miércoles, junio 11, 2008

Cartel de What Just Happened?


Atención al reparto: Robert De Niro, Sean Penn, Catherine Keener, John Turturro, Robin Wright Penn, Stanley Tucci, Michael Wincott, Bruce Willis... Dirige Barry Levinson.

Un blues de Xen Vinalia


Toc, toc ¿hay alguien ahí?
Mi cabeza busca un orden, todo es una obsesión por un orden, una pérdida de tiempo el intentar conjugar órdenes, todo el mundo aspira a imponer su orden, el que le conviene en cada momento, pero vivimos en un caos, no somos capaces de distanciarnos de ese caos, caemos y nos dan de hostias, nos marean hasta que nos hacen encajar… es cuando desaparecemos… eso intentan… la sociedad en la que vivo padece de T.O.C, toc, buscan un orden compulsivo, todo ha de ser digerido por la Razón, lo demás no existe, pero cada vez que alienan a un individuo, cada vez que ordenan algo, al igual que en el Tetris, éste desaparece… Es su línea… Son sus siglas...
Y los fantasmas se cenan al comecocos…
… Puedes perder toda tu vida en guerras estúpidas contra ti mismo… no sé… las que quieras, puedes correr, no sé… lo que quieras… para cuando te des cuenta de que avanzas en círculos, que lo único que has hecho es dar vueltas anclado a un punto, con un yugo a tu cuello que tira de su noria, unas anteojeras que te hacían creer que tu camino era recto… quizá es demasiado tarde: ya has cavado tu tumba…
… Puedes engañarte y pensar que estás corriendo una maratón… puedes, yo lo hago… pero sólo serán quinientos putos metros, toda una vida, hasta la siguiente vuelta… quinientos putos metros alrededor de la noria que te esclaviza… quinientos putos metros desde la Razón hasta el animal que eres… desde la Luz hasta la Oscuridad en donde oscilarás toda tu puta vida…
La niebla…
[Extraído de Crónicas para decorar un vacío, blog de Alfonso Xen Rabanal]

Los viejos amigos

Los viejos amigos ya no somos
amigos, pero vamos camino
de ser viejos. Algo es algo.
A algunos me los cruzo todavía
por ahí; los hay que incluso mueven
un poco la cabeza, pero son los menos,
casi todos van mirando al infinito,
así es imposible que me puedan ver.
Yo sí los veo, y ni siquiera
me molesto; es la vida, me digo,
que te acaba poniendo en tu lugar:
El mío, el de siempre, el asfalto.
El de ellos, ellos sabrán.


Karmelo C. Iribarren, La ciudad [Antología 1985 – 2008]

En honor al viejo

En Malasaña hay un bar al que sus dueños bautizaron Bukowski Club, en honor al “viejo indecente” y sus escritos ebrios y luminosos. La otra noche supe que lo abrieron hace sólo dos años, pero yo siempre pensé que era uno de los antiguos garitos de Madrid. El año pasado intenté entrar varias veces. Recorríamos los pubs y los bares de aquel barrio y tratamos de meternos a tomar algo y a ver las fotos y dibujos y carteles del poeta que decoran las paredes. No fue posible: el bar es estrecho y estaba hasta los topes. No sé si aquella vez estaban recitando poemas al fondo del local, no lo recuerdo. Pero sí recuerdo otras ocasiones, otros sábados en que me asomé y el club estaba a oscuras y en silencio, un silencio casi religioso, mientras alguien leía sus poemas con un micro.
Fue en mitad de un puente largo, uno de esos puentes que aprovechan quienes viven en Madrid para salir de la ciudad, ya sea con la pretensión de regresar a su tierra o de poner rumbo a la costa, cuando conseguimos entrar en el garito. Aquella noche sólo había un par de clientes. Nos apostamos en la barra y nos sirvió un tipo peculiar, de voz ronca, un pañuelo pirata en la cabeza, anteojos y barba. Nos preguntó si estábamos de paso en la ciudad. Le dije que no, que vivíamos allí desde hacía algún tiempo. Daba conversación y eso es buen síntoma: los camareros no acostumbran a darla, prefieren recluirse en la lectura de un libro o de un periódico y olvidarse del mundo (lo sé por experiencia). Nos explicó que el bar estaba vacío porque, con el puente, el personal se había pirado de Madrid, y entre ese personal estaban sus clientes habituales. Después de pedir las bebidas nos invitó a un brebaje, un cóctel preparado por él mismo. Ninguno de los dos sabíamos que el otro escribía y que teníamos amigos comunes.
Hace unas semanas me enteré de que aquel hombre era Carlos Salem, de quien había oído hablar. Y estos días he tenido la oportunidad de conocerlo un poco más. Hemos hablado, hemos compartido un par de buenos ratos en su garito, donde siempre se congregan escritores, poetas, fotógrafos y editores y donde no faltan los recitales de poesía. Salem es argentino de nacimiento. Su cuna fue Buenos Aires. Al otro lado del charco hizo de todo, según consta en su biografía: periodista, camarero, conserje, locutor, taxista y otros empleos que han hecho de él lo que parece y lo que es, o sea, un hombre hecho a sí mismo y ya curtido en las asperezas de la vida. Se vino a España en el ochenta y ocho. Ha publicado algunos poemarios y dos novelas de género negro: “Camino de ida” y “Matar y guardar la ropa”. La semana pasada nos estuvo contando algunos pormenores de la hostelería: los tipos que desoyen las prohibiciones del bar y a los que tiene que reprender; la irrupción de la policía; la limpieza del local a la mañana siguiente, de la que se encargan él y su chica. Cosas así. Le dije que sabía perfectamente de qué hablaba. Como saben, mi familia tuvo un par de bares y yo echaba una mano los fines de semana y me sé todas esas historias: lo de la poli, lo de los tipos que arman gresca, lo de irse a dormir al alba. Carlos Salem es poeta y escritor y, además, camarero. ¿Saben lo difícil que es eso? Tras cada noche de trabajo en un bar uno está repleto de trastornos: el sueño cambiado, la espalda dolorida, los riñones hechos polvo, los ojos enrojecidos del humo, flojera en las rodillas, cansancio crónico. No quedan ganas de nada después de eso, y menos de escribir. Sin embargo él lo hace. Soporta las presiones y los quebraderos de cabeza y los horarios insoportables de un bar y sigue adelante, dándole a la tecla. Para mí es como un héroe.

martes, junio 10, 2008

Cartel y trailer de Transsiberian


Solamente he tratado de contar contigo

Cuando no era más que un buscador confuso,
y salía a emborracharme con los perdedores,
y recorría los bares una y otra vez,

tratando de asegurar la próxima comida,
y tomaba a quien estuviera a mi lado,
sin preguntarme quién era o qué pensaba,
y me daba lo mismo meterme en una cama o en otra,
porque lo único que necesitaba era una entrada gratis,
y cuando la conseguía podía darlo todo,
porque no me habían pedido nada a cambio,
pude darme cuenta que solo quien ofrece algo,
llega a recibir lo que espera.
Yo solamente he tratado de contar contigo.
Nunca he querido convencerte de nada,
ni llevarte hasta la última montaña,
ni convertirte en algo diferente a lo que eres,
pero creo que no debes necesitar sólo a quien buscas,
sino a quien te está buscando a ti.
Ahora todo se ha quedado dormido en el camino,
yo solamente he tratado de contar contigo,
y de conseguir una entrada gratis,
para no quedarme esta noche sin ti.


Raúl Núñez, Marihuana para los pájaros

Acercando orillas en Galicia

Martes 10 de junio,
a las 20:00 h.,
presentación de los libros
Guerra de identidad de Déborah Vukusic (Galicia-Croacia)
y De qué nos enamoramos de Roman Simic (Croacia)
en la Casa del Libro de Vigo.

Miércoles 11 de junio,
a las 20:00 h.,
recital de Déborah Vukusic (Galicia-Croacia),
Roman Simic (Croacia),
Ana Pérez Cañamares (Canarias)
y Juan Seoane (Galicia)
en la Casa Galega de Cultura de Vigo.

