jueves, junio 30, 2016

Próximamente: Bandini


De John Fante. En Anagrama.

miércoles, junio 29, 2016

Próximamente: Todos los cuentos


De Raymond Carver. En Anagrama.

La maldición de Lono, de Hunter S. Thompson


Hunter S. Thompson es uno de esos autores que, para mí, supone una garantía: incluso en sus textos más flojos (pienso en El diario del ron) es capaz de divertirnos. Thompson fue el gran maestro del periodismo gonzo, lo que significa que solía lanzarse de cabeza y a la aventura al tema en el que iba a centrar su crónica o su reportaje. A Thompson se la sudaba todo y por eso aprovechaba cada encargo y cada viaje no sólo para meterse en el papel hasta las cachas, sino para perder la cabeza en juergas legendarias, en infracciones de la ley y en locuras varias donde se jugaba el pellejo (por cierto: sus cartas, publicadas por Anagrama, son desternillantes). Creo que he leído todo lo que se ha traducido de Hunter S. Thompson al castellano y ya os digo que es un autor del que no me pierdo una coma.

En La maldición de Lono le encargan cubrir la maratón de Honolulú, excusa ideal para arrojarse en brazos del exceso, para consumir drogas y alcohol como si no hubiera mañana. A la vez que ofrece un vistazo de lo que hace y de la maratón, Thompson va incluyendo extractos de libros antiguos donde otros autores hablaban de islas, de dioses, de aventureros y de exploradores, sin olvidar las leyendas en torno al dios Lono, y así nos va poniendo en antecedentes, añadiendo un toque histórico a su mirada contemporánea. Los pasajes en los que navega en barco junto a otros dos fulanos deparan algunos de los ratos más divertidos de su obra. Qué tipo más kamikaze, el Doctor Thompson: os aseguro que un lector jamás se aburre con sus historias y siempre puede ir anotando esas frases como bombas y esas verdades como puños que soltaba cada poco. Fragmentos:

Los dos habíamos dejado el periodismo. Años y más años de trabajar cada vez más por cada vez menos pueden conseguir que un hombre se vuelva excéntrico.

**

El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. Ésta es una década muy jodida, un brutal trituramiento darwiniano, y no será una época agradable para los autónomos.

**

Si el primer oficial se metía jaco de forma rutinaria a la hora del aperitivo, ¿qué haría el capitán?

**

Zarpamos con frenesí de conquista hacia un lugar equivocado, en un momento equivocado y, seguramente, por motivos equivocados, y ahora volvíamos renqueantes, con las cubiertas ensangrentadas y los nervios rotos. Ya no teníamos más ambición que evitarnos problemas adicionales y recibir la bienvenida de un grupo de buenos amigos y bellas mujeres cuando llegáramos a puerto. Después, descansaríamos y nos lameríamos las heridas.

**

Nadie puede escapar del juicio de la multitud.


[Sexto Piso. Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez]

Nada tan eficaz como la derrota

lleva siempre un cuaderno contigo
allá donde vayas, me dijo,
y no bebas demasiado, beber embota
las sensibilidades,
asiste a recitales, fíjate en las pausas de entonación,
y cuando recites
quítale siempre solemnidad
desdramatiza, el público es más listo de lo que
uno cree,
y cuando escribas algo
no lo envíes de inmediato,
guárdalo en un cajón dos semanas,
luego lo sacas y lo miras
bien, y revisa, revisa,
REVISA una y otra vez,
ajusta los versos como pernos que sostuvieran la arcada
de un puente de 8 kilómetros,
y ten a mano un cuaderno en el dormitorio,
te vendrán pensamientos por la noche
y esos pensamientos se desvanecerán y echarán a perder
a menos que los anotes.
y no bebas, cualquier idiota sabe
beber, nosotros somos hombres de
letras.
para ser un tío incapaz de escribir nada
se parecía bastante a todos los
demás: era sin duda capaz de
hablar sobre
ello.


Charles Bukowski, Toca el piano borracho como un instrumento de percusión hasta que los dedos te empiecen a sangrar un poco

El cielo protector, de Paul Bowles


Compré este libro cuando estaba cursando estudios de Ciencias de la Información en Salamanca, en una de esas ediciones de kiosco en tapa dura. Ya ha llovido desde entonces. Como en aquellos tiempos conocía la película (para mí, una de las mejores de Bertolucci), fui aplazando durante años la lectura. Suele ocurrir cuando han rodado una adaptación y tienes muy presentes las imágenes en tu cabeza. Así que por fin me he decidido a leerla. 

Me parece una gran novela, aunque en el fondo no me descubre nada que no me hubiera mostrado ya el filme que protagonizaron Debra Winger y John Malkovich, más allá de algunos estupendos pasajes que he releído. La traducción, aunque es la canónica, sin embargo creo que se ha quedado anticuada, con términos obsoletos y expresiones más propias de Latinoamérica, de ésas que aquí nos chirrían un poco. Durante la lectura comprobé que Galaxia Gutenberg publicó hace unos años una traducción nueva, supongo que mejorada. Leyéndola no he podido quitarme de la cabeza la imagen de Debra Winger, una actriz que me apasionaba en los 80 y en los 90. Lo más notable de la historia (algo que ya me sorprendió en la película) es ese giro que da el argumento cuando menos se lo espera uno: me refiero al momento en que ella (Kit) se queda sola (sin Port y sin George) y debe probarse a sí misma que es capaz de sobrevivir y volver a casa. Tiene algo El cielo protector (novela y película) que me gusta mucho y que ya aparecía en Lawrence de Arabia: su respeto por el desierto, como un ente puro que también depara miedo, igual que el océano en las películas y en las novelas con trasfondo marítimo. Aquí van unos fragmentos:

No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra.

**

"No se puede enfermar aquí", pensó. "Ninguno de los dos puede". Cuando uno estaba tan lejos del mundo no quedaba otra solución que negarse a estar enfermo.

**

Kit se echó a llorar; unas lágrimas cayeron sobre Amar, que la miró con curiosidad, meneando de vez en cuando la cabeza.
-No, no. Llorar un poquitito sí, pero no demasiado. Un poquitito está bien. Demasiado es malo. No hay que pensar en lo que ha terminado –las palabras la reconfortaban, aunque no recordaba qué era lo que había terminado–. Las mujeres pensar siempre en lo que ha terminado, no en lo que empezar. Aquí decimos: la vida es como un acantilado. Cuando subes, nunca mirar atrás, es malo.

**

Alguien le había dicho alguna vez que el cielo esconde detrás la noche; que protege al que está debajo del horror de lo que hay arriba. 


[RBA Editores. Traducción de Aurora Bernárdez]

Próximamente: Las chicas


De Emma Cline. En Anagrama.

jueves, junio 23, 2016

Cutter y Bone, de Newton Thornburg


Fragmentos de esta novela, que hoy comento en Playtime / El Plural:

Igual que la tónica, el miedo le helaba las venas. Y era una clase de miedo del que se suponía que los americanos de clase media no tendrían que saber nada; miedo de cosas como el hambre, el frío y el dolor de muelas, todas bastante triviales a no ser que solo tuvieras doce dólares en el bolsillo y te fueses a pulir cinco de ellos en alcohol esa noche. ¿Comería mañana? ¿La semana siguiente? ¿Tendría donde dormir?

**

Así que lo había dejado [el trabajo]. E incluso con los otros trabajos, faenas manuales que hacía a menudo –de jardinero, de camionero o de jornalero–, la misma historia. Siempre llegaba esa opresión en el estómago, la sensación de encierro, y por último la bronca con un jefe gilipollas u otro. Y luego la calle de nuevo, las mujeres de nuevo, su única seguridad real.

**

Cuando tu mortalidad es tan real para ti, ¿cómo pasar tus tal vez últimas horas trabajando para otro, haciendo, vendiendo o sirviendo basura de usar y tirar?

**

[Habla Cutter]: Puede que sea solo una cuestión de estilo, de discreción, nada importante. Pero eso no cambia el hecho de que cada día me levanto de la cama como si fuera el fin del mundo. No soporto la idea de ver caras y escuchar voces. No soporto comunicarme. Prefiero besar a Mo en el clítoris que en la boca. Prefiero hacer botar una pelota que a ese puñetero niño en las rodillas. Ya no quiero leer. No quiero ver películas, no quiero estar aquí sentado viendo el puto mar. Porque todo me da ganas de vomitar, Rich. Me da temblores. Supongo que la palabra es desesperación. Y se ha convertido como en mi corazón. Me refiero a que bombea día y noche, sin parar. No me lo quito de encima. Me encuentro mal todo el tiempo. Por eso pienso en la muerte. Pienso que más me valdría estar muerto.

**

La vida era brutal y fea y había que soportarla solo, y cualquier amor o belleza que se encontrara por el camino era algo puramente accidental y por lo general efímero. Nada tenía ningún valor en sí mismo. No había ningún patrón oro en la vida. La moneda corriente era el papel, un papel en continua devaluación. Por descontado. ¿Alguna novedad más?

**

-No siento demasiado, ni pérdida, ni dolor, ni ninguno de esos bonitos sentimientos normales. A lo mejor es porque recogí demasiados tíos a paletadas y los metí en bolsas, no lo sé. A lo mejor había demasiados pedazos.

**

Uno se podía pasar la vida entera subiéndose a cruces para salvar a la gente de sí misma, y no cambiaría nada. Al final los seres humanos estaban cada uno tan solo como una estrella muerta, y por más esfuerzo, amor o letanías que uno le pusiese, no conseguiría modificar ni un centímetro la precisión terrible de sus trayectorias.  


[Sajalín Editores. Traducción de Inga Pellisa]

miércoles, junio 22, 2016

Popcorn, de Ben Elton


Popcorn empieza bastante bien, aunque a mi entender luego no está a la altura. Su gran problema es que cuenta básicamente lo mismo que Asesinos natos (Natural Born Killers), aquella espléndida película de Oliver Stone, y se plantea las mismas preguntas (¿El cine violento contribuye a crear psicópatas?, ¿Por qué la sociedad prefiere demonizar a los artistas y a sus obras antes que a los verdaderos culpables?, ¿Los asesinos matan porque lo han visto en las películas violentas o son esas películas el reflejo de la sociedad?). Bien, pues Stone lo tenía claro y yo también y Ben Elton piensa igual, a juzgar con la frase con la que concluye: Hasta el momento, nadie se ha hecho responsable de nada.

En Popcorn hay una pareja de psicokillers, un cineasta, una aspirante a actriz, presentadores de televisión, etc. Es divertida y entretenida, está plagada de referencias culturales, a veces ciertos pasajes son narrados en forma de guión de cine y todavía resulta actual, pese a que fue escrita en los 90. Pero insisto: llegó después de Asesinos natos, quizá como una especie de respuesta literaria, y por eso no impacta tanto como lo hizo la película. No obstante, aquí van algunos apuntes:

Si uno espera lo suficiente, todo vuelve. Lo que hace poner los pelos de punta a una generación se convierte en objeto de culto kitsch de la siguiente.

**

-¡A los asesinos los crea la naturaleza, no el cine! –gritó Bruce a la pantalla.

**

¿Pasar de los periodistas? El responsable de relaciones públicas estuvo a punto de desmayarse.
Hasta el jefe Cornell tuvo que reconocer que aquello era una estupidez.
-Sería lo mismo que sugerir que pasáramos del tráfico, de los edificios o de la gente –dijo–. La televisión ya no se limita a informar. No hablamos de dos horas de noticias y esparcimiento en el hogar; la televisión es la vida de la gente. Es una necesidad básica, igual que la comida. Todo suceso tiene dos caras, la auténtica y la que ve la gente. Es un hecho, hombre, y si cree que puede pasar de él, no se moleste en presentarse a elecciones esta primavera.


[Emecé Editores. Traducción de María Eugenia Ciocchini Suárez]

lunes, junio 20, 2016

Gatos, de Charles Bukowski


Las fábricas, las cárceles, los días y las noches de borrachera, los hospitales me han debilitado y zarandeado como a un ratón en la boca de un gato: la vida.

**

No me gusta que el amor sea una orden, una búsqueda, tiene que venir a tu encuentro como un gato hambriento a la puerta de tu casa.

**

Un lector

mi gato se cagó en los archivos.
se metió dentro de la caja naranja de
Golden State Sunkist
y se cagó en mis poemas
en los originales
que guardo para los archivos universitarios.

ese crítico negro, rechoncho y de una sola oreja
me había dado su veredicto.

**

¿Tenéis gato? ¿O gatos? Cómo duermen, tío. Duermen 20 horas al día y siguen siendo hermosos. Saben que no vale la pena entusiasmarse por nada. La siguiente comida. Y matar algo de vez en cuando. Cuando los elementos me atenazan y paralizan, me limito a mirar a mis gatos. Tengo 9. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo. Escribir también es mi gato. La escritura me ayuda a plantarle cara a todo. Me apacigua. Aunque sólo sea durante unos instantes. Luego se me cruzan los cables de nuevo y vuelta a empezar de cero. No entiendo a los escritores que dejan de escribir. ¿Qué les apacigua?


[Visor Libros. Traducción de Abel Debritto]

viernes, junio 17, 2016

Música de ventanas rotas: autores


DAN FANTE: 3-10-93 / PEPE PEREZA: Habitación / IVÁN ROJO: Arpones / CARLOS CASTÁN: Las visitas / LUR SOTUELA: Un río en la noche / ALEXANDER DRAKE: Los primeros años como escritor / DARÍO HERNANDO: La selección sexual / GUZMÁN ALONSO: Hacia el fuego de la nada / JOSÉ M. ALEJANDRO CHOCHE: Constelación J-K / UBALDO R. OLIVERO: El ángel que se desvanece / ESTEBAN GUTIÉRREZ GÓMEZ: Aparenta / IGOR PEÑARANDA ZARRANZ: Mundo desierto / DAVID GONZÁLEZ: Detrás de la iglesia / CARLA FARRÁN: Volver a nacer / J. F. SEBASTIAN: El espíritu de Svevo Bandini / JOSEP ROMERO: De gallinas y gallináceas / MARIO CRESPO: Happy Friday / EDUARDO MARGARETTO:  Arturo Bandini y Henry Molise en el entierro de Nick Fante / HILARIO J. RODRÍGUEZ Have You Seen Us? / VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ: Pregúntale al viento.
Prólogos y coordinación de Francesco Spinoglio y José Ángel Barrueco.
Ficha del libro: aquí.


jueves, junio 16, 2016

Solterona, de Kate Bolick


Con quién casarse y cuándo: estas dos preguntas definen la existencia de toda mujer, con independencia de dónde se haya criado o de qué religión practique o deje de practicar. Quizá al final le gusten las mujeres en lugar de los hombres o quizá decida, lisa y llanamente, que no cree en el matrimonio. Da igual. Estas disyuntivas determinan su vida hasta que obtienen respuesta, aunque sea con un "nadie" y un "nunca".

Así de contundente se muestra Kate Bolick al inicio del primer capítulo y tras el prefacio. Me interesaba mucho este ensayo (que sigue la línea ensayística y autobiográfica de otros libros que hemos comentado aquí, como H de halcón o El viaje a Echo Spring) por esta razón: su mezcla de memoria e investigación literaria. Pero también me interesaba porque vivimos tiempos en los que tratamos de derribar prejuicios, machismos, barreras, influencias del patriarcado… Esa imagen de la mujer como figura que debe casarse cuanto antes para criar a un montón de hijos y servir al marido en casa mientras sus sueños se evaporan va quedando, por suerte, obsoleta. Pero en absoluto significa que hayamos destruido todos esos prejuicios, esos lugares comunes… y de eso trata el libro de Bolick: de cómo advirtió que no quería representar el clásico papel de chica que tiene que casarse antes de cumplir cierta edad y de cómo varias mujeres le sirvieron de acicate y de modelos para ser soltera, escritora e independiente.

Esas mujeres fueron la articulista Maeve Brennan, la columnista Neith Boyce, la poeta Edna St. Vincent Millay, la novelista Edith Wharton y la socióloga Charlotte Perkins Gilman. Bolick investiga sus vidas, cita sus palabras, narra algunas de sus vicisitudes, visita los lugares donde vivieron, lee sus biografías y sus novelas y sus libros… y todo eso lo va entrelazando con su propia vida: su búsqueda de independencia, sus novios, sus primeros trabajos, sus mudanzas, sus miedos… Además de hablarnos de celebridades como Wharton o Brennan, la autora nos descubre a figuras tan emblemáticas como Millay, una mujer cuya obra no está traducida en España y que causó auténtico furor en su tiempo.

Como sucedía también en H de halcón, algo marcó la vida de Bolick: en este caso, la muerte de su madre. Si tienes suerte, tu hogar no es sólo el lugar del que te vas, sino también un lugar al que un día llegas, apunta tras contar la pérdida de su madre, que la sumió en el pesimismo, como demuestran estos apuntes:

Naces, creces, te casas.
Retrasas tus ambiciones, crías a tu familia, el cáncer te golpea a la mitad de tu vida.

Libros como éstos, aunque estén lejos de ser perfectos, me parecen importantes, me parece que no deben caer en el ninguneo. Debemos leerlos porque se necesita otro enfoque, otra actitud, porque no es aceptable que en la actualidad una mujer que decida ser soltera e independiente tenga que cargar con el sambenito de "solterona" (término despectivo que Kate Bolick se toma con humor y deportividad). Extractos:

En la actualidad, casi todas las escritoras que conozco han tenido que decidir en algún momento si aceptar o no el encargo de escribir sobre su vida sentimental, un brete que casi nunca se les presenta a los hombres.

**

Cuando ella [Simone de Beauvoir] tenía mi edad, ya estaba casada y a punto de quedarse embarazada de mí. Empezaba a creer que este patrón de pensamiento –retrotraerme constantemente a mi madre, al punto en el que había empezado y del que había partido– no era idiosincrático, sino algo que muchas mujeres, si no todas, hacemos, un rasgo del ser mujer. "¿Los hombres también lo hacen?", me pregunté. Aún no me parecía posible estar viviendo con un hombre que mi madre no hubiera conocido. ¿Qué le parecería a ella mi extraño deseo de estar sola? ¿La voz que en mi cabeza decía que me olvidara de las fantasías de solterona y creciera de una vez era suya o mía? ¿O era la voz de algo más amplio, de la propia sociedad?

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Pero en todas las vidas siempre hay al menos un poco de soledad. La mayoría de la gente la sufre como un mero dolor reiterado que puede aquietarse meses o años cada vez y que de pronto estalla cuando se dan las condiciones adecuadas: mudarse a una ciudad en la que no se conoce a nadie, permanecer en un mal matrimonio, perder a alguien que se quiere, incluso hacer un recado, cuando sin más se da uno cuenta, en lo más profundo, de lo solos que estamos todos en el mundo y tiene que sacar fuerzas de flaqueza para no dejar la cesta de la compra en el suelo y salir corriendo del supermercado.

**

Ha pasado más de un siglo. Hoy en día les decimos a las niñas que esperen a hacerse mayores para ser o hacer lo que quieran, pero la presión social por ser madre sigue siendo muy fuerte y rara es quien no sucumba, al menos en alguna ocasión, al miedo inquietante de que, si nunca tiene hijos, se arrepentirá de ello toda su vida.

**

La elección entre estar casada y estar soltera ni siquiera tiene cabida aquí, en el siglo XXI.
Ahora la pregunta es totalmente distinta: ¿las mujeres son ya personas? Con ello quiero decir lo siguiente: ¿ya estamos preparados para que una mujer joven emprenda el largo camino de su vida como ser humano que tiene un sexo pero no está limitado por él? Aun con una lentitud atroz y con muchas paradas y comienzos a lo largo del camino, hemos ido evolucionando hasta esta nueva pregunta desde la misma fundación de Estados Unidos. Hasta que la respuesta sea un "sí" indiscutible, una niña no podrá crecer igual que un niño, con la libertad para considerar su vida a largo plazo su propio yo distinto del resto.


[Malpaso Ediciones. Traducción de Silvia Moreno Parrado] 

Próximamente: Brújula


De Mathias Enard. En Random House.

Y reedición de Zona

 

Martin Scorsese por Martin Scorsese, de David Thompson e Ian Christie (editores)


Llevaba años buscando este libro. Está incluido en una colección (Trayectos. Serie Vidas y Letras) de Alba Editorial en la que publicaron entrevistas con David Lynch, William Burroughs, Brian De Palma, David Cronenberg, Tim Burton… Con los años, el único que han reeditado en ediciones ampliadas es el de Burton. Algunos no me los compré en su día pensando en pillar las reediciones ampliadas, pero aquí jamás se tradujeron. Después de años de buscar el de Scorsese, encontré una copia de segunda mano en la Cuesta Moyano, por unos 8 euros (en Iberlibro quedan algunos ejemplares… pero son bastante más caros).

Es un libro estupendo, en el que los editores dejan hablar a Scorsese y sólo se permiten unas pocas acotaciones cuando hay que explicar algo o incorporar ciertos datos (fechas de estreno, recaudaciones, etc.), y así el cineasta cuenta los pormenores de los rodajes, cómo llegaron a buen puerto algunos proyectos, cómo otros se quedaron en el camino o cómo finalmente ha conseguido rodar aquellos de los que entonces hablaba (en los 80 quiso hacer Gangs of New York). La única pena es que el volumen sólo abarca hasta el estreno de Casino, con lo cual, y aunque figura la etapa quizá más rica del director, faltan las que podríamos considerar sus obras más experimentales o arriesgadas, sus documentales sobre Bob Dylan, George Harrison, Elia Kazan o el New York Review of Books, además de sus colaboraciones con Leonardo DiCaprio. Esto necesita con urgencia una nueva edición ampliada. Aquí van tres fragmentos:

Después de reescribir el guión se lo empecé a mandar a todo el mundo, y así nació Malas calles. Después de todos los títulos diferentes por los que había pasado a lo largo de los años, éste me lo sugirió Jay Cocks, sacado de una frase de Raymond Chandler: "Un hombre tiene que dar la cara en esas malas calles". Me pareció un poco pretencioso, pero resultó ser un título muy bueno.

**

Mantenía buenas relaciones con Katzenberg y Eisner de la Paramount, quienes inmediatamente me ofrecieron algunos guiones. Me dijeron: "Superdetective en Hollywood, ¿quieres hacer esto? Es para Sylvester Stallone". Les pregunté de qué iba y me contestaron: "Es un pez fuera del agua". "¿Qué es un pez fuera del agua?" "Ya sabes, un policía de por ahí que viene a Nueva York". Contesté: "Eso es la película de Don Siegel La jungla humana (Coogan's Bluff). Y dijeron: "No, no. Es Superdetective en Hollywood". Tuvimos la misma conversación sobre Único testigo (Witness), pero yo dije que no podía hacerla. No sabía nada sobre los amish y no me veía en Pennsylvania entre ellos. Pero mi agente, Harry Ufland, dijo que eso era todo lo que había.

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John Ford hacía películas del Oeste. Nosotros hacemos películas de la calle. Hagamos eso [Martin Scorsese a Joe Pesci].


[Alba Editorial. Traducción de Manu Berástegui y Javier Lago]

Próximamente: Guía perversa del viajero en el tiempo


De Jorge Fernández Gonzalo. En Sans Soleil Ediciones.

viernes, junio 10, 2016

American Smoke, de Iain Sinclair


Éste es uno de los libros más fascinantes del año, para mí incluso superior a La ciudad de las desapariciones. En Playtime / El Plural lo comento. Aquí van un montón de fragmentos:

[Charles] Olson, igual que su paisano de Massachusetts Jack Kerouac, era católico y de familia obrera. Su padre hacía el reparto del correo en Worcester. El padre de Kerouac tenía una imprenta en Lowell. Cuando siendo un estudiante de veinte años yo caminaba por la playa de Sandymount, en Dublín, Kerouac era mi gran modelo: aquellos viajes malogrados, la búsqueda, el tedio y el temblor mortal bajo la superficie, que por entonces yo no había identificado. Mi compañero, Christopher Bamford, que después de Irlanda se embarcaría para Boston y ya no volvería, hacía campaña por Beckett, Genet y todas aquellas ediciones de bolsillo de color lechuga de Olympia Press. Las huellas de nuestros pasos trazaban un bucle en la arena gris, un circuito presidiario, mientras conjurábamos obras de teatro escritas en una sola noche y proponíamos revistas que nunca iban más allá de la fase de pruebas, del maniquí abandonado. Entretanto, recibíamos cartas por avión de William Burroughs desde Tánger.

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Kerouac era el ángel oscuro, que se liberó a sí mismo de la rueda del karma, de la mortaja corpórea. Pero también era, y ésa es la fuente de la tensión que alumbra su arte, el "Niño Memorión", el inspirado festejador de lo ordinario: el paso de las estaciones, las calles en invierno, las inundaciones, los bares, las fábricas (desde fuera), el humo de leña, la noche, el contacto, la familia, los amigos, la inquietud, las cocinas, la locura y el asesinato.

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Los poetas saben que el poco poder que tienen pronto se verá absorbido por los objetos convertidos en fetiches que los rodean. Las reliquias son la verdadera autobiografía.

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Di un par de vueltas a la feria, por los viejos tiempos, y luego emprendí un paseo a través de los barrios residenciales arbolados rumbo a la tranquilidad del centro del pueblo en el domingo por la mañana. Por supuesto, se me habían adherido de alguna forma a las manos un par de compras a precio rebajado. Mis lecturas, fuera de mi investigación inmediata, se reducían a un grupo selecto de autores: Louis-Ferdinand Céline (leyéndolo en orden cronológico), Don DeLillo (en orden inverso), Malcolm Lowry, Roberto Bolaño, Walter Abish.

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La biografía es un mapa de carreteras que solamente tiene sentido con la muerte del sujeto, del escritor.

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[Alexander] Baron, criado en Hackney, y marxista acérrimo en sus años de juventud, tenía algo de comisario traumatizado, una historia vivida sin remordimientos. Seguía escribiendo porque a eso se dedicaba, pero ya no tenía expectativa alguna de que sus libros encontraran un público.

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Hace falta una buena dosis de ego para coquetear de forma tan persistente con el olvido. Me interesaban los ingeniosos sistemas que había encontrado Malcolm Lowry para perder, quemar o desperdigar sus manuscritos antes que afrontar el horror de mandarlos a un editor o, peor todavía, publicarlos.

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Pavel Coen, que, tal como yo me temía, también albergaba la ambición secreta de escribir una novela épica, adaptando las técnicas americanas del Meisterwerk a los barrios residenciales del sudoeste de Londres, rezaba en el altar de Pynchon, los poetas del grupo L-A-N-G-U-A-G-E, DeLillo y Burroughs, y confesaba sentir una afinidad especial con William T. Vollmann. […] Siendo niño todavía, Vollmann tuvo que ver cómo se ahogaba su hermana de seis años mientras él estaba cuidando de ella. William Burroughs contaba que era el haber matado a su mujer, Joan Vollmer, en México D.F., lo que le había convertido en escritor. Lo que le había lanzado la maldición de trabajar con las palabras, al dictado de una hambrienta máquina portátil Remington, casi hasta el último aliento. De vivir en una casa de tablones rojos en Kansas. El suburbio sin urbe. La inercia de mitad del continente. El no lugar.

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La imitación de uno mismo es un oficio ingrato.

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El tiempo en el pub no era tiempo, era una relatividad líquida.

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Las noticias del mundo exterior llegaban como si fueran el tráiler de una película de Fritz Lang.

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El viejo sueño de recorrer en coche la Costa del Pacífico exigía una prima demasiado alta. Yo lo necesitaba para mi libro, es decir, para seguir existiendo.

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Los muertos flotan en nuestros recuerdos y a veces en las calles; los vemos cuando los necesitamos. Y aprendemos a dejarlos ir. Las madres, los padres, las figuras como Beckett o Joyce, vienen con nitidez, pero nunca más de dos o tres veces. Están igual de mudos que Ezra Pound después de sus años en el manicomio de Washington, cuando deambulaba como una cabeza hierática por Venecia o Spoleto.


[Alpha Decay. Traducción de Javier Calvo]