viernes, mayo 29, 2015

Las grandes películas [200 películas imprescindibles de la historia del cine], de Roger Ebert


Estamos ante un libro en el que uno de los mejores críticos de cine de la historia analiza y comenta 200 películas, y que debería servir como guía de referencia no sólo para cualquier cinéfilo y entendido, sino también para los que no han visto cine del siglo XX. Lo interesante de Roger Ebert, además de sus análisis siempre precisos, es que a menudo acompaña al texto de anécdotas de rodaje o de directores, de alguna sentencia del guión de la película o de algunos diálogos que ya no recordábamos, y que además te explica por qué un filme es bueno o por qué no lo es tanto como creímos. Las grandes películas es un tomo doble que reúne los dos volúmenes originales, divididos en 100 críticas cada uno. En dicha selección hay un poco de todo:

Hay películas indiscutibles: Los 400 golpes, Apocalypse Now, Chinatown, Vértigo, Ladrón de bicicletas, La ley del silencio, Grupo salvaje, La dolce vita, Pulp Fiction, Taxi Driver, Perdición, Centauros del desierto, Persona

Hay grandes blockbusters que no siempre entran en las listas de los críticos, pero que son largometrajes que (casi) todos amamos: E. T., La guerra de las galaxias, El silencio de los corderos, Alien, En busca del arca perdida

Hay filmes que suelen ser de culto entre las minorías, y que Ebert por fortuna incluye en sus dos listas: Mejor solo que mal acompañado, Detour, JFK, La conversación, Quiero la cabeza de Alfredo García, La noche del cazador, Todos nos llamamos Alí, Mi tío, Leaving Las Vegas, El bueno, el feo y el malo, El precio del poder, Ran, Tres colores: Azul, Blanco y Rojo, Umberto D

Es cierto que eché de menos a George Miller, a Peter Weir, a Robert Zemeckis o a Richard Donner, a unos cuantos del cine español y a directores que no sé si ya estaban en activo cuando Roger Ebert preparó los libros: David Fincher, Wes Anderson, Christopher Nolan… Pero es lo malo de las listas: hay que elegir, y aparte del criterio objetivo de Ebert, también suele haber espacio para los gustos personales, para las filias de cinéfilo.

He leído poco a poco este libro desde hace un año, o algo así: de vez en cuando lo abría, leía algunos ensayos, lo dejaba reposar y luego lo retomaba. Lo asombroso es que no he visto todas las películas que Ebert comenta: me faltan unas pocas, y espero remediarlo en breve.

Un último apunte: es una lástima que la edición contenga tantos errores, erratas, duendes de imprenta, descuidos e incluso faltas de ortografía. Como son 800 y pico páginas, parece que no se nota tanto… Pero se nota. Especialmente cuando hay títulos que no van en cursiva, o que cada traductor ha traducido a su manera… sin que coincidan los criterios. Y pese a ello, insisto: lo recomiendo. Aquí van unos extractos:

Uno de los grandes placeres [del tomo 2], por otro lado, ha sido incluir películas que no son calificadas a menudo como "grandes". Algunas, porque se las considera meramente populares (Tiburón, En busca del arca perdida); otras, porque son entretenimientos puros y duros (Aviones, trenes y automóviles, Rififi), otras porque son demasiado oscuras (La caída de la casa Usher, Stroszek). Uno va a ver películas diferentes por motivos diferentes y la grandeza tiene muchas maneras de presentarse.

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Todas las películas juegan con nosotros, pero las mejores tienen la valentía de admitirlo. La mayoría trata de convencernos de que sus historias son reales y debemos tomarlas en serio. A las comedias se les permite romper las reglas.

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Las películas que perduran, aquellas a las que regresamos, no siempre tienen temas elevados o complejidades bizantinas. A veces perduran porque son flechas que van directo al corazón.


[Ediciones Robinbook. Traducción de Rafael Dalmau (Primera parte) y Santiago Llach & Mariano García Noval (Segunda parte)]

Próximamente: Escuela nocturna


De Zsófia Bán. En Ediciones Siruela.

jueves, mayo 28, 2015

El pequeño Wilson y el gran Dios, de Anthony Burgess


Anthony Burgess publicó su autobiografía en dos tomos: El pequeño Wilson y el gran Dios y Ya viviste lo tuyo. Conseguí ambos hace ya bastantes meses, en librerías de viejo. Necesitan, urgentemente, una reedición. Mi ejemplar de la primera parte, la que hoy comento aquí, tiene todas las hojas sueltas y las páginas amarillean; el tamaño de letra es un poco pequeño, y además tiene una de esas cubiertas más bien horrendas que se estilaban en Planeta en los años 80.