Jueves 12 de junio,
a las 20:30 h.,
recital de Déborah Vukusic (Galicia-Croacia),
Roman Simic (Croacia),
Ana Pérez Cañamares (Canarias)
y Juan Seoane (Galicia)
en el Café Aloia (Paseo de la Corredera) de Tui.
[Tomado del blog de Ana]

Gastronomía y nudismo

Durante el pasado fin de semana se celebró en mi barrio Bollymadrid, que es como llamaron, para abreviar, al “Primer Festival de Bollywood y Cultura India de Madrid”. Los escenarios de los actos fueron tres plazas: la Plaza de Lavapiés, la Plaza de la Corrala y la Plaza de Agustín Lara. Proyectaron películas de la India, donde quizá esté la industria más copiosa del mundo; hubo talleres de danza, de decoración, de tatuajes de henna, de pintura, etcétera; hubo teatro, música y espectáculos variados. En la plaza más próxima a casa hubo jornadas gastronómicas, esto es, casetas de madera donde servían bebidas y comida hindú. Cada tapa y cada cerveza y cada refresco costaba un euro, a la manera del festival de mi ciudad: “De tapas por Zamora”. Fuera uno a la hora que fuera por allí, siempre había largas colas en cada caseta, como si siempre hubiera hambre, como si la gente comiese a todas horas. Reconocí a un par de camareros de los restaurantes del barrio. Se les notaba agobiados y contentos. A la plaza la dominaba un delicioso olor a curry y algo de hedor a cerveza derramada. Algunas personas comían de pie, haciendo equilibrios para sujetar el vaso, el plato y el tenedor de plástico; otras ocupaban los bancos de madera; el resto se sentaba en el suelo, formando corros en plan botellón. Los críos jugaban en el ridículo parque de la plaza. Las señoras se ponían al sol. Calor, bullicio y sonrisas.
El sábado por la mañana, además, a la jornada gastronómica y al Bollywood Lavapiés se añadió otra historia: los ciclistas que recorrieron la ciudad en cueros para protestar por el tráfico. Volvía uno del supermercado, con las manos ocupadas por las bolsas de la compra, y se encontraba con un montón de gente totalmente desnuda, salvo por el calzado. No me ocurre todos los días: enfilar por la calle en la que vivo y verla saturada, de acera a acera, por gente en pelota picada, muy alegre y con la bici al lado. Luego seguí la protesta desde el balcón. La marcha de los ciclistas concluyó en el solar que hay al lado de casa, donde suelen celebrarse movidas contraculturales y alternativas, protestas y meriendas multitudinarias. Y por eso mi calle estaba llena. Hombres y mujeres caminaban por allí o tomaban una birra mostrando sus carnes. En los demás balcones, la gente mayor parecía un poco escandalizada. Las familias hindúes, vestidas hasta la barbilla a pesar del calor, se asomaban a las ventanas y miraban con asombro, como si no se lo creyeran, tal vez pensando: “Estos blancos están locos”. Había un festival de carne en la calle y nadie quiso perdérselo. Se lo conté a un amigo y me dijo: “Lo que no pase en tu barrio…”. Por eso es mejor asomarse a la calle que ver la televisión. Por eso a veces no me hace falta salir, me basta con abrir la ventana y asisto a ejemplos de lo que se palpa en las ciudades: violencia, nudismo, botellones, tráfico y consumo de drogas, algaradas callejeras, cargas policiales, alcoholismo, disputas vecinales, parrandas. No hay tiempo de aburrirse.
Un rato después llegó la policía. Volví a salir al balcón porque oía demasiado ruido. Vi un par de motos policiales, un furgón y varios coches. El autobús que funciona con baterías no pudo seguir su ruta. Los ciclistas en bolas protestaban. Se oían gritos y preguntas: “¡¿Esto es democracia?!”, “¡¿Qué vais a hacer?!”. Al parecer, alguien había llamado a la policía, pero ¿qué iba a hacer la policía? ¿Dispersarlos? ¿Pedirles que se vistieran? Al final retrocedieron, se fueron de allí entre abucheos y pitidos. Alguna gente siguió en bolas. Otros empezaron a vestirse: por la tarde refrescó. Aún olía a curry. Es el barrio, pleno de sorpresas.

lunes, junio 09, 2008

La ciudad [Antología 1985 - 2008], de Karmelo C. Iribarren


La reedición ampliada de la antología La ciudad nos permite releer a Karmelo Iribarren, lo cual siempre es un placer, y hacernos con este título que, al menos por lo que yo sé, estaba agotado. Los poemas de Karmelo son breves, cortantes, en ellos reside la lluvia pero también el calor, son rompedores como las balas de un detective: me consta que es un gran lector de novela negra, y el protagonista de muchos de sus poemas tiene bastante de la sobriedad y del sarcasmo de los investigadores enfrentados a pruebas que les dejan heridas físicas y morales, pero que son ya lo bastante duros para superarlas con aplomo y un encogimiento de hombros.
Hay cierto desencanto y un interés por la derrota, porque no podemos luchar contra el tiempo y las circunstancias, y queda siempre un poso de amargura que alivian pocas cosas: una mujer, una hija, un crepúsculo, una cerveza fresca en una terraza. Momentos y personas que logran que resurja un poco de ternura: una ternura sobria, nada sentimental, con los pies muy anclados en la tierra y calzados en zapatos sólidos y serios. Karmelo está del lado de los perdedores, junto a esos tipos solitarios que beben su tiempo acodados en la barra de un bar, y los observa y saca de ellos poemas fabulosos. Por si fuera poco, se incluyen 26 poemas inéditos y el conjunto sólo vale unos 9 euros. Vamos con uno de los inéditos:
LA SOLEDAD ES ESO

La calle tras la última sesión;
veinte llamadas
perdidas
sin respuesta;
otras tantas cervezas;
en el frío gélido del amanecer,
un tipo atravesando un parking
hacia su coche…

La soledad es eso, ahora lo sé:

lo que hay antes
y después de tu nombre.

Aguanta, ya queda poco

Tras un mes de lluvias, de frío y de mal tiempo, el sol ya va asomando sin nubes que se lo impidan. Esa diferencia logra que nos parezca estar en tierras diferentes. Cuando se nubla y llueve no oigo sonidos en la calle, salvo los del agua al golpear contra las ventanas, los tejados y los adoquines. No puedo subir la persiana porque el mal tiempo no deja filtrar la luz y estaría a oscuras y debo conformarme con el resplandor de la lámpara, lo cual me empuja al pasado, en aquellos años en los que siempre escribía bajo el fulgor mustio de las bombillas porque mi cuarto daba a un patio que no dejaba entrar la luz y cuyo foso me traía discusiones familiares y olores a cocina. Quiere uno salir de casa y, a ver los goterones tan helados, y a veces incluso el granizo, se lo piensa mejor. Más vale no salir.
Cuando se van las nubes y deja de soplar el viento me parece estar en otra tierra. Todo se llena de luz. Empieza a hacer calor. Se oye a los pájaros y a las palomas, tan alegres como los hombres y las mujeres que salen a la calle. Me llegan los sonidos de las máquinas de las obras, las conversaciones del personal que se para bajo la ventana a charlar un rato, que no hay prisa, que hace muy bueno. Se empiezan a llenar las terrazas en horario de tarde y nadie quiere quedarse en casa. Esto que digo parecen lugares comunes y desde luego que lo son, pero por ejemplo eso no pasa tan a menudo en mi ciudad, en Zamora. Quiero decir que siempre hace menos frío en Madrid: aquí el clima es más favorable, no corre ese aire helado que muerde y hace daño en las orejas y en las manos. En mi vieja ciudad no hay muchas tardes en las que puedas disfrutar de un paseo por el campo y de un rato tumbado en la hierba de los jardines. Suele haber sólo dos meses de buen tiempo: junio y julio. O junio y agosto. Siempre hay un mes de verano en el que cambian las cosas y llueve y refresca y a todo el mundo se le frustran los planes que tenía: planes para ir de acampada al Lago de Sanabria, planes para ir a la piscina del barrio, planes para ir al embalse del Esla. O, simplemente, planes para estar por la ciudad, para pasear por el casco viejo de Zamora y alojarse en las terrazas y dedicarse a la rascada de barriga y a mirar cigüeñas, lo cual no es algo malo sino todo lo contrario porque el ser humano también necesita descansar. Y entonces uno, confiado en que en pleno mes de agosto se dedicará a pasear por Santa Clara y por el entorno del Duero, sale a la calle, ya planeadas sus vacaciones, y, ¿qué encuentra? Aire fresco, nubes, lluvia. Me pasó el año anterior cuando estuve en Sanabria. Y esperemos que no le pase a nadie este verano, que sea un verano sin incordios.
Este tiempo de junio pone a todo el mundo nervioso. Porque queremos salir a la calle. ¿Para qué? ¿Para algo en especial? No, oiga, para algo en especial no. Para lo que sea, da lo mismo. Para que nos dé el sol en el cogote, para ir a tomar unas cañas con los amigos o con la familia, para dar un paseo, para comer en la mesa de una terraza, para respirar el aire contaminado de las ciudades, para observar cómo fluye la vida cuando aprieta el sol, cómo se iluminan y se divierten los pájaros, los perros, los gatos, los niños, los hombres y las mujeres, los ancianos que salen a eso, sólo a eso, a tomar el sol. Lo malo del asunto es que aún estamos en un mes en el que casi nadie tiene vacaciones. Se mira la calle desde la ventana del trabajo con rabia, con envidia y también con nostalgia, como cuando principiaba junio e íbamos al colegio y sólo queríamos salir de aquellas cuatro paredes, coger la bicicleta, comprar un helado e ir a la piscina. Pero aguanta, ya queda poco: el verano está ahí mismo.

