martes, noviembre 29, 2016

Soñando América, de Russell Banks


Una y otra vez, en la América de hoy, las creencias de los fundamentalistas cristianos, que no sólo son bíblicas sino también apocalípticas, con sus visiones sobre la proximidad del Fin de los Tiempos y el Segundo Advenimiento de Cristo, constituyen un componente cada vez mayor del carácter norteamericano. Su visión fundamentalista, que en la actualidad representa a un sector muy amplio del pueblo estadounidense, el formado por aquellos que no han sido absorbidos por ninguna otra ortodoxia, que viven en los estados del interior y no son ni los consumidores, ni los ciudadanos sobre los que los medios de comunicación ejercen su dominio y sobre quienes a los creadores de opinión de Nueva York, Los Ángeles, Washington y San Francisco les gusta pensar, está retrocediendo hasta ese conflicto inherente del que hablaba antes entre la institución de la esclavitud y las promesas escritas en la Declaración de Independencia y la Constitución, entre la Plantación y la Nueva Jerusalén.

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Así, la diferenciación racial se situó en el centro mismo del imaginario norteamericano desde el principio. Y ahí sigue, ocupando ese lugar central. Nuestras guerras más terribles se han librado por su causa. Casi todas las campañas políticas la abordan, incluso en la actualidad. Esa diferenciación racial modela nuestra vida económica y determina nuestra visión del resto del mundo: el trato que dimos a los habitantes del Sudeste asiático entre finales de la década de 1960 y principios de la de 1970; cómo nos relacionamos con el mundo árabe; cómo tratamos a los africanos. En cierto sentido fundamental, todo se reduce a la raza.

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Quizá constituya la norma y sea el modelo americano, tal como se ha mantenido durante casi dos siglos, el que suponga la excepción y esto debe de ser así porque, cuando la gente viene a Estados Unidos, lo hace a un lugar donde el mito de empezar de nuevo resulta tan poderoso que, paradójicamente, se ha convertido en la esencia misma de lo que significa ser estadounidense. Durante gran parte de nuestra historia ése ha sido nuestro atractivo. Aquí uno no venía sólo a ganar dinero para enviarlo a casa hasta que llegara el momento de regresar. América no era sólo un puesto de trabajo, sino un lugar en el que volver a empezar, y ello nos conduce a la versión primigenia del Sueño Americano que intentábamos describir.

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Porque si hay que empezar de nuevo, antes se debe matar el pasado. Y a los americanos se les da muy bien eso de matar el pasado.

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América siempre ha sido terreno abonado para charlatanes y vendedores.

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Las dos primeras justificaciones de la presencia europea en Norteamérica fueron el materialismo y el idealismo. Y el matrimonio entre capitalismo y democracia es un modo de unir esos dos impulsos en conflicto e ignorar sus contradicciones inherentes.

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La política exterior de Estados Unidos, a pesar de la retórica, se ha movido históricamente por la economía. Así ha sido siempre. Como somos un pueblo tan nacionalista, nos sentimos libres de considerar nuestras relaciones con otros países en términos de pragmatismo y conveniencia. Como contamos con una jerarquía de valores basada en prioridades nacionalistas, creemos que nuestros valores y necesidades son más importantes que los de los demás países. El nacionalismo otorga ese derecho. El nacionalismo alimenta el excepcionalismo. Por ello, lo que pase en Europa o en cualquier otro país del mundo no es tan importante como lo que nos pase a nosotros. Y cuando decimos que estamos exportando la democracia y que lo hacemos para salvar el mundo, suena muy bonito. Probablemente sea el único modo de convencer al pueblo americano de que vaya a la guerra, de que se sacrifique. Pero, en realidad, vamos a la guerra según sea la percepción de nuestras necesidades económicas.

