martes, octubre 31, 2017

Sylvia, de Leonard Michaels


En algunas ocasiones (al menos a mí me sucede), la noticia de que tal o cual traductor se encargue de un texto ya es un indicio de una lectura de calidad. Me refiero no sólo a que un buen traductor siempre haga un gran trabajo, sino a que muchos de mis traductores favoritos tienen un gusto especial: los encargos que aceptan provienen también de sus filias, de sus gustos e intereses. En suma: nos suelen entusiasmar los mismos libros. Cuando vi que la traducción de Sylvia era de Carlos Manzano supe que no debía perderme esta novela.

No había leído a Leonard Michaels, si exceptuamos uno o dos de esos relatos que entran en las antologías, y Sylvia me gustó tanto que en la misma semana de la lectura me compré sus cuentos completos (en Lumen). Es una novela corta, de apenas 130 páginas, autobiográfica, sencilla y a la vez profunda, deliciosa y emotiva. Cuenta la relación conflictiva del autor con una mujer desequilibrada, una de esas relaciones en las que abundan las peleas, los celos, los desplantes, el sufrimiento. Está escrita de esa manera precisa que sólo encontramos ya en algunos narradores norteamericanos de hace unos años. Tanto me gustó que, apenas unos días después de su lectura, y aprovechando que es un libro breve, la releí. Aquí van unos extractos:

La verdad es que yo no sabía exactamente lo que estaba haciendo ni por qué estaba en Cambridge. Sylvia quería que estuviera allí y yo no tenía motivo práctico e inmediato alguno para estar en otro sitio: ni un empleo ni nada que hacer. Mi deseo de escribir relatos nada tenía que ver. No daba dinero. No era un trabajo. Cuando miraba la cara de Sylvia, me gustaba lo que veía, pero seguía sin saber por qué estaba en Cambridge. De pocas cosas estaba seguro. Durante la semana en que había estado fuera de Nueva York, la había echado de menos, pero mis sentimientos eran simplemente tan intensos como inciertos. Estando con ella en Cambridge, no sentía la necesidad de estar en otro lugar. Iba a ser un verano estupendo, florido, fragante. Yo tenía una novia y ninguna obligación. Bastaba con estar.

**

Yo escribía y escribía, rompía todas las páginas y escribía algo más. Al cabo de un rato, no sabía por qué estaba escribiendo. Mi deseo original, ya bastante complicado, se volvió una compulsión agotadora, en parte a pesar de Sylvia. Trabajaba denodadamente en el cuarto frío, más de lo necesario, con la esperanza de que estuviera, así, justificado.

**

Me veía demasiado embrollado con las palabras, la extraña relación de los sonidos, como si hubiera una música detrás de las palabras, como el extraño canto de un demiurgo del que procedían imágenes, realidades virtuales, calles, árboles y personas.

**

A veces, mientras escribía en el cuarto frío, me sentía eufórico, como si hubiera trascendido todas las dificultades y hubiese hecho algo bueno. El relato se había escrito solo. No conservaba residuo alguno de mí. Estaba limpio. Un día después, al leerlo con espíritu más crítico, me sumía en los pensamientos más negros sobre mi destino. Deseaba tan poco: tan solo un relato que no me hiciese sentirme avergonzado de mí mismo la semana siguiente o cinco años después. Era desear demasiado. El relato que había escrito no era bueno, lo que me rompía el corazón. Yo no valía.
-¿Ya te vas a tu agujero?
Tenía la sensación de estar cavándolo.

**

Estoy sin trabajo, sin trabajo, sin trabajo. No he publicado nada. No tengo nada que decir. Estoy casado con una loca.

**

Era difícil, de momento en momento –al caminar, hablar, reír, escribir, cagar– no decir o hacer algo que hiriera a Sylvia.