Mondadori. Caseta 156. Preguntas que nos hicieron

¿Tienen catálogos?

¿Cuánto cuesta este libro de recetas?

Buscaba un libro de Debate, ¿pueden ayudarme?

¿Qué vale ése de ahí?

¿Tenéis libros de Bukowski?

¿Me lo cobráis vosotros también?

¿Pueden decirme si tienen un libro que ando buscando?

¿Dónde se paga?

¿Me lo firmáis?

domingo, junio 08, 2008

Seguimos en ruta



Dentro de una hora iré a buscar a V. para irnos a la Feria del Libro. Caseta 156, donde, junto a otros autores de Hank Over, supongo que nos dedicaremos a mirar las musarañas mientras las señoras nos confunden con los libreros (me ha pasado algunas veces). Espero que estemos los autores que nos juntamos ayer, más Sofía Castañón, Roxana Popelka y Alfonso Rabanal (desaparecido en combate) y algunos otros.

La fiesta de anoche, la presentación informal de Resaca en el Bukowski Club de Malasaña, estuvo muy bien. Quiero agradecer a todas estas personas su asistencia, ya fuesen lectores u oyentes: Vicente Muñoz Álvarez, Ana Pérez Cañamares & Manuel, Lucas Rodríguez, Alicia, Safrika, Arturo Méndez Cons, Silvia D. Chica, Ricardo Bórnez, Gsus Bonilla, Deborah Vukusic, Pepe Ramos, Toño Benavides, los editores de Salto de Página, algunos miembros de La Vida Rima, mi chica y mis colegas Oscar, Jorge, Sergio, Ponce y Vincenzo. Y, por supuesto, a Carlos Salem: por poner el bar, la hospitalidad y un par de poemas suyos que me encantaron. Faltan bastantes nombres, nombres que no me dijeron, así que en estos días procuraré enterarme y remediarlo.

Por mi parte, leí 3 poemas de Karmelo Iribarren, Vicente Muñoz y David González, y dos cuentos breves de mi cosecha. En los próximos días seguiremos informando en Hank Over.

Serpientes y piercings, de Hitomi Kanehara


-¿Sabes qué es una lengua bífida?
-¿Te refieres a una lengua que se divide en dos?
-Sí, como la de las serpientes o los lagartos. Nosotros, los humanos, también podemos tener una lengua así.
Él se quitó lentamente el cigarrillo de la boca y me sacó la lengua: la punta estaba dividida en dos partes, como la de una serpiente. Mientras yo estaba asombrada, mirándola, él, con destreza, levantó tan sólo el lado derecho y aguantó el cigarrillo entre las dos mitades.
-¡Alucinante…!
Éste fue mi primer encuentro con una lengua bífida.

Esta tarde, en Madrid


Recital de poetas de La Vida Rima.

Alguien que los vigile

Dicen que cualquier idiota puede tener un hijo, pero sólo un hombre puede ser padre. No sé dónde lo leí o escuché ni quién es el autor de la frase, tan certera. Lo que me pregunto es cómo demonios va a funcionar una sociedad en la que los niños no sólo cargan con los errores y las culpas y el pasado de sus padres, sino que, dependiendo del país en el que hayan tenido la desgracia de nacer, los emplean en fábricas, les ponen un porro en los labios y una metralleta en los brazos, los torturan o los violan. En las noticias, cada semana nos informan de violaciones a niños y pornografía infantil. Si ya la palabra “violación” resulta ofensiva, no les cuento si la aplicamos a “niño” o “niña”. Algo que nos parece inconcebible, como decía siempre el gigante Fezzik de “La princesa prometida”, donde a los niños se les leían cuentos cuando estaban enfermos en la cama y no se les pegaba, maltrataba o violaba.
No obstante, ¿qué podemos esperar cuando hay padres y madres que no atienden a sus hijos como deberían? Es decir, si una madre no vela por quien es fruto de su vientre, ¿qué podemos esperar de un loco, de un psicópata, de un torturador? Pensemos en esas historias de dibujos animados o en esos documentales sobre la naturaleza en que los cachorros salen de las cuevas y los devoran los lobos. La calle está llena de lobos y de coyotes, y la primera misión de los padres es vigilar que no les ocurra nada a los chiquillos, vigilar haciendo guardia para que no caigan por el precipicio, como quería hacer Holden Caulfield en “El guardián entre el centeno”.
Digo todo esto porque, ya es casualidad, en el mismo día y en la misma calle de mi barrio vi dos escenas que me enfurecieron en secreto. Y con apenas dos horas de diferencia entre ambas. Volvía a casa y caminaba por una acera estrecha. Por la carretera se acercó un coche. El vehículo iba despacio porque por la calzada caminaba un fulano, empujando la silla de un niño. Parecía un tipo a punto de salir al escenario y ofrecer un directo de rap: gorra con la visera torcida a un lado, pantalones de una talla para elefante, cadenas y demás quincallería. Muy joven, además. La clase de persona a la que uno ve y se pregunta: “¿En serio ése es el padre?” Como el tío vio por encima del hombro que venía el coche, se subió a la acera y estampó, sin querer, en un descuido, el carro del bebé contra un pivote. Fue un buen golpe. Creo que jamás había visto a un padre estrellar por accidente el carro del niño, como si estuvieran en los coches de choque de “los caballitos”. Parece una tontería, y al niño no le pasó nada, claro, pero eso revela varias cosas: descuido, falta de esmero, irresponsabilidad. Aún es peor lo que vi más tarde. Pasábamos junto a un locutorio y, del interior, salió una niña diminuta. No sé calcularle la edad, no sirvo para eso, pero ya sabía andar y correr con torpeza, aunque insisto en que era diminuta, me llegaría por la rodilla, más o menos. Dobló la esquina y dio unos pasos inseguros sobre la acera. La acera era angosta y pronto se dirigió al asfalto. Nadie había salido detrás de ella. Nadie la vigilaba. Bajó un coche por la calle. Seguí junto a la niña mientras andaba por la acera, para protegerla, y cuando quiso salir a la carretera, la sujeté, creo que por los hombros, lo cual me hizo doblar el espinazo. La mantuve a salvo mientras pasaba el vehículo. Era una niña muy salada, simpática, con rizos, mulata tirando a negra. Pensé: “¿Y si aparecen los padres y creen que la estamos raptando?”. Entonces apareció la madre, o la que hacía de madre, una señora blanca, y dije: “Se iba hacia los coches”. Respondió: “Es que siempre se está escapando”, como si no fuera grave. Y esa es la historia, y me enfureció.

sábado, junio 07, 2008

Portadas exquisitas


One More Year: Stories, de Sana Krasikov. Inédito en España.