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La presidencia de Estados Unidos es una institución muy peculiar. No es una persona sino un personaje, esto es, un "papel" representado o encarnado por una persona. Y nuestro presidente –en ciertos aspectos más aun que un monarca– representa personalmente el imaginario y los mitos de quienes lo han elegido. Nosotros elegimos presidentes, pero no basándonos en su experiencia, ni siquiera en sus opiniones políticas. Los elegimos según conecten mejor o peor con nuestras creencias básicas, según expresen en mayor o menor medida nuestros más profundos mitos nacionales.

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El gran dictador se convirtió en un clásico, pero nunca gozó del éxito popular. […] Realizar ese largometraje constituyó un acto de valentía, en especial porque no se trató de una decisión motivada por la opinión popular. Recurrir al medio más popular sin contar con el respaldo de la audiencia es siempre valiente y difícil, y suele implicar la destrucción de muchas carreras. Charles Chaplin no tardó en abandonar el país. En cierto sentido, lo echaron. Pero su película supone más la excepción que la regla.

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El verdadero norteamericano es un cínico, un acaparador materialista, un buscador de oro, que sin embargo tiene la sensación de estar llevando a cabo una misión idealista, incluso religiosa. Cuando uno cuenta una mentira tan grande y la llama sueño, acaba por cometer actos de violencia. Forma parte de la naturaleza de la psicología humana. Y si forma parte de nuestra mitología en tanto que pueblo, entonces, en tanto que pueblo, actuaremos de manera violenta. Eso es, exactamente, lo que hemos hecho a lo largo de la historia desde el siglo XVI, a parir del momento en que los europeos llegaron a las costas de Florida, Virginia y Nueva Inglaterra.

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Lo que veremos durante los próximos cinco o diez años es un regreso al aislacionismo del pasado, tanto con buenas razones como sin ellas. […] Creo, no obstante, que a pesar de todo estamos regresando al aislacionismo y que eso será negativo para nosotros, tanto cultural como económicamente. Aunque, al menos, mataremos menos gente.


[Bruguera. Traducción de Juanjo Estrella]

Próximamente: El valle del óxido


De Philipp Meyer. En Random House.

domingo, noviembre 27, 2016

En Aleteia: Fargo (2ª temporada)


Mi texto sobre la 2ª temp. de la serie Fargo: aquí.

jueves, noviembre 24, 2016

Fat City, de Leonard Gardner [Ed. 2016]


Billy Tully se ocupaba de la freidora en un comedor de Main Street. Su cara era de un rosa juvenil, pero tenía arrugas alrededor de la boca. La nariz aplastada por el centro. Sobre las cejas se le acumulaban cicatrices finísimas unas encima de otras. Tenía un pelo abundante, rojizo, muy corto por arriba y los lados peinados hacia atrás. Era de baja estatura, torso poderoso, compacto, ni pesado ni delgado ni muy musculoso; de huesos robustos y carne de sobra. Lo que le hacía parecer corpulento cuando iba vestido era el grosor del cuello. Resultado de años de ejercicio, de levantar pesas de cinco y diez kilos con un arnés colocado en la cabeza; lo había desarrollado con un único propósito: amortiguar el impacto de los golpes.

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-[…] Da lo mismo que estés borracho del todo, si tienes dos manos puedes tumbar a ese hijoputa. Me da igual quién sea. Todo está en tu mente.
-Eso espero.
-Esperar no sirve de nada. Lo que sirve de algo es querer. Tienes que querer vencer con tantas ganas que casi puedas saborearlo ya. Si quieres ganar de verdad, ganas. Es imposible que ese tío me gane. Está viejo. Le voy a estar encima todo el rato. Le voy a dar de tal manera que cuando mastique mañana se va a acordar de mí. Voy a machacarle, al hijoputa. Va a saber lo que es meterse en una pelea. Le voy a dar antes de que me dé. Le voy a dar con todo. No sólo voy a tumbar a ese hijoputa, es que lo voy a matar.

