viernes, abril 29, 2016

Su pasatiempo favorito, de William Gaddis


Varios fragmentos de esta novela, que hoy recomiendo en Playtime / El Plural (el enlace figura en otro post, un poco más abajo):

-¿Justicia? La justicia se encuentra en el otro mundo. En éste lo que hay son leyes.

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-[…] Con todas esas charlas, viajes de promoción y demás majaderías en que se ha convertido el mercado del libro hoy en día, de lo que se trata no es de comercializar la obra sino de vender al autor en ese repugnante circo de los medios de comunicación que transforma al creador en un farsante con el delirio de publicidad y todo porque no soy un jugador de béisbol con SIDA o un perro que vive en la Casa Blanca pero sí soy demasiado viejo […]

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-Lo del periódico, lo han puesto todo al revés. ¿Es que no hay leyes para estas cosas?
-Habría que demostrar dolo. No se pueden hacer leyes contra la simple estupidez ¿no? –Empezó a frotarse enérgicamente con la toalla–. Contra las tonterías.

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-¡Yo lo sé todo sobre Silo! Sé que hubo veinte mil víctimas no treinta mil, diez mil en cada bando, todos simples reclutas no un… un enemigo bárbaro, lo ha preparado una agencia que se dedica a organizar conferencias y se lleva el cinco por ciento, se las ofrece a escritores que quieren dar charlas y lecturas y…
-Menuda estupidez. Si eres escritor lo que haces es escribir, si no ya me dirás para que aprende la gente a leer. Ese no parar de charlas y lecturas y conferencias… ¿es que son analfabetos? Se leen cosas a los niños de tres años, pero si eres escritor te quedas en casa escribiendo ¿no?

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-[…] No creerás que quiero sacar nada de este asunto ¿verdad? Pero yo he tenido una oportunidad única, la de leer tu obra. ¿Te acuerdas de cómo define Conrad su tarea, hacer sentir y sobre todo hacer ver? Y añade que quizá también ofrecer una breve visión de la verdad que al lector se le ha olvidado pedir. A eso me refiero, eso es lo que ofreces en tu obra, lo que solo tú y nadie más que tú puede hacer. Seguramente no eres consciente de cuántos envidiamos las dotes que tienes, no hay mas que ver la cantidad de malos poemas y de malos cuadros que hay en el mundo, obras de personas que no saben escribir ni pintar, hay gente que escribe no porque quiera escribir sino porque quiere ser escritor, ya puede ser mercachifle millonario, fabricante de coches, da igual, pero quiere ser escritor mientras que la obra de un escritor realmente bueno está acumulando polvo, una obra como la tuya se arriesga al fracaso porque no hay nadie lo suficientemente inteligente como para comprender sus posibilidades, para ver lo mismo que tú has visto y llevarla a un escenario, que es donde debería estar.

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-[…] ¿Sabéis una cosa que nunca he entendido en esta casa, en todo el tiempo que llevamos aquí juntos? Que nunca os veo leer. O sea con todos esos libros de la biblioteca y todas esas ideas y gente de los libros de las que estáis siempre hablando resulta que lo único que se lee aquí son los periódicos y las facturas y los crucigramas y los anuncios por correo y venga a ver la televisión pero o sea libros, lo que se dice leer libros no os veo yo que…


[Sexto Piso. Traducción de Flora Casas] 

Próximamente: La comedia literaria


De Catherine Meurisse. En Impedimenta.

jueves, abril 28, 2016

Nervio, de Félix Almazán Molina


MALAS RACHAS

Escribe poemas para pagar los tragos,
recorre las calles hasta dar contigo,
sabe que en las noches duermes sola,
callas, te emborrachas,
y todo ello sobre el precipicio.

Ya solo acordes fúnebres te acompañan,
le comentan que gritas por las esquinas,
que te iluminan las farolas cuando vagas ciega,
que solo el vino te da compañía.

Le hablan de la eterna promesa inconclusa
convertida en la adicta venus de la melancolía;
maldita suerte rastrera,
de tragaperras en tragaperras vas por las cantinas.

Ahora los versos solo le salen tristes,
pero no sabe rendirse a la primera,
jura que las malas rachas también pasan
y sigue soñando con ver tu sonrisa,
que no tu mueca,
aliviando el luto de este torpe poema.

**

LA MÁS TRISTE DE LAS HISTORIAS

La más triste de las historias es la de un pueblo que desata los caballos para tirar, él mismo, de la carroza de sus tiranos.