**

A veces, después de una pelea, íbamos al cine. Era como ir a la iglesia. Entrábamos entre la gente, encontrábamos nuestras butacas, mirábamos hacia la luz y sucumbíamos a la vasta imaginación común. Al salir, nos sentíamos cariñosos y buenos, con las heridas curadas. En la sesión continua de la calle Cuarenta y dos, nos sentábamos en el gallinero, con los muy fumadores y los que comían palomitas tanteando con los dedos y rechinando con la boca. Otros chupaban chocolate, lamían helados y hacían sonar los envoltorios de caramelos. Había borrachos y bobos que hablaban a la pantalla. Los vagabundos escupían en el suelo. Era un cine como Dios manda, lugar para los insomnes de Manhattan, como un zoo, pero, con su anonimato en masa, daba sensación de intimidad. Podíamos ir al cine juntos aunque veinte minutos antes hubiéramos estado gritando como si fuésemos a matarnos. En la silenciosa desolación que seguía a una pelea, yo podía decir: "¿Quieres ir al cine?".


[Libros del Asteroide. Traducción de Carlos Manzano]

viernes, octubre 27, 2017

Donde la ebriedad, de David Refoyo



CHARLES SIMIC EN LA GASOLINERA

Aquel hombre podía haber sido yo mismo// Nos miramos
/ alguien capaz de dejar atrás su antigua vida/ para no
interpretarse a sí mismo una y otra vez// Quedar reducido
a un personaje/ tal vez Jorge o José María o Enrique/ he
ahí la única hazaña auténtica del hombre de hoy/ huir del
no y buscar un nuevo hogar en las semillas/ en el agua/ en
el amor// No hablamos/ no cruzamos un triste monosílabo//
Yo llegaba cuando el mundo parecía marcharse/ me
resultó reconfortante/ creí en mis posibilidades/ recité a
Simic de memoria/ no al Simic de los libros sino al que
suele acompañarme al dentista o en el bus interurbano//
Vislumbré los proyectos/ el sonido acompasado de
los electrogramas// Volví al coche/ Emprendimos viaje/
 

Este verano los calendarios nos sonríen –dijiste/ pensé en
el Madrid o el Barça y sus cómodos partidos de fin de
temporada/ sonreímos/ aceleraste como quien toma el
volante por vez primera/ intermitente/ Atrás aquel tipo
que se parecía a otros tipos como nosotros/ atrás Simic y
Luis Cernuda/ atrás el litro de gasoil a 1,18 €// Delante las
bestias/ los cámpines/ los cuadernos vacíos que esperan
pacientes/ versos derramados/ metáforas cautivas/ esbozos
de una chica semidesnuda sobre la arena/ delante el
viento/ 90 kilómetros por hora/ la ausencia//
de prisa/
de frío/
de temperatura/
/
¿Quieres escribir esta página en blanco conmigo?/ pensaste/
pensé/
/ sí/
/ya no hay otra posibilidad/
/

**

DE AQUELLAS ESCUCHABA A LOS RODRÍGUEZ

…...............................
Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
..............................................................................
.Luis Cernuda

Quise volar y no pude.

Quise ser el dios de la noria,
el chico malo de los coches de choque
y mascar chicle junto a las pijas adoctrinadas
del instituto.

Y no pude.

Me detuve al borde de la fiebre
y supe que todo esto tendría fin.

No te preocupes por los agradecimientos: ya no podré escucharlos.

Cuida la selección musical. Es mi única petición.

De nada servirán los libros ni aquellos polvos de madrugada
o los viajes al Sur y las series sobre la mansa épica del sofá.

No quedarán
kalimotxo ni discos de vinilo

pero el 'rock' no, eso no podemos perderlo –dijiste.

Me enterrarán en Père-Lachaise y colgaremos el vídeo en YouTube.
 


Divisions 6 será un buen título.

Es el mejor de los títulos,
definitivamente.



[La Bella Varsovia] 

martes, octubre 24, 2017

Hollywood gótico, de David J. Skal


Quien no haya leído a David J. Skal, debería ir corriendo a buscar su "biblia" titulada Monster Show (aunque puede que esté agotada), que, junto a Danza macabra (de Stephen King: ambos libros en Valdemar), son probablemente los dos mejores volúmenes en torno al género de terror que yo he leído jamás. Si no encuentras ese ensayo de Skal, puedes adentrarte en otra maravilla: Hollywood gótico, es decir, La enmarañada historia de Drácula. Y, si te gusta, también puedes encontrar este mismo mes en las librerías su voluminosa biografía sobre Bram Stoker: Algo en la sangre (ambos libros en Es Pop Ediciones, que publica pocos títulos al año, pero sus ediciones son para enmarcar).