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¿Y aquí era donde iba a envejecer? ¿En una habitación como aquélla terminaría todo? Se sentó en la cama y ante él, en la pared, estaba el cuadro del lobo erguido exhalando vapor sobre una colina nevada por encima de una granja con las luces encendidas. Entonces la postergada melancolía de última hora de la tarde se cernió sobre él. Sintió sobre sus hombros la opresión del cuarto, del punto muerto que representaba él mismo, la absoluta e inútil frustración que constituían su sangre, sus huesos y su carne. Temiendo una crisis que superase sus capacidades se contuvo, el cuerpo por completo inmóvil mientras pasaba y dejaba de oírse el chirrido lejano y el retumbar de un camión.

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De todos los trabajos odiosos que había desempeñado, aquél suponía un tormento que los superaba a todos, casi más allá de lo imaginable, y comenzó a parecerle que aquél era su futuro, que aquello era Trabajo, algo que siempre había tratado de evitar y de lo que no podría librarse ahora que su mujer se había ido y su carrera había terminado. Y parecía justo que así fuera, que no se mereciese nada mejor por haber arruinado su vida. Sin embargo, notaba que no podría continuar así ni una hora más. Sentía que su existencia había tocado a su fin, que no le quedaban salidas.

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En medio de una fantasmagoría de rostros cascados, machacados, mejillas y cuellos marcados con cicatrices, narices torcidas, picadas, aplastadas e hinchadas, mellas en la dentadura, raigones parduscos, encías vaciadas, barbas de varios días, labios prominentes, orejas caídas, heridas, costras, salpicaduras de saliva del tabaco de mascar, hombros cargados, cejas partidas, ojos cansados, desesperados, estupefactos bajo las luces de Center Street, Tully vio a un hombre joven con la nariz rota que le resultó familiar. Su primer impulso fue alejarse entre la multitud para evitar que le viese, pero los dos estaban allí por el mismo motivo. Se acercó a él llamándole, y hasta le vino a la mente el nombre.

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Por la mañana, levantarse era como luchar contra la muerte. Exhausto entre aquellas sábanas funestas, oyendo las toses, los carraspeos y escupitajos en otras habitaciones, se hundía y emergía entre la vigilia y el sueño durante casi una hora antes de forzarse a ponerse en pie y cruzar el frío linóleo para orinar en la pila del lavabo. Le agobiaban los remordimientos. Su vida, así lo sentía, se había vuelto en su contra. Estaba convencido de que había vivido en vano cada uno de sus días. Con la atención abotargada, los oídos zumbando y una sensación de vacío y pánico cerniéndose sobre él, temió estar perdiendo la cabeza. Las catástrofes parecían susurrar algo fuera del alcance de sus oídos.


[Underwood Editorial. Traducción de Rubén Martín Giráldez]

Próximamente: Diarios completos


De Sylvia Plath. En Alba Editorial.

miércoles, noviembre 23, 2016

martes, noviembre 22, 2016

No todas hieren, de Jacob Iglesias



ESCRITO EN LA ARENA

Escribo sabiendo que nada mío
me sobrevivirá. Escribo a lápiz,
con tiza en las paredes
o con un dedo en la arena.
Dejo al aire mis palabras
como el pájaro sin nombre
deja su canto.
Quizá las arrastre el viento,
quizá alguien las recoja un día
y le acompañen.

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MALENTENDIDO

No existe aquello que ambicionabas.
Solo es cierta el ansia nunca apaciguada
de buscarlo y rozarlo y jamás poseerlo.
Nunca vivirás ninguna de esas existencias
que solo te esforzaste en imaginar,
aunque las recuerdas con todo detalle,
como si ya las diera por vividas.
Asume el malentendido. Atrinchérate
en los placeres que te diste
para hacer soportable la espera.
Y agradece, sin euforia, las migajas
de alegría que descubres cada jornada.