Rejillas

A menudo digo que ciertos titulares esconden historias deliciosas, mejor construidas que algunas novelas y a veces más interesantes. Noticias que cobijan historias raras, increíbles. El titular que apareció en este periódico, ayer mismo, y en relación a Zamora, me fascina: “Roban más de una veintena de rejillas de sumideros en cuatro barrios de la ciudad”. Si el titular resulta atractivo, no se queda atrás la noticia. Al parecer, de la noche a la mañana han desparecido las rejas de varias alcantarillas en barrios de la periferia, que quizá sean los más tranquilos a esas horas: Los Bloques, Cabañales, Pinilla, Olivares. Son rejillas de cuarenta euros, según cuentan en la prensa. Y, por cierto, la noticia ha salido en diarios de otras provincias.
Desde el Ayuntamiento piden colaboración ciudadana para atrapar a los responsables, que es como pedir peras al olmo. No puede tratarse de simples gamberros porque esas rejillas pesan. Una o dos quizá no, pero levantarse en una noche quince rejas, que además están llenas de roña y en las que pace de todo, desde la mierda de los perros hasta el orín de canes y personas, pasando por el agua de lluvia, los papeles, las colillas y los esputos, y eso sin contar con los merodeos de las ratas y de las cucarachas, no compensa como broma. Si fuera una gamberrada, un acto vandálico, el gamberro sería tonto de remate. Así que se cree, lógicamente, que utilizan esas rejas para venderlas como chatarra. Estas noticias, en las que se conoce el robo pero no se tiene ni idea de los ladrones porque nadie los ha visto o, si los ha visto, ha preferido callarse la boca, avivan mi imaginación. Imagino dos o tres sombras en la noche, acercándose en silencio por una calle para ir levantando las tapas. Pero no pueden cargar con ellas, y además alguien les vería. ¿Tú te imaginas a tres señores llevando cinco rejillas cada uno, en los brazos? Se supone que cerca habrá un coche o un carro tirado por una mula vieja y cansada. Imagino a hombres siniestros a quienes no les importa palpar el acero manchado de las alcantarillas. Quizá tengan un aire parecido al de los ladrones de tumbas de esos cuentos de Stevenson y de esas películas con Boris Karloff, que hacía muy bien de tío siniestro y de monstruo cosido a trozos. Lo crean o no, esta simple noticia ha (de)generado debates en los foros, con gente que acusa a los inmigrantes y a Zapatero y con personal que dice que las han robado porque, quien sea, tiene que comer. Pues claro. Suele robarse para obtener dinero y comer. Lo que dudo mucho es que saquen una buena pasta, que les compense por las molestias. Siglos atrás, cuando cerró una de las empresas de mi familia, los de casa arrancamos el plomo de los servicios de señoras y de caballeros del edificio. Nos dimos una paliza tremenda, con mazos para romper las paredes y sacar las tuberías, con las camisetas sudadas, tragando polvo, y llenamos el coche. Y el chatarrero, después de pesar todas las tuberías que le habíamos traído del edificio, nos dio una miseria a cambio. Yo era menor de edad y aquellas perras me parecieron una limosna, no me dieron ni para pipas. Para resolver lo de las rejillas quizá baste con preguntar en las chatarrerías.
Admito que la noticia me hace gracia y me deleita un poco que burlen a la autoridad competente, que pongan nerviosos a los políticos, para que toda su vida no se resuma en comilonas, viajes y reuniones de corbata. Lo que ya no me causa tanta gracia son los inconvenientes que la falta de esas rejillas suponen para los ciudadanos, entre los que podrían estar mis familiares y amigos. Metes sin darte cuenta el pie o el bastón ahí, en el agujero, y te mancas la pierna, como dicen en mi tierra.

viernes, junio 06, 2008

Sábado y domingo: Hank Over en Madrid


SABADO:

7 de junio. Presentación y lecturas de Resaca / Hank Over.

21:00 h. En el Bukowski Club, en Malasaña (Calle San Vicente Ferrer, 25 - Madrid). Metro: Tribunal.

Asistirán:

Safrika
Lucas Rodríguez
José Ángel Barrueco
Ana Pérez Cañamares
Alfonso Xen Rabanal
Vicente Muñoz Álvarez

*

DOMINGO:

8 de junio. Firma de ejemplares de Resaca / Hank Over a cargo de varios autores.

12:00 h. Feria del Libro de Madrid, Parque del Retiro: Caseta 156.

Primer cartel de W.


Es original. Eso no podemos negarlo. Ficha: aquí.

Citas variadas para hoy


Patxi Irurzun: Presentación de Ciudad retrete & Hank Over. 19:30 h. Biblioteca de Berriozar (Calle Etxaburua 2 - Berriozar, Navarra).


Mario Crespo, David Refoyo, Pablo Crespo y cía: Estreno de Odio. 22:00 y 22:30 h. Multicines Zamora (Víctor Gallego, 20-22 - Zamora).



Vetusta Morla: Concierto en el III Ou Yeah Festival!!! 21:00 h. Sala Telonera (Armilla, Granada)
¡Mucha suerte a todos!

Hoy me lavo la cara

Son las siete de la mañana
y me lavo la cara.
Siento algunas gotas resbalar por mi pecho desnudo
y el agua hace que mi piel se ría.
Anoche he dormido en paz,
aunque prefiero no acostarme solo
porque de noche me gusta hacer el amor
y porque cuando me despierto
siempre tengo ganas de acariciar a alguien.
Mis bigotes están llenos de agua,
muchas veces se han mojado en alcohol
han olido a marihuana
han hurgado vientres de muchachas
pero ahora sólo hay en ellos agua.
Son las siete de la mañana
y no he de decirles nada a los hombres,
simplemente que me lavo la cara
y que mis ojos también están limpios.
No me he levantado temprano para ir a trabajar,
sólo quiero caminar un rato
y comprar el periódico en la esquina
y tomar una taza de café en un bar no demasiado caro.
Son las siete de la mañana
y salgo de la calle nada más que para ver el sol.


Raúl Núñez, Marihuana para los pájaros

104

Mis amigos me conocen mejor de lo que pensaba. Uno de ellos, durante un botellón en casa, me dijo que no soy muy sociable. No pude rebatirlo: tenía razón.

Los monstruos están dentro

Esta semana he visto dos películas con un denominador común: un final amargo y contundente, que deja molidos a los espectadores. Aún diría que tienen otra cosa en común: su análisis de la maldad. Una es de terror y suspense: “La niebla de Stephen King”, titulada así para que no la confundamos con la de John Carpenter. La segunda es puro cine negro: “Antes que el diablo sepa que has muerto”.
“La niebla” la dirige el guionista y director Frank Darabont, un hombre obsesionado con la obra de Stephen King y que se revela, por el momento, como el cineasta que mejor sabe adaptarlo y entenderlo, a la vez que traiciona algunas partes sin que se pierda el espíritu. Darabont empezó con un cortometraje basado en un cuento de King: “La mujer de la habitación”. Y todo el mundo recordará “La milla verde” y “Cadena perpetua”. Darabont sabe quitar lo que sobra de las tramas de Stephen King (véase “La milla verde”) o convertir un relato breve en un largometraje (véase “Cadena perpetua”). Quizá porque su anterior película, “The Majestic”, fue un fracaso de taquilla, el director ha vuelto a King. Pero esta vez el asunto no va de cárceles, sino que ha optado por una historia de terror. No sé cuándo leí la novela corta en la que se basa “La niebla”, pero probablemente fue hace siglos porque mi edición data del año ochenta y seis. La recuerdo como una narración claustrofóbica y, dentro de la obra de King, un relato menor. Tras ver la película he vuelto a hojear el libro. Ambas siguen a un grupo de personajes atrapados en un supermercado, al que rodea una espesa niebla colonizada por monstruos y bichejos especializados en desmembrar seres humanos y comérselos. Pero lo interesante no es la alusión de ambas al pulp de horror y sus tentáculos y matanzas, sino el análisis de cómo los hombres, encerrados en un espacio no muy grande y sometidos a tensiones y peligros, acaban destruyéndose entre ellos, igual que lobos hambrientos y desesperados. Con un pie en la tumba por la situación, en cada una de esas personas va saliendo a flote su verdadero rostro: el mal, la bondad, el egoísmo, la necesidad de sobrevivir. El mal está fuera, sí, pero también dentro del supermercado. Darabont mejora el original de King, aunque no alcanza el talento mostrado en “Cadena perpetua”, hasta la fecha su mejor obra. El final abierto que había escrito King es cambiado de manera radical por Darabont y, así, nos ofrece uno de los desenlaces más terribles de los últimos años. No sé cómo los ejecutivos de Hollywood se lo han permitido. Y, aunque ese cierre sea tan doloroso, lo cierto es que la concepción de la película mejora mucho. Vayan a verla, pero no lleven a sus hijos.
Sidney Lumet ha recuperado su vigor narrativo con “Antes que el diablo sepa que has muerto”. Creo que la frase del título proviene de un viejo brindis irlandés: “Ojalá puedas pasar media hora en el cielo antes de que el diablo sepa que has muerto”. Lumet escarba, al igual que Darabont, en la maldad que anida en los seres humanos. Un matrimonio regenta una joyería. Sus hijos andan mal de dinero: el mayor tiene varias adicciones y el pequeño está separado de su mujer y no tiene un centavo para la manutención de ella y del hijo de ambos. El mayor planea un atraco a la joyería. No llevarán armas y los padres cobrarán el dinero del seguro. Por supuesto, una idea tan inmoral y descabellada sólo puede salir mal: mentiras, traiciones, asesinatos. No se puede jugar a ciertas cosas, y menos cuando la familia y el dinero caminan juntos. Porque entonces salpica a los tuyos y florece la culpa y ya sólo te queda arder en el infierno. El cine de Lumet vuelve a tener puro nervio y músculo.

jueves, junio 05, 2008

Playlove. Donde las calles no tienen nombre, de Miguel Ángel Martín



Ari es una chica con mala suerte: el mismo día la despiden del trabajo y la abandona su novio, que quiere casarse con otra. Esa misma noche, embriagándose en solitario, Ari conoce a un tipo rubio, un príncipe azul que le consigue un nuevo trabajo y se convierte en su nuevo (y misterioso) novio. En la empresa conversa con otras mujeres sobre el sexo y las relaciones de pareja. Pero esto no es un cuento de hadas ni un relato romántico porque estamos hablando de Miguel Ángel Martín, a quien le gustan las historias sórdidas y los personajes oscuros. Así, deja pistas para que el lector vaya oliéndose que el príncipe azul esconde a un auténtico cabrón, con mayúsculas. Os aseguro que, en cuanto uno empieza esta novela gráfica, ya no puede abandonarla. Es algo así como Friends, pero con más mala leche. O como el cine indie que retrata los escarceos sexuales de un grupo de jóvenes. Buenos dibujos, magnífico guión, secuencias a la manera cinematográfica, y todo a ritmo de Where the Streets Have No Name. El prólogo es de Hernán Migoya. Os dejo con una página, aunque mal escaneada:

Literaturas.com: Monográfico Feria del Libro 2008


Cien autores contamos una breve biografía en clave de humor y añadimos una foto vieja o rara. La imagen que yo aporto es, a la vez, ridícula y entrañable. Espero que paséis un buen rato. Aquí.