Hollywood gótico es un recorrido exhaustivo por todo lo relacionado con Drácula: la novela, los orígenes, las inspiraciones, las obras de teatro, las numerosas películas que adaptaron o traicionaron o homenajearon o burlaron el original, el merchandising con el rostro de Bela Lugosi, los rumores y las leyendas y las maldiciones que el nombre ha acarreado… Incluso anécdotas e historias interesantísimas como las que atañen al rodaje nocturno del Drácula español (película que rodaban por la noche, aprovechando los decorados del rodaje de día del filme de Tod Browning) y las acusaciones de su viuda a los cineastas que utilizaron la historia sin mencionar el libro ni adquirir los derechos. Documentado hasta la extenuación, bien traducido por Óscar Palmer y repleto de fotografías e ilustraciones. Unos fragmentos:

Aunque desconozcamos por completo los orígenes del mito, la mayoría de nosotros somos capaces de recitar sin que nadie nos las sople las características más destacadas del vampiro: que duerme durante el día para alzarse de su lecho-ataúd con la llegada del crepúsculo y nutrirse con la sangre de los vivos; su facultad de asumir la forma del murciélago, el lobo o la niebla; que puede ser destruido atravesándole el corazón con una estaca y rechazado eficazmente mediante el uso del ajo, el acónito, el crucifijo o el poder de la Eucaristía. Hemos recibido la información, no mediante la experiencia directa sino a través de una curiosa transfusión cultural... y sin embargo, a determinado nivel psicológico, debe de reflejar alguna especie de conocimiento universal, por muy velado o recóndito que sea.
Siempre maleable, Drácula ha sido pesadilla sexual victoriana en lo literario, presencia habitual en el teatro, icono cinematográfico, marca registrada, peluche, helado y hasta cereales para el desayuno. Complejo, contradictorio y desconcertante, Drácula nos presenta incitante el mismo interrogante planteado por Hamlet al fantasma: "Seas espíritu del bien o trasgo condenado".

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Éste no es el primer libro que se escribe acerca de Drácula y tampoco será el último, pero hasta la fecha la mayoría de los enfoques han ignorado en gran medida la fascinante historia –que en la actualidad abarca más de un siglo– de los hombres y mujeres cuyas vidas acabaron entrelazadas con el peculiar poder del mito.
Drácula ha ejercido una  atracción irresistible y, en ocasiones, faustiana sobre numerosos individuos que se han servido de la cada vez más poderosa maquinaria de la edición, la dramaturgia y la cinematografía para explotar el poder de la historia y extender su influencia.



[Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer Yáñez] 

Próximamente: Tiempos de swing


De Zadie Smith. En Ediciones Salamandra.

sábado, octubre 21, 2017

viernes, octubre 20, 2017

Wanderlust. Una historia del caminar, de Rebecca Solnit


Un caminante solitario está a la vez presente y separado del mundo que hay a su alrededor, es más que espectador pero menos que participante. El caminar suaviza o legitima ese aislamiento: el caminante está levemente desconectado por estar caminando, no por ser incapaz de conectarse.

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Tal como la escritura le permite a uno leer las palabras de alguien que está ausente, los caminos hacen posible trazar la ruta de los ausentes; los caminos son un registro de aquellos que han andado antes por ella y seguir esos caminos es seguir a gente que ya no está aquí –ya no santos y dioses sino pastores, cazadores, ingenieros, emigrantes, campesinos o simplemente personas que se dirigen hacia sus lugares de trabajo–.

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Escribir es abrir un nuevo camino por el terreno de la imaginación o señalar nuevos aspectos de una ruta ya conocida. Leer es viajar por ese terreno con el autor como guía, guía con quien uno puede no siempre estar de acuerdo o en quien uno no siempre confía, pero con quien al menos sí se puede contar para que nos lleve a alguna parte.

