota un cosquilleo en los dedos, insensibilidad en las piernas. Pronto no puede sostener una taza de café. Lo que finalmente la lleva al hospital es que necesita hacer pipí, se muere de ganas; pero la parálisis ha empezado y la vejiga ya no oye al cerebro. Después de que un médico de urgencias le coloque un catéter de Foley, aprendes varios conceptos nuevos, como axón, arreflexia o polineuropatía periférica ascendente.
Charlotte dice que está llena de "ruido", que hay una "tormenta" en su interior.


[Seix Barral. Traducción de Carles Andreu]

Próximamente: Pura vida


De Patrick Deville. En Anagrama.

jueves, marzo 15, 2018

Del fondo, de Vicente Muñoz Álvarez. Ilustrado por Andrés Casciani


La última propuesta de Vicente Muñoz Álvarez va más allá de su poesía habitual, e incluso más allá de cuanto haya escrito. A medio camino entre el cómic, el poemario y la narrativa de terror, Del fondo, que cuenta con unas extraordinarias ilustraciones de Andrés Casciani, es un viaje en modo poético por los abismos de la locura y del infierno: hombres que habitan una especie de limbo horrible en el que las carnes se pudren y donde acechan un predicador y un coleccionista de rarezas y los seres humanos dejan de ser humanos para convertirse en bestias inmundas, en criaturas innombrables, mutantes que aúnan los mundos crueles de Clive Barker y de H. P. Lovecraft, dos de los referentes de esta pesadilla en versos y en dibujos: ambos forman una simbiosis perfecta sobre esos universos donde la carne se corrompe y entran en juego el metal y el acero para recordarnos que el eco de David Cronenberg se pasea por sus páginas.

Con prólogo de Jesús Palacios (Abismos borboteantes de una vida blasfema, de una carne enferma, necrótica y licuefacta, que sin embargo se convierten en perfecto huésped simbionte de los desdichados seres que se ven condenados a deambular por ellos, quizá eternamente, escribe sobre el libro) y epílogo de Pablo Malmierca (No es solo el cuerpo el que cambia, los túneles sufren una metamorfosis continua, enloquece el entorno, enloquecen los cuerpos, apunta).

Termina uno su lectura con cierta sensación de sofoco, propia de esos infiernos con los que a menudo nos meten miedo. Aquí van unos fragmentos:



La propia carne del túnel,
que a la vez es la nuestra,
carne de nuestra carne,
es también nuestro alimento.

Pedazos sanguinolentos
que arrancamos famélicos
de las paredes de las galerías,
aun sabiendo
que esa carne y esa sangre,
nuestro alimento,
generará en nuestro interior
terribles seres.

**

En algunas zonas del cuerpo,
especialmente en las axilas,
además de llagas y protuberancias,
pústulas y excrecencias,
nos nacen una especie de yemas
que aumentan rápidamente de tamaño
hasta sufrir un estrangulamiento en la base
que las separa de la herida original
y dota de autonomía propia.

Un proceso de división celular,
además de doloroso,
cansino y aterrador.

**

De mi pierna
nace un brazo
y de ese brazo
otra pierna
y de esa pierna
una cabeza
y en esa cabeza,
latiendo cansinamente,
un corazón.

Yo es otro.

[Producciones Vinalia Trippers]


Próximamente: Yo por dentro


De Sam Shepard. En Anagrama.

lunes, marzo 12, 2018

Ordesa, de Manuel Vilas


Todo mi pasado se hundió cuando mi madre hizo lo mismo que mi padre: morirse.

**

El miedo, al menos en personalidades como la mía, va asociado al espíritu de supervivencia. Cuanto más miedo tienes, más sobrevives. Siempre he tenido miedo. Pero, en cierto modo, el miedo no ha impedido que me metiera en líos.

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El pasado es la vida ya entregada al oficio de la oscuridad. El pasado nunca se marcha, siempre puede retornar. Vuelve, siempre vuelve. Contiene alegría el pasado. Es un huracán el pasado. Lo que es todo en la vida de la gente. El pasado es amor también. Vivir obsesionado con el pasado no te deja disfrutar del presente, pero disfrutar del presente sin que el peso del pasado acuda con su desolación a ese presente no es un gozo sino una alienación. No hay alienación en el pasado.