**

CAZ

El rincón donde yo habito
está plagado de grietas,
me desbordo al despertar, por ellas,
todas y cada una de las mañanas.

El vino, a la tarde,
no cura pero anestesia,
por la noche te busco
para que tapes, siquiera,
o al menos disimules,
alguna de mis fugas,
pero no llegas.

Presiento que terminaré muriendo de ausencias,
frente a este tejado de siglos,
de un síndrome aún sin nombre,
de una deshidratación anómala,
de un universo sin vínculos.


[Lastura]

Próximamente: El solitario del desierto


De Edward Abbey. En Capitán Swing.

miércoles, abril 27, 2016

Repudiados, de Osamu Dazai


En "Cerezas", el último relato de este libro, dice el narrador: Ya no tenía ganas de trabajar. Lo único que quería era suicidarme, por lo que acudí directamente a un bar.

No conozco muchos autores que se hayan autodestruido tanto en el papel (y en la vida real, pues además del alcoholismo y las depresiones, Osamu Dazai logró matarse tras varios intentos fallidos). En sus obras, este escritor japonés siempre se hace daño, se acusa a sí mismo, se convierte en una especie de mártir a quien su propio dedo señala los errores que comete, las faltas de su personalidad, las taras de su conducta.

De los 9 estupendos relatos que reúne Repudiados, me quedaría con estos tres, si tuviera que elegir: "Repudiados", "En memoria de Zenzō" y "Cerezas".

En el primero de esos relatos nos cuenta la historia de cómo una pareja decide suicidarse, y los preparativos acordes con la decisión: comprar barbitúricos, viajar a la región elegida…

En el segundo, el autor acepta una invitación para juntarse con varios artistas en su tierra de origen; pese a su reticencia y a su misantropía acepta acudir al evento y codearse con los artistas de su ciudad. Pero se siente incómodo, fuera de lugar, dice que incluso su familia no quiere leer sus novelas, y se siente repudiado de una manera que comprendemos perfectamente quienes, metidos en tareas relacionadas con las letras, hemos emigrado a otras ciudades y sabemos que nadie es profeta en su tierra, etcétera. Es uno de los textos donde Osamu Dazai más se ataca a sí mismo. Me pareció bastante demoledor.

En "Cerezas", el tercero de los citados, habla de su entorno doméstico, familiar, utilizando alternativamente la primera y la tercera persona del singular, estrategia con la que logra verse a sí mismo desde fuera y desde dentro.

Admiro la fluidez de Osamu Dazai para contarnos cosas, y hacerlo en un estilo sencillo, más o menos como el que utilizaría un colega que nos contara confidencias en una taberna, a media voz. Aquí van unos fragmentos; se indica debajo la procedencia:

Soy un ser desastroso que ha recibido muchísimos golpes a lo largo de su vida. Pensé que quizá todo aquello fuese una broma de mal gusto en la que fingían que me consideraban famoso. La idea de que en aquel preciso instante pudiese haber muchísima gente riéndose de mí, apuntándome con el dedo y sacándome la lengua, me causó una gran turbación- estaba convencido de que ni una sola persona de mi pueblo había leído alguna de mis obras. Y, en el caso de que alguien lo hubiese hecho, seguramente habría leído solo las partes en las que el protagonista hacía algo desastroso, riéndose de la lástima que le producía y contándoselo luego a los demás entre carcajadas, burlándose de mí y tratándome como a la vergüenza del pueblo. De hecho, la última vez que vi a mi hermano mayor, hace cuatro años, me dijo que dejase de mandarles mis novelas a casa.
[De "En memoria de Zenzō]

**

Soy un imbécil que nunca sabe portarse como es debido. Y todo por culpa del ambiente de mi tierra. Siempre que logro introducirme en ella, de la manera que sea, siento como si me quedase sin fuerzas, me pongo caprichoso y pierdo el control. Incluso me sorprendo a mí mismo de lo maleducado que puedo llegar a ser. Mi capacidad para controlar la situación se derrumba y termina desapareciendo. El corazón empieza a latirme violentamente, lo cual es muy desagradable, y siento como si se me aflojasen los tornillos, hasta que llego a un punto en el que me es del todo imposible mantener una actitud recta.
[De "En memoria de Zenzō]

**

Empleo todas mis fuerzas en crear un ambiente divertido y agradable, a pesar de que por dentro sienta el corazón destrozado y un terrible dolor en el cuerpo. Por eso, cada vez que me despido de la persona con la que estoy, noto como si estuviese a punto de desmayarme. Entonces es cuando comienzo a pensar en el dinero, en la moral y en suicidarme. Bueno, en realidad es algo que también me ocurre cuando escribo. Cuando más triste estoy, más me esfuerzo por crear historias divertidas. Si lo hago es porque pienso que agradarán a los demás, pero lo cierto es que no se dan cuenta y siempre terminan criticándome por ello.
[De "Cerezas"]

**

La vida es algo muy complicado. Nos encadenamos a multitud de personas y obligaciones, y, cada vez que intentamos salirnos un poco de lo establecido, todo sangra.
[De "Cerezas"]


[Sajalín Editores. Traducción de Ryoko Shiba y Juan Fandiño]

Próximamente: Inocentes y otras


De Dana Spiotta. En Turner Libros.

lunes, abril 25, 2016

La vida sin armadura, de Alan Sillitoe


En la página 52 de esta autobiografía dice Alan Sillitoe (autor de librazos como La soledad del corredor de fondo y Sábado por la noche y domingo por la mañana):

Fue una fortuna que Los miserables y El conde de Montecristo se cruzaran en mi camino tan pronto y tuvieran tal efecto, pues entre ambos iluminaron mi oscuridad con rayos de esperanza y promesas de evasión. La historia de Dumas era una historia de venganza y la de Hugo de justicia, y ambos libros fueron muy importantes porque contribuyeron a que mi corazón sobreviviera.

Esta perspectiva de la literatura como tabla de salvación aparecerá, implícita o explícitamente a lo largo de La vida sin armadura, autobiografía que se divide en dos partes muy distintas.

En la primera, que ocupa la mitad del libro, seguimos los años de infancia y juventud. Son años de aprendizaje, de formación, de errar sin rumbo (el trabajo en la fábrica, el suburbio, el ejército, la enfermedad, la guerra…), de aventura y de rebeldía. Recuerda a las vidas de esos escritores del siglo XIX que tanto viajaron, y que escribían en barcos y en islas y en trenes. Aunque es la parte "diferente", más dinámica y plagada de sucesos e incidentes, prefiero la segunda, que es de donde he tomado casi todas las notas.

En esa segunda parte, que transcurre casi toda en tierras españolas (Mallorca, Alicante, Torremolinos…), Alan Sillitoe ya se ha establecido, ya no salta entre la fábrica y el ejército, y se obstina en ser escritor. Son años, sin embargo, muy difíciles en cuanto a triunfar en ese oficio:

Escribía por el hecho de escribir, no tenía otro objetivo que no fuera que me publicaran: convencerme a mí mismo de que era un escritor, lo que no era muy difícil, pues no podía ser ninguna otra cosa, y seguir hasta que mis lectores pensaran lo mismo.

Año tras año Sillitoe va escribiendo y aumentando su obra: novelas, cuentos, poemas… Pero todo se le resiste. Incluso aunque recurre a una agente, que mueve sus libros allá en Inglaterra, no hay manera: todos los editores rechazan sus manuscritos. Pero él continúa. Sigue luchando, averigua dónde falla y cómo puede mejorar su estilo:

Leer mi obra en voz alta era un modo de asegurarme de que poseía la fluidez y claridad del inglés claro. Siempre había tenido cuidado, pero ahora me mostraba implacable a la hora de señalar las repeticiones en una página, reconocer palabras innecesarias, suprimir tautologías, librarme de clichés, eliminar lo que quedaba insinuado en vez de expresado y tratar de lograr la sencillez incluso en las descripciones de complicados procesos de pensamiento, usando las técnicas de la poesía para escribir en prosa.
[…]
Durante ese largo invierno se hizo obvio que no había trabajado lo suficiente con el estilo: tenía que deshacer cada palabra, cada frase, cada oración de cada relato y cada página de mis novelas, y volverlas a tejer para que no quedaran puntos sueltos en la prosa.

Y, desde luego, sigue leyendo a los grandes. Se resiste a ser atado por los editores, constreñido por sus exigencias o por las modas del público lector:

Ahora sabía que uno no escribe lo que la sociedad o los editores esperan, sino lo que la verdad de tu propia experiencia determina. Mi alma debía contener algo de hierro antes de nacer que reforzaba la actitud de que el escritor no ha de escuchar a nadie más que a sí mismo, como un imán atrae limaduras de hierro porque es una pieza de metal más sólido.

Otra de las facetas interesantes de esta segunda parte es cómo ve Sillitoe esa España franquista, llena de pisos que en vez de inodoro tienen un agujero en el suelo, y de tipos que les estafan (a él y a su mujer y a sus amigos ingleses) porque son turistas. Son años de aprendizaje de la escritura:

Un escritor puede sentir la necesidad de aprobación de quienes lo rodean, pero tiene la opción de intentar conseguir la aceptación de quienes dirigen el país (en aquella época yo me refería a ellos como "las ratas") o de quienes son gobernados. La única forma válida de actuar es no tener en cuenta a ninguno, escribir para uno mismo, con un tenaz respeto por la voz única, y al mismo tiempo una voz de la que no hay que hacerse ilusiones. Había vivido demasiadas vidas para estar dispuesto a prestar atención a los demás y, si mi escritura seguía siendo impublicable, bien estaba.

Unos diez años estuvo Alan Sillitoe enviando sus manuscritos y siendo rechazado una y otra y otra vez. Pero no desfalleció. Nunca se rindió. Sabía que encontraría su estilo, su camino, su público. Es un ejemplo a seguir para quienes empiezan ahora a escribir. Sillitoe les da una lección: aunque no publiques, da igual, es necesario seguir adelante y confiar en ti mismo. Tampoco se ahorra palos para la industria editorial, que no ha cambiado mucho en estos años:

Los editores (y podríamos preguntar por qué) quieren novelas que crean que van a poder vender y son reacios a publicar una obra sin haberla pulido hasta lograr el estilo y el contenido que imaginan que sus lectores esperan o que ellos deciden, según sus propios prejuicios, que sus lectores deberían recibir, en cuyo caso hay pocas posibilidades de desviarse de la aburrida norma, o de experimentar un poco y hasta de que quede algún que otro fallo que convierta la obra en memorable. Lo que un editor considera aceptable, otro lo ve inadecuado, así que solo la versión del autor es la correcta. Un escritor no debe consentir los recortes de los lectores editoriales que pretenden guiarlo hacia un éxito de ventas de mediano nivel cultural o, como ocurría en aquella época, la clase de libro que creen probable que gane un premio literario.

Una gran autobiografía. Ejemplo de un hombre hecho a sí mismo. Luchador, currante, obstinado, cabezota… Aquí van unos extractos más:

La escritura es una actividad en la que el individuo es supremo y un autor no tiene ninguna oportunidad de lograr nada salvo que su integridad proteja su talento.

**

Cuanta más gente participa en una decisión, más probable es que las cosas salgan mal.

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Que los reseñadores y periodistas se refirieran a mí como "clase obrera" o "de la clase obrera" era tan desacertado como meterme en el corral de los angry young men.


[Impedimenta. Traducción de Antonio Lastra]

domingo, abril 24, 2016

jueves, abril 21, 2016

Cosecha, de Jim Crace


Gran novela, que hoy recomiendo en Playtime / El Plural. Unos ejemplos de la prosa del libro:

Al amanecer, dos columnas de humo nos sorprenden en el cielo en una época del año aún demasiado cálida para encender el fuego del hogar. Por lo menos sorprenden a todos los que no hemos estado de jarana la pasada noche. Esta región está acostumbrada a convivir con las llamas. Más allá de las zanjas y fosos que marcan los límites de nuestras tierras y aún al arropo de los bosques, en las tierras comunales, donde hasta hace poco no había nadie que pudiera encender un fuego, ciertos recién llegados han construido recientemente una cabaña –cuatro toscas paredes y algo parecido a un tejado– bajo la obsequiosa luz de una gigantesca luna de cosecha. Desde entonces han encendido varias fogatas en esas zonas apartadas.

**

El trabajo comunitario que requiere la cosecha también nos permite ser procaces. Nuestro humor madura a medida que la cebada cae. Es lícito chismorrear a voz en grito, es lícito poner la carnaza y picar el cebo. ¿Quiénes comparten esposa? ¿Qué barbudo soltero ha llegado a intimar en exceso con su cabra favorita? ¿Qué viudo (en este caso me miran a mí) ha mojado pan en olla ajena? ¿Cuáles de nuestros sonrojados jovenzuelos serán herederos prestados, es decir, qué niños habrán sido concebidos en la cama de un hombre y criados en la de otro? ¿Quién la mete donde no debe? ¿Quién busca calor junto a su saco de grana? Cuando se trata de cortar el maíz no tenemos límites.

**

De modo que esta noche todos somos conspiradores. Y solo podremos salir absueltos si esos tres culpables amigos reúnen en su pecho el coraje suficiente para acercarse al amo y susurrar en su oído que los dos hombres –aún sin nombre– que en este mismo instante están encadenados con grilletes y con el cuello inmovilizado en el cepo de la picota del pueblo, en el camino de entrada a la iglesia que nunca llegamos a construir, soportando el frío del anochecer y la llovizna que lo acompaña, deberían ser liberados de inmediato e invitados a participar de nuestra fiesta en el granero a modo de disculpa. Una ración de carne sería nuestra manera de compensarlos.

**

-¡Nada más que ovejas! –dice, y ríe a carcajadas.
Su broma, creo yo, es la siguiente: nosotros somos las ovejas, y ya estamos aquí rumiando hierba. No hay nada más penoso que nosotros, piensa. Nadie tan débil. Nada puede igualar nuestro temeroso mal humor, nuestras vacías vidas, nuestros escuchimizados y estúpidos rostros, nuestra dependencia, nuestra cobardía y nuestras quejas. Estoy seguro de que le encantaría perdernos a todos de vista. Poner fin a toda esta parsimonia nuestra. Reemplazarnos por un ganado más noble.


[Hoja de Lata. Traducción de Pablo González-Nuevo]  

martes, abril 19, 2016

El show de Gary, de Nell Leyshon


Esta novela, traducida por Inga Pellisa (lo cual suele ser una garantía), se titula en inglés Memoirs of a Dipper, que supongo que significa Memorias de un carterista, pues con dicha frase abre la autora el libro. Me gusta mucho más el original, aunque el título español no es desacertado por cuanto el protagonista y narrador, Gary, presenta los hechos de su vida como si fuesen un auténtico espectáculo en el que él oficia de maestro de ceremonias.

La escritora inglesa Nell Leyshon obtuvo un gran éxito en España (y en otros países) con su novela Del color de la leche, que aún no he leído. En El show de Gary nos adentramos en la confesión de uno de esos personajes socarrones, provocadores y al margen de la ley que tanto gustan a los narradores ingleses, creaciones con cierto parecido a las de Martin Amis o Irvine Welsh: tipos que sobreviven en ambientes turbios, que salen de infancias duras y se abren camino en la vida mediante actividades ilegales. En el caso de Gary, desde crío acompaña a su padre a desvalijar cajas fuertes y aprende el oficio. En un entorno como el suyo, con un progenitor brutal con tendencia a atizarle y una madre bebedora, Gary sólo puede acabar convertido en un ladrón, en un tipo que luego irá descendiendo peldaños (drogas, alcohol, cárcel…) hasta que sepa que sólo está en su mano ser capaz de reformarse y tener una vida normal.

Uno de los rasgos notables del protagonista, algo de lo que él alardea, es que es capaz de anticiparse, de ver cosas que los demás no ven, de intuir lo que va a pasar, de saber leer en las personas para predecir sus actos. Esto y su descaro son dos de los aciertos del libro. Y, por supuesto, la creación de una voz narradora que está a mil millas de Nell Leyshon: parece mentira que una mujer de mirada tan limpia y ojos tan benévolos haya sido capaz de dar vida a este simpático criminal, pero al fin y al cabo ése es el poder de la ficción y el milagro de lo creativo. Esa voz narradora, la de un tipo duro, me recuerda un poco a las novelas de Susan E. Hinton (pienso en el Rusty James de La ley de la calle, donde además sale un personaje secundario que comparte mote con uno de El show de Gary: El Enano). Y algún pasaje donde los dedos que afanan carteras me remiten a Pickpocket, esa gran película de Robert Bresson. No sé si son influencias deliberadas o involuntarias, pero bienvenidas sean.

Pese a los ambientes malsanos en los que se mueve el protagonista (y que incluyen maltratos, palizas, yonquis, cárcel, centros de desintoxicación…), nunca faltan en estas memorias el humor y cierta esperanza, que hacen más llevadera la vida cruda de Gary. Unos fragmentos:

-¿Qué quieres?
-¿Por qué crees que quiero algo?
-Se llama intercambio humano –digo–. Todo humano que hable con otro humano quiere algo. En eso consiste la vida, todos corriendo de aquí para allá intentando conseguir lo que queremos.