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Las líneas de canciones son instrumentos de navegación por el inmenso desierto, mientras que el paisaje es una técnica mnemotécnica para recordar las historias: en otras palabras, la historia es un mapa y el paisaje, una narrativa.

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Las mujeres han sido castigadas e intimidadas por intentar hacer efectiva la más simple de las libertades, salir a caminar, porque su caminar y, de hecho, todo su ser ha sido construido como algo inevitable y continuamente sexual en aquellas sociedades entregadas al control de la sexualidad femenina.


[Capitán Swing. Traducción de Álvaro Matus]

martes, octubre 17, 2017

Asimetría, de Adam Zagajewski


MALETA

Cracovia nublada por la mañana, las colinas humeaban.
En Múnich llovía, los Alpes, invisibles
y pesados, descansaban en los valles como piedras.

Hasta Atenas no vimos el sol que
provocó que el aire, todo el aire,
toda una inmensa flota de aire
se transformara en oro tembloroso.

Como dicen los escritores religiosos: de repente
me convertí en otra persona.

Soy tan sólo un turista en el mundo visible,
una de entre esas miles de sombras que
deambulan por las salas inmensas de los aeropuertos,

y detrás de mí como un perro fiel con sus pequeñas ruedas
tengo a mi maleta verde.

Soy tan sólo un turista distraído,
pero amo la luz.

**

ACERCA DE MI MADRE

Acerca de mi madre no sabría decir nada,
cómo repetía vas a lamentarlo
cuando ya no esté, y yo no creía
ni en ya ni en no esté,
cómo me gustaba mirarla leyendo una novela de moda,
yendo directamente al último capítulo,
cómo en la cocina, donde pensaba que no era un lugar
adecuado para mí, preparaba el café del domingo,
o, lo que era aún peor, un filete de bacalao,
cómo esperaba a que llegaran los invitados y se miraba
al espejo, haciendo aquella cara que la protegía tan bien
de mirarse cómo era realmente (por lo que parece, eso
lo cogí de ella, igual que otras debilidades),
cómo hablaba con soltura de las cosas
que no eran su fuerte, y cómo tontamente
la hacía rabiar, como aquel día que se comparó
con Beethoven, al perder el oído,
y yo le dije, cruel, pero sabes, él
tenía talento, y cómo me lo perdonaba todo
y cómo lo recuerdo todo, y cómo volé de Houston
a su entierro y no supe decir nada,
y sigo sin saberlo.

**

ESE DÍA

Ese día cuando te llega la noticia
de que ha muerto alguien cercano, un amigo, o alguien
que no conocíamos pero que admirábamos en la distancia;
ese primer instante, las primeras horas: él o ella están muertos,
parece como seguro, inevitable, tal vez incluso
justificado, confiamos (de mal grado) en la persona que nos lo anuncia
por teléfono, desesperada, o tal vez en el locutor de una emisora
indiferente, pero no podemos creerlo,
no podemos aceptarlo por nada del mundo,
porque todavía no ha muerto (para nosotros), no ha muerto,
él (ella) ya no está, pero todavía no ha desaparecido
para siempre, todo lo contrario, parece que esté en el punto
más álgido de su existencia, sigue creciendo,
aunque ya no esté, sigue hablando,
aunque ya haya enmudecido, sigue triunfando,
aunque ya haya perdido, ha perdido su batalla (¿contra qué?
¿contra el tiempo? ¿contra el cuerpo?), pero no, es mentira, ha vencido,
ha alcanzado la plenitud, la mayor plenitud posible,
está tan pleno, es tan grande, tan admirable que no cabe
en la vida, hace estallar los vasos frágiles de la vida,
domina sobre los vivos como si estuviera hecho
de otro material, del bronce más resistente,
pero al mismo tiempo empezamos a dudar,
tenemos miedo, inferimos, sabemos
que al instante aparecerá el silencio
y un llanto impotente.