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Yo solo pude conocer a mi padre cuando fue ya mi padre. Si lo hubiera conocido antes de serlo, habría conocido la falta de necesidad de mí mismo; habría conocido un mundo sin mí.

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En fin, en cualquier caso, lo único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya.
No esperes a mañana, porque el mañana es de los muertos.

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Es un error pensar que los muertos son algo triste o desalentador o depresivo; no, los muertos son la intemperie del pasado que llega al presente desde un aullido enamorado.
Creo en los muertos porque ellos me amaron mucho más que los vivos de hoy.

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La gente es como es, y ya está. Y cuando todos han muerto todo da igual, porque todos los muertos fueron grandes hombres y mujeres; la muerte les dio un significado final digno y afortunado.

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Si mi madre no estaba, el mundo era hostil.

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Cuando ella quería hablar, yo estaba ausente. Cuando yo he querido hablar, ella estaba muerta.

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La muerte da un significado inesperado a la vida de cualquier ser humano. Se impide de forma inapelable cualquier noticia. Se cierra la posibilidad de movimiento. La muerte premia a quienes fracasaron en vida, a quienes no fueron motivo de portadas de periódicos, de noticias en la televisión, de fotografías, de fama y celebridad iconográfica.

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La vida les espera, y dentro de cuarenta años me buscarán. Ojalá encuentren mi amor. Ojalá pudiera protegerlos hasta el último minuto de la eternidad. Y creo que puedo hacerlo. Siempre estaré a su lado. Siempre los amaré. Como siempre fui amado por mi padre. Buscarán esas comidas de veinte minutos, y buscarán este apartamento, y buscarán mi rostro.
Y no lo encontrarán, porque estaré muerto. Pero velaré por ellos, aunque esté muerto.

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Daría mi vida por protegerte mañana,
por que no te alcance nunca ninguna desdicha,
ningún dolor, ningún veneno de los hombres.

[Alfaguara]

miércoles, marzo 07, 2018

El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, de Andrea Köhler


Esperar es una lata. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer del tiempo y sus promesas.

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El que sabe esperar sabe lo que significa vivir en el condicional.

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El ser humano es un animal que espera y es capaz de anticipar la muerte. Pero así como la desaparición de los intersticios y el acortamiento de los tiempos de espera intentan excluir cada vez más lo impredecible, también los rituales de despedida se han adaptado a esa actividad incesante que sin suda altera el escenario del morir. En una despedida hay siempre una pequeña muerte, o al menos la posibilidad de no volverse a ver.

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La espera de una llamada no solo te vuelve indefenso, sino que es un estado que oscila entre la pasividad y la acción. Se puede hacer algo para aliviar la tensión, para cruzar el silencio con una trémula base de palabras que sirvan de puente. Cuando nadie te habla, empiezas a hablarte tú mismo.

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La enfermedad también suele ser la puerta de ese estado de espera en el que la vida se nos presenta como viscosa masa temporal: el torturador aburrimiento.

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El aburrimiento llega cuando ya ni siquiera sabemos qué esperamos. Lo único que uno percibe en ese vacío, que muchas veces se inflama hasta convertirse en asco existencial, es "el latido del tiempo en uno mismo".

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Hoy la movilidad es la fórmula mágica que en nombre de la flexibilidad laboral ha sometido hasta al espíritu viajero. Pero el viajero que desdeña el tiempo en ruta como molesto tiempo de espera niega el deseo que en el fondo subyace a todo viaje: el de regresar siendo otro. Pues viajar sigue siendo una de las pocas formas de ser en las que el camino puede experimentarse como meta; y sin los afanes del camino muchas veces la llegada se vuelve nimia e insípida. El Eros es transitorio y se inflama en ruta, en la agitada interferencia entre la salida y la llegada. Y por eso en cada viaje largo resucitan vestigios de esa fiebre infantil que nos regalaban las primeras experiencias inusuales.

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La percepción ocurre en un lapso de tiempo preciso. Pero con la llegada de los medios de comunicación de masas, nuestro aparato sensorial se ha adaptado a esa fluctuación entre sensaciones puntuales en la que muchas veces resulta difícil distinguir lo importante de lo trivial. Dejamos de percibir el mundo en sí para recibir noticias sobre él.


[Libros del Asteroide. Traducción de Cristina García Ohlrich]

Próximamente: La fiebre del heno


De Stanislaw Lem. En Impedimenta.

Próximamente: Aberración estelar


De Gilbert Sorrentino. En Underwood Editorial.

viernes, marzo 02, 2018

En el polvo de este planeta [El horror de la filosofía vol. 1], de Eugene Thacker


El mundo es cada vez más impensable: un mundo de desastres planetarios, de pandemias emergentes, de movimientos tectónicos y extrañas variaciones climáticas, de paisajes marinos inundados por el petróleo, y sobre el que asoma la furtiva pero creciente amenaza de la extinción. A pesar de nuestros deseos, necesidades y preocupaciones cotidianas, es cada vez más difícil comprender el mundo en el que vivimos y del que formamos parte. Enfrentarse a esta idea es enfrentarse a un límite absoluto de nuestra capacidad de entender el mundo, una idea que de hecho ha sido el tema central del género de horror durante mucho tiempo.

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El objetivo de este libro es explorar la relación entre la filosofía y el horror, a través de este tema del "mundo impensable". Más concretamente, exploraremos la relación entre la filosofía en sus fronteras con varios campos adyacentes (demonología, ocultismo, y misticismo) y el género del terror sobrenatural, en tanto se manifiesta en la ficción, los cómics, la música y otros medios.

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Si el demonio se toma en este sentido antropológico como la relación de lo humano con lo no-humano (en todas las formas posibles de lo no-humano) entonces podemos ver cómo el demonio ha atravesado históricamente varias fases: primero, el demonio clásico, elemental, ayuda y obstáculo al mismo tiempo (el demonio está junto a mí); luego, el demonio medieval, un ser sobrenatural e intermediario cuya función es tentar al humano (los demonios me rodean); en tercer lugar tenemos el demonio moderno, convertido en un hecho natural y científico por el psicoanálisis, e internalizado como una de las muchas maquinaciones del inconsciente (soy un demonio para mí mismo); y finalmente, el demonio contemporáneo, en el que los aspectos sociales y políticos del antagonismo se atribuyen al Otro como relaciones de enemistad (el demonio son los otros).

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No es sorprendente que el género de terror esté también repleto de excreciones, una materia que parece indefectiblemente ligada al monstruo, fluyendo de su ser y haciéndolo más abyecto y repulsivo todavía. La excreción es también la amenazante cuasi-presencia del monstruo, su pisada, su huella digital o tentacular.

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Sin embargo, los ejemplos más instructivos provienen del cine clásico de terror, y en particular del "cine de monstruos" de estudios de Hollywood como la Universal o la RKO. La proliferación de contradicciones vivientes en las películas de terror constituye nuestro bestiario moderno. Por ello, vamos a aventurar una hagiografía de la vida en la relación entre teología y horror; el muerto viviente, el no-muerto, el demonio, y el fantasma. Para cada caso hay, respectivamente: una figura ejemplar, un modo alegórico, un modo de manifestación, y un principio metafísico que será el vínculo entre filosofía y horror.

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En un contexto contemporáneo en el que constantemente se nos recuerda la fragilidad planetaria (y cósmica) de los seres humanos, y además en formas que parecen absolutamente indiferentes a la "historia de la humanidad" (inundaciones, terremotos, incendios descontrolados y huracanes, sequías y temperaturas extremas), quizás algo llamado misticismo cobre un significado inesperado.

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No hay ser-a-favor del mundo y mucho menos de la naturaleza o el clima. A lo sumo, la aparente prevalencia de desastres naturales y pandemias globales indica que no estamos a favor del mundo, sino que el mundo está contra nosotros. Pero incluso esto es un punto de vista demasiado antropocéntrico, como si el mundo albergara un sentimiento de venganza contra la humanidad. Sería más preciso –y más horrible, en cierto sentido–decir que el mundo es indiferente a nosotros en tanto seres humanos.



[Materia Oscura Editorial. Traducción de Hugo Castignani]