La luz, y la poesía

Siete días atrás David González y yo comimos juntos. Aquella tarde aún no había leído su nuevo libro, “En las tierras de Goliat”, pero ahora ya lo conozco y me gustaría encajar en este artículo algunos versos y frases de los poemas y relatos que lo pueblan, algo parecido a lo que él hace en la tercera parte, “La caza espiritual”. Así que mi recuerdo de ese almuerzo está deformado por la lectura, a posteriori, de ese libro. El entrecomillado es de su autoría. David me citó en un garito de Atocha, próximo a casa, en un restaurante para obreros y demás currantes: “crónica de los perdidos”, como no podía ser de otra forma. Él siempre está del lado de los desfavorecidos de la sociedad, de parte de quienes tienen menos, y jamás lo oculta: “yo no escondo mis barreduras / en los suburbios de las alfombras”. Tampoco oculta sus orígenes, “soy el sueño del arroyo”, ni su pasado, “los que nacimos en casas de piedra / que aún hoy se tienen en pie”, ni los pasos perdidos, “yo también sé / lo que es estar / en la calle”.
Lo encontré en la barra del bar, tomando una caña de cerveza. Nos abrazamos y sus anillos y “una pulsera de plata de ley” hicieron ruido al chocar, como lo hacen contra la mesa cada vez que escribe. Observé, lo hago siempre, los tatuajes que decoran sus manos: “dieciséis tatuajes / me exponen / a la vergüenza pública”. Pedí una caña para mí y nos fuimos al fondo, contándonos anécdotas y desgracias mutuas. Al fondo estaba la primera sala del restaurante, con las mesas y las sillas alineadas a la pared derecha, convirtiendo la sala en una especie de pasillo. Había otros hombres comiendo. Hombres solitarios. Hombres que aprovechaban la pausa del trabajo para comer caliente y no nutrirse sólo de bocadillos. Obreros, trabajadores de la construcción, tipos solos y con el pelo manchado del polvo de los escombros. El dueño, un individuo solícito, nos enumeró los platos que podíamos elegir del menú. Escogimos la sopa de cocido, algo que agradecería la maltrecha dentadura de David: “mi piñata está / hecha fosfatina”. De segundo, carne. El camarero no tardó mucho en traer los cuencos de sopa. Era un caldo espeso y reconfortante, en el que se notaba el toque casero de alguna madre, de alguna matrona escondida entre los fogones y las cacerolas. Supuse que D.G. llevaba levantado más horas que yo, “me despierto / poco antes que las gaviotas”, y eso que yo madrugo, pero él se levanta aún más temprano. Me regaló tres libros. Yo le di un ejemplar de este periódico, porque me había pedido que le consiguiera el número en el que sale un reportaje con nuestros nombres junto a los de otros colegas.
Comimos y hablamos. Pero sobre todo hablamos. De vida, de literatura, de blogs y de amigos, de proyectos y de secretos que no voy a revelar. Hablamos de nuestras parejas y él dijo, con mucha razón: “¿Qué sería de nosotros sin ellas?”, y ese fue un verso improvisado que le dio un toque de poesía a ese bareto donde hombres solitarios y silenciosos sorbían sus sopas de cocido y donde no se intuía un buen destino para los vencidos. Y yo pienso en quien vive con él: “la mujer que amansa a las fieras”. Y le digo entonces que se mete en tantos problemas y en tantos jardines por su valentía y su obstinación en decir la verdad. A veces es lo que le queda, “Sí. Todavía podemos verla. La verdad”, porque se nota en su último libro que la esperanza ya casi está perdida: “Me entra la llorera porque de pronto tengo el absoluto convencimiento de que no hay nada. En ninguna parte. Nada. Ni antes de la muerte, ni después de ella”. En su proceso de autodestrucción, sin embargo, y a pesar de la aridez, “mi vida se ha convertido en un desierto”, aún queda “La luz. Esta luz”. La luz, y la poesía.

Contexto, nº 1



CONTEXTO es una revista gratuita en la que siete editoriales independientes (Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso) desarrollan de manera conjunta sus novedades editoriales, añadiendo entrevistas, poemas, portadas y fragmentos. Se puede descargar aquí. Copio este poema que aparece en el número; es de Georg Johannesen:
NO

Yo no soy médico de muertos
No construyo patíbulos ni iglesias

No construyo jaulas para las golondrinas
porque no sepa volar

No tiro piedras al sol
porque no aguante su mirada

No tiro piedras al espejo
para sentirme útil

No me pisoteo a mí mismo
para sentirme grande

No mato a mi amigo
para estudiarlo de cerca

pero sí mato a mi enemigo
para no tener que verlo

Derribo tu casa
porque es una cárcel.

Mel Ferrer (1917 - 2008)


miércoles, junio 04, 2008

Before the Devil Knows You're Dead


Antes (de) que el diablo sepa que has muerto cuenta una historia terrible y negrísima. Dos hermanos (Philip Seymour Hoffman & Ethan Hawke) necesitan dinero y uno de ellos elabora un plan siniestro: atracar la joyería de sus padres sin armas, para que nadie resulte herido. El hermano pequeño (Hawke) ejecuta el plan y añade a un compañero; éste lleva una pistola de verdad y muere en el atraco. A partir de ahí todo sale mal. Por si fuera poco, la familia se revela como una manzana llena de gusanos: infidelidades, mentiras, drogas, matrimonios rotos.
En la línea de Fargo, Un plan sencillo o la novela Out, por citar algunos títulos, Sidney Lumet vuelve a pisar firme con su nueva película, algo que se echaba de menos desde los lejanos tiempos de la contundente Distrito 34: corrupción total. Hay paralelismos entre el filme que nos ocupa y la reciente La noche es nuestra: ambas son historias de padres y hermanos y de traiciones y en las que las mujeres quedan un poco relegadas (lo único reprochable de las dos cintas). Hawke y Albert Finney están muy bien, pero Hoffman es sensacional. Además, y como nota a pie de página, Marisa Tomei (44 años) sale más apetecible que nunca y Lumet la desnuda varias veces.

Feria del Libro de Madrid 2008


En esta edición de la Feria del Libro de Madrid firman un montón de amigos en las casetas, muchos de ellos relacionados con Resaca / Hank Over: Miquel Silvestre, Ángel Petisme, Inma Luna, Lucas Rodríguez, Ana Pérez Cañamares, Roxana Popelka, etc, etc. Me es imposible colgar anuncios de todos y seguir sus pasos, así que permanezan atentos al blog de Bukowski.
Puedo adelantar que el sábado por la noche presentaremos el libro (Hank Over, of course) en el Bukowski Club, gracias a Carlos Salem, y que el domingo estaremos firmando en la Feria, supongo que en la caseta de Mondadori / Caballo de Troya. Seguiremos informando.