[Acantilado. Traducción de Xavier Farré]

Próximamente: Tango satánico


De László Krasznahorkai. En Acantilado.

viernes, octubre 13, 2017

En tierras de ficción, de Robert Saladrigas


Dos años atrás comenté (en este blog y en el suplemento de cultura de El Plural) el libro anterior de Robert Saladrigas, De un lector que cuenta, en el que se recogía una amplia muestra de su oficio como crítico. Saladrigas es, para mí, uno de los mejores críticos literarios de este país, si no el mejor. Es alguien que no suele detenerse a destrozar libros, sino sólo a recomendar los que le han gustado. Saladrigas lo apunta en la conversación final, que se incluye como apéndice del volumen: es él quien, por lo general, suele elegir las lecturas y además acierta. Cuando uno lee sus textos, inmediatamente quiere abalanzarse sobre las obras que comenta, pues su mayor virtud (aparte de que sus análisis sean siempre rigurosos) es que te contagia su entusiasmo, te transmite su pasión, te motiva a seguir buscando aquellos títulos que no tenías o que aún no has leído porque están sepultados en las pilas de tu biblioteca.

Robert Saladrigas se convierte, así, en un guía perfecto para la literatura de los siglos XX y XXI, comentando la obra de autores como Joseph Conrad, Katherine Mansfield, Samuel Beckett, Malcolm Lowry, Paula Fox, Witold Gombrowicz, Kjell Askildsen, Louis-Ferdinand Céline, Orhan Pamuk, Clarice Lispector, Juan Carlos Onetti, James Agee, Donald Barthelme, Thomas Pynchon, Siri Hudsvedt o Evan Dara.

Destaco un par de comentarios suyos que, como he apuntado antes, se incluyen en una conversación final entre Saladrigas, Fernando Valls y José María Guelbenzu:

A ver, cuando se dedican a deconstruir los textos, tengo no ya la impresión sino el convencimiento de que realmente no hay texto que pueda salir indemne, ni siquiera el Quijote. Esa labor de clínicos forenses que consiste en potenciar el supranálisis casi científico de la obra bajo la lente de un microscopio que no la tiene en cuenta como expresión artística, me parece que solo ha servido para proporcionar fama académica a la gente que lo ha hecho, pero no ha aportado nada a la literatura. La gran obra sigue siendo un producto de la sensibilidad humana que, por supuesto, tiene fallos. El texto perfecto no existe.

**

Recuerdo la primera vez que leí a Robert Musil. La verdad es que me perdí y lo dejé. Al cabo de los años volví a El hombre sin atributos y me encantó. O los libros que supongo que hoy nadie lee, como La muerte de Virgilio de Hermann Broch, que en mi memoria, en mi formación y mi recuerdo, me parece una obra apabullante e intemporal. Algo tiene que pasar en uno cuando lee y se siente conmovido o bajo los efectos de un cataclismo. Y si no ocurre así, hay que reconocerlo. A lo mejor es un buen libro y a ti no te dice nada, pero sigue siendo un buen libro. Existe una barrera entre cómo percibes una obra y lo que en realidad puedes encontrar en ella.

**

[…] cuando has leído lo grande de la literatura, puedes caer en el grave error de tenerlo como único parámetro. Y de comparar todo lo que estás leyendo hoy –que el tiempo dirá si sobrevive o no– con aquello que sabes perfectamente que el tiempo ha consagrado.


[Menoscuarto Ediciones]  

lunes, octubre 09, 2017

La vergüenza, de Annie Ernaux


Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde. Yo había ido como de costumbre a misa de doce menos cuarto y después a comprar unos dulces a la pastelería del centro comercial de la ciudad, un conjunto de edificios provisionales construidos después de la guerra. Cuando volví, me quité la ropa de domingo y me puse un vestido de estar por casa. Después de que los clientes se marcharan y de que echáramos el cierre de nuestra tienda de ultramarinos, empezamos a comer.

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Todo el mundo vigilaba a todo el mundo. Era obligatorio conocer la vida de los demás para hablar de ella, y amurallar la de uno mismo para que no hablaran de ella. Había que saber sonsacar a los demás pero sin dejarse sonsacar, y sólo decir "lo que realmente se quería contar". La distracción favorita de la gente era verse los unos a los otros.