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NUESTRO TIEMPO

Nos parece mentira, pero sí, hubo
un tiempo sin nosotros, años y años
en los que ni siquiera fuimos sueño
de cuerpos reposando tras amarse.
Aunque jamás lo hayamos meditado,
pudo haber una vida sin nosotros.
Tú en otros brazos, yo en otra mirada,
o solos por la calle y sin buscarnos.
Aunque lo rechacemos, habrá un tiempo
sin nosotros, durmiendo nuestra muerte
sin despertar, ni besos, ni caricias.
De las miles de vidas que pudimos
haber sido, logramos el prodigio
de desayunar juntos los domingos.

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UN AMBICIOSO PLAN

Tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir
Nacho Vegas


Hay quienes ambicionan ganar
y quienes buscan en la derrota
su desdeñosa victoria.
Otros, sin afán, sobrevivimos.
Dejamos pasar todas las oportunidades,
huimos de las rutas desconocidas,
a toda fantasía dijimos que no
antes de que nos arañaran las dudas.
No habléis de resignación si aspiramos
a contemplar el paso de las estaciones,
despertar junto al mismo cuerpo cada mañana
o no tener que enterrar a nuestros hijos.
Ese es nuestro ambicioso plan,
nuestra forma discreta de acabar como todos.


[La Penúltima Editorial]

Próximamente: Cómo ser Bill Murray


De Gavin Edwards. En Blackie Books.

viernes, noviembre 18, 2016

Próximamente: El viejo Rivers


De Thomas Wolfe. En Periférica.

Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem



Ya sea por muertes a cuenta de la dote en la India, crímenes de honor en Egipto o violencia de género en Estados Unidos, los datos revelan que una mujer tiene muchas más probabilidades de ser agredida o asesinada en su casa a manos de un conocido. Estadísticamente, para la mujer el hogar es más peligroso que la carretera.
Tal vez el acto más revolucionario para una mujer sea emprender un viaje por iniciativa propia y ser bien recibida cuando vuelva a casa.

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Si Rosa Parks, Fannie Lou Hamer y otras muchas hubieran sido escuchadas hace cincuenta años, si la mitad de los oradores de 1963 hubieran sido mujeres, habríamos sabido que el movimiento por los derechos civiles fue, en parte, una reacción contra las violaciones y el terror sufridos por mujeres negras a manos de hombres blancos. […] Habríamos sabido que el indicador más fiable de si un país es o no violento –o si podría recurrir a la violencia militar contra otros países– no es la pobreza, la religión o los recursos naturales, ni siquiera el grado de democracia: es la violencia contra las mujeres. Ésta normaliza las demás formas de violencia. 

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Gracias a la señora Greene y a muchas otras que tuvieron el valor necesario para defenderse a sí mismas y a las demás empecé a comprender que las mujeres también éramos un exogrupo. Esa constatación despejó misterios como el de por qué el rostro del Congreso era masculino y en cambio el de la asistencia social era femenino; por qué a las amas de casa se las denominaba "mujeres que no trabajan" pese a que trabajaban más tiempo, más duro y por menos dinero que cualquier trabajador; por qué las mujeres llevaban a cabo el setenta por ciento del trabajo productivo del mundo, remunerado y no remunerado y, sin embargo, sólo poseían el uno por ciento de las propiedades; pro qué masculinidad era sinónimo de liderazgo y feminidad era sinónimo de seguir el extraños baile de la vida diaria.

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Cuando viajas mucho, cada historia se convierte en una novela.

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Las mujeres siempre estamos mejor vistas cuando nos sacrificamos; y sacrificarse es siempre sinónimo de incluir a los hombres, a pesar de que para un hombre sacrificarse no suele significar la inclusión de la mujer.

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La mayor recompensa de un escritor es verbalizar algo sin nombre que muchos experimentan. El mayor castigo de un escritor es que lo malinterpreten. Las mismas palabras pueden provocar ambas cosas.