Carla Badillo, mujer en tierra firme




Circula por la red un reconocimiento que se dan los bloggers entre sí y que llaman Brillante Weblog. Las instrucciones se pueden encontrar en este post. Eso significa que, alejados de poderes y enchufes, los internautas se defienden y reconocen entre ellos. O, citando a Bukowski, podríamos decir: No tenemos dinero, tesoro, pero tenemos lluvia. Lluvia de amistad y de buenas intenciones, lluvia de blogs y de palabras razonables. Carla Badillo Coronado, autora de la estupenda bitácora Mujer en tierra firme!!, ha elegido mi blog como uno de sus favoritos (y también Hank Over, donde soy uno de los administradores). Así que sólo puedo decir MUCHAS GRACIAS viniendo de quien viene: de una mujer firme, del otro lado del charco, de Quitu, que alimenta su espacio con citas, fragmentos, artículos y poemas. Por falta de tiempo y por no tener que elegir mis favoritos entre tantos blogs amigos, os recomiendo sólo la bitácora de Carla y os dejo con este texto de su autoría (que ella le prestó al Kebran, y que yo tomo prestado de su espacio: gracias a ambos):

Muñeca Onírica

Nunca he pertenecido al día. Por eso mi escritura lleva un hálito sombrío. Por eso mi espacio es el onírico. Donde las novelas, los poemas, los relatos inconclusos, pululan como almas en pena porque alguien olvidó otorgarles un final cualquiera. Y entonces aparezco yo, ladrona de historias, para darles la estocada que ellos tanto buscan.

Por eso hoy me apropio de tu sueño. Por eso regreso desnuda y con un sombrero de copa negro. Para que me des cuerda y poder bailar como muñeca. Sí, una muñeca. Pero puesta en medio del sopor, el humo y la suciedad de los viejos que asisten, apesadumbrados, a una barra infinita; como si se tratara de una fina porcelana puesta en las manos de un vagabundo desahuciado.

Bollywood Lavapiés


Del 6 al 8 de Junio se desarrollará, en el Barrio de Lavapiés y de forma completamente gratuita, un programa de eventos que incluye: conciertos, espectáculos de danza, jornadas gastronómicas, clases de baile, mercado de artesanía y moda, actividades para niños y la proyección de las últimas producciones de la industria cinematográfica de Bombay, más conocida como Bollywood. Las actividades comenzarán a las 10.00 hs y terminarán a las 00.00 hs (ver programa). Del 1 al 8 de junio, los diferentes eventos y trailers del festival se anunciarán en las fachadas de los edificios de Lavapiés, que serán directamente proyectados bajo el sistema MEDIAWALL10.
Toda la información: aquí.

Merrick, Gonzo, Kerouac y demás novedades

Aún no ha acabado el mes y me da por subir a la planta de Fnac. Como todo el mundo sabe la peor fecha para comprar es a finales de mes, porque a uno apenas le queda nada en el bolsillo. No voy a coger ningún libro, sino a merodear un rato por allí, a hacer tiempo, a matar una hora de espera. Saco la lista de libros que me interesa comprar. Decido ir título por título para hojear un poco las primeras páginas de cada uno. Esta operación suele salirme bien: tras echar un vistazo a títulos que, a priori, me atraían, a veces los tacho de la lista porque no me convencen y así voy rebajando el número de títulos. Pero esta vez entro en Fnac y se nota que, con la Feria del Libro de Madrid, se ha desatado la invasión de novedades. Encuentro cosas que no me esperaba, libros que ni siquiera sabía que se estaban traduciendo, como “La verdadera historia del Hombre Elefante”, que en seguida apunto a la lista. La biografía de John Merrick me obsesiona desde la infancia, cuando vi la versión de David Lynch, que me horrorizó y me ablandó al mismo tiempo. Los freaks suelen despertar la curiosidad y nos obligan a sentir lástima. Recuerdo que hace meses compré “Mutantes”, publicado por Anagrama, pero aún no lo he leído. Veo el primer volumen de “La Torre Oscura”, de Stephen King, en versión cómic. Lo anoto. Veo la nueva novela gráfica de Miguel Ángel Martín, “Playlove. Donde las calles no tienen nombre”. La anoto. Apunto un libro con estupendas críticas, un compendio de relatos humorísticos y fantásticos de un escritor japonés (ojo al título): “Hombres salmonela en el planeta porno”. Anoto la guía sobre las cuatro películas de Indiana Jones, que contiene textos, carteles, bocetos y fotografías. Por fortuna, aún no está a la venta “Llenos de vida”, de mi adorado John Fante. El caso es que salgo de Fnac sin tachar ningún título de mi lista, y habiendo añadido unos cuantos. Salgo deprimido por el aluvión de novedades.
Más tarde, en casa, descubro que se va a estrenar un documental sobre uno de los grandes reporteros de la historia, muerto hace tres años: “Gonzo: The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson”. Cada libro de investigación de Thompson equivale a muchas clases de periodismo. En lugar de obligarnos a leer sus reportajes en la universidad, nos condenaron a soportar mamotretos soporíferos escritos por teóricos y por pelmazos. Los estudiantes de periodismo harían bien buscando los libros de Hunter S. Thompson. Quizá los más jóvenes sepan quién es por la película “Miedo y asco en Las Vegas”. El documental lo narra Johnny Depp, y estoy deseando verlo. Lo malo es que los documentales tienen una distribución penosa en España, igual que los cortometrajes. Tampoco en las librerías se encuentran las obras del Doctor Gonzo, casi todas agotadas. Salvo “Miedo y asco…” y “Los diarios del ron”.
Veo en la tele un anuncio de coches que utiliza la prosa de “En el camino”, de Jack Kerouac. El escritor vuelve a estar de actualidad, pese a que los intelectuales arremetieron en el pasado contra la prosa libre y profunda de Kerouac. Hoy, sin embargo, empiezan a revalorizarlo en los suplementos culturales. Aún no sé si su inclusión en un anuncio me parece bien o me parece mal. Intentaré explicarme. Me gusta porque siempre es un placer encontrarse con unas palabras de “En el camino”, y así quizá lean a Kerouac quienes aún no lo conocen. Pero me disgusta porque la televisión y la publicidad tienen a banalizarlo todo. Se empieza citando a Kerouac en un spot y se acaba metiendo su nombre en la canción del verano o haciendo parodias, como le tocó a Bruce Lee desde aquel anuncio de coches.

martes, junio 03, 2008

En las tierras de Goliat, de David González


Estructurado en 4 partes (Intro / No hay nada que un hombre no pueda hacerle a otro / La caza espiritual / Exit), aderezado de fotografías y de un dibujo, repleto de citas de cine (El rey de Nueva York, El precio del poder, Heat...) y de autores (Carolyn Forché, Varlam Shalámov, William Wantling, Raymond Carver...) en cada página, el nuevo poemario de David González es uno de sus libros más duros, más desesperanzados. La ilustración de cubierta resume perfectamente el dolor y el vacío que surgen de las páginas de En las tierras de Goliat, en el que David se adentra en territorio enemigo para enfrentarse al mundo y sus contrariedades, pero también para enfrentarse a sí mismo y a su proceso autodestructivo.
Y de ese enfrentamiento nacen el dolor y la sensación de vacío (No hay nada, chillo. Nada, joder. No hay nada), aunque sin embargo brota algo de esperanza (La luz. Esta luz. Aunque sólo incida sobre Ángeles), como desvela en uno de los dos relatos del libro. Hay una búsqueda de sí mismo, del por qué de las cicatrices y la rabia, un examen del propio cuerpo, destrozado por las adicciones, por los excesos, por el tiempo. David González abre sus heridas, en crudo, y las observa y luego nos las enseña a nosotros. No falta, en esta ocasión, un recorrido por el pasado, por las palabras y las tradiciones que se pierden, por lo que uno era y en lo que termina convirtiéndose (ver el relato La primera comunión y la fotografía de un David niño que lo precede). Y tampoco falta una evidencia: la verdad ante todo, aunque para ello el autor deba afrontar innumerables riesgos. Y la verdad se resume en la denuncia, en la confesión de sus pecados, en señalarse a sí mismo como culpable, pero también a otros: a los ricos, a los poderosos, a las autoridades competentes...
En La caza espiritual continúa este autorretrato, pero a través de los poemas y textos de otros autores, con el sistema ya empleado en El hombre de las suelas de viento: tachar lo que sobra para ver el poema y hacerlo suyo. Y los hace suyos. Desde luego que sí. Os dejo con un poema y con el consejo de haceros con este libro, que le deja a uno exhausto. Dicho texto lo encabeza una cita de Shalámov: La poesía es un sacrificio, no una conquista:
……..GALERADAS

…....me concedo el capricho
…....–porque no deja de ser un capricho–
…....de una pulsera de plata de ley,
…....plata maciza,
…....de la marca española de regalos
y…..bisutería uno de 50:
…....una pulsera de plata de ley,
…....plata maciza repito,
…....de eslabones gruesos y pesados
y…..cierre rectangular
…....como la hebilla del cinto
…....de mi padre:

…....una pulsera de plata de ley
…....que me llevo puesta de la tienda
…....en la muñeca
…....que sostiene el bolígrafo
…....con que habitualmente escribo

…....una pulsera de plata de ley que,
…....como pronto voy a descubrir,
…....además de satisfacer mi vanidad
…....desempeña otro papel:

…....el sonido de sus eslabones,
…....al chocar entre sí
o…..contra la superficie de mi mesa
…....cuando empiezo a emborronar
…....una cuartilla tras otra,
…....ese sonido, unido a su peso,
…....hace que la poesía que escribo
…....no despegue sus versos del suelo
y…..tenga presente, siempre presente,
…....bien presentes,
…....las cadenas
…....que todavía arrastra.

Portadas exquisitas


Hoy, en Pamplona


Starring: Kutxi Romero & Patxi Irurzun

103

Un ser humano modifica su comportamiento varias veces a lo largo de su vida. Creo que el cambio más radical de mi infancia fue la noche en que le destrozaron el tobillo a mi abuelo de un disparo, con una escopeta de cañones recortados. Aquello originó numerosos traumas y miedos. Muchas noches sin dormir y miles de pesadillas con el ruido de la detonación (yo estaba en el edificio). Lo conté en un libro, pero es un tema al que siempre regreso.

Tres apuntes breves

Entramos en un garito especializado en caipiriñas. Es más de medianoche. En uno de los sofás vemos a una mujer con dos críos. La niña es bastante pequeña y está dormida encima de su madre, con la cabeza apoyada en el hombro de ella y los brazos rodeándole el cuello. Al lado, un chaval de más edad también duerme, en una postura incómoda e imposible, con medio cuerpo boca abajo y la cara enterrada en el confortable tejido del sofá. Frente a la mesa de la madre hay un vaso de caipiriña. Nuestra primera reacción es el espanto, la furia. Comentamos en voz baja que cómo se le ocurre a una madre permanecer en un bar a las tantas de la madrugada con dos chavales pequeños que duermen, mientras se despacha una bebida con alcohol. La estampa, en la primera impresión, es obscena y refleja un caso de alcoholismo y de irresponsabilidad. Pero entonces nos sentamos y, de reojo, me dedico a observar (no puedo evitarlo). Hay algo que no funciona en la escena. Algo falla. Y al cabo de unos minutos me doy cuenta de la verdad. La mujer no es alcohólica ni está ebria, bebe sin ganas, tiene la mirada perdida, está reflexionando y en sus ojos hay un abismo insoportable de tristeza. Es el cuadro vivo de alguien que ha salido disparado de casa, con lo puesto y los niños en brazos. El retrato de alguien que, probablemente, estuvo soportando a un marido borracho o maltratador o ambos, hasta que se cansó. Su primera reacción habrá sido escapar al garito más cercano, refugiarse allí hasta que pase la tormenta o adopte una resolución. Lo cuentan su mirada y su cansancio.
En el metro. Es un trayecto de más de media hora. Todos los asientos están ocupados. Frente a nosotros, tres negros altos, creo que africanos. En una de las paradas, tras abrirse las puertas entran al vagón tres ancianos. Cada uno de ellos con un bastón en una mano y el diario Abc en la otra, como si se hubieran puesto de acuerdo para salir juntos a comprar el periódico. En cuanto ponen dentro el pie, los tres negros los ven y se levantan como impulsados por un resorte. Muy educadamente, ceden sus sitios a los ancianos y se retiran a un lado, de pie. Han reaccionado antes que el resto de los pasajeros. Nos han dado una lección a los blancos que vamos en el vagón y otra a esos lectores de Abc, ancianos de bigotillo recortado y propio de tiempos menos benévolos para algunos. Sobre todo a estos últimos. A juzgar por sus miradas y por sus respectivas lecturas de cabecera no creo que imaginaran que tres negros iban a cederles el asiento. Tanto protestar contra la inmigración y les han dado una lección de respeto y buenas formas. Me pregunto si el resto de viajeros piensa lo mismo que yo.
En un pub de madrugada, en torno a las dos de la mañana. Entre la gente joven que menudea por aquí y por allá destaca un personajillo que provoca la hilaridad del personal. No es la primera vez que lo veo. Es bajito, de cara arrugada, muy feo (es clavado a Hoggle, el compañero de Jennifer Connelly en “Dentro del laberinto”). Tiene el cabello gris, seco y tupido. Por un lado lleva el pelo muy corto. Por el otro, una melena que le llega hasta la mitad de la espalda. Eso hace que parezca distinto dependiendo del lado desde el que lo mires. Es una especie de Barón Ashler de “Mazinger Z” y de Dos Caras de “Batman”, pero en versión cutre. Se bebe los restos de las copas y de las cervezas que encuentra por el pub. Nos descubre mirándole y se acerca a hablar conmigo y con otro colega. Nos hacemos fotos con él. Hay un karaoke y quiere que salgamos a cantar juntos. Y no hay manera de librarse de su compañía. Nos está bien empleado: queríamos caldo y nos tocó bebernos el puchero.

Jubilados en domingo

Detrás de los cristales de los bares
sentados de uno en uno
silenciosos

cubiertos con la luz del nuevo día
vestidos con arreglo bien peinados

levantan su mirada hacia el pasado

hacia el futuro escaso hacia la vida
cuya elección no pueden deshacer

los jubilados serios tras las mesas

detrás de los cristales de los bares

viajeros blancos de autobús de línea

que miramos pasar y no paramos


Vicente Luis Mora, Poemas para cruzar el desierto

lunes, junio 02, 2008

Out, de Natsuo Kirino


Cuatro mujeres trabajan de noche en una fábrica. Están cansadas de la dureza del empleo y de sus vidas familiares, que incluyen hijos que no hablan con ellas, relaciones sexuales nulas, sacrificios varios y maltrato. Una de ellas estrangula a su marido. Las otras tres deciden ayudarla: despedazan el cadáver y reparten sus trozos por las afueras de Tokio. Sólo una de ellas lo hará por echar una mano. Las otras dos exigen dinero a cambio. La policía no tarda en encontrar algunas de las bolsas y, a partir de entonces, empiezan los interrogatorios, las pistas falsas, las sospechas, los errores, en un juego propio de novela negra en el que no faltan los detectives ni los mafiosos.
Natsuo Kirino, "reina japonesa del crimen", que obtuvo con este libro el Gran Premio de Escritores de Misterio, ha construido una novela sólida y profunda que, alejándose de las directrices del género (protagonistas masculinos y bebedores de whisky, tiroteos y persecuciones, narración en primera persona), no renuncia a algunas de sus claves (el dinero como motor de las acciones de casi todos los personajes, pero también la venganza; la complicidad entre los asesinos, los interrogatorios, las huellas y las pistas). El resultado es un libro de 550 páginas cuya lectura uno es incapaz de abandonar.
Kirino no sólo escribe bien y se toma su tiempo para tejer la red de relaciones entre los personajes, en los que no falta un antiguo asesino que se convierte en un falso sospechoso: además, no aburre, compone un retrato de la mujer actual en la sociedad japonesa y no renuncia a la crítica social.
La novela se sostiene sobre dos ejes. Por un lado, la trama y la tensión del relato, matizada por la desesperación de las mujeres a medida que van descubriendo sus errores tras el crimen. Por el otro, ese retrato de las afueras, del trabajo infernal de las fábricas y de los turnos de noche, de las mujeres que pierden sus antiguos empleos y se ven obligadas a currar de noche mientras, de día, se ocupan de atender la casa y cuidar a la familia; mujeres cansadas de dormir pocas horas y de la insatisfacción de sus matrimonios y de no ser bien consideradas porque ya no son jóvenes. Extraordinaria novela. Copio un fragmento:
En esos momentos, trabajar en el turno de noche se le antojaba insoportable. No era de extrañar que muchas de las mujeres en su misma tesitura acabaran neuróticas. Con todo, lo que las llevaba a la depresión no era tanto la oscuridad como la sensación de vivir con el paso cambiado, de ir siempre a contracorriente.
¿Cuántas mañanas había pasado atareada, sin un momento para respirar? Siempre había sido la primera en levantarse para preparar el desayuno y la comida, tender la ropa, vestirse, soportar el malhumor de Nobuki y llevarlo a la escuela. Había vivido muchos días pendiente del reloj, yendo de aquí para allá, sin tiempo ni siquiera para hojear el periódico o leer un libro, durmiendo menos horas de las necesarias para llegar a todo y sacrificando los pocos días festivos para hacer la colada y limpiar la casa.

Resaca Tour


3 de Junio: Pamplona.
7 de Junio: Bukowski Club, Madrid.
8 de Junio: Feria del libro, Madrid.
20 de Junio: Logroño.
[En Pamplona será en la Plaza del Castillo, a las 18:00 h. Asistirán Kutxi Romero y Patxi Irurzun]

Odio: horario definitivo

Os anunciamos que finalmente el corto se proyectará en Multicines Zamora el viernes 6 de junio en dos pases que tendrán lugar las 22.00 y 22.30.
Noticia en la prensa: aquí.
Trailer: aquí.