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La salud era una cualidad, "no tiene salud" era una acusación y una señal de compasión. La enfermedad, fuera lo que fuera, se hallaba confusamente unida a la culpa, como si se reprochara al enfermo haber bajado la guardia frente al destino. Pocas veces se concedía a los otros el derecho a estar enfermos con todas las de la ley, siempre se sospechaba que estaban demasiado pendientes de sí mismos.

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La vergüenza siempre lleva consigo la sensación de que, a partir de ese momento, puede sucederte cualquier cosa, de que es algo que no tiene fin, pues la vergüenza se alimenta de vergüenza.


[Tusquets Editores. Traducción de Mercedes y Berta Corral]

jueves, octubre 05, 2017

Diario (1953 – 1969), de Witold Gombrowicz


No quisiera extenderme demasiado en mi comentario porque, a continuación, irán pegadas numerosas citas de este diario inmenso (en todos los sentidos). Llevaba años queriendo comprarlo y no lo hacía por su precio… Hasta que una mañana de suerte lo encontré en una de esas tiendas del Rastro donde no entienden mucho de libros… y me lo vendieron de primera mano por una cantidad casi ridícula.

La historia de Witold Gombrowicz no tiene parangón en la literatura contemporánea. Empezó a ser polémico en sus primeras publicaciones. El inicio de la Segunda Guerra Mundial le pilló mientras viajaba por Argentina y ya no pudo regresar a Polonia, invadida por los nazis. Se quedó sin nada: sin familia, sin amigos, sin dinero, sin propiedades, sin trabajo, sin un hogar al que volver. En Buenos Aires, sumido en la pobreza durante años, tuvo que partir de cero y compaginar la literatura con otros oficios. Una revista mensual le ofreció escribir una especie de diario, que es éste, pero que no es un diario en el sentido convencional, sino que incluye ensayos, vistazos al pasado, análisis de la literatura polaca de su tiempo, feroces diatribas contra todo y contra todos… A lo largo de 858 páginas de un volumen de grandes dimensiones acompañamos a Gombrowicz en sus caídas y en sus desgracias, pero también comprobamos cómo un gran escritor es capaz de levantarse del fango e ir hacia arriba poco a poco, de tal manera que antes de morir obtuvo el reconocimiento y pudo volver a viajar por Europa.

Se trata de un hombre atrapado, dolido por el menosprecio que le llega desde su lugar de origen, alguien muy dado a protestar, más o menos como Thomas Bernhard (otro grande) en sus novelas. Esta edición, además, incorpora su célebre opúsculo Contra los poetas, que yo ya había leído porque está publicado de manera aislada (y creo que con otra traducción). En este diario encontraréis muchas citas famosas, algunas conocidas porque a su vez las menciona Enrique Vila-Matas, empezando por ese inicio del diario que dice:

Lunes

Yo.

Martes

Yo.

Miércoles

Yo.

Jueves

Yo.

Inicio que supone toda una declaración de intenciones: las siguientes páginas van a tratar de él y de cuanto le afecte y le interese a él. La prosa de Gombrowicz, muy bien traducida o eso me parece a mí, está repleta de garra y de musicalidad. Aquí van unos cuantos ejemplos: 

El rasgo característico de la literatura es la dureza. Incluso la literatura que sonríe bondadosamente al lector es resultado de un duro desarrollo de su creador. Y la literatura debe tender a agudizar la vida espiritual y no a tolerar semejantes muestras de escritura marginal.

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Transparencia. Hay que poner las cartas boca arriba. Escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad.

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Me he puesto a escribir este diario sencillamente para salvarme, por miedo a la degradación y a un total hundimiento entre las olas de la vida trivial que ya me está llegando al cuello. Pero resulta que tampoco en esto soy ya capaz de esforzarme plenamente. No se puede ser una nulidad durante toda la semana para ponerse a existir el domingo.

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Pervive en mí la convicción de que el escritor que no sabe escribir de sí mismo es incompleto.