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Cuando nos guían nuevas personas, vemos nuevos territorios.

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[…] leí sobre la Convención Constitucional y descubrí que, efectivamente, Benjamin Franklin había citado la Confederación Iroquesa como modelo. Franklin sabía de su éxito para unificar vastas áreas de Estados Unidos y Canadá y sembrar la concordia de las naciones nativas para la toma de decisiones colectivas, pero también en lo relativo a fomentar la autonomía de las decisiones locales. Y él aspiraba a que la Constitución hiciera lo mismo con los trece estados, de ahí que invitara a dos iroqueses a Filadelfia como consejeros. Se dice que una de las primeras preguntas que formularon fue: "¿Dónde están las mujeres?".


[Alpha Decay. Traducción de Regina López Muñoz]

miércoles, noviembre 16, 2016

Ley de conservación del momento, de Ana Pérez Cañamares


A veces es bueno estar no para sumar, sino restando. El que bien está, deja espacio.

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Si quieres ver una familia puesta a prueba, espera a que reciba una herencia.

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No hay mayor muestra de inteligencia que ser capaz de cambiar de opinión.

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Mi acontecimiento favorito de la Historia es la lluvia.

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Aviso a los que aspiramos a ser poetas: la poesía es una responsabilidad.

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El poema es una mano tendida sobre el abismo. ¿Para salvarte? No, para no caer solo.


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En política se habla mucho de lo imposible, pero nunca de lo verdaderamente importante: lo intolerable.

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El trabajo sin vocación se vive como una batalla de la que siempre se vuelve derrotado.

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La enfermedad es un tráiler de la vejez.

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Pasado el tiempo, todo recuerdo es imaginación.

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Cuando encontramos el lugar donde vivir, hemos encontrado también el lugar donde morir.



[La Isla de Siltolá]

martes, noviembre 15, 2016

En Aleteia: Tom Cruise


Mi texto sobre 5 de sus cambios de imagen: aquí.

Éramos unos niños, de Patti Smith


Yo no sentía por Warhol lo mismo que Robert. Su obra reflejaba una cultura que yo quería evitar. Detestaba la sopa y la lata no me decían apenas nada. Prefería un artista que transformara su época, no que la reflejara.

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Viva entró en el vestíbulo con los aires inaccesibles de Greta Garbo, en un intento de intimidar al señor Bard para que no le pidiera el alquiler atrasado. La cineasta Shirley Clarke y la fotógrafa Diane Arbus entraron por separado, ambas como si tuvieran algo importante que hacer. Jonas Mekas, con su omnipresente cámara y su discreta sonrisa, fotografiaba los rincones más recónditos del Chelsea. Yo estaba parada en el vestíbulo, con un cuervo negro disecado que había comprado por una miseria en el Museo de los Indios Americanos. Creo que querían deshacerse de él. Había decidido llamarlo Raymond, por Raymond Roussel, el autor de Locus solus. Estaba pensando en lo mágico que era aquel vestíbulo cuando la pesada puerta acristalada se abrió como si la hubiera empujado el viento y entró una conocida figura envuelta en una capa escarlata y negra. Era Salvador Dalí. Miró a su alrededor con nerviosismo y, al ver mi cuervo, sonrió. Me puso su elegante mano huesuda en la coronilla y dijo:
-Eres como un cuervo, un cuervo gótico.
-Bueno –dije a Raymond–, otro día más en el Chelsea.

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A Robert siempre le había gustado mi voz. Cuando vivíamos en Brooklyn, me pedía que le cantara mientras conciliaba el sueño y yo le cantaba a Piaf y baladas de James Child.
-No quiero cantar. Solo quiero componer canciones para él. Quiero ser poeta, no cantante.
-Puedes ser las dos cosas –dijo Robert.