**

-¿Sabes cuidar de ti mismo?
Asiento.
-Me conozco el percal. Veo a la gente antes de que me vean a mí, huelo los plátanos cuando hay monos cerca. Nadie se enterará de lo que estoy haciendo.
-¿Y si hay problemas?
-¿Cómo crees que me hice esto en la nariz? Pero no voy a pegarle un puñetazo a nadie si no tengo que hacerlo. La mayoría de las veces la violencia no consiste en la acción. Consiste en la actitud. Consiste en la amenaza de usarla. Lo único que hay que hacer es ponerse firme, tener la actitud apropiada y se echan atrás.

**

-Todo está en lo que proyectes –dice John–. La mayoría de la gente es estúpida y quiere certezas. Mientras tu historia sea creíble, y mientras ellos quieran saber lo que estás viendo, no la cuestionarán. Si te inventas una historia que puedan creer, son tuyos. Recuérdalo siempre, a la gente le gusta que la reafirmen. Haz ese trabajo por ellos.


[Sexto Piso. Traducción de Inga Pellisa]

Próximamente: Los albigenses


De Charles R. Maturin. En Valdemar.

viernes, abril 15, 2016

Breve historia de siete asesinatos, de Marlon James


Varios extractos de esta novela, que hoy recomiendo en Playtime / El Plural:

De Bam-Bam
Nos dedicamos a esperar. Dos men traen armas al gueto. Uno de ellos me enseña a usarlas. Pero la gente del gueto ya nos estábamos matando antes. Nos dimos con to lo que encontrábamos: palos, machetes, cuchillos, picahielos, botellas de refrescos. Matamos por comida. Matamos por dinero. A veces a un men lo liquidan porque a otro no le ha gustao cómo lo miraba. Y pa matar no hacen falta razones. Esto es el gueto, ¡eh! Las razones son pa los ricos. Nosotros tenemos la locura.

**

De Papa-Lo:
El hombre que tiene enemigos sabe que tiene que estar en guardia to' el tiempo, mañana, tarde y noche. El hombre que tiene enemigos sabe bien que tiene que dormir con un ojo abierto. Pero cuando un hombre tiene demasiados enemigos, empieza a reducirlos todos al mismo nivel y se le olvida que hay que hacer distinciones, y en vez de eso empieza a pensar que todos los enemigos son el mismo. El Cantante no se acordó demasiao de aquel blanco, pero yo sí que me acuerdo todo el tiempo. Yo le pregunté qué pinta tenía aquel blanco y él corrió un tupido velo.
-Pinta de blanco –me dijo.

**
De Josey Wales:
Tengo una cita con el doctor Amor. Todavía estaba amaneciendo cuando sonó el teléfono de la salita. Yo ya me había levantado y rondaba por la casa como un zombi matinal. Antes de que él pudiera saludarme, le dije: chico, pero qué inoportuno eres, doctor Amor. Él me preguntó cómo sabía que era él. Le dije que él era el único hombre que se arriesgaría a que yo le pegara un tiro en la cabeza por llamarme antes del desayuno. Él se rió mucho, me dijo que nos veríamos donde siempre y colgó.

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De Papa-Lo:
Hay mucha gente que hasta en plena miseria elige lo malo conocido a lo bueno que sólo es capaz de soñar porque al fin y al cabo quienes sueñan son los locos y los tontos. A veces las guerras se acaban porque olvidas los motivos que te llevaron a luchar, o porque te has cansado de pelear, o bien porque te visita gente muerta en sueños y tú ya no recuerdas cómo se llaman, y a veces llega un momento en que dejas de considerar enemigos a la gente contra la que se supone que debes luchar.
[…]
La cárcel te recuerda que lo que hace hermanos a los hombres no es la sangre, sino el sufrimiento. Y cuando dos hombres sufren juntos como hermanos, la sabiduría también les llega a ambos juntos.

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De Dorcas Palmer:
Llevo tres años ya con la agencia de empleo God Bless y cada vez que vengo me cuenta una historia distinta de alguna putica del gueto que se quedó preñada mientras estaba a su cargo. Lo que no entiendo es por qué siempre piensa que esas cosas me las tiene que contar a mí. A mí no me interesa ser comprensiva ni solidaria. Lo único que quiero es un trabajito ahí para que el explotador de mi casero no me saque de mi apartamento de lujo en un quinto piso sin ascensor y con un inodoro que ruge como si lo estuvieras matando cuando le tiras la cadena, ¡ah, espérate!, y unas ratas que están convencidas de que pueden sentarse en el sofá a ver la televisión y hasta conversar conmigo.


[Malpaso Ediciones. Traducción de Javier Calvo con la colaboración de Wendy Guerra]

Próximamente: Los del San Patricio


De Pino Cacucci. En Hoja de Lata.