El año pasado leí el primer volumen, y es uno de esos libros que tenía en la pila de títulos pendientes de recomendar. Me gusta la sorna que se gasta Burgess. Es un autor al que debería leer más y del que sólo conozco, aparte de estas memorias, su célebre novela La naranja mecánica. Lo que ocurre es que las obras que más me interesan de su bibliografía son difíciles de conseguir. Burgess no se corta un pelo. Para aquellos que hayan oído lo que le ocurrió a su mujer Lynne (que, se supone, luego sería el germen de los ataques ultraviolentos de sus drugos literarios), él mismo cuenta la verdad, en crudo y sin adornos, tal y como se la contaron por carta:

Un día trabajó hasta tarde en el Ministerio de Transportes de Guerra, calculando el avituallamiento para las pequeñas embarcaciones de la Operación Overlord. Cuando salió del edificio a medianoche fue atacada por cuatro hombres que, aunque iban vestidos de paisano, eran claramente desertores americanos. Tenía acentos sureños. El ataque no fue sexual, sino que tuvo como móvil el robo. Los cuatro le arrebataron el bolso y uno de ellos intentó arrancarle la apretada alianza de oro, decidido a romperle o incluso cortarle el dedo. Lynne gritó sin que nadie acudiera en su ayuda. Sus gritos fueron ahogados por golpes. Recordaba haber sido pateada antes de perder el conocimiento. Estaba embarazada y abortó. Ahora sangraba continuamente por una presunta dismenorrea.

Hay algunos pasajes que me han interesado menos que otros, como siempre me sucede en las autobiografías y en algunas biografías. Ojalá lo reediten un día de éstos y lo conozca más gente. Espero leer este año la segunda parte. Copio tres fragmentos de las primeras páginas, páginas que para mí son lo mejor del libro:

El novelista introduce su vida interior en la obra que publica; su vida exterior puede resumirse con la imagen de un hombre sentado ante una mesa. La carrera de un taxista o un limpiador de ventanas está mucho más llena de incidentes. Sin embargo, como es un ser humano tiene derecho a contar su vida. Como alegoría de las vidas de todos los seres humanos, puede servir para tranquilizar, consolar, frenar la ambición y reconciliar al lector con el dolor y la frustración que antes creía reservados para él solo. Pocas vidas registran grandes triunfos. Cualquier vida sirve como prototipo de todas las vidas.

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El novelista profesional tiene a veces una razón taimada y quizá indigna para escribir sobre sí mismo. En un período de inacción, cuando carece de energías para inventar, puede gustarle bucear en las reminiscencias, aun reconociendo que es difícil trazar una línea divisoria entre lo recordado y lo imaginado. Al no encontrar otro alimento, se convierte en autófago. La autobiografía puede reemplazar a la novela que no es capaz de escribir.

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Uno continúa escribiendo en parte porque es el único modo disponible de ganarse la vida. Es un camino duro y altamente competitivo. El corazón me da un vuelco cuando entro en una librería y veo la ferocidad de la competencia. No obstante, uno sigue porque hay que pagar las facturas. Existe también una razón más secreta para continuar, que es la esperanza infundada de que algún día ese enemigo intratable, el lenguaje, se rendirá al esfuerzo que pretende controlarlo. Me dicen a menudo que escribo mal y yo no discrepo de ello. Incluso Shakespeare envidiaba el arte de un hombre y la capacidad de otro. Cuando oigo a un periodista como Malcolm Muggeridge bendecir a Dios porque ha dominado el oficio de escribir, siento una acometida de náuseas. No se puede decir tal cosa. El dominio no llega nunca; el aprendizaje es vitalicio. El escritor no se retira de la batalla; muere luchando. Este libro es otra batalla.


[Editorial Planeta. Traducción de Pilar Giralt]

miércoles, mayo 27, 2015

Al escritorio. Trilogía alpina I, de Werner Kofler


Éste es un libro bastante extraño, muy peculiar, y probablemente haya lectores a los que no les guste. Por mi parte, aún sigo un poco desconcertado tras su lectura y no quiero o no puedo hacerme una idea exacta hasta que lea los siguientes volúmenes, que espero que salgan pronto. En este enlace están las primeras páginas, y aquí un fragmento:

De dónde saca las fuerzas la gente, pienso a veces, de pie junto a la ventana o moviéndome como un pez en el agua, perplejo, pienso: ¿De dónde saca las fuerzas la gente para seguir viviendo, cómo consiguen ir al trabajo todas las mañanas, de dónde sacan esa seguridad para dar un paso detrás de otro, de dónde la seguridad en sí mismos para poner un pie después del otro? ¿O es que para eso no hace falta fuerza, no es fuerza sino, en última instancia, debilidad? ¿Es incluso una fuerza general, supraordenada, enigmática, la que todos los días, sin que puedan mencionar un motivo atractivo para hacerlo, saca a las gentes de sus casas, o mejor dicho las absorbe, como una especie de torbellino? Podría ser. Por otra parte, para muchos se trata tan sólo de unos pasos, y viajar en el propio automóvil al trabajo ajeno compensa mucho; para mí todo eso es ajeno e incomprensible…


[Ediciones del Subsuelo. Traducción de Carlos Fortea]

martes, mayo 26, 2015

Próximamente: Perros de paja


De Gordon Williams. En Mármara Ediciones.

lunes, mayo 25, 2015

Para acabar con Eddy Bellegueule, de Édouard Louis


Tuve este libro en las manos en cuanto salió a la venta. No sabía si pillarlo o no porque es imposible comprarse todo y leerse todo. Así que lo descarté, no lo cogí. Unos días después David González me dijo que debería leerlo, que era una jodida maravilla. Y es cierto, y además es un libro extraño porque demuestra una precocidad asombrosa (el autor nació en 1992): posee la contundencia narrativa de esos escritores que te golpean casi en cada página. Eddy Bellegueule sufrió una infancia infeliz, tal y como confiesa al principio: siendo homosexual, padeció las burlas de amigos, vecinos y familiares, tuvo un padre tirano y brutal que nos recuerda a los padres de los libros de Fante y Bukowski, tuvo una familia repleta de taras e invalideces, tuvo que soportar el desprecio, la burla, el racismo del entorno, los padecimientos de la clase baja… En el pueblo no sólo era importante haber sido un tío duro, sino también saber convertir a los hijos de tíos duros, admite. Luego dijo adiós a todo eso, huyó, se cambió el nombre y el apellido, dejó de ser Eddy Bellegueule para convertirse en Édouard Louis y escribió un libro sobre aquel infierno. Un libro áspero y magnífico:

De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz. No quiero decir que no haya tenido nunca, en esos años, ningún sentimiento feliz o alegre. Lo que pasa es que el sufrimiento es totalitario: hace desaparecer todo cuanto no entre en su sistema.

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Las palabras amanerado y afeminado sonaban continuamente a mi alrededor en boca de los adultos: no sólo en el colegio y no sólo por parte de los dos chicos. Eran como hojas de navaja que, cuando las oía, me seguían lacerando durante horas y días; las rumiaba y me las repetía a mí mismo. Me repetía que esas personas tenían razón. Tenía la esperanza de cambiar. Pero mi cuerpo no me obedecía y se reanudaban los insultos. Los adultos del pueblo que me llamaban amanerado y afeminado no siempre lo decían como un insulto, con la entonación característica de los insultos. A veces lo decían con extrañeza, ¿Por qué elige hablar y comportarse como una chica si es un chico? Qué raro es tu hijo, Brigitte (mi madre), mira que portarse así. Esta extrañeza me oprimía la garganta y me ponía un nudo en el estómago. A mí también me preguntaban ¿Por qué hablas así? Yo hacía como que no entendía, una vez más, me quedaba callado; luego, un deseo de chillar sin ser capaz de hacerlo, el grito, como un cuerpo extraño y abrasador, bloqueado en el esófago.

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En mi familia había más inválidos que en otras familias. A lo mejor es que lo ocultábamos peor, que teníamos menos cuidado, que no sabíamos por dónde cogerlo. A lo mejor, sencillamente, era la escasez de dinero para cuidarnos como es debido, la hostilidad hacia la medicina. Está mi prima, que nación con dos paladares; el otro primo que siempre se están poniendo malo, es alérgico a los antibióticos, al detergente, a la hierba. Está la tía que se arranca los dientes con tenazas cuando se emborracha, porque sí, jugando; unas tenazas como las de los talleres mecánicos. Se emborracha muchas veces y, claro, se encuentra con que no tiene dientes que arrancarse. 


[Ediciones Salamandra. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]

Próximamente: El condominio


De Stanley Elkin. En La Fuga Ediciones.

viernes, mayo 22, 2015

jueves, mayo 21, 2015

El buitre, de Gil Scott-Heron


Antes de mi reseña en Playtime, aquí van unos fragmentos de esta novela (que cuenta con un prólogo de nuestro compañero Daniel Bernabé):

En nuestra zona, el distrito de Chelsea, tenemos fama de hacer fiestas salvajes. Cuando tenía quince o dieciséis, había una banda por cada manzana, y una chavala por cada pandillero. Las peleas entre bandas eran corrientes y sangrientas, pero pocas veces mortales. Era una oportunidad perfecta de salir por ahí y pelearse a cadenazos sin arriesgarse demasiado a ser el protagonista de un funeral el domingo. Pero resultó ser una moda pasajera. A medida que los miembros de las bandas fueron creciendo, el territorio y las mujeres se fueron convirtiendo cada vez más en una seña de identidad y orgullo. Era algo a lo que poder aferrarse.

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Era una ley no escrita. Cuando un hombre le pone precio a la cabeza de otro, se la está buscando con toda una comunidad, esos van a ser en adelante sus enemigos. A mí me habían pillado poniéndole precio a la cabeza de Isidro, y ahora estaba probando de mi propia medicina. Había cazarrecompensas buscándome. La recompensa era el aplauso de la comunidad latina. El principal elemento a mi favor era la falta de pruebas.

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-Un disturbio es la dramatización violenta de la desesperación que vive el pueblo negro en los Estados Unidos –dije yo–. Llega un momento en el que no se puede aguantar más. Después de llevarse tantos palos en sentido literal y figurado, llega un momento en que a uno no le importa lo que le pueda pasar. Pensad en un grupo de hermanos parados en una esquina. Delante de la tienda del hombre blanco. Llevándose las manos a los bolsillos vacíos. Antes de que te des cuenta, están cogiendo lo que quieren ellos solos.
-Lo que suele pasar es que todo el mundo va ciego –dijo un hermano– y se ponen a reventarlo todo.
-La embriaguez es la ruina de la razón. Es una vejez prematura. Una muerte temporal –citó I. Q.
-No es necesariamente porque la gente esté borracha –dije–. Para mí el ingrediente principal no es el alcohol, sino la frustración. Si combinas la frustración con la oportunidad, tienes una situación emocional explosiva. Los negros están hartos de que los expriman y se aprovechen de ellos. También de que los infravaloren. Lo único que hace falta es una chispa que prenda la mecha.
-Solo los que se complacen en la esclavitud son verdaderos esclavos –volvió a citar I. Q.
-Dentro de las comunidades que explotaron el verano pasado y que pueden volver a explotar en cualquier momento hay mucha infelicidad. Lo que quizá haga el alcohol es apaciguar las cosas un tiempo. Yo no me creo que los amotinados estuvieran borrachos. Eran hombres a los que se les había negado el derecho a ser hombres, a los que llevaban tratando como salvajes trescientos años, y que de repente vieron claro que nadie podía impedirles coger lo que quisieran. Era gente que ya había visto que la ley solo funciona en beneficio del hombre blanco.

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La gente siempre está con el cuento de que se recoge de lo que se ha sembrado en forma de amigos, y los coleccionan como si fueran cupones de descuento del supermercado pensando en el día en que les llegue la hora. Sin embargo, la realidad es que no se puede confiar en los amigos como en uno mismo. En esta vida, estás completamente solo desde el momento en que te sacan del vientre de tu madre empapado y chillando. Y no estás menos solo cuando empieza a caer la tierra encima de la caja que contiene lo que una vez fuiste. Tus amigos no van a estar ahí dentro contigo. Te podrán recordar una semana o así, tu nombre podrá aparecer en la conversación de vez en cuando, tu mujer podrá vestirse de luto, pero al cabo de un tiempo todo el mundo se va a olvidar de ti, los vecinos van a dejar de cotillear para ver qué hace tu mujer y ella va a empezar a acostarse con otro. El mismo hueco que llenabas con amigos lo cubrirá la tierra y desaparecerá a medida que la hierba tapa tu lápida y tu epitafio.

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Era impresionante todo lo que se podía aprender sobre la vida que llevaba la gente y sobre la realidad cotidiana de la que trataban de escapar viéndola. La televisión era la corriente que encendía a Estados Unidos porque el país entero estaba estrangulado por la rutina, los horarios cuadriculados y el anonimato que conlleva el no ser más que una cifra y vivir como un autómata programado para existir y nada más.  


[Hoja de Lata. Traducción de Antonio Vallejo Andújar]

Próximamente: Hambre de realidad


De David Shields. En Círculo de Tiza.

miércoles, mayo 20, 2015

La vuelta al mundo, de Juan Francisco Ferré


Del epílogo:
Este libro del autor nace de la conjunción de un deseo irrealizable y un curioso desafío.
El deseo: expresar con escasos medios la totalidad inabarcable del mundo contemporáneo.
El desafío: escribir un relato diario, al menos, durante cuarenta días (entre julio y septiembre de 1998) hasta completar, montado en una alucinante máquina de ficción, la vuelta al mundo en homenaje irónico a Julio Verne.

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La primera vez sucedió dentro de la taza del váter y no sentiste ningún reparo en tirar de la cisterna. Te divirtió entonces descubrirlo allí al fondo, anegado en repugnantes heces y alzando apenas los bracitos en demanda de socorro, la monda cabeza una canica sin facciones ni órganos, excepto tal vez un orificio diminuto por el que expelía un grito imperceptible, algo parecido al chirrido monocorde de un grillo, acallado enseguida por el brusco caudal de agua. No necesitabas preguntar de dónde venía, su procedencia era tan evidente como incoloro el tono de lo que no sabías si llamar piel o sólo envoltorio, manchada transparencia en todo caso.

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Tú sales de ninguna parte y te encaminas hacia ninguna parte, como corresponde a quien vive en un agujero tapizado de plástico y cajas de cartón y se aprovisiona de víveres y de toda clase de materiales por los alrededores de la autopista, plagada de urbanizaciones y de naves industriales y estaciones de servicio y hasta un vertedero en el escogido vecindario. Esta mañana sales como siempre en tu búsqueda inagotable de tesoros llovidos del otro mundo. Si el cielo está azul o gris, o llueve o nieva o graniza, a ti te da igual, tienes trabajo que hacer y no puedes dormirte, tus compañeros más despabilados se llevarían los preciados trofeos. Cuanto menos tienes más necesario se hace su mantenimiento.

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Cuando vives en un agujero todo se vuelve agujero para ti, todo se ahueca y vacía de sustancia, quizá el revolcarte siempre entre los residuos de los demás, viviendo de lo que otros apartan de su lado, rodeada de desechos, quizá eso te haya enseñado muchas otras cosas, pero sobre todo que la vida ofrece tantas caras como perspectivas y a ti te ha tocado conocer el punto de vista de lo ínfimo, el reverso más humillante, sin salida aparente.


[Pálido Fuego]

martes, mayo 19, 2015

Próximamente: Trabajo sucio


De Larry Brown. En Dirty Works.

Oh, Blanca Navidad…, de David Sedaris


Cuando Mondadori publicó a todos los autores de la entonces denominada The Next Generation, traté de comprar casi todas sus obras; por suerte muchas de ellas salieron en bolsillo. Aunque hubo libros que se me escaparon por falta de dinero o de oportunidad de encontrarlos por ahí, pillé a los más importantes: David Sedaris, Chuck Palahniuk, David Foster Wallace, Michael Chabon, George Saunders, Jonathan Lethem, Rick Moody… Y los voy leyendo poco a poco, cuando me acuerdo o cuando me entran ganas.

De David Sedaris (autor de relatos, no de novelas, por lo que yo sé) me encantaron los cuentos de Mi vida en rose. Sedaris tiene un don para hacer gracia, para ser liviano y divertido sin ser frívolo. Ahora que acaba de salir su nuevo libro, también en Mondadori: Cuando te envuelvan las llamas, he rescatado de mi biblioteca este volumen que contiene seis relatos.

Es un volumen irregular, no tan espléndido como Mi vida en rose. Para empezar, la edición española tiene la que probablemente sea la cubierta más horrenda de mi biblioteca. El título en castellano es ridículo: Oh, Blanca Navidad… frente al original Holidays on Ice. El primer cuento, "Crónicas de Santaland", retrata el tiempo en que el propio autor se disfrazó de elfo en uno de esos trabajos temporales de Navidad; y es bastante bueno. Los cuatro siguientes, en cambio, no me parece que estén a la misma altura (aunque no son malos, ni mucho menos). Pero el último, "Navidad significa dar", me parece una auténtica joya y es el texto que hace que el libro merezca la pena de verdad. En una de las historias cómicas de Movie 43, la protagonizada por Halle Berry y dirigida por Peter Farrelly, una pareja jugaba a "verdad o atrevimiento" en su primera cita, e iban un paso más allá en cada desafío, haciendo auténticas locuras que sólo pueden tener cabida en la ficción. Este relato es algo del mismo estilo. Pero aquí son las dos familias de ricos de un barrio quienes tratan de superarse entre ellos porque les come la envidia y siempre quieren ser más que el vecino; así, llevarán el desafío hasta alcanzar consecuencias propias de chiflados, y ya irreversibles. Si encontráis por ahí el libro, no os perdáis el primer y el último relato. 


[Debolsillo. Traducción de Toni Hill]

lunes, mayo 18, 2015

Próximamente: Maldito desde la cuna


De William S. Burroughs Jr. En Dirty Works.