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Me sentaba en el suelo para intentar escribir y, en cambio, me cortaba el pelo. Las cosas que creía que pasarían no ocurrían. Sucedían cosas que no había previsto.
[…]
Quería ser artista, pero quería que mi obra sirviera para algo.

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Pasó un coche y oí los compases de su nuevo single sonando en la radio, "Riders on the Storm". Me remordió la conciencia por haber casi olvidado la influencia tan importante de Jim Morrison. Él me había dado la idea de fusionar poesía y rock and roll, y decidí comprar el álbum y hacerle una buena crítica.  
Cuando regresé a Nueva York comenzaron a llegar de Europa noticias fragmentadas de su fallecimiento en París. Durante uno o dos días nadie estuvo seguro de qué había sucedido. Jim había muerto misteriosamente en una bañera el 3 de julio, el mismo día que Brian Jones.

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William Burroughs era joven y viejo al mismo tiempo. En parte sheriff, en parte detective. Todo él escritor. Tenía un botiquín que mantenía cerrado con llave, pero, si te dolía algo, lo abría. No le gustaba ver sufrir a sus seres queridos. Si estabas débil, te alimentaba. Aparecía en tu puerta con un pescado envuelto en papel de periódico y lo freía. Era inaccesible para una chica, pero, de todas formas, yo lo amaba.

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¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos? Ese es mi afán más hondo.


[Debolsillo. Traducción de Rosa Pérez]

lunes, noviembre 14, 2016

Próximamente: Fat City


De Leonard Gardner. En Underwood.

domingo, noviembre 13, 2016

Un acontecimiento excesivo, de Javier Avilés


Un suceso ocurre. Cada vez que recordamos el suceso lo modificamos de manera que recordamos el suceso y el recuerdo del suceso al mismo tiempo. Suceso, recuerdo del suceso, recuerdo del recuerdo del suceso, recuerdo del recuerdo del recuerdo del suceso, y así hasta que algo que no es ni el suceso ni su recuerdo lo sustituye. Después está el suceso contado. De la voluntad del narrador y de su capacidad depende cómo podremos interpretarlo. El coche arde en llamas y nos explican: "Doblé la esquina y vi que el coche se había encendido de fuego". Entendemos el suceso a pesar de la incorrecta descripción. Suceso, recuerdo del suceso, descripción del suceso.

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…aceptando que algunas películas admiten lecturas sesgadas y alegóricas, la cuestión es que hay otras en las que las posibles lecturas no terminan de ilustrar nada sobre el mensaje, explícito o soterrado, de la narración. Un acontecimiento excesivo, Allen Smithee, 2011, sería una de ellas.
Su argumento podría resumirse así: un grupo de personas caminan por una ciudad vacía en la que los edificios no tienen puertas. En ocasiones son cuatro personas; en otras, cinco; en otras, parece adivinarse una presencia fantasmal; a veces aparece un niño. Los motivos de su peregrinaje no están justificados y se adivina mediada la proyección que no llegarán a ninguna parte, una excesiva aplicación de la tesis kavafiana de que lo importante es que el camino sea largo.

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"Fíjese en Cándido, agente", dice el comisario I., inspeccionando el sótano. "Los personajes de Voltaire actúan siguiendo la máxima de Leibniz según la cual este es el mejor de los mundos posibles a pesar de que sufren las más atroces penalidades, pierden todas sus posesiones y son mutilados despiadadamente. Siguen el axioma completamente ajenos a una realidad que les golpea una y otra vez. Como un acto de fe. Tal vez este sea el único mundo posible. Nuestro trabajo nos muestra los aspectos más brutales de las personas, su mezquindad y egoísmo. Y aun así somos capaces de volver a casa y cenar y sentarnos a charlar o a ver la televisión y dormir para, al día siguiente, volver a nuestro trabajo. Y somos capaces porque en algún remoto lugar tenemos un atisbo de esperanza de que este sea el mejor mundo posible, de que podría… ¿Agente?".


[Editorial Rango Finito]