Arguiñano

Suelo comer en solitario en los días laborables. Mientras lo hago, trato de ver algo en la tele para distraer la mirada. Si no puedes hablar con nadie, ni mirar el paisaje (por ejemplo, comiendo en una terraza o en el campo), debes recurrir a la televisión. Antes veía partes de los telediarios, pero la ración de sangre y calamidades diarias me convenció para pasarme a “Los Simpson”. El problema de “Los Simpson” es la cadena que los programa desde tiempos inmemoriales. Esto ya lo hemos dicho y no haría falta repetirlo, pero así sirve de protesta: un día ponen un episodio reciente y luego pasan a uno de los primeros. Tan pronto ves a Homer Simpson mal dibujado, con rasgos endebles y colores débiles (la primera temporada), como lo ves perfecto, muy amarillo y con otro doblaje (su primer doblador murió). Parece que alguien ha barajado los capítulos y los va enchufando según le viene en gana, sin ningún orden. Pero los espectadores se dan cuenta. Cansado de ver una y otra y otra vez los episodios repetidos, muchos de los cuales me sé de memoria, decidí buscar otra cosa.
De momento, la he encontrado. Se llama Karlos Arguiñano, quizá el cocinero más legendario de este país. Algunas veces había visto un par de minutos de su programa, cuando cambiaba de canal con el mando para echar un vistazo rápido a lo que ofrecía la programación. Y lo había visto en un par de filmes, siempre metido en papeles breves y cachondos. Conozco varias personas fieles a su programa, e incluso a las recetas de su página web, personas que anotan cuanto dice y aprenden de su sabiduría gastronómica. Pero, más allá de esa sabiduría, a Karlos Arguiñano se le nota un envidiable entusiasmo por la vida, por la comida, por los viajes, por el humor, por el vino, por las distintas costumbres de cada provincia.
Cada día, cuando me siento a comer, veo este programa, que ni siquiera sé cómo se llama. Me gusta, sí, el cuidado con el que explica las recetas y compone platos deliciosos como si fuera un pintor con alimentos, y también los consejos que suele ofrecer; pero el motivo principal para verlo y escucharlo es que me procura diversión. Es lo que, en este país, conocemos como “un tío cachondo”, simpático, con aspecto de noble y de granuja. Me divierte su repertorio de chistes, casi siempre malísimos, porque él mismo se troncha después de contarlos. Arguiñano se toma la vida, al mismo tiempo, como si fuera algo serio y a la vez una gran broma, y esa mezcla, tal vez, es la que logra un público fiel a sus recetas, que por otro lado son magníficas. Es decir, y para explicarlo de otro modo: compone los menús con pulcritud y fidelidad, sin salirse un punto de las formas, pero lo hace mientras bromea, mientras cuenta un chiste, mientras se echa unas risas, mientras se pone a cantar. Eso lo aleja de otros cocineros que he visto en la tele y que se toman el asunto tan en serio que, al menos a mí, me aburren. El pueblo español, además, ha adoptado algunas de sus expresiones: “rico, rico”, “con fundamento”, “un poquito de perejil”. Por lo que he visto hasta ahora, no tira de cocina artística o de cocina de autor, o como se llame, sino que maneja ingredientes de toda la vida, propios de la cocina mediterránea, y muy accesibles y fáciles de preparar por quienes quieren cocinar en casa con un toque original. Las madres y las amas de casa gustan de hacer recetas de este cocinero y luego uno las prueba y, en efecto, están para chuparse los dedos. Sobre “Los Simpson” tiene la ventaja de que no repiten los capítulos. Arguiñano es un crack, hombre.

Santos Domínguez, Premio de Poesía Manuel Alcántara


Santos Domínguez, a quien sigo a diario en su blog En un bosque extranjero, acaba de recibir este galardón:
Un jurado presidido por Alfonso Canales y formado por Miguel Briones, delegado municipal de Cultura de Ayuntamiento de Málaga; Luis García Montero; Álvaro García y Pedro González Moreno, ha otorgado por unanimidad al poema El reino de los hielos, de Santos Domínguez Ramos el XVI Premio de Poesía Manuel Alcántara que convoca el Ayuntamiento de Málaga y patrocina la Fundación Unicaja.
El poema ganador ha sido elegido, en palabras del portavoz del jurado, Álvaro García, por cómo mantiene una tensión verbal que es un correlato de uno de los temas universales de la poesía, que es la muerte, pero sin nombrarla en ningún momento.
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domingo, junio 01, 2008

Cartel y trailer de Gonzo: The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson


No os perdáis el trailer de este documental, narrado por Johnny Depp: aquí.

Cruce de caminos / Reza lo que sepas



Narrativa japonesa

Desde hace unos años existe en varios países una especie de boom de la narrativa japonesa, pero me interesa su repercusión en España. Aún no tengo muy claros sus secretos, pero lo cierto es que las novelas de autores japoneses arrasan. Unas más y otras menos, pero es raro que pasen desapercibidas. Y no hablamos sólo de la literatura actual, de los autores vivos y contemporáneos, sino también de los clásicos. Lo curioso es que, a pesar de este boom, muchos de los libros traducidos de los autores de moda no están escritos en esta década, sino hace varios años. Y aún quedan numerosos títulos de cada escritor por traducirse. Paciencia: esperemos que todo llegue.
No soy ajeno a esta moda, a este boom. Me apasiona la narrativa japonesa y, de vez en cuando, recurro a algún escritor al que ya he leído o empiezo por uno que no conozco. Varios de estos autores están muy influenciados por la cultura occidental, por nombres y marcas que todos conocemos y con los que, como lectores de Occidente, podemos sentirnos identificados. Pero no abandonan el toque oriental, ni su filosofía vital, compleja y paciente y llena de sabiduría y de unas pocas gotas exóticas, porque no hay duda que lo oriental siempre resulta exótico y apasionante. Es posible que ese sea el secreto de su éxito entre nosotros. El autor más famoso quizá sea Haruki Murakami, que combina de manera hábil la cultura pop y la filosofía oriental y que escribe influenciado principalmente por narradores norteamericanos: Carver, Fitzgerald, Hemingway, Salinger. Buenas y grandes influencias. Hasta ahora lo mejor de Murakami, para mí, es “Norwegian Wood”, título que en España traicionaron rebautizándolo como “Tokio Blues”. Hay otro Murakami menos conocido: Ryu Murakami, que sólo tiene dos novelas traducidas en España, una de ellas salvaje y muy recomendable, “Azul casi transparente”. Aún no entiendo por qué no se han traducido, por ejemplo, “Coin Locker Babies” y “Piercing” (esta última cuenta con traducción al catalán). También vende mucho Banana Yoshimoto, de quien aún no he leído nada. Y la escritora Amélie Nothomb, medio belga y medio japonesa, se encarama siempre a las listas de los libros más vendidos. Funcionan muy bien en las librerías los clásicos como Yasunari Kawabata o Yukio Mishima. ¿Y qué decir de Kenzaburo Oé, Premio Nobel? No hay que perderse “La presa”. Las editoriales se vuelcan en la traducción de autores de Japón, clásicos o contemporáneos: Natsume Soseki, Hitomi Kanehara, Yoko Ogawa, Mo Yan, Kobo Abe, Shusaku Endo, Masuji Ibuse, por citar unos cuantos. He leído a algunos de estos escritores, y otros esperan su turno en la mesilla. Sé de sobra que, a quienes no estén familiarizados con la literatura oriental, sus nombres les sonarán a chino, por hacer el chiste fácil. Pero se asombrarían de la cantidad de seguidores y lectores que esos nombres tienen en España. Todo es ponerse.
Quiero recomendar “Hogueras en la llanura”, de Shohei Ooka; “Kafka en la orilla”, de Haruki Murakami; “The Ring”, de Koji Suzuki, que inspiró varias películas; las mencionadas “La presa” y “Azul casi transparente”. Y estos días devoro con ansia un libro que, pese a su condición de best-seller, los críticos califican de obra maestra: “Out”, de Natsuo Kirino, la reina de la novela de crímenes en Japón. “Out” sigue a cuatro mujeres que trabajan en el turno de noche de una fábrica de comida rápida a partir del momento en que una de ellas mata a su marido y juntas trocean el cadáver para deshacerse de él, lo cual supone dejar un rastro de pistas y malentendidos que quieren resolver la policía, la mafia y los chantajistas. Brutal.