viernes, agosto 30, 2013

El canguro alcohólico, de Kenneth Cook


La trilogía de “Relatos humorísticos de la Australia profunda” está formada por El koala asesino, El lagarto astronauta y El canguro alcohólico, todos ellos publicados por la misma editorial. Con el presente libro, pues, concluye un abanico de cuentos de estilo cómico en los que el protagonista suele ser el propio Cook (o su álter ego): un tipo que se define a sí mismo como cobardica, gordo, poco aventurero… Y, sin embargo, siempre anda metido en problemas. Porque se mueve por tierras australianas, donde no se sabe qué es más peligroso: si enfrentarse a un animal salvaje o si tropezar con algún bebedor local.

En esta última entrega, en la que hay más tropiezos con hombres que con bestias, nos encontramos con “Codos” Jones, un fulano que echa pulsos mientras se embriaga y que posee unos antebrazos larguísimos; con un piloto que tiene una fobia excesiva a cualquier animal o insecto del planeta; con un hombre que abre un restaurante en el que las mesas están atornilladas a una plataforma que gira… Son, en total, 14 relatos en los que siempre campa lo insólito, lo delirante y lo grotesco, y en cuyas páginas se incluyen admirables ilustraciones originales de Güido Sender, que también es el traductor del volumen.

Cook jamás olvida el humor y su primera habilidad consiste en enganchar bien al lector en cada arranque. Ejemplos: Nadie ha robado jamás un coche en Tennant Creek, por la sencilla razón de que no hay adónde llevárselo. O: Es probable que el origen de mi profundo temor hacia todos los animales australianos resida en el hecho de que en la infancia me relacionara con un canguro alcohólico. O: Una vez estuve doce horas atrapado en un duelo de ingenio con una rata antropófaga en una cabaña de las Montañas Nevadas en medio de una tormenta de nieve. Y os dejo con un fragmento más largo, perteneciente al cuento en el que el protagonista, por error y descuido, roba un coche ajeno:

Apenas había logrado llevarme la botella a mis trémulos labios cuando oí el chirrido de unos frenos, el golpe seco de las puertas de un coche al cerrarse, y vi entrar en el pub a los hombres más grandes, feroces, feos y enfadados que haya visto jamás. Su ímpetu era tal que se quedaron atascados en la puerta. Mientras se desatascaban tuve la tentación de huir dando gritos, como suelo hacer cuando me enfrento al peligro. Pero no había dónde ir.
Todos los presentes mirábamos inmóviles a las tres bestias que luchaban en la puerta: los demás observaban la escena con interés y en silencio, mientras que yo lo hacía sumido en el terror más atroz.
Por fin consiguieron atravesar la puerta. Los tres llevaban camisetas imperio negras, la manera elegante de vestirse en esa región. Uno de ellos, al que identifiqué como Tommo porque llevaba una vieja y enorme escopeta, gritó con una voz que sonó a crucero colisionando contra un rompeolas:
-A ver, ¿quién es el hijoputa?
Observó a los bebedores locales, vestidos también con camiseta imperio negra o con el torso desnudo, pantalones cortos o tejanos, con botas o descalzos, todos ellos curtidos y enjutos.
Me observó a mí: corpulento, pantalones de franela gris, camiseta blanca, zapatillas deportivas.
No hubo más preguntas. Antes de que pudiera chillar me encontré acorralado contra la barra, con Jack y Bill sujetándome los brazos y el cañón de la escopeta hundido en la barriga.


[Sajalín Editores. Traducción de Güido Sender]

Próximamente: El atlas de ceniza


De Blake Butler. En Alpha Decay.

jueves, agosto 29, 2013

El club de lectura del final de tu vida, de Will Schwalbe


Una de las muchas cosas que me gustan de los libros es su pura corporeidad. Los libros electrónicos quedan fuera de la vista y caen en el olvido. Pero los libros impresos tienen cuerpo, presencia. Algunas veces, claro, te eluden ocultándose en lugares improbables: en una caja llena de viejos marcos de fotos, pongamos por caso, o en el cesto de la colada, envueltos en una sudadera. Pero otras veces te reconfortan, y uno literalmente tropieza con volúmenes en los que llevaba semanas o años sin pensar. Veo libros electrónicos a menudo, pero nunca me persiguen. Me hacen sentir, pero no puedo sentirlos. Son alma sin carne, sin textura ni peso. Se te pueden meter en la cabeza, pero no pueden asestarte un golpe físico.

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Yo estaba aprendiendo que cuando estás con alguien que se está muriendo, tienes la necesidad de celebrar el pasado, vivir el presente y llorar el futuro, todo al mismo tiempo.
Aun así me vino a la cabeza algo que me hizo sonreír. Recordaría los libros que mi madre adoraba, y cuando los niños fueran lo bastante mayores, podría darles esos libros para que los leyeran, y contarles que eran los que le encantaban a su abuela.

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Muchas personas están dispuestas a hablar de la muerte, pero muy pocas a hablar de morir. Mi madre, en cambio, dejaba claro a todo aquel que se lo preguntaba que padecía una enfermedad incurable que acabaría con su vida.

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Todos estamos juntos en el “club de lectura al final de nuestra vida”, tanto si nos damos cuenta como si no; cada libro que leemos bien podría ser el último, cada conversación la definitiva.


[RBA. Traducción de Eduardo Iriarte]

This is the End (Juerga hasta el fin)


Sigo sin comprender por qué motivo la mayoría de las películas englobadas en estos tres géneros (comedia, terror, acción) no suelen estrenarse en versión original en Madrid. Que, además, los productos de acción y tiroteos acaben concentrándose en los cines de la periferia de la capital dice poco en beneficio de los distribuidores. Por culpa de esto no veo varias películas en su estreno, y tengo que esperar a que salgan en alquiler o alguien las meta en el emule. A veces he hecho excepciones porque me picaba mucho la curiosidad (con los casos de El último desafío, Vacaciones en el infierno, Los mercenarios 2 o The Purge), y al final he ido a ver doblada Juerga hasta el fin. Que me hizo bastante gracia, pero que sin duda me habría hecho reír más si la hubiera visto en VO (un ejemplo: Michael Cera, Seth Rogen y Jonah Hill suelen resultar graciosos por su voz; da igual lo que digan, lo importante es cómo lo dicen… algo que el doblaje destruye).

This is the End es la última gamberrada de Seth Rogen y Evan Goldberg, que juntos escribieron los guiones de dos grandes comedias contemporáneas (Supersalidos y Superfumados) y de una peli fallida (The Green Hornet); eso sin contar con que aún no he visto Los amos del barrio. En esta ocasión ambos se han puesto, también, detrás de las cámaras. El resultado es una película que, tomando como escenario el fin del mundo, les sirve a sus artífices para hablar de la amistad, de los caprichos de las estrellas y de cómo los actores son incapaces de solventar situaciones de supervivencia si no tienen un guión a mano (y esto no lo digo con sorna: el propio Rogen ha dicho en una entrevista que los actores son las personas menos preparadas para afrontar el Apocalipsis). Sin duda una de las mejores bazas del filme es que, en el fondo, el entorno apocalíptico es lo de menos. Lo que importa son los personajes, los gags, las situaciones en las que se ven envueltos. En el filme todos ellos se interpretan a sí mismos: James Franco, Seth Rogen, Jay Baruchel, Jonah Hill, Danny McBride, Craig Robertson… sin olvidar las apariciones estelares de Michael Cera y Emma Watson, entre otros. La excusa para juntarlos a todos ellos bajo un mismo techo es una fiesta en la mansión de James Franco.

This is the End contiene, como toda comedia donde aparezcan los actores citados, momentos impagables: la secuela casera de Superfumados, que graban en vídeo mientras afuera el mundo se va al garete; la discusión entre Franco y McBride sobre masturbaciones y eyaculaciones; las secuencias en las que se meten drogas o hacen una fiesta porque por fin logran beber agua; los guiños a otras películas; etcétera. También hay escenas menos graciosas… pero, insisto, seguro que en inglés mejoran. Y puede que lo más destacable sea que los espectadores no podemos discernir dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción de las identidades de los personajes. Otro ejemplo: vemos a un Michael Cera obsesionado con las drogas y el sexo, haciendo tríos, metiéndose farlopa… Y uno se pregunta si él es así o si se trata de una broma, de un juego para romper con su imagen habitual. Lo mismo sucede con todas las alusiones al arte, al coleccionismo, a las bromas de homosexualidad… Me temo que no lo sabremos, pero ahí reside la gracia: en cómo ellos se han autoparodiado y autocriticado. Juerga hasta el fin me parece más divertida que Superfumados, pero menos ingeniosa que Supersalidos. Por si os sirve como referencia.      

Cartel de Mr. Pip


Basada en El señor Pip, novela de Lloyd Jones publicada en España por Salamandra.

martes, agosto 27, 2013

Las Cajas de Stanley Kubrick


EL PASADO (el documental): Stanley Kubrick’s Boxes es un documental hecho para televisión, que dura unos 48 minutos y que, sin otra pretensión que narrar un hecho de forma sencilla, nos cuenta el “descubrimiento” de las alrededor de 1.000 cajas que guardaba Stanley Kubrick por toda su casa, cajas en las que había almacenado toda su vida artística, es decir, guiones, latas de película filmada por una de sus hijas (que grabó a su padre durante el rodaje de Full Metal Jacket), discursos de agradecimiento registrados en VHS, miles de anotaciones a mano y a máquina y a ordenador, esbozos, memorándums, cartas de admiradores y de enemigos, fotografías de rodaje y de preproducción, producción y postproducción, recortes de los anuncios de sus películas en prensa, críticas de cine, carteles y gacetillas, materiales relacionados con todos los proyectos que no llegó a rodar (Inteligencia Artificial, Wartime Lies, Napoleón…). El autor del documental nos cuenta cómo exploró el contenido de las cajas durante cinco años, cuántas respuestas había en ellas y dónde se encuentran actualmente esos archivos (fueron donadas por la familia de Kubrick a la UAL, siglas de la University of the Arts London). 

EL PRESENTE (mi experiencia): A mediados de agosto de este año, o sea, tan sólo hace un par de semanas, pasé unos días con mi familia en Londres. Mi objetivo primordial era visitar los Archivos de Stanley Kubrick porque yo aún no había visto el documental y pensaba que en la UAL tenían una exposición permanente de artículos relacionados con Kubrick y sus famosas cajas. Cuando llegamos al edificio (poco después de la sobremesa), con nuestro hijo dormido en el cochecito de paseo, y nos plantamos en la entrada, y mi mujer habló en inglés con uno de los tipos de recepción, lo primero que preguntó éste era si teníamos cita previa. No, no la teníamos. Ignorábamos que hubiera que pedir cita. Cogió un teléfono y habló con alguien y apenas un par de minutos después apareció una amable señora inglesa que atendió a mi mujer. La señora nos explicó que no era una expo, sino un archivo como tal, puesto a disposición del público, por supuesto, pero en realidad destinado a facilitar la labor de biógrafos, estudiosos e investigadores. Creo que el niño dormido le inspiró ternura, y supongo que vernos allí con el cochecito, con cara de cansados, con acento de extranjeros, con algunos bolsos al hombro… hizo que nos preguntara si queríamos echar un vistazo por curiosidad. Sí, queríamos echar ese vistazo. Antes de franquear la puerta, tuvimos que inscribirnos en el registro: nombres, teléfono, etc. La señora nos condujo hacia un ascensor, luego recorrimos un pasillo, luego bajamos por una escalera con el cochecito sujeto en alto por mi mujer y yo. Nada anunciaba lo de los archivos, no se veía el nombre de Kubrick por ninguna parte, como si todo aquello fuera secreto, como si estuviéramos en una versión reducida de los almacenes del final de En busca del arca perdida. Tras la escalera llegamos a una puerta blanca. Tras esa puerta, unas oficinas pequeñas y blancas, muy adecuadas, muy kubrickianas (se disciernen hacia el final del documental). Y, dentro, entre el silencio, sólo roto por el teclear de un par de oficinistas, algunas huellas del maestro: biografías y manuales sobre su obra, sus películas en dvd, algún que otro fetiche, e incluso la cabeza cortada y ensangrentada de un maniquí (se trata de la cabeza que utilizaron para el asesinato de una vietnamita de La chaqueta metálica, escena rodada pero no incluida en el montaje). Y también carteles de tres o cuatro películas de John Schlesinger. La señora nos dejó en manos de una chica. La chica nos dijo que tendríamos que consultar los archivos en un ordenador. Y luego registrar cada petición en un papel, como cuando antaño ibas a la biblioteca y aún no estaba todo informatizado: signatura, nombre del visitante, etc. Como temíamos que el niño despertara, me di toda la prisa que pude. El archivo está clasificado por películas, y cada película tiene subapartados y dentro de éstos hay otros subapartados, de tal modo que era jodido pedir un bloque de documentos (ejemplo: si querías fotos de Eyes Wide Shut, estaban divididas en imágenes de rodaje, de postproducción, de promo, etc). Al final me decidí por las notas manuscritas de Kubrick valorando algunos aspectos y detalles de la novela El resplandor de Stephen King, además de los planos del laberinto de la película, y fotos de rodaje de Eyes… y no sé si algo más. Las prisas y la emoción me bloquearon. Ahora sé que tendría que haber empezado por La naranja mecánica o Espartaco, que son las dos películas de SK que más veces he visto. Para revisar el material, que trajeron en grandes archivadores, tuvimos que ponernos guantes de látex. No nos permitieron hacer fotografías, ni siquiera de aquella oficina, así que cuando mi hijo crezca y le cuente la historia, no habrá pruebas tangibles. Aunque luego, al salir, mi mujer me hizo una foto junto a la puerta de esa oficina, donde sólo pone “University Archives & Special Collections Centre” (se puede ver al término de estas líneas). Estuvimos apenas unos minutos echando un vistazo a ese material, flipando porque SK lo guardaba todo (vi folios de A-4 que sólo contenían una o dos frases breves, meras observaciones sobre algún aspecto de la novela o del proyecto). Pero allí estaban: la letra del genio, sus papeles personales, su material… Los originales.  


Mi año de asesino, de Friedrich Christian Delius

F. C. Delius es un autor al que en España debería prestarse más atención. En Sajalín Editores han publicado ya tres de sus libros: Mi año de asesino (del que hoy nos ocupamos), Retrato de la madre de joven (breve e impactante) y El paseo de Rostock a Siracusa (el mejor de los tres, a mi juicio). En Mi año…, el autor mezcla la realidad con la ficción. Delius toma la realidad (el caso verídico de Georg Groscurth, un doctor alemán al que ejecutaron en el 44), pero para contarla se inventa un personaje narrador, un estudiante de filosofía que, en el Berlín de finales de los 60, se entera de la absolución del antiguo juez nazi que despachó a Groscurth. La intención del protagonista es acabar con esa injusticia asesinando al viejo nazi, matarlo por su cuenta ya que el sistema no ha funcionado tras el juicio en los tribunales. Pero el narrador va perdiendo instintos homicidas a medida que se adentra en su investigación, y poco a poco la idea del asesinato se va diluyendo y todo se transforma en un libro. La novela nos relata varias situaciones: la condena del doctor en los años 40 y sus actividades tras la organización Unión Europea (que luchaba en las sombras); el perjuicio que sufre su viuda veinte años después, cuando es acusada de cargos cada vez disparatados; y las investigaciones del estudiante.

A estas alturas, cuando uno ya empieza a cansarse de leer libros sobre genocidios, ejecuciones sin juicio y todo lo referente al nazismo, Mi año de asesino es, en cambio, un soplo de aire fresco (como suele decirse), una novela basada en hechos reales que, en todo momento, mantiene nuestra atención. No podía ser de otra forma tratándose de Sajalín, editores que cuentan con un catálogo impecable. Uno de los aspectos más interesantes de la propuesta de Delius es que no sólo ajusta cuentas con el régimen nazi: también se ocupa de criticar el sistema del Berlín Occidental y del Berlín Oriental, se ocupa de dejar claro que unos y otros perseguían y acosaban al ciudadano en tiempos de la guerra fría. Os dejo con el principio:

Fue el día de San Nicolás, al anochecer, cuando recibí el encargo de convertirme en asesino. Casi al instante, aunque con cierta ligereza atolondrada, estuve conforme. Una voz masculina y firme procedente del aire, del éter infinito, me azuzó; no fue un demonio, no fue un dios, sino un locutor que leía el parte y que, a través de una especie de segunda pista de audio, me exhortaba, susurrándome al oído, a asesinar al asesino R. Una voz de la RIAS, la emisora de radio del sector americano, y encima el día de San Nicolás: comprendo que, ahora que confieso un atentado que prescribió hace mucho tiempo, habrá quien me tome por loco o tome por loco a quien yo era entonces.


[Sajalín Editores. Traducción de Lidia Álvarez Grifoll]

Cartel de Kill Your Darlings


Ésta es la película que cuenta lo ocurrido en ese episodio oscuro de los beat: cuando Lucien Carr asesinó a David Kammerer y Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs se vieron involucrados en mayor o menor grado. La historia, con los nombres verdaderos ocultos por pseudónimos, también la recrean Kerouac y Burroughs en el libro Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques (que antaño recomendé en este blog). No sé qué esperar de la película, ya que tiene un reparto extraño: Daniel Radcliffe (Ginsberg), Michael C. Hall (Kammerer), Dane DeHaan (Carr), Jack Huston (Kerouac), Ben Foster (Burroughs), Elizabeth Olsen (Edie Parker) y Jennifer Jason Leigh (Naomi Ginsberg). En cualquier caso, es el primer filme de su director. Ya veremos.

lunes, agosto 26, 2013

El Llanero Solitario


Ya lo escribí en Twitter la semana pasada: El Llanero Solitario (versión 2013: Gore Verbinski + Johnny Depp + Jerry Bruckheimer) es una película excesiva, disparatada, locuela, entretenida, al más puro estilo Bruckheimer pero sin abandonar el sello de identidad característico de Verbinski (ese toque popular que mezcla con acierto la comedia y la aventura, el espectáculo y la parodia, y que incluye algunos guiños a títulos de culto). Un filme denostado sin otra razón que los varapalos que le dio la prensa americana por su exceso de presupuesto y por los problemas de su rodaje. Pero vayamos por partes.

Gore Verbinksi sabe que recuperar algunos géneros o algunos personajes es tarea difícil cuando esos géneros o esos personajes ya cotizan a la baja y no gozan del fervor popular. Cuando hizo Piratas del Caribe, ese género estaba muerto y enterrado, y sólo algunos proyectos rodados con cuentagotas nos devolvían la ilusión por dicha temática (Piratas, La isla de las cabezas cortadas…); de ahí que el estilo primordial fuese la comedia, la parodia. Cuando un género está tan olvidado, o bien optas por una obra maestra seria (caso de Eastwood y Sin perdón) o bien te lanzas de cabeza a un espectáculo cómico (caso de Reiner y La princesa prometida): en ambos casos, y si el director es hábil, el culto está asegurado.

Por eso es tan importante la frase que muchos personajes pronuncian cuando ven al Llanero (encarnado por Armie Hammer): “¿A qué viene el antifaz?”; frase con la que ya nos están anunciando que un tipo como El Llanero Solitario está desfasado para estos tiempos, y que es difícil tomarse en serio a alguien que lleva sólo un antifaz (en lugar de una máscara o una barba falsa o una capucha). Ése es el primer punto importante de la película: nos anuncia que no se toma en serio a sí mismo, pero al mismo tiempo está recuperando y revalorizando un género.

El Llanero Solitario es un filme muy próximo en intenciones y resultados a Regreso al futuro III: incluso el delirante clímax transcurre en un tren (mejor dicho: en dos trenes; y también el principio transcurre en un tren), como ocurría en la peli de Zemeckis. Recuerda a esa secuela por su combinación de western, comedia y aventuras con un toque fantástico (si en aquella el toque fantástico provenía de los viajes en el tiempo, aquí no faltan las alusiones a los hombres que regresan de la muerte). Sin embargo, Verbinski incluye algunos guiños a realizadores como Sergio Leone (y Zemeckis también lo hizo), lo que hace las delicias de los cinéfilos: véase el inicio, con esos tipos vestidos con guardapolvos que esperan en una estación de tren para atrapar a un forajido, y que es un homenaje al principio de Hasta que llegó su hora; o ese momento en el que una mujer, en una cabaña en mitad de la pradera, va a por agua de un pozo, y las aves levantan el vuelo cuando los villanos se aproximan a la casa, también muy parecido a los minutos previos a la matanza de la familia de Hasta que llegó su hora. Sin olvidarnos de John Ford y ese impactante plano secuencia de los créditos finales, que muestra la elegancia clásica de Monument Valley.

Como apuntaba al principio, se trata de una película excesiva y delirante. Delirante porque en ella todo es delirio y locura y cachondeo: el jinete que cabalga encima de un tren, el caballo que aparece subido en los árboles y en los tejados, los conejos caníbales de aspecto terrorífico, la prostituta con una pierna de marfil reconvertida en escopeta (a lo Planet Terror), el forajido que se come las vísceras de sus enemigos, los homenajes a Buster Keaton (en la interpretación de Depp), las proezas que unos y otros logran realizar cuando están subidos a los trenes… Excesiva porque a menudo se les va la olla a sus responsables, como suele ocurrir en los filmes apadrinados por Bruckheimer; porque a veces le sobra metraje, especialmente hacia la mitad de la película; y excesiva por la acumulación de gags, locuras y momentos menos logrados o carentes de solvencia.

Algunos críticos españoles la han defendido, por fortuna, y suelen preferir el clímax. Pero yo me quedo con la primera media hora, que es donde se pone en marcha la maquinaria de la mentira (ese Tonto envejecido que empieza a contarle historias a un niño, y que no sabemos si son verdaderas o falsas, pero en cualquier caso pertenecen a un territorio en el que esa diferencia no es esencial: el cine) y donde la planificación, basada en Leone, es una maravilla, con los tipos sucios y polvorientos que aguardan la llegada del tren. Es, además, un filme circular: empieza a lo loco en un tren y termina aún más a lo loco en dos trenes, haciéndonos creer que el más difícil todavía no es imposible.

Ahora los espectadores que se dejan llevar por lo que dicen los medios, y en especial la prensa yanqui, la denostan y la machacan (como sucedió con Waterworld, una peli que, por cierto, no está nada mal en su género), pero pronto será de culto. A mí me gusta el cine de Verbinski, lo reconozco, que “disneyza” los géneros (Piratas…, The Mexican, El Llanero…), pero que siempre dignifica el género y además lo resucita, y suele apostar por el valor de las leyendas y el poder de la narrativa. El Llanero Solitario está a mil millas de ser perfecta, pero es digna, y además, ¿qué esperaban de un producto Bruckheimer?


Próximamente: Amanece, que no es poco


De José Luis Cuerda. En Pepitas de Calabaza.

viernes, agosto 23, 2013

Elysium


Si uno sigue las enseñanzas de los grandes (como Robert Bresson o Andrei Tarkovski) sabe que el primer cometido de un cineasta es crear una imagen. Pero no una imagen cualquiera, sino una (o varias) imágenes perdurables y populares, con la suficiente fuerza y valor para que el público las identifique. Esas imágenes que luego pueden mostrarse en las cubiertas de algunos libros genéricos de cine sin que sea necesario nombrar la película (pongamos ejemplos: fotogramas de Holy Motors, En busca del arca perdida, Psicosis, Matrix, Inception…); se trata del poder evocador de la imagen. David Lynch, por poner otro ejemplo, es alguien que ha creado un montón de imágenes perdurables del siglo XX: la cabeza oculta de John Merrick (El Hombre Elefante), la mano de Kyle MacLachlan sosteniendo una oreja, el cadáver de Laura Palmer, Willem Dafoe con una media que le oprime la cara…

Neill Blomkamp, el director de la magnífica District 9, ya fue capaz de hacer eso (y mucho más) en su primera película. Y, de su siguiente trabajo, Elysium, rodada con más presupuesto y con un reparto de varias estrellas, es lo primero que me llamó la atención: Elysium contiene ya algunas imágenes populares que serán perdurables, totalmente reconocibles para cualquiera (el cogote afeitado de Matt Damon con todos esos cables y chips incrustados bajo el pellejo, la reconstrucción facial de uno de los personajes, la propia Elysium vista desde la Tierra…). Pero Blomkamp sería un cineasta vacío, a lo Michael Bay o Roland Emmerich, si sólo se detuviera en la imagen. Pero no lo es. Lo suyo, como ya demostrara, es la ciencia-ficción política, la distopía que juega a establecer paralelismos entre nuestro mundo y el mundo futuro que ha inventado: en District 9 nos hablaba, en realidad, del apartheid, aunque utilizara a alienígenas; y en Elysium nos está hablando de la división del mundo entre ricos y pobres, de las injusticias del reparto económico y de cómo los pobres tratan de cruzar fronteras prohibidas para llegar al sitio que consideran una especie de paraíso. Los hispanos que se suben a una nave ilegal y salen de la Tierra para intentar colarse en Elysium (ese lugar donde el aire es puro y las enfermedades siempre pueden curarse en cuestión de minutos) no son muy distintos de los espaldas mojadas que atraviesan la frontera entre México y Estados Unidos o de los balseros que tratan de salir de África para entrar en Europa.

Eso es lo que hace Blomkamp, ese estilo de película, y lo hace con elegancia y con tiroteos, persecuciones, momentos tensos y un gran reparto, en el que sobre todo destacan Jodie Foster y Sharlto Copley (éste último, lo mejor de la peli), pero en el que también brillan Matt Damon o William Fichtner. En su estilo, a mi juicio, no faltan ciertos toques deudores de Stanley Kubrick e incluso del último Christopher Nolan. Elysium, sin embargo, no es tan original ni tan redonda como District 9, y a veces tiene algunas resoluciones forzadas, especialmente en el último tercio del filme… esos enigmas que nadie nos resuelve y que, al final, sólo son trampas o defectos de guión. 

Un apunte sobre los cuentos

UN APUNTE SOBRE LOS CUENTOS: quién teme al lobo feroz
al lobo
al lobo...

que quién teme al lobo feroz
al lobo
al lobo...

mi hija,
mi hija malditos cerdos.



Gsús Bonilla, aMoremachine [poemas de claradehuevo]

Cartel de Night Moves


La nueva película de Kelly Reichardt.

jueves, agosto 22, 2013

aMoremachine [poemas de claradehuevo], de Gsús Bonilla



UN APUNTE SOBRE EL ODIO: lo mismo es que ya no juegas
ni a indios ni a vaqueros............. quiero
creer que ha sido un mal sueño
pero no
no lo es.................. amanece
y
el séptimo de caballería optó
por la retirada
privatizaron
el cañón del colorado
y el pueblo siux cabe todo él
en una sencilla limousine

en tu retaguardia me sabes
a infancia
y
en ella han crecido
tantas setas que ahora me dedico
a la agricultura salvaje............. de los sueños
las esperanzas................. después de todo
sólo queda..................... sobre la acera
la silueta en tiza del cadáver

hay tantos adoquines ensangrentados
qué te voy a contar que tú no sepas

hemos crecido en una trinchera
y
un pescozón nos ha dejado sin guerra
pero las plumas de colores suspendidas
en el aire
hoy
se niegan a caer

conservamos.................. de momento
las espuelas
un ojo morado
y
tanto resentimiento
que hicimos del agravio
un terreno
más bien........................ áspero
que hoy toca.................. defender.



[Ediciones Escalera]

The Zero Theorem: primer cartel


La nueva película de Terry Gilliam.