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Nuestro verdadero problema es precisamente el envejecimiento, ese aspecto de la muerte que experimentamos cada día, y más que el mismo envejecimiento, aquella particularidad suya que consiste en que esté tan terriblemente, tan totalmente alejado de la belleza. Lo que nos atormenta no es nuestra lenta agonía, sino más bien el hecho de que el encanto de la vida se nos torna inasible.

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Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte. Mi lenguaje en este diario es demasiado correcto, en mis obras artísticas soy más desenvuelto.

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¿Es justo que un autor esté indefenso ante el crítico? ¿Por qué razón debo aceptar sin protestas que me juzgue públicamente el señor X., que a lo mejor posee menos conocimiento de la vida que yo y que casi seguro tiene bastante menos idea acerca de lo que son problemas míos y no suyos? ¿Por qué la opinión del señor X., que al fin y al cabo es una opinión personal más, ha de adquirir el valor de una sentencia por el solo hecho de que él escribe en un periódico? ¿Por qué debo soportar esta arrogancia y esta impertinencia, esta apresurada incuria que lleva el solemne nombre de crítica?

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Mi pregunta es la siguiente: ¿cómo un hombre inferior puede criticar a otro superior, juzgar su personalidad, valorar su trabajo? ¿De qué modo puede suceder esto sin convertirse al mismo tiempo en un absurdo?

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Después de tantos años llenos, a pesar de todo, de esfuerzos y de trabajo, ¿quién soy? Un oficinista rendido por siete horas diarias de darle vueltas a la noria, ahogado en todos sus proyectos literarios. No puedo escribir nada aparte de este diario. Todo se va al garete porque cada día durante siete horas cometo el asesinato de mi propio tiempo. Tantos esfuerzos dedicados a la literatura y ella no es capaz de asegurarme hoy un mínimo de independencia material, ni siquiera un mínimo de dignidad personal. ¿"Escritor"? ¡Qué va! ¡Sobre el papel! En la vida, un cero, un ser mediocre. Si el destino me hubiese castigado por mis pecados, no protestaría. Pero yo he sido destruido por mis virtudes.

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La vida del hombre se convierte con los años en una trampa de acero.

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Por tanto, no es malo que los versos contemporáneos no sean accesibles a cualquiera, lo que sí es malo es que hayan surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos mundos y unos hombres idénticos. Al fin y al cabo, yo mismo soy un autor que defiende obstinadamente su propio nivel, pero al mismo tiempo (lo digo para que no se me eche en cara que practico un género que combato), mis obras ni por un momento se olvidan de que fuera de mi mundillo existen otros mundos. Y si no escribo para el pueblo, no obstante escribo como alguien amenazado por el pueblo o dependiente del pueblo, o creado por el pueblo.

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La literatura seria no existe para hacernos la vida más fácil, sino para complicárnosla.

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Hoy me he despertado con un sentimiento de deleite por no saber qué es un premio literario, por desconocer los honores oficiales, los mimos del público y de la crítica, por no ser "de los nuestros" y por haber entrado en la literatura a la fuerza, arrogante y burlón. ¡Yo soy el self made man de la literatura! Más de uno se queja de haber tenido unos comienzos difíciles. Pero yo he debutado tres veces (una vez antes de la guerra, en Polonia, otra vez en Argentina y una tercera en polaco en la emigración), y ninguno de estos debuts me ha escatimado humillaciones.

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Oh, pero no es Borges quien me irrita, con él y con su obra yo llegaría a entenderme de alguna manera cara a cara…, lo que me irrita son los borgianos, ese ejército de estetas, cinceladores, expertos, iniciados, relojeros, metafísicos, sabihondos, sibaritas… ¡Este artista puro tiene la desagradable capacidad de movilizar en torno suyo todo aquello que hay de más mediocre y castrado!

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Sí, un escritor debe herir. Es igual que en el amor: hay que llegar a la carne viva a través de la ropa.

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Probablemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable.

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Después de todo es bastante triste: consagrarse al arte y estar al mismo tiempo excluido del arte, de su ceremonial, de sus jerarquías, de sus valores, de sus encantos –con una desconfianza casi campesina, con una sonrisa campesina entre astuta y malévola.


[Seix Barral. Traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles]